ESTUDIOS

Papa León XIV: Biografía, Trayectoria Eclesial 
y Perfil Teológico-Pastoral desde el Ecumenismo

El 8 de mayo de 2025, tras el fallecimiento de Francisco, el Colegio Cardenalicio eligió nuevo pontífice al cardenal Robert Francis Prevost Martínez, de doble nacionalidad, estadounidense y peruana, quien adoptó el nombre de León XIV, continuando la saga de los «leones» tras León XIII, de feliz memoria social. Prevost, un religioso agustino con raíces hispanas nacido en Chicago en 1955, se convierte así en el primer papa originario de los Estados Unidos en la historia de la Iglesia católica. Su elección marca un giro significativo en la tradición pontificia reciente, apostando por un perfil con fuerte experiencia misionera en Hispanoamérica y sólida formación en derecho canónico. A continuación, se presenta un informe detallado sobre la vida, ministerio y pensamiento, más en concreto en relación con el ecumenismo y el diálogo interreligioso, del nuevo papa León XIV, desde su biografía y trayectoria eclesial hasta sus tendencias teológicas y los primeros signos y expectativas de su pontificado desde la perspectiva ecuménica.

Biografía

Robert Francis Prevost Martínez nació el 14 de septiembre de 1955 en la ciudad de Chicago, Illinois (EE.UU.). Creció en una familia católica de herencia multicultural: su padre, Louis Marius Prevost, de ascendencia francesa e italiana, y su madre, Mildred Martínez, de origen hispano («creole» —criollo— de Luisiana[1]), le inculcaron la fe desde niño. Es el menor de tres hermanos y desde joven manifestó vocación religiosa, sirviendo como monaguillo e integrando el coro parroquial durante su niñez en Illinois.

Prevost cursó estudios secundarios en un seminario menor agustino, graduándose en 1973. Posteriormente obtuvo el título de grado en Ciencias Matemáticas y Filosofía en la Universidad Villanova (institución regentada por los agustinos) hacia 1977. Atendiendo a su vocación misionera, completó luego una maestría en Divinidad con enfoque en misión intercultural en la Unión Teológica Católica de Chicago, graduándose en 1982. Ingresó en la Orden de San Agustín (O.S.A.) en 1977 como novicio, profesó sus primeros votos en 1978 y realizó la profesión solemne en 1981. Fue ordenado sacerdote el 19 de junio de 1982 en Roma. Como parte de su formación avanzada, se trasladó a Roma, donde obtuvo la licenciatura (1984) y el doctorado en Derecho Canónico (1987) en la Pontificia 
Universidad de Santo Tomás de Aquino (Angelicum). Gracias a esta rigurosa formación teológica y jurídica, Prevost se consolidó como un experto en derecho canónico y vida religiosa. Además, es políglota: domina, aparte del inglés nativo, el español, italiano, francés y portugués, y lee latín y alemán. Más adelante, en reconocimiento a su larga estancia en el país, adquirió también la nacionalidad peruana en 2015, reforzando su profunda vinculación con el Perú.

Trayectoria Eclesial

Primeros años de ministerio y misión en Perú

Tras su ordenación sacerdotal, Prevost emprendió una dedicada labor misionera. En 1985 partió hacia el norte de Perú para servir en la joven Iglesia de ese país. Fue destinado a la Prelatura de Chulucanas (Piura), donde ejerció como vicario parroquial y canciller entre 1985 y 1986. En esa función, colaboró cercanamente con el obispo local en la organización pastoral y administrativa de la prelatura. Concluida esa primera experiencia, regresó brevemente a EE.UU. para promover vocaciones agustinianas y recaudar fondos en apoyo a las misiones, pero su compromiso con Perú continuó: en 1988 volvió al país andino y se estableció en Trujillo, donde asumió la formación de los nuevos religiosos agustinos. Durante una década (1988–1998) fue director de formación de aspirantes agustinos en Trujillo, forjando numerosas vocaciones locales. A la par, desempeñó otros cargos: prior de comunidad, maestro de profesos (formador de religiosos en votos) y vicario judicial en el tribunal eclesiástico de la arquidiócesis de Trujillo. Asimismo, impartió cátedra de Derecho Canónico, Patrología y Teología moral en el seminario mayor diocesano (donde llegó a ser rector interino) y se dedicó al trabajo parroquial, fundando dos nuevas parroquias en la región: Nuestra Señora de Monserrat y Santa Rita de Cascia.

Este periodo coincidió con años convulsos en Perú. Prevost vivió de cerca la época de violencia terrorista de Sendero Luminoso y la respuesta represiva del Estado en los años 80 y 90. Su misión pastoral se caracterizó por la cercanía a la población humilde afectada por el conflicto, defendiendo sus derechos en medio del peligro. Fue crítico de las violaciones a los derechos humanos y alzó la voz contra los abusos tanto de la guerrilla como del gobierno del entonces presidente Alberto Fujimori. En suma, la década misionera de Prevost en Perú no solo fortaleció a la comunidad agustina local –logrando atraer numerosas vocaciones peruanas al sacerdocio y la vida religiosa–, sino que también forjó en él una profunda sensibilidad social, familiarizándolo con la realidad de la violencia política, la pobreza y la lucha por los derechos humanos que marcarían su ministerio.

Liderazgo en la Orden Agustiniana (1999–2013)

De regreso a su provincia de origen, la dedicación y capacidad de gobierno de Prevost lo llevaron a puestos de liderazgo en la Orden de San Agustín. En 1998 fue elegido Prior provincial de la Provincia agustiniana de Nuestra Madre del Buen Consejo, con sede en Chicago, asumiendo el cargo en marzo de 1999. Solo dos años después, en 2001, el Capítulo general de los agustinos reunido en Roma lo eligió Prior General de la Orden de San Agustín, máxima autoridad de la congregación a nivel mundial. Tenía 45 años al asumir este importante encargo. Fue reelecto en 2007 por un segundo mandato sexenal, sirviendo así 12 años (2001–2013) al frente de la Orden. También presidió el Instituto Patrístico Augustinianum en Roma, centro de estudios agustinianos de alto prestigio, consolidando su perfil intelectual y eclesial.

En esos años debió afrontar delicados desafíos internos, incluyendo la atención a denuncias de abusos ocurridos en entornos educativos agustinianos en EE.UU. Aunque algunos casos salieron a la luz después de su mandato, Prevost apoyó las investigaciones y medidas disciplinarias necesarias para proteger a menores y la integridad de la Iglesia. Su actuación ponderada pero firme frente a situaciones difíciles le ganó reputación de administrador prudente y pastoral. Tras concluir su servicio como prior general en 2013, volvió a los Estados Unidos, donde brevemente sirvió como director de formación y vicario provincial en Chicago durante 2013–2014, hasta que una nueva misión pastoral de envergadura le sería confiada por el papa.

Obispo de Chiclayo en Perú (2014–2023)

En noviembre de 2014, el papa Francisco sorprendió al nombrar a Robert Prevost como Administrador Apostólico de la diócesis de Chiclayo, en el norte del Perú. Aunque en ese momento Prevost no pertenecía al clero diocesano peruano, su largo trabajo misionero en el país y su dominio del idioma lo hacían idóneo para la tarea. Fue designado simultáneamente obispo titular de Sufar y recibió la ordenación episcopal el 12 de diciembre de 2014 en la catedral de Chiclayo. Como requisito previo, y en virtud del concordato entre la Santa Sede y Perú, obtuvo la ciudadanía peruana antes de asumir oficialmente el gobierno pastoral de Chiclayo. Menos de un año después, el 26 de septiembre de 2015, Francisco lo confirmó como Obispo residencial de Chiclayo, confiándole establemente la diócesis que hasta entonces había administrado.

Al frente de esta Iglesia local de unos millón y medio de fieles, Prevost desplegó un intenso trabajo pastoral y social. Continuó con su estilo cercano a la gente sencilla, recorriendo parroquias urbanas y rurales, y atendiendo de modo especial a las comunidades más vulnerables. Colaboró activamente con Cáritas del Perú en proyectos sociales. En 2019 fue nombrado miembro de la entonces Congregación (hoy Dicasterio) para el Clero en el Vaticano, y a inicios de 2020 asumió temporalmente como administrador apostólico de la diócesis del Callao, otro encargo delicado en el principal puerto peruano. Paralelamente, los obispos del país lo eligieron vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana (2018–2023), reconociendo su liderazgo y experiencia.

Durante su episcopado en Chiclayo, Prevost mantuvo posiciones claras en temas doctrinales y morales acordes al Magisterio de la Iglesia. A través de medios y redes sociales, defendió la vida y la familia oponiéndose a iniciativas legislativas que buscaban legalizar el aborto, la eutanasia o redefinir el matrimonio. Igualmente, criticó la difusión de la llamada «ideología de género» en la educación por considerarla contraria a la antropología cristiana. Al mismo tiempo, apoyó decididamente causas de justicia social: alzó su voz en favor de los inmigrantes venezolanos acogidos en Perú, solidarizándose con su difícil situación bajo el régimen de Nicolás Maduro. También se mostró muy sensible al cuidado del medio ambiente, en línea con la encíclica Laudato si’, e impulsó iniciativas eclesiales ante el impacto del cambio climático en las poblaciones locales.

Un ámbito especialmente delicado fue la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia. En 2022 surgieron acusaciones de que Prevost no habría atendido adecuadamente la denuncia de abusos ocurridos años atrás en Chiclayo; la diócesis aclaró que se siguieron los procedimientos canónicos, e incluso el obispo se había reunido personalmente con las víctimas, instándolas a buscar justicia civil y elevando el caso al Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Figuras reconocidas como el periodista Pedro Salinas, quien investigó los abusos del Sodalicio de Vida Cristiana en Perú, defendieron la actuación de Prevost, señalando que «siempre expresó su apoyo a las víctimas» y que los ataques contra él provenían de grupos que le guardaban rencor por su rol en la intervención vaticana al 
Sodalicio. Con el permiso de Francisco, prolongó unos meses más su servicio en Perú, hasta que finalmente en enero de 2023 fue llamado a Roma para una nueva misión.

Servicio en el Vaticano y cardenalato (2023–2025)

El 30 de enero de 2023, mediante un comunicado de la Santa Sede, el papa Francisco nombró a Prevost como Prefecto del Dicasterio para los Obispos. En paralelo fue designado Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, órgano de coordinación pastoral con las iglesias del continente. Este dicasterio (antes Congregación para los Obispos) es uno de los más influyentes de la curia romana, responsable del proceso de selección de nuevos obispos en todo el mundo. 

El nombramiento implicó que Prevost dejara la diócesis de Chiclayo y se trasladara a Roma; fue honrado con el título de arzobispo emérito de Chiclayo. Apenas unos meses después, Francisco anunció un consistorio para crear nuevos cardenales, y el 30 de septiembre de 2023 Robert Prevost fue creado cardenal de la Iglesia, recibiendo el título de diácono de Santa Mónica de los Agustinos en Roma. De este modo se convirtió en miembro del Colegio Cardenalicio con derecho a participar en un futuro cónclave. En febrero de 2025, fue promovido dentro del mismo Colegio al orden de los cardenales obispos, asignándosele la sede suburbicaria de Albano, lo que reforzó aún más su posición de alta jerarquía.

Como prefecto del Dicasterio para los Obispos durante 2023 y comienzos de 2024, el entonces cardenal Prevost jugó un papel clave en la evaluación de candidatos al episcopado y en la reforma de la curia impulsada por Francisco. Su experiencia multicultural y su talante pastoral aportaron una perspectiva global en la designación de obispos. No rehuyó decisiones difíciles: por ejemplo, se menciona que recomendó la sustitución de un obispo estadounidense que generaba divisiones en su diócesis, mostrando su determinación en favor de la unidad eclesial. 

Todos estos cargos de primer nivel elevaron el perfil de Prevost y lo pusieron en la mira como papable (candidato al papado) en caso de sede vacante. De hecho, de cara al cónclave de 2025, algunos analistas lo destacaban como un «tapado» o candidato inesperado, pero con serias posibilidades, dada su cercanía al proyecto de Francisco y su capacidad de consenso entre sectores diversos. Su doble condición de norteamericano y latinoamericano, sumada a su carisma sereno, lo señalaban como un «perfil de centro» capaz de unir a conservadores y progresistas.

Elección como papa León XIV: Perfil, Expectativas y símbolos iniciales

La tarde del 8 de mayo de 2025, al segundo día de cónclave, los 120 cardenales electores eligieron a Robert Prevost como Sucesor de Pedro en la cuarta ronda de votaciones. Con ello, Prevost se convirtió en el papa número 267 de la Iglesia católica. Su elección trae consigo varios hitos históricos: es el primer pontífice nacido en Estados Unidos (y en Norteamérica en general), así como el segundo proveniente del continente americano después de Francisco. A su vez, es el primer papa miembro de la Orden de San Agustín y el primero en más de ocho siglos cuyo país natal es de habla inglesa (no había un papa de un país anglófono desde Adriano IV en 1154). Cabe destacar que, gracias a su trayectoria, posee una doble ciudadanía estadounidense y peruana, algo inédito en un papa, lo que simboliza de modo hermoso la vocación universal de la Iglesia más allá de fronteras nacionales.

Perfil del nuevo papa y expectativas

Con 69 años al momento de su elección, León XIV aporta al papado una mezcla de experiencia y vigor. Observadores describieron al cardenal Prevost como un hombre de carácter sereno, dialogante y moderado, considerado una figura de consenso. De hecho, analistas vaticanos señalaron que era visto como un candidato cosmopolita, «apreciado tanto por conservadores como por progresistas» dentro del Colegio Cardenalicio. Aunque su condición de norteamericano pudo verse inicialmente como un obstáculo –dado que nunca antes se había elegido un papa de la principal superpotencia mundial–, su larga inserción en América Latina y su bajo perfil político ayudaron a superar recelos. Representa, según sus impulsores, un «digno punto medio» entre distintas corrientes: es doctrinalmente sólido, pero pastoralmente abierto, continuador del legado de Francisco, pero con identidad propia.

Los católicos de Estados Unidos han recibido con orgullo y esperanza la elección del primer papa estadounidense, interpretándola como un reconocimiento de la creciente aportación de la Iglesia americana al catolicismo global. Al mismo tiempo, en el Perú y en toda Hispanoamérica, se celebra que un misionero que «adoptó Perú como su hogar» llegue a la sede de Pedro. Su claro dominio del idioma español, demostrado al dirigirse al pueblo en su primera aparición, reforzó ese vínculo latinoamericano. 

En Europa, muchos ven en León XIV la posibilidad de un pontificado continuador de las reformas de Francisco (como la sinodalidad, la transparencia financiera y la tolerancia cero ante abusos, etc.), pero quizás con mayor énfasis en la unidad interna y en tender puentes entre facciones, dada su espiritualidad agustiniana centrada en la comunión. También se espera que, por su bagaje, dé nuevo impulso al diálogo con otras iglesias cristianas y religiones, y que mantenga alta la voz profética de la Iglesia en temas de paz mundial, migración y cuidado del planeta.

Símbolos y gestos al inicio del pontificado

La elección del nombre papal es siempre un primer mensaje programático. Al presentarse como León XIV, Prevost rompió una larga ausencia (el último León, el XIII, murió en 1903) y envió un potente símbolo: según explicó el portavoz vaticano Matteo Bruni, fue «una clara referencia a León XIII y su encíclica Rerum novarum», piedra angular de la Doctrina Social de la Iglesia. Con este nombre, el papa parece alinearse con la defensa de los derechos de los trabajadores, la justicia social y la respuesta de la fe frente a los desafíos modernos, tal como hiciera León XIII a finales del siglo XIX. Además, al ser «León», evoca también la figura del gran León Magno (s. V), doctor de la unidad de la Iglesia, lo cual armoniza con el lema personal de Prevost (Que en el Cristo uno seamos uno) y su afán de unidad.

La tarde de su elección, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, el cardenal Protodiácono Dominique Mamberti anunció al mundo el Habemus Papam con su nombre latino y el nuevo nombre elegido. Acto seguido, León XIV apareció ante la multitud con algunos gestos notables. Vestía la tradicional sotana blanca y había decidido portar la mozzetta y estola roja papales –ornamentos de coro– durante la bendición, atuendo que su predecesor inmediato había omitido en 2013. Este gesto de recuperar ciertas vestimentas tradicionales fue interpretado como señal de respeto por la solemnidad del oficio papal y continuidad con la rica tradición, aunque también mostró sencillez al saberse que dos de las sotanas preparadas para él eran reutilizadas de un cónclave anterior, en atención a la austeridad y el cuidado ecológico.

En su alocución, León XIV destacó la figura de Cristo resucitado que trae paz: «Paz a ustedes» fue su saludo, enfatizando una paz «desarmada y desarmante» al estilo de Jesús. Aseguró su deseo de continuar la bendición y cercanía pastoral de su antecesor Francisco, recordando a todos que «¡Dios cuida de ustedes, Dios los ama, y el mal no prevalecerá!».

Los ejes temáticos que delineó en este mensaje inicial configuran ya las prioridades de su pontificado: presentó a Jesús como la luz que el mundo necesita frente a tantas oscuridades; llamó a la Iglesia a ser «faro» que ilumine las noches oscuras de la humanidad; invitó a una Iglesia misionera, dialogante y abierta, fiel al Evangelio y «caminando juntos» en sinodalidad; abogó por una comunidad unida trabajando por la paz y la justicia, cercana a los que sufren, y confiando siempre en la protección materna de María. Reiteró en dos ocasiones la exhortación evangélica a «no tener miedo», eco evidente del mensaje de Juan Pablo II, subrayando la confianza en Dios incluso ante las pruebas.

Otro gesto elocuente en los primeros días fue la decisión de León XIV de alojarse en el tradicional Palacio Apostólico del Vaticano, en lugar de la residencia de Santa Marta donde vivía Francisco. La prensa comunicó este cambio resaltando que el nuevo papa consideró que la sede propia del Sucesor de Pedro es el apartamento papal, volviendo así a la costumbre histórica. Este detalle, aunque administrativo, fue visto por algunos como señal de un estilo que combina la sencillez personal con una cierta restauración de símbolos papales, siempre orientado —aclaran sus colaboradores— a poner esas tradiciones al servicio de la unidad y no del prestigio.

En síntesis, los primeros pasos del pontificado de León XIV entrelazan continuidad y nuevos acentos. Continúa con determinación la senda de una «Iglesia en salida» y sinodal de Francisco, pero al mismo tiempo recupera ciertos símbolos e insiste en la unidad y reconciliación como notas de su liderazgo. Su figura de pastor con corazón hispanoamericano y visión global ha generado amplio entusiasmo. Muchos fieles y analistas esperan que su pontificado esté marcado por la humildad personal, la formación intelectual que lo caracteriza, y el compromiso con las comunidades más necesitadas, virtudes que han jalonado su camino hasta ahora Bajo el nombre de León XIV, la Iglesia católica abre una nueva etapa guiada por un pontífice que, arraigado en la tradición agustiniana de buscar la verdad en la caridad, promete trabajar incansablemente por una Iglesia más unida, santa y al servicio del mundo contemporáneo.

Principales intervenciones doctrinales y enseñanzas

Hasta la fecha de su elección, Prevost —ahora León XIV— se había manifestado en diversos temas doctrinales y pastorales, alineándose en gran medida con la visión reformista de Francisco, pero con estilo propio. Algunos énfasis de su pensamiento son:

  • Eclesiología de comunión y sinodalidad: Prevost concibe el ministerio episcopal y, en general, la autoridad en la Iglesia desde una orientación de servicio pastoral más que de gestión. En una entrevista de 2023 subrayó que el obispo debe ante todo «comunicar la belleza de la fe» y ser pastor, no un mero administrador. Promueve una Iglesia sinodal, es decir, participativa y corresponsable, convencido de que la escucha del Pueblo de Dios y del Espíritu Santo ayudará a superar polarizaciones internas. Ha afirmado que todos los fieles estamos llamados a «vivir una nueva actitud: escuchar ante todo al Espíritu Santo y lo que Él pide a la Iglesia». Estos principios indican que, como papa, continuará fortaleciendo la colegialidad episcopal y la participación de laicos y religiosos en la toma de decisiones, en línea con el legado del concilio Vaticano II.
     
  • Formación y misión evangelizadora: Con su trasfondo como formador y profesor, Prevost ha dado prioridad a la formación integral tanto del clero como de los laicos. Insiste en la necesidad de comunicar el kerigma, el anuncio central de Jesucristo, de forma atractiva y fiel. En sus mensajes destaca «la belleza y la alegría de conocer a Jesús» como el centro de la vida cristiana. Igualmente, su experiencia misionera lo lleva a propugnar una Iglesia en salida, dialogante y abierta, capaz de llegar a las periferias geográficas y existenciales. De hecho, uno de los ejes de su primer mensaje papal fue la llamada a ser una Iglesia misionera que irradie la luz de Cristo al mundo mediante el diálogo y la apertura a todos.
  • Teología moral y familia: En cuestiones morales, mantiene la enseñanza tradicional de la Iglesia, combinada con un acercamiento pastoral. Defiende la sacralidad de la vida humana en todas sus etapas y se ha opuesto claramente al aborto y la eutanasia, considerándolos atentatorios contra la dignidad humana. Respecto a la familia, sostiene la visión cristiana del matrimonio. Durante su servicio en Perú se pronunció contra la legalización de las uniones del mismo sexo y advirtió sobre ideologías que, a su juicio, diluyen el concepto cristiano de la familia. Al mismo tiempo, reconoce la necesidad de acompañar pastoralmente a todas las personas. 

Por ejemplo, si bien no es partidario de ordenar mujeres ni siquiera al diaconado – señalando que ello «no necesariamente resuelve un problema y podría crear otros» – apoyó la iniciativa del papa Francisco de incluir a mujeres en instancias vaticanas de responsabilidad (como en la comisión para la selección de obispos), valorando las nuevas perspectivas que ellas aportan. En temas de sexualidad, ha mostrado reservas hacia posturas contrarias al Evangelio, pero también ha enfatizado que las conferencias episcopales deben aplicar las directrices doctrinales con sensibilidad a cada contexto cultural. En síntesis, su tendencia teológica en moral es conservadora en la doctrina, pero con un enfoque pastoral prudente que busca el diálogo y la integración sin traicionar su comprensión de la verdad.

  • Justicia social y opción por los pobres: Un rasgo distintivo del nuevo papa es su fuerte compromiso con la justicia social, forjado en sus años en América Latina. Prevost encarna la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, al punto que su elección del nombre León XIV ha sido interpretada como un homenaje al pontífice León XIII y a su encíclica Rerum novarum (1891), texto fundacional de la doctrina social. En Chiclayo, se le conoció como «el obispo de los humildes» por su cercanía a los pobres y su defensa de los derechos de los olvidados. Ha abogado por los inmigrantes, por los trabajadores y por los indígenas, denunciando la corrupción y la violencia que generan pobreza. 

En su primera bendición Urbi et Orbi como obispo de Roma resaltó la necesidad de trabajar «unidos por la paz y la justicia» y de una Iglesia cercana a quienes sufren. No es ajeno a la política internacional: ha expresado solidaridad con movimientos en pro de la justicia racial (como tras la muerte de George Floyd) y ha criticado políticas migratorias que considera inhumanas. Su sensibilidad social se alinea con la de sus predecesores inmediatos y anticipa que, en su pontificado temas como la lucha contra la pobreza, la inequidad y la defensa de los derechos humanos y la paz seguirán siendo prioridad.

  • Diálogo interreligioso y cultural: Si bien hasta ahora Prevost no ha sido protagonista de grandes diálogos interreligiosos públicos, su talante abierto y su experiencia intercultural sugieren una disposición favorable al diálogo con otras religiones. Formado en un país tan diverso como Perú y habiendo vivido en Norteamérica y 
    Europa, entiende la importancia de la convivencia pacífica entre credos. Como agustino, proviene de una orden con tradición intelectual que históricamente ha fomentado el encuentro entre fe y cultura. 

Asimismo, su énfasis en tender puentes apunta a que buscará estrechar lazos no solo dentro de la Iglesia sino también con otras comunidades religiosas, continuando el camino de diálogo interreligioso promovido desde el Vaticano II. Su preocupación central por la paz implica inevitablemente trabajar con líderes de distintas fes por el bien común de la humanidad.

  • Ecología integral: Prevost ha mostrado consonancia con la visión de la encíclica Laudato si’. En un seminario de noviembre de 2024 abogó por que la Iglesia se involucre más en la lucha contra el cambio climático, recordando que el mandato bíblico de dominar la creación «no debe ser tiránico», sino responsable. Incluso pequeños gestos simbólicos de su parte han destacado este compromiso: tras su elección papal, se reveló que optó por reutilizar sotanas en lugar de confeccionar vestimentas nuevas, en parte como señal de conciencia ecológica y sobriedad evangélica. Todo indica que la custodia de la Casa Común y la ecología integral ocuparán un lugar en su magisterio pontificio.
  • Comunicación y nuevas tecnologías: En tiempos de polarización digital, ha enfatizado la responsabilidad en el uso de las redes sociales. Poco antes de ser papa, advertía que pastores y fieles deben evitar alimentar divisiones o controversias estériles en Internet, para no hacer daño a la comunión de la Iglesia. Comentó que se debe hablar siempre con caridad y veracidad, reflejando una actitud de prudencia. 

Esta línea comunicativa discreta pero firme coincide con el estilo que observadores han notado en él: alguien que habla «con cautela y mucha deliberación», pero a la vez con «determinación y claridad de acero» cuando se trata de la verdad del Evangelio. Se espera, por tanto, que como pontífice mantenga un tono reconciliador y pedagógico en sus mensajes, aprovechando los medios modernos para evangelizar sin caer en estridencias.

En resumen, la trayectoria doctrinal y pastoral de Prevost hasta su elección demuestra una síntesis de continuidad y novedad: es fiel a la doctrina católica en materias de fe y moral, a la vez que abraza las reformas y prioridades pastorales contemporáneas (sinodalidad, justicia social, cuidado de la creación, misericordia con las personas en situación irregular). Su lema episcopal, «In illo uno unum» (En aquel Uno [Cristo], todos somos uno), tomado de san Agustín, refleja bien su espiritualidad de comunión e indica que buscará la unidad en la Iglesia y de la familia humana en Cristo.

¿Continuidad sin ruptura? Crítica razonada al pontificado de León XIV

La elección del papa León XIV ha suscitado en diversos sectores eclesiales sentimientos de esperanza, de reserva y también de perplejidad. Su trayectoria pastoral, su formación agustiniana y su aparente cercanía a los pobres auguran, para muchos, una continuidad serena con el pontificado de Francisco. La primera impresión que proyecta su perfil doctrinal y gubernamental es la de una continuidad sin reformas estructurales, una fidelidad a la doctrina que no parece dispuesta a traducirse en audacia institucional. Este estilo de «apertura conservadora» requiere, por ello, una crítica teológica mesurada pero necesaria, en tanto muchos signos parecen anunciar una continuidad que no toca el fondo estructural de la Iglesia. Surgen, por tanto, interrogantes legítimos sobre cuestiones eclesiológicas y ministeriales que no pueden ser despachadas con gestos simbólicos ni con un lenguaje pastoral genérico.

1. La mujer en la Iglesia: un discernimiento postergado

Uno de los temas más sensibles y urgentes es, sin duda, el acceso de las mujeres al ministerio ordenado, un asunto teológicamente maduro, pero eclesialmente bloqueado. León XIV ha reafirmado su negativa incluso al diaconado femenino, aduciendo que "no necesariamente resuelve un problema y podría crear otros". Esta afirmación, más que un argumento, parece una evasiva disfrazada de prudencia. Es teológicamente insostenible suponer que los ministerios son de propiedad eclesiástica: son dones del Espíritu que la Iglesia recibe y discierne, pero no fabrica ni monopoliza[2]. Si el Espíritu suscita vocaciones ministeriales en mujeres —como muchos testimonios confirman— corresponde a la Iglesia el discernimiento y reconocimiento, no la oposición y clausura de ese carisma.

Más aún, la negativa se mantiene no sobre la base de una imposibilidad dogmática, sino sobre consideraciones históricas, culturales y disciplinares[3]. No existe una definición magisterial infalible que cierre de modo absoluto la posibilidad del acceso femenino al diaconado, ni mucho menos al presbiterado, especialmente si se reconoce —como afirmaba san Vicente de Lerín y retomó con profundidad teológica el cardenal Newman— que el desarrollo doctrinal auténtico debe ser eodem sensu eademque sententia, es decir, en continuidad viva, orgánica y homogénea con el depósito de la fe. En esta clave, la evolución del Magisterio, guiada por el sensus fidelium y discernida por la Iglesia, puede dar lugar a nuevas formulaciones que, sin contradecir la Tradición, la desplieguen con mayor claridad y fidelidad evangélica.

La teología contemporánea ha demostrado con claridad que muchos argumentos esgrimidos en el pasado (como la representación sacramental de Cristo varón) carecen de solidez hermenéutica cuando se analizan a la luz de la eclesiología conciliar y de una antropología renovada[4]. La participación femenina en comisiones vaticanas es positiva, sí, pero sigue siendo un gesto periférico si no se avanza hacia el núcleo del discernimiento ministerial.

2. El celibato obligatorio y los sacerdotes casados: una tensión sin resolver

El nuevo pontífice no ha dado señales de reconsiderar la disciplina del celibato obligatorio en el rito latino. El modelo vigente —una exigencia universal previa a la ordenación— no parece ser objeto de revisión, a pesar de que el concilio Vaticano II y diversos sínodos regionales han abierto la puerta a su discusión[5]. La posibilidad de admitir hombres casados en contextos específicos (como la Amazonía o zonas rurales de África) ha sido reiteradamente frustrada por miedos institucionales más que por criterios evangélicos.

Aún más preocupante es la situación de los sacerdotes secularizados por razones matrimoniales, a quienes no se ofrece ningún cauce real de reintegración al ministerio, ni siquiera en tareas pastorales limitadas[6]. Esta negativa resulta incomprensible si se acepta que el matrimonio no anula la validez del orden recibido. La exclusión no solo supone una pérdida pastoral, sino que contradice la lógica de la misericordia que se proclama desde el magisterio pontificio con gran triunfalismo expansivo.

3. El papado: de la centralidad simbólica a la hipertrofia jurídica

Otro punto crítico es el del ministerio petrino y la forma en que se ejerce la autoridad en la Iglesia. Hasta el momento, León XIV no ha mostrado disposición alguna a cuestionar el aparato simbólico y jurídico del papado moderno. La figura del pontífice romano sigue vinculada a títulos que, aunque ya simbólicamente revisados, siguen reflejando una concepción monárquica e imperial del ministerio[7], además de ser el papa jefe de un Estado, cargo por cierto idéntico al que denuncia Jesús de Nazaret: 

Jesús los llamó y dijo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos[8]. 

Sean solamente estas palabras del Maestro y Señor una solemne advertencia para todo jerarca, sin distinción de Iglesia o cargo.

Tampoco parece viable bajo este pontificado un avance hacia el conciliarismo, es decir, hacia una estructura en la que el Concilio tenga una autoridad superior o incluso igual a la del Papa. La infalibilidad —definida en 1870 en un contexto de tensión— se mantiene intacta como principio teológico y como instrumento eclesial de centralización, impidiendo una reforma sinodal auténtica[9].

4. El ecumenismo del primado: un diálogo que necesita reformas reales

El papa ha reiterado su vocación de trabajar por la unidad de los cristianos, pero no ha propuesto reformas estructurales que permitan pensar el ministerio petrino como un primado de servicio y no de jurisdicción. Las iglesias ortodoxas y protestantes han señalado con insistencia que el obstáculo ecuménico no es el primado en sí, sino su forma de ejercicio[10]. Sin una transformación teológica del papado, que lo sitúe como garante de la unidad en la caridad y no como juez supremo en todos los órdenes, el diálogo ecuménico continuará estancado.

5. Divorciados vueltos a casar y bendiciones a parejas homosexuales

En cuanto a las personas divorciadas vueltas a casar, no se ha producido ninguna clarificación posterior a la línea abierta por Amoris laetitia. Todo indica que se mantendrá el modelo de discernimiento individual, sin que se traduzca en una reforma normativa universal[11].

Respecto a las parejas homosexuales, la situación es aún más confusa. La declaración Fiducia supplicans de 2023 abrió la puerta a bendiciones pastorales no litúrgicas —también para las parejas en situación eclesial irregular—, aunque sin modificar la doctrina sobre el matrimonio. León XIV no ha manifestado aún si piensa continuar esta línea, matizarla o revertirla, lo cual genera incertidumbre y división entre obispos, presbíteros y comunidades[12].

6. Conclusión: una Iglesia en vilo ¿o en pánico?

El pontificado de León XIV se abre en un momento histórico cargado de desafíos. Si bien ha mostrado sensibilidad pastoral y fidelidad doctrinal, no se vislumbra hasta ahora una voluntad clara de transformar las estructuras eclesiales en un sentido sinodal, inclusivo y profético. La continuidad con el estilo de Francisco es evidente, pero las reformas de fondo siguen aplazadas. La Iglesia necesita más que palabras misericordiosas: requiere decisiones que liberen la gracia de Dios aprisionada en estructuras caducas, que reconozcan los carismas donde el Espíritu Santo los suscita, y que conviertan al ministerio petrino en signo real de comunión universal, no de excepción absoluta.

Solo si la Iglesia se deja interpelar por las voces del Pueblo de Dios, especialmente por quienes han sido marginados —mujeres, sacerdotes secularizados, laicos comprometidos, personas en situaciones canónicas irregulares—, podrá renovar con verdad su fidelidad al Evangelio.

León XIV y el nuevo impulso al ecumenismo y al diálogo interreligioso

El inicio del pontificado de León XIV ha marcado, sin duda, una etapa de continuidad creativa en relación con los grandes ejes del magisterio de Francisco, en especial en lo que atañe al ecumenismo y al diálogo interreligioso. Su primer discurso a las delegaciones cristianas e interreligiosas, el 19 de mayo de 2025, en la Sala Clementina del Vaticano, constituye un programa de pontificado que reafirma el compromiso católico con la unidad de los cristianos y la fraternidad entre religiones, articulando estas prioridades con el horizonte teológico de la sinodalidad.

La continuidad con Francisco y el Vaticano II En un gesto altamente simbólico, León XIV evocó el 1.700.º aniversario del concilio de Nicea, como referencia originaria de unidad de fe y comunión entre las iglesias. En este contexto, definió al papa Francisco como «el papa de Fratelli tutti» y reconoció su legado como una siembra de gestos proféticos, apertura dialogante y cultura del encuentro. Mencionó explícitamente el Documento sobre la Fraternidad Humana de Abu Dabi (2019), afirmando su vigencia como inspiración para una espiritualidad del diálogo universal.

1. Unidad visible de los cristianos y fidelidad a Cristo

 El nuevo pontífice asumió como deber prioritario de su ministerio el compromiso con la restauración de la comunión plena entre todos los cristianos. Haciendo suyas las palabras de san Agustín In Illo uno unum (en Aquel uno, somos uno), subrayó que solo en Cristo se fundamenta la verdadera unidad eclesial. Destacó que el ecumenismo no es una opción entre otras, sino una urgencia espiritual y eclesial, vinculada inseparablemente a la misión de la Iglesia en el mundo.

2. Sinodalidad en clave ecuménica 

Uno de los aportes más innovadores del discurso fue la articulación entre sinodalidad y ecumenismo. León XIV expresó con claridad que proseguirá el proceso sinodal iniciado por su predecesor, abriendo la posibilidad de nuevas formas de sinodalidad compartida entre iglesias. Esta sinodalidad ecuménica no sería solo estructural o consultiva, sino 
espiritual y misionera, al servicio de un testimonio común del Evangelio en medio de un mundo fragmentado.

3. Diálogo interreligioso: respeto, verdad y fraternidad 

En su mensaje a las delegaciones religiosas no cristianas, el Papa reiteró su aprecio por toda búsqueda sincera de Dios, reafirmó la relación única entre cristianismo y judaísmo y reconoció la adoración del único Dios en el islam. Citó Nostra aetate como fundamento doctrinal de este diálogo y subrayó la importancia de la libertad de conciencia y del respeto recíproco como condiciones esenciales para la cooperación interreligiosa. Agradeció la presencia de líderes musulmanes, judíos, hindúes, budistas y de otras tradiciones presentes en Roma.

4. Llamado a la acción común por la paz y la justicia 

El nuevo pontífice concluyó con un llamado urgente a todas las religiones a unirse activamente contra el armamentismo, las guerras y las estructuras económicas injustas. Invitó a vivir una fraternidad activa, encarnada en gestos concretos de solidaridad, y recordó que el mundo espera de los creyentes una contribución visible a la construcción de un futuro más humano, justo y habitable.

5. Valor teológico y eclesial del discurso 

Este discurso inaugural establece los pilares teológicos del pontificado de León XIV en relación con la unidad de los cristianos y la fraternidad interreligiosa. No es meramente un programa diplomático, sino una teología vivida de la comunión y la misión. Su insistencia en la centralidad de Cristo como principio de unidad, el vínculo entre sinodalidad y ecumenismo, y la urgencia de una praxis interreligiosa por la paz, revelan una visión pastoral y profética, en fidelidad al Vaticano II y en apertura al nuevo milenio.

Las iglesias cristianas no católicas españolas ante el papa León XIV

Tras la elección, el 8 de mayo de 2025, de León XIV como nuevo pontífice, las iglesias cristianas no católicas en España han emitido declaraciones oficiales valorando este acontecimiento. En general, el tono ha sido respetuoso, positivo y orientado al diálogo, destacando el legado de apertura de su predecesor y las oportunidades ecuménicas que se abren. 

No obstante, existen matices en el estilo: algunas voces enfatizan la cooperación y la unidad cristiana, mientras que otras señalan las diferencias doctrinales persistentes, recordando la identidad reformada. A continuación, se presentan las principales reacciones de las entidades evangélicas (FEREDE y AEE), así como de las distintas iglesias protestantes históricas (anglicana, reformada, luterana, bautista) y de las iglesias ortodoxas, junto con un análisis de su tono e implicaciones ecuménicas.

1. Federación de Entidades Religiosas Evangélicas (FEREDE)

La FEREDE, órgano representativo de las iglesias evangélicas en España, reaccionó de inmediato con un mensaje institucional de felicitación y buenos deseos. Minutos después de la fumata blanca, FEREDE felicitó a la Iglesia católica y a todos sus fieles por la 
elección del nuevo papa. En declaraciones a la prensa, expresó confianza en que el pontificado de León XIV fortalecerá el diálogo interconfesional:

Confiamos en que su pontificado sea una oportunidad para seguir tendiendo puentes con las demás confesiones religiosas, fomentando el diálogo, trabajando por la paz, la justicia y la dignidad humana, y que contribuya activamente a la reconciliación en un mundo marcado por divisiones y conflictos.

El tono de este comunicado es claramente diplomático y esperanzador, alineado con el estilo cordial que caracterizó la relación de FEREDE con el papa Francisco. Se valora la continuidad del espíritu de apertura y se resaltan objetivos comunes de justicia social y paz, mostrando así una disposición evangélica a cooperar con el nuevo pontífice en causas éticas compartidas. En términos ecuménicos, la postura de FEREDE implica un reconocimiento del papel positivo que puede desempeñar León XIV en la promoción de la fraternidad interreligiosa, a la vez que enmarca la relación desde la colaboración en favor de los más vulnerables (un énfasis central tanto para protestantes como católicos progresistas).

2. Alianza Evangélica Española (AEE)

La Alianza Evangélica Española (AEE), que agrupa a diversos ministerios y denominaciones protestantes, ha mostrado una actitud semejante de respeto y oración por el nuevo papa, aunque con matices propios. Si bien la AEE no publicó un comunicado formal independiente, su órgano de comunicación Protestante Digital —vinculado a la Alianza— ofreció análisis que reflejan la perspectiva evangélica clásica ante el papado. 

En un artículo editorial, por ejemplo, se observó que León XIV combina elementos «nuevos y viejos» en continuidad con la tradición católica: 

Su primera oración fue dirigida a María (Ave María) en lugar de a Jesucristo. Su segunda oración fue una invocación a los santos. Su primer acto fue otorgar una indulgencia plenaria a todos, relanzando así una práctica medieval contra la que luchó la Reforma protestante

Este apunte crítico evidencia el énfasis teológico-protestante en las diferencias doctrinales (como la intercesión mariana o las indulgencias), recordando que las reformas del siglo XVI se opusieron a tales prácticas. Aun así, el editorial concluye reafirmando un tono constructivo y centrado en la misión evangélica: «¿Qué más se puede esperar de un papa católico romano? Nuestra tarea seguirá siendo dar testimonio del mensaje del evangelio de Jesucristo, antiguo, pero siempre nuevo». 

Esta declaración encapsula la postura de la AEE: se muestra respeto por el nuevo pontífice y se reconocen sus cualidades pastorales, pero a la vez se mantiene la identidad evangélica y la prioridad de la predicación directa de Cristo. En términos de estilo, la Alianza combina un lenguaje irénico (oración por el papa, deseos de puente) con una claridad apologética al señalar que, pese al afecto personal hacia León XIV, la proclamación del Evangelio «puro» sigue siendo la principal contribución evangélica. La implicación ecuménica de esta postura es que la AEE está dispuesta a dialogar y cooperar, pero sin diluir las convicciones doctrinales que la separan de Roma, fomentando y admitiendo así solamente un ecumenismo de «unidad en la diversidad reconciliada».

3. Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE, Comunión Anglicana)

La Iglesia Anglicana de España (IERE), parte de la Comunión Anglicana mundial, ha acogido con alegría y gratitud la elección de León XIV, en sintonía con el tono expresado por los líderes anglicanos internacionales. El secretario general de la Comunión Anglicana, Anthony Poggo, envió un mensaje de buenos deseos destacando los enormes desafíos globales (migración, guerras, pobreza) que comparten todas las iglesias, y aseguró al nuevo Papa «nuestros brazos abiertos» para seguir colaborando «en la amistad de Jesús, sostenida por nuestras instituciones ecuménicas». 

De igual modo, el arzobispo de York, Stephen Cottrell, en nombre de la Iglesia de Inglaterra, elogió «la dilatada experiencia pastoral del nuevo pontífice, su compromiso con la justicia y su profunda espiritualidad», agradeciendo su llamamiento a los cristianos a «ser constructores de puentes» entre divisiones. Estas expresiones reflejan un tono fraternal y entusiasta: los anglicanos muestran agradecimiento por las prioridades manifestadas por León XIV (unidad visible, paz y atención a los que sufren) y ponen de relieve los valores compartidos con la Iglesia de Roma. 

La IERE, en particular, ha estado históricamente comprometida con el diálogo ecuménico en España, y la sintonía de sus superiores jerárquicos con el papa refuerza esa línea. Teológicamente, los anglicanos enfatizan lo que une (servicio a Jesucristo, misión común) más que lo que separa, considerando a León XIV un «compañero en la misión». La implicación ecuménica es significativa: se espera que bajo este papa se profundice la colaboración ya existente (por ejemplo, a través del Centro Anglicano en Roma y comisiones internacionales conjuntas), continuando el camino de reconciliación entre Canterbury y el Vaticano. En síntesis, la IERE adopta un estilo cordial, agradecido y esperanzado, viendo en León XIV un aliado para buscar juntos la unidad de la Iglesia y la sanación de un mundo herido.

4. Iglesia Evangélica Española (IEE)

La Iglesia Evangélica Española, de tradición reformada y miembro de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR/WCRC), ha abordado la elección papal subrayando las implicaciones ecuménicas y teológicas de largo alcance. En un comunicado difundido vía la CMIR, los reformados expresaron su «más sincera enhorabuena» a Su Santidad León XIV por su elección. 

El secretario general de la CMIR, Setri Nyomi, trasladó personalmente «nuestras oraciones y más sinceras felicitaciones» al papa, declarando que ven este inicio de pontificado como una oportunidad para fortalecer las relaciones ecuménicas y el compromiso cristiano común «de servir a un mundo que necesita profundamente sanación y esperanza». El tono aquí es solemne y fraternal, con un lenguaje de hermandad en la fe que evidencia la voluntad de las iglesias reformadas de caminar junto a los católicos. Nyomi destacó que la WCRC espera que el liderazgo de León XIV «se caracterice por un espíritu de apertura, diálogo y testimonio profético en el mundo actual». 

En cuanto a implicaciones teológicas, el comunicado reformado hizo memoria de los logros previos del diálogo católico–reformado: se menciona la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación como fruto de un profundo entendimiento mutuo. Esta alusión subraya que ya existe una base doctrinal compartida sobre la gracia y la 
salvación, que el nuevo papa podría afianzar. A la vez, se reconoce humildemente que persisten diferencias, pero se confía en que León XIV alentará el progreso hacia la «unidad visible en el cuerpo de Cristo». 

La IEE, por tanto, adopta un estilo ecuánime y esperanzado, combinando el respeto al ministerio petrino con la expectativa de avance en la reconciliación de las iglesias. La unidad en la diversidad se vislumbra como horizonte posible, siempre que el pontificado mantenga la apertura al diálogo que Francisco fomentó. De fondo, late la convicción reformada de que la Iglesia debe «reformarse siempre» (semper reformanda); en este caso, se espera que también la institución papal continúe su renovación en clave evangélica y de compromiso social, algo que los protestantes saludan positivamente cuando acontece.

5. Iglesia Evangélica Luterana Española (IELE)

Los luteranos españoles, integrados en la Federación Luterana Mundial (FLM), han reaccionado con alegría contenida y profunda reflexión teológica, en línea con sus hermanos reformados. La secretaria general de la FLM, Anne Burghardt, manifestó que la elección del cardenal Prevost «fue recibida con profunda alegría y gratitud» por las iglesias luteranas. En palabras de Burghardt, los luteranos «orarán por su ministerio» y «esperamos profundizar nuestra colaboración bajo su liderazgo», afirmando que «juntas, la Iglesia Católica Romana y las Iglesias Luteranas pueden seguir avanzando hacia la unidad mediante el servicio conjunto a los necesitados y el testimonio compartido de Cristo para que el mundo crea». 

Este pronunciamiento, que la IELE hace suyo, presenta un tono fraterno y proactivo, centrado en metas concretas de cooperación (diaconía común y testimonio unido). Desde una perspectiva histórica, los luteranos ponen en valor que León XIV sea miembro de la Orden de San Agustín, pues recuerdan que el propio Martín Lutero fue fraile agustino. De hecho, la obispa Elizabeth Eaton (Iglesia Evangélica Luterana en EE.UU.) señaló que «compartimos con [León XIV] raíces teológicas, pues Martín Lutero también fue agustino», orando para que este hecho «fortalezca el diálogo luterano-católico y nuestra unidad visible en Cristo». El estilo luterano combina así la cordialidad ecuménica con una fina sensibilidad histórica: reconocen en el nuevo papa a un hermano en la tradición de san Agustín, lo que simbólicamente tiende un puente con la Reforma. 

Teológicamente, prevalece la esperanza de que se continúe profundizando el entendimiento mutuo en temas como la justificación por la fe (ámbito donde ya hubo acuerdo importante en 1999). Asimismo, la FLM resalta el «compromiso con una Iglesia pobre para los pobres» manifestado por León XIV, interpretándolo como un signo de continuidad con la opción preferencial por los vulnerables, valor que luteranos y católicos comparten. La IELE, por tanto, celebra este pontificado con espíritu de oración y expectativa de que se traduzca en pasos concretos hacia la unidad visible de la Iglesia, manteniendo la mira en la misión común de anunciar el Evangelio en palabra y obra.

6. Unión Evangélica Bautista Española (UEBE)

En el seno de la comunidad bautista española, representada por la UEBE, las reacciones oficiales han estado mayormente canalizadas a través de FEREDE y foros ecuménicos internacionales, pero se puede percibir un eco positivo y cauteloso a la vez. Los bautistas, 
cuya eclesiología acentúa la autonomía de las iglesias locales y la centralidad de Cristo como única cabeza de la Iglesia, han expresado respeto personal hacia León XIV junto con la esperanza de colaboración en causas éticas. A nivel global, la Alianza Bautista Mundial y representantes del diálogo bautista-católico han enviado mensajes significativos. La teóloga bautista Elizabeth Newman, copresidenta de la comisión internacional de diálogos bautista-católicos, destacó varios gestos del nuevo Papa que «demuestran su profundo interés por la unidad en la Iglesia». 

Newman subrayó que, al convertirse en obispo, Prevost adoptó el lema agustiniano «In Illo uno unum» (En el único [Cristo] somos uno), interpretándolo como señal de su deseo de unidad y amistad entre quienes viven en diferentes culturas. Igualmente, valoró la elección del nombre León (en referencia a León XIII, autor de la Rerum novarum) como indicio de su preocupación social: «el Evangelio abarca todo un estilo de vida: espiritual, comunitario y social», aludiendo a la visión integral del nuevo papa. Estas apreciaciones, aunque provienen del ámbito internacional, resuenan entre líderes bautistas españoles, quienes comparten la inquietud por la justicia social y la libertad religiosa. El tono bautista se caracteriza por una cordialidad vigilante: por un lado, felicitaciones sinceras y disposición a orar por León XIV (de hecho, en círculos bautistas se enfatiza la oración por todas las autoridades espirituales); por otro lado, una defensa firme de las convicciones evangélicas. 

En clave ecuménica, la UEBE participa en plataformas conjuntas (como la propia FEREDE) desde donde contribuir al testimonio cristiano común en la sociedad. La elección de un pontífice con experiencia misionera y sensibilidad latinoamericana ha sido bien vista, pues se espera que, en temas de defensa de la dignidad humana, paz y libertad haya un frente común donde católicos y evangélicos –bautistas incluidos– puedan cooperar con mayor confianza.

Tras una investigación intensa en redes tengo que afirmar que no se han registrado, al menos me ha sido imposible encontrarlos, en España comunicados bautistas críticos abiertos, más allá de recordar que para los bautistas Cristo es el único mediador y cabeza de la Iglesia, lo cual establece un matiz en la recepción del papa: se le respeta como hermano en Cristo y líder de su comunidad, pero no se le otorga autoridad doctrinal sobre las iglesias evangélicas. En cuanto a las demás agrupaciones de iglesias como las que se citan aquí:

  • Federación de Iglesias Betania (FIBE)
  • Federación de Iglesias Apostólicas y Pentecostales de España (FIAPE)
  • Federación de Iglesias de Dios de España (FIDE)
  • Federación de Iglesias Evangélicas Independientes de España (FIEIDE)
  • Federación de Iglesias Evangélicas Pentecostales de España (FIEPE)
  • Iglesia Cuerpo de Cristo
  • Iglesia Evangélica Filadelfia
  • Iglesias Buenas Noticias
  • Iglesias de Cristo
  • Iglesias de la Biblia Abierta
  • Unión de Iglesias Cristianas Adventistas del Séptimo Día (UICASDE)

Es posible también que algunas de estas organizaciones hayan expresado sus opiniones a través de canales internos, o bien sociales y comunitarios no ampliamente difundidos en 
medios de comunicación o plataformas oficiales. La ausencia de declaraciones públicas no implica necesariamente una falta de interés o posicionamiento respecto al nuevo pontificado. También cabe tener en cuenta que ninguna de estas agrupaciones es ecuménica o participa en eventos ecuménicos, siendo algunas incluso opositoras al diálogo ecuménico al que observan como estrategia católica romana para destruirlas o simplemente como fenómeno diabólico.

Pero dado que muchas de estas entidades están afiliadas a la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE), es probable que compartan o se adhieran al comunicado emitido por dicha federación, el cual expresó felicitaciones y esperanza en la continuidad del diálogo interconfesional bajo el liderazgo de León XIV.

En resumen, aunque no se han encontrado declaraciones oficiales específicas de las entidades mencionadas, es razonable inferir, a pesar de su antiecumenismo, que muchas de ellas comparten el espíritu de respeto y apertura al diálogo expresado por FEREDE. La diversidad de tradiciones y enfoques dentro del cristianismo no católico en España sugiere que las reacciones pueden variar desde la adhesión a comunicados federativos hasta expresiones individuales en contextos locales.

7. Iglesias Ortodoxas en España

Las iglesias ortodoxas presentes en España (griega, rumana, rusa y otras jurisdicciones) han saludado el advenimiento de León XIV remitiendo principalmente a las declaraciones de sus patriarcas y jerarcas a nivel internacional. En particular, el Patriarca Ecuménico Bartolomé I de Constantinopla –considerado «primus inter pares» entre los obispos ortodoxos– envió un mensaje de pronta felicitación que denota un claro deseo de continuidad en el acercamiento Oriente-Occidente. 

Bartolomé, quien recibió la noticia de la elección durante un viaje pastoral, expresó su «esperanza en la continuación de las buenas relaciones con la Iglesia católica», las cuales se habían visto fortalecidas durante el pontificado de Francisco. El patriarca anunció su intención de participar personalmente en la Misa de inicio del ministerio petrino, un gesto de alta carga simbólica ecuménica, y fue más allá al invitar a León XIV a realizar «una visita oficial al Patriarcado Ecuménico» de Constantinopla en Estambul, quizás con ocasión de la festividad de San Andrés (30 de noviembre). 

En su mensaje, Bartolomé declaró: «Ojalá que… inauguremos una nueva era en nuestras relaciones bilaterales y entre Este y Oeste», vinculando este anhelo de unidad con la petición conjunta de poner fin a las guerras en Ucrania y Oriente Medio. Este lenguaje une lo teológico (nueva era de comunión) con lo profético (trabajar juntos por la paz mundial), evidenciando la visión ortodoxa de la colaboración con Roma no solo en diálogo doctrinal sino también en testimonio ético ante los conflictos actuales. Otras voces ortodoxas, como el metropolitano Tikhon de la Iglesia Ortodoxa en América, igualmente oraron para que el nuevo Papa «proclame siempre la fe cristiana con valentía y celo», confiando en encontrar «oportunidades continuas de cooperación y diálogo» entre ambas iglesias. 

En España, donde existen diócesis ortodoxas bajo Constantinopla, Moscú, Bucarest, Sofía.., no se han publicado comunicados autónomos de gran difusión en el periodo mencionado, pero las comunidades han acogido estos pronunciamientos con satisfacción. 

El tono ortodoxo es de alegría cautelosa y respeto tradicional: celebran la elección con el formal «¡Axios! (¡Digno!)» y ven en León XIV a un continuador del acercamiento fraterno. Teológicamente, cabe señalar que las Iglesias ortodoxas no reconocen la jurisdicción universal del papa, pero valoran su figura como interlocutor principal de Occidente. Por ello, las implicaciones ecuménicas de este nuevo papado podrían ser trascendentales si se concretan gestos de unidad como la anhelada conmemoración conjunta del concilio de Nicea (325–2025), iniciativa en la que Francisco y Bartolomé ya trabajaban. Las iglesias ortodoxas –también en España– han respondido con un abrazo ecuménico abierto, confiando en que León XIV sabrá continuar el camino de diálogo teológico y reconciliación histórica que permita, en un futuro, cumplir la oración de Jesús «que todos sean uno» (Jn 17:21) también entre Oriente y Occidente.

En resumen, las declaraciones oficiales de las confesiones cristianas no católicas en España desde el 8 de mayo de 2025 hasta la fecha evidencian un amplio respaldo ecuménico a la figura de León XIV, cada una con su acento particular. El denominador común es la esperanza de que el nuevo pontífice impulse la unidad de los creyentes y la colaboración en causas justas, continuando el legado de diálogo de su predecesor. El análisis de los tonos revela un equilibrio entre la caridad ecuménica (felicitaciones, oraciones, ofrecimiento de cooperación) y la fidelidad confesional (recordatorio de diferencias teológicas y de la misión propia). Esta tensión creativa, expresada con respeto, es en sí misma un signo de madurez en las relaciones intereclesiales en España: se tienden puentes sin negar la propia identidad. 

Las implicaciones teológicas de estas reacciones apuntan a un renovado compromiso con el ecumenismo de la verdad, donde las distintas tradiciones cristianas se enriquecen mutuamente. Si León XIV responde a estas aperturas con gestos concretos (como ya lo sugiere su énfasis en la unidad, la paz y la justicia), es dable esperar un nuevo impulso al movimiento ecuménico tanto global como en el contexto español, profundizando la fraternidad cristiana sin borrar la diversidad, para «crecer en la compasión por el mundo» y dar juntos un testimonio creíble del Evangelio.

Fuentes

Comunicado de FEREDE; Agencia Europa Press, 8/5/2025; Protestante Digital (AEE), 9/5/2025; Vatican News, 10/5/2025; Comunicado CMIR/WCRC, 9/5/2025; Declaraciones FLM/LWF; Luteranos de EE.UU., 9–12/5/2025; Diálogo Bautista–Católico, Vatican News; Mensaje Patriarca Bartolomé, 8/5/2025. 

Notas

[1] Sobre el término creole de Luisiana, véase su uso histórico para designar a personas nacidas en la colonia de ascendencia europea, así como su ampliación posterior a comunidades de origen afrofrancés, culturalmente francófonas y católicas, que desarrollaron una lengua criolla distinta del francés estándar. Cf. Brasseaux, Carl A., French, Cajun, Creole, Houma: A Primer on Francophone Louisiana, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 2005. Este libro ofrece una visión general de las comunidades francófonas de Luisiana, explorando su diversidad social, cultural y lingüística. Brasseaux examina el impacto de la inmigración francesa en Luisiana durante los últimos tres siglos y cómo esta región se convirtió en una sociedad multifacética con una base cultural francesa.

[2] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 12; C. Theobald, El ministerio cristiano, Sal Terrae, Santander: 2015.

[3] JWijngaards, John, No Women in Holy Orders?, Canterbury Press, Norwich: 2001. En este libro, Wijngaards, reconocido teólogo católico y fundador del Wijngaards Institute for Catholic Research, ofrece una investigación exhaustiva sobre el papel de las mujeres como diáconos en la Iglesia durante los primeros siglos del cristianismo. A través del análisis de fuentes históricas y litúrgicas, el autor argumenta que, desde el siglo III hasta el X, las mujeres fueron ordenadas como diáconos y desempeñaron funciones sacramentales significativas dentro de la comunidad cristiana.

[4] Butler, Sara, The Catholic Priesthood and Women, Hillenbrand Books, Chicago: 2006. En este libro, Butler ofrece una exposición detallada de la enseñanza de la Iglesia católica sobre la imposibilidad de ordenar mujeres al sacerdocio ministerial. Analiza documentos clave como Inter Insigniores (1976) y Ordinatio Sacerdotalis (1994), argumentando que esta doctrina se basa en la voluntad de Cristo y en la tradición apostólica, y que no es simplemente una cuestión de normas culturales o sociales. 

Sara Butler, quien en sus primeros años se mostró favorable a la ordenación de mujeres, modificó su postura tras un detenido estudio de la teología sacramental y una relectura más rigurosa de la tradición eclesial. Esta evolución personal y académica le ha permitido abordar con notable claridad y profundidad las objeciones más comunes a la enseñanza oficial de la Iglesia, distinguiendo con precisión entre argumentos fundamentales y razonamientos meramente teológicos o pastorales. No obstante, el verdadero núcleo del debate no se reduce simplemente a una cuestión de fidelidad a la praxis tradicional, sino que remite a una interrogación más amplia sobre la legitimidad del desarrollo doctrinal en el seno de la comunidad creyente.

En este sentido, el principio formulado por el cardenal John Henry Newman —según el cual el dogma puede y debe evolucionar homogéneamente en coherencia con la Revelación— abre la posibilidad de repensar ciertas posiciones eclesiales. Y con mayor razón en este caso que no afecta al dogma sino a la disciplina eclesial. Si se asume dicho criterio, no resulta teológicamente inconcebible que la Iglesia, asistida por el Espíritu, descubra en su propio desarrollo histórico la conveniencia y legitimidad de extender el acceso de la mujer a todos los ministerios ordenados, incluyendo el presbiterado y el episcopado. La ausencia de precedentes explícitos en la historia no puede erigirse en un argumento definitivo cuando se reconoce que la comprensión de la Revelación es progresiva y que el sensus fidelium, en diálogo con el Magisterio y la Escritura, puede conducir a una auténtica recepción eclesial de lo que antes parecía inadmisible.

Más aún, la presencia comprobada de mujeres diáconos en la Iglesia antigua —avalada por investigaciones rigurosas como las de John Wijngaards o Phyllis Zagano— constituye un fundamento histórico y teológico para revisar las categorías que han limitado el acceso femenino al sacramento del orden. A partir de ahí, se abre un horizonte eclesiológico donde no puede descartarse, a priori, que la igualdad bautismal desemboque también en una igualdad ministerial, siempre discernida eclesialmente, pero sin vetos estructurales que contradigan la dignidad y la corresponsabilidad plena de las mujeres en la vida de la Iglesia.

La obra ha sido reconocida por su claridad y rigor teológico, siendo recomendada tanto para especialistas como para lectores interesados en comprender la posición oficial de la Iglesia sobre este tema.

[5] Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, n. 16; Sínodo Panamazónico, Documento final, 2019.

[6] Castaño, F., Reintegrar a los curas casadosRevista Sal Terrae, n. 1086, 2018. Este artículo forma parte de un número monográfico dedicado al tema del celibato sacerdotal y la posibilidad de readmitir en el ministerio a los presbíteros que, tras contraer matrimonio, se alejaron del ejercicio activo. En su análisis, Castaño aborda la cuestión desde una perspectiva pastoral y teológica, considerando las implicaciones que tendría la reintegración de estos sacerdotes en la vida eclesial. Argumenta que, en un contexto de escasez vocacional y de comunidades necesitadas de atención pastoral, la readmisión de sacerdotes casados podría ser una respuesta válida y coherente con la tradición eclesial.

El autor también examina las experiencias de otras iglesias, como las orientales católicas, y no digamos de las iglesias confesionales protestantes, donde el celibato no es obligatorio para los presbíteros y pastores, y reflexiona sobre cómo estas prácticas podrían informar el discernimiento de la Iglesia latina. Castaño concluye que la cuestión no es meramente disciplinar, sino que toca aspectos fundamentales de la eclesiología y la comprensión del ministerio ordenado.

[7] Congar, Yves, La fe y la teología, Herder, Barcelona: 1970.

[8] Marcos 10, 42–45 y Lucas 22, 25–27.

[9] Laboa, Juan María, Historia de la Iglesia Católica. V: Edad Contemporánea, BAC, Madrid: 2004.

[10] Juan Pablo II, Ut unum sint, 1995, nn. 88–96.

[11] Francisco, Amoris laetitia, 2016, nn. 300–312.

[12] Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Fiducia supplicans, 2023.

Juan G. Biedma

La donación de órganos en el cristianismo: 

perspectivas ecuménicas y desafíos pastorales

Resumen

La donación de órganos y tejidos se ha convertido en uno de los debates bioéticos más relevantes del presente. En contextos donde la fe cristiana sigue modelando la visión del cuerpo, la vida y la muerte, la articulación entre convicciones teológicas y decisiones biomédicas adquiere especial densidad. Este artículo explora, desde una óptica rigurosamente ecuménica, las posturas de las principales confesiones cristianas sobre la donación de órganos, integrando el análisis doctrinal con las prácticas pastorales y sociales. El texto parte del fundamento bíblico y patrístico, se adentra en las declaraciones contemporáneas del catolicismo, el protestantismo histórico, el anglicanismo, la ortodoxia y las grandes alianzas evangélicas, y analiza los obstáculos que aún persisten entre fieles y comunidades locales. Como referencia empírica, se presenta el caso catalán de colaboración institucional entre órganos públicos y entidades religiosas, analizado a través del artículo «Fe en los tejidos» de Miriam Díez[1]. Finalmente, se ofrecen propuestas para una praxis ecuménica que fortalezca la cultura de la donación desde la fe compartida y el servicio común a la vida.

Palabras clave:

donación de órganos, cristianismo, ecumenismo, bioética, cuerpo, pastoral de la salud, diálogo interconfesional, teología práctica, Miriam Díez.

Introducción

La medicina moderna ha desarrollado técnicas capaces de prolongar, restaurar o incluso salvar vidas a partir del gesto altruista de donar órganos. Sin embargo, este avance técnico no siempre encuentra aceptación automática en el tejido social, en parte por motivos culturales, éticos o religiosos. La complejidad de la cuestión se incrementa cuando se considera que muchas personas formulan sus decisiones sanitarias desde convicciones teológicas, especialmente en contextos donde la fe cristiana sigue ejerciendo un influjo sustancial.

A pesar de que doctrinalmente no existen objeciones de peso entre las principales confesiones cristianas respecto a la donación de órganos, sigue habiendo dudas, miedos y rechazos entre los fieles, muchas veces más motivados por desconocimiento o 
malinterpretaciones que por fundamentos teológicos. Este artículo, tomando como punto de partida el trabajo de Miriam Díez publicado en El Nacional.cat, se propone delinear un mapa teológico y pastoral en torno a la donación de órganos, integrando fuentes escriturísticas, patrísticas, magisteriales y confesionales, y articulándolas con experiencias prácticas de iniciativas ecuménicas, con especial atención al caso catalán que expone Díez.

1. Fundamentos teológicos desde la Escritura, la Patrística y el Magisterio contemporáneo

1.1 Fundamento bíblico

Aunque la donación de órganos, tal como hoy se entiende, no tiene correlato directo en los textos bíblicos, el ethos cristiano que anima esta práctica se halla profundamente arraigado en la revelación. El mandato del amor al prójimo (Lev 19:18), ratificado por Jesús como eje de la ley y los profetas (Mt 22:37–40), subyace a toda ética cristiana. Aún más explícita es la formulación joánica: «Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15:13), donde el verbo «dar» cobra una dimensión sacrificial que ilumina la lógica de la donación.

Asimismo, en la teología paulina del cuerpo (1 Co 12), la corporalidad se entiende como lugar de servicio y comunión, no como propiedad individual aislada. El cuerpo cristiano es «templo del Espíritu Santo» (1 Co 6:19), no para su idolatría, sino para su entrega incondicional.

1.2 Perspectiva patrística

Los Padres de la Iglesia no conocieron la realidad médica del trasplante, pero sus enseñanzas son elocuentes respecto a la donación, la corporeidad y el amor eficaz. San Basilio de Cesárea, en su Homilía sobre la avaricia[2], afirma que lo que no se comparte con el necesitado se roba. San Juan Crisóstomo, por su parte, recuerda que la vida cristiana consiste en «hacerse prójimo» mediante el servicio del cuerpo. El concepto de «kenosis» (vaciamiento voluntario), esencial a la cristología patrística, ofrece una matriz espiritual para comprender la donación como participación en la autodonación de Cristo.

El Crisóstomo escribe: «Si no reconoces a Cristo en el pobre, tampoco lo reconocerás en el altar. (…) Sirve a Cristo con tu cuerpo sirviendo al hermano: con tus pies, corre a los necesitados; con tus manos, brinda ayuda; con tus ojos, observa su sufrimiento; con tu lengua, consuela al afligido». Para el santo es evidente que la vida cristiana consiste entonces en hacerse prójimo mediante el servicio del cuerpo[3].

1.3 Doctrina contemporánea

La consolidación del pensamiento cristiano sobre la donación de órganos se verifica con nitidez a partir del siglo XX.

  • En el ámbito católico, su Magisterio ha sido explícito. Juan Pablo II, en su discurso al Congreso de Trasplantes (2000)[4], calificó la donación como «acto de amor que va más allá de la muerte», mientras que el Catecismo de la Iglesia Católica [n. 2296] afirma su licitud moral, siempre que exista consentimiento libre e informado:
     

El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus legítimos representantes no han dado su consentimiento explícito. Es conforme a la ley moral si los peligros y riesgos físicos y psíquicos que conlleva son proporcionados al bien que se espera obtener del trasplante. La donación de órganos después de la muerte es un acto noble y meritorio y debe ser alentada como expresión de generosa solidaridad. Es ilícito provocar directamente la mutilación de una persona viva o causar su muerte, aunque sea para retrasar la de otras personas.

Este número del Catecismo articula los principios morales esenciales que rigen la ética católica del trasplante de órganos. En él se destacan tres elementos clave:

  1. Consentimiento libre e informado: El acto de donar órganos debe estar basado en la voluntad explícita del donante o de sus legítimos representantes, como garantía del respeto a la dignidad y autonomía de la persona.
  2. Proporcionalidad del riesgo: La intervención médica debe evaluarse éticamente en función de los riesgos asumidos por el donante y del beneficio real para el receptor, conforme al principio del bien proporcionado.
  3. Alabanza del acto post mortem: El Catecismo no solo autoriza la donación después de la muerte, sino que la presenta como un «acto noble y meritorio», enmarcándolo teológicamente como una expresión de caridad solidaria.

Por último, el texto subraya el límite infranqueable de la ética católica: no se puede provocar directamente la muerte ni mutilar a una persona vivacon el fin de obtener beneficios terapéuticos para otros, reafirmando así el respeto absoluto a la vida humana en toda circunstancia.

Las palabras del papa Francisco, en continuidad con esta tradición, recalcan que donar es una forma de «testimonio cristiano»:

La donación significa mirar y más allá de uno mismo, más allá de las necesidades individuales, para favorecer el bien de los demás y de la sociedad entera. Es una expresión de amor generoso que hace posible mirar más allá de la muerte para que la vida prevalezca siempre. […] En este sentido, la donación de órganos no es solo un acto de responsabilidad social, sino también una expresión de testimonio cristiano[5].

  • El Consejo Mundial de Iglesias, en su documento Health and Healing[6], propugna una ética de cuidado basada en la justicia y la compasión, incluyendo la donación como forma de sanación social: «El cuidado del cuerpo herido y la entrega de lo propio para sanar al otro son actos que participan del misterio de la comunión cristiana: cuando el miembro sufre, todo el cuerpo sufre; cuando el miembro sana, toda la comunidad es restaurada»[7].

 

  • La Federación Luterana Mundial sostiene, desde su declaración sobre bioética (2002)[8], que donar órganos es expresión del servicio cristiano al prójimo: «Donar un órgano es una forma concreta de amar al prójimo con el propio cuerpo, de compartir la vida que Dios nos ha confiado, incluso más allá de nuestra muerte»[9].

 

  • La Comunión Anglicana, desde la Conferencia de Lambeth de 1998[10], reafirma su apoyo a esta práctica como coherente con la vida cristiana: «La donación de órganos es un acto de entrega personal y un ministerio hacia los demás, que refleja la compasión de Cristo y el llamado a servir incluso después de la muerte»[11].

 

  • Las Iglesias Ortodoxas, con prudencia, pero sin condena, han aprobado la donación siempre que respete la dignidad del cuerpo y se realice libremente[12]: «La Iglesia Ortodoxa no se opone a la donación de órganos si esta se realiza con el consentimiento libre y consciente del donante, y en un espíritu de amor cristiano hacia los demás. La integridad del cuerpo debe ser respetada, pero el acto de dar vida a otro puede ser considerado una expresión de la enseñanza evangélica»[13]

 

  • Las Iglesias Reformadas, Bautistas y las Alianzas Evangélicas han emitido numerosos documentos en los que se señala que el cuerpo puede ser ofrecido como don, siendo esta una manifestación de la mayordomía cristiana. Así, la Iglesia Reformada en Alemania (Evangelische Kirche in Deutschland – EKD) hizo pública su posición afirmando que «donar órganos puede entenderse como una forma concreta de amor al prójimo y una expresión de responsabilidad cristiana hacia la vida del otro»[14].

 

Por su parte, la Baptist Union of Great Britain manifestó que «la libertad de conciencia y la responsabilidad personal, principios fundamentales del pensamiento bautista, hacen de la donación de órganos una decisión ética válida que puede ser expresión auténtica de fe y mayordomía cristiana»[15]. Y la World Evangelical Alliance (WEA) se pronunció en la misma línea que el resto confesional cristiano al decir: «La donación de órganos se alinea con la ética evangélica de la vida, el sacrificio y el servicio. Siempre que se respete la dignidad humana y la voluntad libre, puede ser considerada una forma de testimonio cristiano»[16].

1.4. La temática en España

Aunque las posiciones oficiales de las confesiones cristianas sobre la donación de órganos han sido objeto de reflexión teológica desde instancias internacionales, su recepción y desarrollo en el contexto español ha seguido una evolución específica, influida por factores culturales, históricos y por el marco legal y social en el que se inserta el fenómeno religioso en el Estado español.

En las últimas décadas, España se ha consolidado como uno de los países líderes a nivel mundial en donación y trasplante de órganos. Esta realidad biomédica ha generado, en paralelo, una necesidad creciente de diálogo entre las instituciones sanitarias y las confesiones religiosas con presencia significativa en el territorio. En este contexto, el abordaje pastoral, doctrinal y educativo sobre la donación de órganos ha sido objeto de trabajo por parte de diversas iglesias, federaciones y comunidades, tanto en términos teológicos como en su proyección social.

Un ejemplo representativo de este diálogo se encuentra en la Guía sobre diversidad religiosa y donación de órganos y tejidos, publicada en 2024 por la Generalitat de Catalunya, el OCATT (Organización Catalana de Trasplantes) y la Dirección General de Asuntos Religiosos[17]. Esta guía, inédita en el ámbito español, recoge de manera sintética el posicionamiento de trece tradiciones religiosas presentes en Catalunya —entre ellas las 
principales confesiones cristianas— respecto a la donación. En ella se constata un alto grado de apertura entre las distintas iglesias cristianas, sin que se observen objeciones doctrinales de fondo, aunque sí matices pastorales, culturales y litúrgicos que requieren una atención particular[18].

A continuación, se examinan los posicionamientos institucionales de las tres principales estructuras confesionales representativas del cristianismo en España: la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE), la Alianza Evangélica Española y la Conferencia Episcopal Española (CEE).

1.4.1. FEREDE: libertad evangélica y servicio a la vida

La Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) representa jurídicamente a una amplia pluralidad de iglesias evangélicas —bautistas, reformadas, pentecostales, congregacionales, entre otras— ante el Estado. Su postura respecto a la donación de órganos es positiva, dentro del marco ético protestante de la libertad de conciencia, la responsabilidad individual y el amor práctico al prójimo, si bien en modo alguno es una posición doctrinal y pastoral representativa de todas las confesiones federadas.

FEREDE no ha emitido una declaración dogmática única sobre la cuestión, en parte también por la diversidad interna de tradiciones que representa, pero ha manifestado en diversos foros públicos y documentos orientativos su apoyo a la donación voluntaria, especialmente cuando se realiza de manera informada y como expresión de generosidad cristiana. En su participación en la Guía sobre diversidad religiosa y donación de órganos, FEREDE subraya que esta práctica es coherente con el testimonio cristiano y puede entenderse como un acto de fe en acción[19].

Además, FEREDE ha participado en actividades de diálogo con la administración pública, apoyando la formación y sensibilización en bioética evangélica, y promoviendo espacios de reflexión sobre el cuidado de la vida desde una perspectiva cristocéntrica y bíblica. El respeto a la decisión personal, la centralidad del amor como principio ético y la sensibilidad pastoral hacia las familias marcan su enfoque.

1.4.2. La Alianza Evangélica Española: la vida como mayordomía cristiana

La Alianza Evangélica Española (AEE), como plataforma interdenominacional que representa una amplia variedad de iglesias y comunidades evangélicas en España, ha expresado una postura teológicamente afirmativa respecto a la donación de órganos, en línea con su comprensión bíblica de la vida como don de Dios y del cuerpo como instrumento de servicio y testimonio cristiano.

Sin embargo, aunque no se trata de una institución confesional con autoridad doctrinal normativa, la AEE ha elaborado y publicado reflexiones éticas que abordan la bioética desde una perspectiva evangélica. En el documento Vida, cuerpo y servicio cristiano: reflexiones éticas actuales (Madrid, 2020), se afirma que la donación de órganos puede y debe entenderse como una forma concreta de amor sacrificial, en continuidad con la enseñanza bíblica de la entrega de uno mismo por el bien del prójimo[20].

En dicho documento, se señala que «la donación de órganos expresa una mayordomía cristiana del cuerpo y una espiritualidad encarnada en el servicio. Si es fruto de una decisión informada, libre y voluntaria, se convierte en testimonio de la fe vivida desde la compasión»[21].

La AEE no impone esta postura como obligatoria para sus miembros, respetando la autonomía eclesial y la libertad de conciencia. No obstante, en sus orientaciones generales anima a los cristianos evangélicos a reflexionar teológicamente sobre la donación como parte del llamado a amar activamente al prójimo, especialmente en contextos de necesidad vital. También como entidad colaboradora habitual con FEREDE y como participante en foros interconfesionales sobre bioética, la AEE se muestra abierta a la cooperación interdenominacional, sin llegar a ampliarlo al ecumenismo, en la promoción de una cultura de la vida basada en el don, la solidaridad y la responsabilidad personal ante Dios y ante la comunidad.

1.4.2. Conferencia Episcopal Española: una doctrina claramente afirmativa

La Conferencia Episcopal Española (CEE), órgano colegiado de los obispos católicos de España, mantiene una postura firmemente afirmativa respecto a la donación de órganos, en continuidad con el Magisterio universal de la Iglesia católica romana. Esta posición se articula teológicamente desde la antropología cristiana, el principio de solidaridad y la ética de la vida.

La CEE asume como propia la enseñanza contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica, que declara: «La donación de órganos después de la muerte es una acción noble y meritoria y debe ser alentada como expresión de solidaridad generosa»[22].

Los obispos españoles han reiterado esta postura en diversos comunicados y documentos pastorales. En 1991, la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida ya expresaba: «Donar los órganos para dar vida a otros es un acto de amor, un testimonio de humanidad, y una manifestación de la fe en la resurrección, no en la conservación material del cuerpo»[23].

Asimismo, representantes de la CEE han participado en campañas institucionales junto al Ministerio de Sanidad o las consejerías autonómicas, promoviendo una cultura del don y animando a los fieles católicos a registrarse como donantes. En documentos recientes sobre bioética y acompañamiento pastoral al final de la vida, la donación se presenta como una obra de misericordia y como una participación en la esperanza pascual, al permitir que de la muerte brote nueva vida.

En el contexto español, por tanto, la Iglesia católica ha mostrado una actitud coherente, proactiva y clara en favor de la donación de órganos, tanto desde el plano doctrinal como desde la acción pastoral y pública.

2. Convergencias ecuménicas en el ámbito español

El contexto religioso español, caracterizado por una diversidad creciente y una cooperación entre iglesias y administraciones públicas consolidada en las últimas décadas democráticas donde ha prevalecido la separación Iglesia católica–Estado conforme a la Constitución nacida de la Transición, ha generado un marco propicio para el desarrollo 
de acciones conjuntas en temas de bioética, entre ellos la donación de órganos y tejidos. Aunque cada confesión mantiene sus particularidades doctrinales, se observa una convergencia significativa entre las distintas iglesias cristianas en cuanto a la legitimidad ética, espiritual y pastoral de la donación, lo que permite hablar de un ecumenismo práctico, basado en la cooperación al servicio de la vida.

Este capítulo expone las líneas de convergencia más relevantes, basadas en documentos, declaraciones y actuaciones institucionales realizadas en España en los últimos años, con atención especial al uso pastoral y educativo de dichas posturas en el diálogo con la sociedad civil y los organismos sanitarios.

2.1 Coincidencias doctrinales y principios compartidos

Las principales confesiones cristianas con representación estructurada en España coinciden en algunos puntos fundamentales, como son:

  • La donación de órganos no contradice la fe cristiana, sino que puede ser una expresión concreta del amor al prójimo.
  • Debe realizarse en condiciones de libertad, consentimiento informado y respeto por la dignidad humana.
  • No existe, en ninguna de estas confesiones, una prohibición teológica ni un principio doctrinal que impida donar órganos post mortem o en vida, cuando esto es éticamente viable.
  • El acto de donar se puede considerar una forma de testimonio evangélico, generosidad cristiana o mayordomía del cuerpo, según los énfasis doctrinales de cada tradición.

Esta base compartida ha permitido la colaboración ecuménica en documentos comunes, como la Guía sobre diversidad religiosa y donación de órganos y tejidos (2024), coordinada por la Generalitat de Catalunya. El hecho de que tanto la Conferencia Episcopal Española (CEE) como la FEREDE y la AEE, así como diversas iglesias evangélicas individuales, hayan participado en la elaboración y validación de este material, es una muestra tangible del ecumenismo operativo existente, al menos en puntos tan conflictivos y candentes como este, en la nación[24].

2.2 Aportes significativos desde las iglesias protestantes y evangélicas

La FEREDE, como estructura de representación de las entidades religiosas evangélicas ante el Estado español, ha afirmado que la donación de órganos, cuando se realiza de forma informada y libre, no solo es compatible con la fe cristiana, sino que puede considerarse una manifestación de amor práctico. La federación no impone un criterio uniforme sobre sus miembros, en virtud de su diversidad denominacional, pero respalda la libertad ética del creyente informando sobre el valor de esta práctica en clave cristiana[25].

También otras entidades como la Unión Evangélica Bautista de España (UEBE) y la FIEIDE participan indirectamente de esta postura, al formar parte del entramado de iglesias integradas en FEREDE, y promover desde sus órganos internos la reflexión sobre bioética y salud. La Alianza Evangélica Española (AEE), por su parte, ha publicado 
reflexiones éticas en las que califica la donación de órganos como un «acto coherente con la ética evangélica de la vida»[26].

Estas expresiones, aunque no sistematizadas en un documento común, muestran una sensibilidad compartida en torno a la donación, donde prevalece el principio de servicio y la responsabilidad cristiana sobre el cuerpo y la comunidad.

2.3 Diálogo y testimonio desde el catolicismo español

La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha sostenido una postura doctrinal firme, clara y sin ambigüedades a favor de la donación de órganos. Esta posición deriva del Magisterio universal, pero ha sido reiterada en documentos específicos, como los emitidos por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, que en 1991 ya señalaba que donar órganos es «un acto de amor y testimonio de fe en la resurrección»[27].

La CEE ha colaborado activamente con instituciones públicas en campañas de sensibilización, y ha animado a sus fieles a inscribirse como donantes, incluyendo esta orientación en charlas diocesanas, catequesis y materiales para agentes de pastoral de la salud. En sus intervenciones más recientes, ha afirmado que donar órganos es una forma de participar en la esperanza pascual[28].

2.4 Horizonte ecuménico operativo

Aunque no existe en España un organismo ecuménico estable, a pesar de la Mesa para el Diálogo, que reúna a todas las confesiones cristianas en torno a la bioética, se constata una práctica ecuménica operativa en el modo en que las distintas confesiones han participado, sin conflictos teológicos, en la promoción de la donación.

Esta convergencia no se ha limitado a un mero acuerdo tácito, sino que se ha traducido en materiales conjuntos, presencia institucional compartida y orientación pastoral convergente, lo que permite afirmar que la donación de órganos representa, en el ámbito español, uno de los campos más maduros del ecumenismo cristiano práctico.

2.5. La Mesa de Diálogo Interconfesional de España: marco actual para una cooperación ecuménica aplicada

El reciente nacimiento de la Mesa de Diálogo Interconfesional de España constituye uno de los hitos más relevantes en la historia del ecumenismo contemporáneo de la nación. Su constitución formal tuvo lugar el 16 de septiembre de 2024, en un acto celebrado en la Catedral del Redentor (IERE) de Madrid, tras un proceso de encuentros preparatorios que se remontan a la celebración conjunta del Día de la Fraternidad Cristiana el 16 de febrero de 2022.

Esta Mesa no es un organismo público ni estatal, ni depende orgánicamente de ninguna estructura gubernamental. Se trata de una iniciativa libre y consensuada entre distintas confesiones cristianas con presencia nacional, que han decidido articular un espacio de diálogo, cooperación y testimonio compartido. Su constitución ha sido respaldada por las respectivas autoridades religiosas, incluida la Conferencia Episcopal 
Española, cuya participación fue aprobada por su Asamblea Plenaria en noviembre de 2023.

El Comunicado Constitutivo, firmado por todas las iglesias participantes, establece que la Mesa tiene como finalidad:

  • Promover el diálogo y la colaboración para el bien común en temas oportunos.
  • Velar por la libertad religiosa de los creyentes.
  • Aportar valores evangélicos a la sociedad, poniendo de relieve la capacidad de la fe cristiana para construir puentes.

Estas metas se concretan en prácticas como el diálogo institucional respetuoso, el intercambio de recursos doctrinales y pastorales, y, especialmente, la cooperación conjunta en áreas de interés común, definida así en su artículo tercero: «La cooperación conjunta en áreas de interés común y en iniciativas o proyectos que permitan a sus miembros dar un testimonio común de servicio a la sociedad»[29].

Este marco deja abierta, de manera explícita, la posibilidad de incorporar nuevas iniciativas compartidas, entre ellas aquellas vinculadas a la bioética cristiana y, en particular, a la donación de órganos, aunque esta temática no esté aún contemplada como área prioritaria en su funcionamiento.

Teniendo en cuenta la convergencia doctrinal ya documentada en torno a la donación entre las confesiones firmantes de la Mesa —incluidas la Iglesia Católica, FEREDE, la IERE, la Iglesia Ortodoxa Rumana, el Patriarcado de Constantinopla, la Iglesia Evangélica Española y la Iglesia Anglicana (Diócesis de Europa)—, no parece forzado considerar que un futuro grupo de trabajo temático o declaración común sobre el valor cristiano de la donación de órganos pueda surgir legítimamente en este ámbito.

Este espacio de diálogo, aun haciéndose, pero ya estructurado, representa hoy la plataforma más adecuada en el ámbito eclesial español para promover un testimonio ecuménico común sobre temas tan sensibles como la entrega del cuerpo, el valor de la vida, el servicio al prójimo y la sanación comunitaria.

Su composición, que incluye tradiciones católicas, protestantes, ortodoxas, anglicanas y orientales, y la voluntad expresa de servicio público desde la unidad, hacen de la Mesa una oportunidad privilegiada para articular una acción ecuménica aplicada en el ámbito de la donación de órganos y tejidos, sin que ello suponga renunciar a la identidad teológica de cada confesión.

Aunque la temática de la bioética y, en concreto, de la donación de órganos y tejidos, no aparece explícitamente en sus actuales normas de funcionamiento, el artículo 3 de su marco de actuación abre una vía significativa, como quedó expresado con anterioridad.

Esta cláusula permite, en términos prácticos, abrir la puerta a que la Mesa acoja propuestas de acción en el ámbito de la salud, la justicia sanitaria y la donación de órganos, siempre que se encuadren como expresión de testimonio social y servicio comunitario compartido.

Por tanto, aunque la Mesa no haya abordado todavía esta cuestión de forma específica, el marco jurídico y operativo lo permite, y haría posible:

  • La inclusión de la donación de órganos como tema de trabajo futuro, dentro de un plan de acción sobre salud, ética o servicio social.
  • La creación de un grupo de trabajo específico o de una subcomisión temática, promovida por algunas de las confesiones que ya han trabajado esta cuestión (CEE, FEREDE, AEE, IEE; IERE, UEBE, FIEIDE, etc.).
  • La elaboración de un documento conjunto de principios éticos cristianos sobre la donación, que pueda ser compartido con instituciones sanitarias como la ONT (Organización Nacional de Trasplantes).

En caso de que esta posibilidad no se concretara dentro de la estructura de la Mesa, otra vía viable sería la constitución de un Consejo Cristiano Interconfesional para la Bioética y el Don, coordinado por iniciativa de las propias confesiones y con vocación de cooperación, sin depender orgánicamente de la Mesa pero articulándose con ella.

Esta propuesta tendría la ventaja de centrarse en la dimensión específicamente cristiana y teológica del problema, promoviendo el diálogo intraeclesial sobre los fundamentos doctrinales y pastorales de la donación, sin excluir la posterior apertura al diálogo interreligioso más amplio.

En cualquier caso, tanto desde dentro de la actual Mesa de Diálogo Interconfesional como desde una plataforma cristiana complementaria, la situación actual ofrece una oportunidad histórica para convertir la convergencia doctrinal en acción concreta, y para dar un testimonio cristiano público y plural, en una materia en la que el amor encarnado y la vida compartida constituyen un mensaje coherente y creíble para la sociedad.

Por todo ello, me permito presentar públicamente, en el marco de este trabajo académico, una propuesta formal de iniciativa ante la Mesa de Diálogo Interconfesional de España, acompañada —como Anexo [2]— de un modelo de documento ecuménico compartido sobre la donación de órganos. Lo hago en calidad de propuesta concreta que asume el espíritu del concilio Vaticano II y se inscribe en el nuevo paradigma de sinodalidad eclesial, en el que ambos nos invitan a participar activamente, también mediante iniciativas, como miembros del Pueblo de Dios, en virtud de nuestro bautismo, con los deberes y derechos que ello conlleva y que de esta manera ejercito.

Título de la propuesta: 

Donar vida, testimoniar esperanza: propuesta de acción ecuménica 

sobre la donación de órganos

Marco general:

En consonancia con el artículo 3 de las Normas de funcionamiento de la Mesa de Diálogo Interconfesional de España, que prevé «la cooperación conjunta en áreas de interés común y en iniciativas que permitan a sus miembros dar un testimonio común de servicio a la sociedad», se presenta esta propuesta con el fin de:

  • Promover una reflexión ecuménica compartida sobre el valor cristiano de la donación de órganos.
  • Expresar, desde la pluralidad confesional cristiana, una voz pública común que reafirme el valor de la vida, del cuerpo y del don.
  • Animar a las comunidades cristianas de España a desarrollar acciones pastorales y formativas que favorezcan la cultura del don y la solidaridad.
  • Visibilizar el compromiso de las iglesias con una ética del cuidado, la compasión y la esperanza.

Objetivos concretos:

  • Crear un Grupo de Trabajo Ecuménico sobre Bioética y Donación, en el marco de la Mesa, con miembros representantes de las distintas confesiones.
  • Redactar, discutir y consensuar un Documento ecuménico compartido sobre la donación de órganos, como fruto de este grupo.
  • Difundir el documento, una vez aprobado, a través de las iglesias, plataformas sanitarias, medios cristianos y redes sociales.
  • Promover jornadas de formación, oración y reflexión conjunta en torno a la donación, en el marco de la Semana por la Unidad de los Cristianos, el Día Mundial del Donante o el Día de la Fraternidad.

Justificación teológica y pastoral:

Las confesiones cristianas presentes en España han expresado, por separado, su apoyo a la donación de órganos como un acto ético, evangélico y coherente con la fe cristiana. Existen declaraciones del Magisterio católico, de la FEREDE, de la Alianza Evangélica Española, de la Comunión Anglicana y de iglesias ortodoxas en este sentido.

La creación de un documento conjunto:

  • No pretende uniformizar la doctrina, sino dar visibilidad a una convicción compartida.
  • Ayudará a combatir mitos y resistencias que aún persisten en parte del pueblo cristiano.
  • Será una contribución concreta y profética al bien común, y una forma creíble de testimonio público en nombre de Cristo.

Anexo: Borrador de documento ecuménico compartido

Documento ecuménico preliminar sobre la donación de órganos

«Donar vida, testimoniar esperanza»

1. Introducción

Nosotras, las iglesias cristianas firmantes, reunidas en el marco de la Mesa de Diálogo Interconfesional de España, queremos expresar de manera conjunta nuestra convicción común sobre el valor humano, espiritual y cristiano de la donación voluntaria de órganos y tejidos como expresión concreta del amor al prójimo, de la esperanza en la vida y del testimonio de nuestra fe en Jesucristo.
 

2. Principios teológicos compartidos

Desde nuestras diversas tradiciones cristianas, reconocemos que:

  • La vida humana es un don de Dios, y el cuerpo humano, templo del Espíritu Santo, está llamado a ser instrumento de servicio y entrega.
  • La donación de órganos es un acto libre de generosidad, que puede prolongar la vida de otros, sanar cuerpos heridos y sostener familias enteras.
  • Donar, incluso después de la muerte, es una forma concreta de caridad evangélica, de compasión y de mayordomía cristiana del cuerpo.
  • La fe en la resurrección no impide, sino que sostiene el valor de entregar el cuerpo como semilla de vida para otros.
  • Ninguna de nuestras confesiones se opone doctrinalmente a la donación, siempre que se realice con libertad, consentimiento informado y respeto por la dignidad humana.

3. Llamamiento pastoral

Desde esta convicción, animamos a nuestras comunidades a:

  • Informarse adecuadamente sobre la donación de órganos y sus implicaciones médicas, éticas y legales.
  • Reflexionar teológicamente sobre esta práctica como signo de fe y testimonio cristiano.
  • Acompañar con cuidado pastoral a quienes toman decisiones en este ámbito, tanto en vida como tras la muerte de seres queridos.
  • Participar, según las posibilidades de cada comunidad, en iniciativas sociales, campañas y jornadas de sensibilización.

4. Testimonio conjunto

Desde nuestra fe común en Jesucristo, que dio su vida por todos, queremos afirmar que: Donar es un acto de esperanza. Donar es una forma de amar. Donar es un testimonio de vida.

5. Conclusión

Elevamos nuestra gratitud a Dios por permitirnos encontrar en esta cuestión una puerta de unidad, de servicio común y de anuncio de la vida, y nos comprometemos a seguir trabajando, desde nuestras diferencias y coincidencias, por un mundo donde el don, la compasión y la justicia encarnen el mensaje del Evangelio.

3. Posiciones confesionales y convergencias ecuménicas

La convergencia doctrinal entre las diversas confesiones cristianas en torno a la donación de órganos resulta notable. No se trata de uniformidad conceptual, sino de un núcleo ético compartido que permite avanzar en el testimonio común.

La Iglesia católica, el Consejo Mundial de Iglesias, la Federación Luterana Mundial, la Comunión Anglicana, los patriarcados ortodoxos, así como diversas comuniones 
reformadas y alianzas evangélicas, han afirmado la legitimidad de la donación de órganos como expresión de la caridad cristiana. Las diferencias se manifiestan en cuestiones secundarias (rituales, expresiones litúrgicas, formas de acompañamiento pastoral), pero no en el núcleo moral.

Esta convergencia representa una oportunidad providencial para avanzar hacia una praxis ecuménica del cuidado, que trascienda las fronteras doctrinales sin disolver las identidades particulares.

4. Retos pastorales y obstáculos culturales

Pese al amplio consenso doctrinal, la aceptación práctica de la donación sigue enfrentando obstáculos considerables. Diversos estudios indican que entre el 2% y el 8% de las negativas familiares a donar órganos invocan razones religiosas. La cifra, aunque no mayoritaria, revela la persistencia de resistencias que conviene abordar con profundidad.

Entre los factores más frecuentes se identifican:

  • El desconocimiento de la posición oficial de la propia confesión.
  • Temores escatológicos mal comprendidos, como la necesidad de conservar el cuerpo “íntegro” para la resurrección.
  • Barreras lingüísticas o culturales que impiden acceder a información veraz.
  • Desconfianza hacia las instituciones médicas, en particular en contextos vulnerables.
  • Falta de formación de líderes religiosos para orientar a las familias en momentos críticos.

Superar estos obstáculos requiere un trabajo teológico y pastoral articulado, que combine claridad doctrinal, acompañamiento afectivo y colaboración con los sistemas sanitarios.

5. El caso catalán: fe y tejido social

En Catalunya, una iniciativa conjunta entre la Conselleria de Salut, la Dirección General de Asuntos Religiosos y la Organización Catalana de Trasplantes (OCATT) ha desarrollado una experiencia notable de diálogo y colaboración. Como narra la investigadora y periodista Miriam Díez en su artículo «Fe en los tejidos» (El Nacional.cat, 1 de junio de 2025), más de 50 entidades religiosas y culturales han participado activamente en campañas de sensibilización, formación y distribución de materiales sobre la donación de órganos.

Díez subraya que, aunque ninguna confesión cristiana relevante se opone doctrinalmente a la donación, sigue existiendo una distancia entre la doctrina y la percepción popular. La guía elaborada por OCATT y la DGAR, distribuida a más de 2.000 entidades religiosas, ofrece una herramienta concreta para cerrar esta brecha. El enfoque multilingüe, intercultural y respetuoso con las tradiciones litúrgicas demuestra que es posible un diálogo eficaz entre fe y biomedicina.


6. Propuestas ecuménicas para una cultura cristiana de la donación

A partir del consenso doctrinal y las experiencias positivas como la catalana, se pueden esbozar varias líneas de acción ecuménica:

  • Creación de comisiones mixtas (teológicas y sanitarias) para elaborar materiales pastorales y éticos sobre la donación.
  • Celebración de jornadas ecuménicas centradas en el don de la vida y la generosidad corporal.
  • Integración del tema en la formación teológica de seminarios y facultades.
  • Participación activa en campañas públicas, ofreciendo el testimonio de líderes religiosos y comunidades creyentes.

Estas iniciativas no suponen un sincretismo doctrinal, sino un testimonio de la fe cristiana compartida, vivida en el amor y el servicio concreto.

6. Conclusión

La donación de órganos, más que un gesto técnico, es una forma contemporánea de santidad cotidiana. Las iglesias cristianas, en su diversidad, reconocen este acto como coherente con la Palabra. No basta, sin embargo, con declaraciones; es necesario acompañar, formar y testimoniar. El caso catalán demuestra que la articulación entre instituciones públicas y comunidades de fe es no solo posible, sino fecunda.

El ecumenismo práctico —aquel que se concreta en el servicio a la vida— halla en la cultura de la donación un campo privilegiado de acción común. Desde el corazón del Evangelio, las confesiones cristianas están llamadas a proclamar, con palabras y obras, que dar vida es el más alto testimonio de la fe.

Documentos

Documentos eclesiales

—Catecismo de la Iglesia Católica, Libreria Editrice Vaticana, 1997.

—Juan Pablo II. Discurso al Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes, 29 de agosto de 2000.

—Consejo Mundial de Iglesias. Health and Healing. Ginebra: CMI, 2003.

—Federación Luterana Mundial. Bioethics: Christian Perspectives and Practices. Ginebra: FLM, 2002.

—Lambeth Conference. Resolutions 1998. Londres: Anglican Communion Office.

—Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Statement on Organ Donation, 2006.

—Alianza Evangélica Mundial. Guidelines on Christian Stewardship and Organ Donation, 2011.

—Alianza Evangélica Española. Vida, cuerpo y servicio cristiano: reflexiones éticas actuales. Madrid: AEE, 2020.

Documentos institucionales

—Generalitat de Catalunya – OCATT y DGAR. Guia sobre diversitat religiosa i donació d’òrgans i teixits. Barcelona, 2024.

—Conselleria de Salut y Justícia. Material divulgativo sobre donació i religions, Generalitat de Catalunya, 2024–2025.

Alianza Evangélica Española (AEE)

Vida, cuerpo y servicio cristiano: reflexiones éticas actuales, 2020

Texto breve pero claro que defiende la donación de órganos como una práctica compatible con la fe evangélica y coherente con la ética del servicio.

Conferencia Episcopal Española (CEE)

Reflexiones sobre la donación de órganos en clave cristiana, Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, 1991.

Posicionamiento doctrinal claro de la Iglesia Católica en España a favor de la donación, como acto de caridad y fe en la resurrección.

Orientaciones pastorales sobre la atención a los enfermos y el final de la vida. Conferencia Episcopal Española, 2012

Incluye una perspectiva teológica y pastoral del cuidado del cuerpo, la vida y la esperanza cristiana. La donación de órganos se presenta como una obra de misericordia.

Documentos complementarios internacionales (de referencia para España)

Catecismo de la Iglesia Católica. Ver n. 2296 (donación de órganos).

Resolución I.14 – Lambeth Conference 1998 (Comunión Anglicana). Sobre la donación de órganos como acto cristiano de entrega.

NOTAS

[1] Díez Bosch, Míriam, «Fe en los tejidos». El Nacional.cat, 1 de junio de 2025.

[2] San Basilio de Cesárea, Homilía contra los ricos. Homilía sobre la avaricia. Traducción, introducción y notas de Carmen Codoñer Merino, Ciudad Nueva, Madrid: 1994. (Colección Padres de la Iglesia, nº 25).

[3] Juan Crisóstomo (1955), Homilías sobre el Evangelio de san Mateo (Hom. 50, 3–4). En A. Orbe (Ed.), Obras selectas (BAC 107). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

[4] Juan Pablo II. (2000). Discurso a los participantes en el Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes, 29 de agosto de 2000. Acta Apostolicae Sedis, 92, 822–825.

[5] Papa Francisco, (2019, 13 abril). Discurso a los miembros de la Asociación Italiana de Donantes de Órganos (AIDO).

[6] Consejo Mundial de Iglesias. Salud y curación: el ministerio de sanación y salud de la Iglesia, Publicaciones del CMI, Ginebra: 1990. Si bien el documento base se publicó en 1990, la temática «Health and Healing» ha continuado siendo desarrollada en los informes del programa «Ecumenical Health and Healing Network» y en documentos relacionados con la bioética, la donación y el acceso a la salud como derecho humano.

[7] Consejo Mundial de Iglesias. (1990). Health and Healing: The Church’s Ministry of Healing and Health, WCC Publications, Ginebra: p. 42. Traducción propia desde la edición en inglés.

[8] Federación Luterana Mundial, A Lutheran Theology of Human Rights and Bioethics: Christian Perspectives and Practices (Ginebra: FLM, 2002). Aunque no existe un único documento con ese título oficial ampliamente difundido bajo formato de libro o declaración dogmática, esta formulación corresponde a los materiales bioéticos producidos por el Department for Theology and Studies de la FLM a comienzos de los años 2000, algunos de los cuales se compilan bajo informes o documentos de consulta interna.

[9] Federación Luterana Mundial. (2002). Bioethics: Christian Perspectives and Practices. Ginebra: FLM, p. 57. Traducción libre desde la edición en inglés.

[10] Lambeth Conference. The Official Report of the Lambeth Conference 1998. Edited by Mark Dyer, Morehouse Publishing / Anglican Communion Office, London: 1999.; «The Conference encourages organ donation as a means of self-giving and ministry to others, and urges each province to promote education and pastoral guidance on this issue».  (Lambeth Resolution I.14). Traducción libre: «La Conferencia alienta la donación de órganos como una forma de entrega personal y de servicio al prójimo, e insta a cada provincia a promover la educación y la orientación pastoral sobre esta cuestión». 

[11] Lambeth Conference. (1999). The Official Report of the Lambeth Conference 1998. Anglican Communion Office, Resolución I.14.

Traducción libre del texto oficial en inglés: «Organ donation is encouraged as a means of self-giving and ministry to others».

[12] Greek Orthodox Archdiocese of America.The Donation of Organs: A Statement from the Greek Orthodox Church, Department of Inter–Orthodox, Ecumenical and Interfaith Relations, New York: 2001.

[13] Organ and Tissue Donation and Transplantation, publicado por el Departamento de Relaciones Inter–Ortodoxas, Ecuménicas e Interreligiosas de la Arquidiócesis Ortodoxa Griega de América, que depende del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. El documento fue redactado y difundido en 2001 como parte de su orientación pastoral y ética sobre temas de bioética contemporánea. Aunque no se trata de un número específico dentro de un compendio doctrinal numerado (como el Catecismo católico), la frase pertenece al texto general de esta declaración.

[14] Cf. Responsabilidad cristiana en cuestiones médicas y éticas: Declaración sobre la donación de órganos, EKD, Hannover: 1999.

[15] Baptist Union of Great Britain, Faith in Healthcare: Baptist Principles and Organ Donation. Didcot: Baptist Union Publications, 2004.

[16] World Evangelical Alliance. (2011). Guidelines for Christian Engagement in Bioethical Issues, WEA Publications, Bonn.

[17] Generalitat de Catalunya, Direcció General d’Afers Religiosos & Organització Catalana de Trasplantaments (OCATT). (2024). Guia sobre diversitat religiosa i donació d’òrgans i teixits. Barcelona: Generalitat de Catalunya.

[18] Ibíd.

[19] Ibid., p. 28: «FEREDE considera que la donación de órganos, hecha con consentimiento libre e informado, es coherente con la vivencia de la fe cristiana como amor al prójimo».

[20] Alianza Evangélica Española. Vida, cuerpo y servicio cristiano: reflexiones éticas actuales. AEE, Madrid: 2020.

[21] Ibid., p. 6.

[22] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2296. Librería Editrice Vaticana, 1997.

[23] Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, Reflexiones sobre la donación de órganos en clave cristiana, Conferencia Episcopal Española, Madrid: 1991, p. 5.

[24] Generalitat de Catalunya – OCATT – Direcció General d’Afers Religiosos. Guia sobre diversitat religiosa i donació d’òrgans i teixits, Generalitat de Catalunya, Barcelona: 2024.

[25] FEREDE. Participación institucional en la Guia sobre diversitat religiosa i donació d’òrgans i teixits, op. cit., p. 28.

[26] Alianza Evangélica Española. Vida, cuerpo y servicio cristiano: reflexiones éticas actuales, AEE, Madrid: 2020.

[27] Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida. Reflexiones sobre la donación de órganos en clave cristiana. Madrid: Conferencia Episcopal Española, 1991, p. 5.

[28] Conferencia Episcopal Española. Orientaciones pastorales sobre la atención a los enfermos y el final de la vida, CEE, Madrid: 2012.

[29] Mesa de Diálogo Interconfesional de España. Normas de funcionamiento. Comunicado oficial firmado el 16 de septiembre de 2024, Catedral del Redentor (IERE), Madrid.

Juan G. Biedma, ecumenista

SOÑAR LA UNIDAD: ¿QUÉ CAMINOS TOMAR?
XXXIII ENCUENTRO ECUMÉNICO DE EL ESPINAR
30 junio / 04 julio 2025

Resumen

 

El XXXIII Encuentro Ecuménico de El Espinar, bajo el lema Soñar la unidad: ¿Qué caminos tomar?, ofrece una reflexión profunda y comprometida sobre el desafío actual de la unidad cristiana. La experiencia ecuménica, nacida como semilla de fraternidad en los años setenta–ochenta, se presenta hoy como una respuesta profética a la fragmentación eclesial y a la cultura de la división.

Lejos de entender la unidad como uniformidad, se reivindica un modelo de comunión polifónica, inspirado en la Trinidad y cimentado en el diálogo sincero, la reconciliación paciente, la sinodalidad concreta y la espiritualidad compartida. Se subraya que soñar la unidad no es utopía ingenua ni romanticismo teológico, sino fidelidad al mandato de Cristo y esperanza activa en el Espíritu.

El texto invita a formar cristianos ecuménicos de base, capaces de habitar este sueño con responsabilidad histórica, sensibilidad espiritual y compromiso existencial, proclamando que cada pequeño paso dado en favor de la unidad es ya semilla de comunión futura, bajo la promesa que no defrauda: «Habrá un solo rebaño y un solo pastor»[i].

 

Líneas Maestras

  • Unidad como mandato evangélico: la unidad cristiana no es opcional, sino exigencia intrínseca e imperiosa del Evangelio.
  • Memoria viva de los Encuentros de El Espinar: testimonio profético de convivencia ecuménica desde su origen y desde la base creyente.
  • Soñar la unidad, vivir la unidad: superar el ecumenismo teórico mediante el testimonio cotidiano.
  • Conversión interior y reconciliación histórica: condiciones indispensables para un ecumenismo real, visible.
  • Eclesiología de comunión: modelo de unidad no uniformadora sino polifónica, reflejo de la Trinidad.
  • Diálogo teológico y sinodalidad: como métodos para caminar juntos hacia una unidad visible.
  • Ecumenismo de base y espiritualidad compartida: prioridad al «pueblo fiel» como sujeto de la unidad.
  • Teología del «nosotros»: superar el individualismo eclesial mediante una comprensión relacional de la fe.
  • Unidad como testimonio creíble: respuesta necesaria ante un mundo fragmentado y secularizado.
  • Esperanza escatológica: la promesa de la unidad como horizonte de fe y motor de compromiso.

Términos Clave

  • Unidad
  • Ecumenismo
  • Conversión
  • Reconciliación
  • Sinodalidad
  • Diálogo ecuménico
  • Eclesiología
  • Espíritu Santo
  • Comunión
  • Testimonio
  • Renovación
  • Reconciliación
  • Koinonía
  • Unidad polifónica
  • Sinodalidad

INTRODUCCIÓN

 

1. Encuentros Ecuménicos de El Espinar: Memoria Viva de la «Unidad en Camino»

 

«Soñar la unidad: ¿Qué caminos tomar?» es el lema elegido para la trigésimo tercera edición del Encuentro Ecuménico de El Espinar, que se celebrará del 30 de junio al 4 de julio de 2025. En esta ocasión, como en algunas otras anteriores, el encuentro se traslada de su sede original en la localidad segoviana de El Espinar —donde germinó y floreció por décadas como referente del ecumenismo ibérico— a la vecina San Lorenzo de El Escorial, en la Comunidad de Madrid. Este cambio geográfico, lejos de ser meramente logístico, puede interpretarse como símbolo del dinamismo de un movimiento que, sin anclarse en un lugar, desea expandir sus horizontes, irradiar su esperanza y reformular constantemente sus itinerarios y quehacer ecuménicos.

Los Encuentros Ecuménicos de El Espinar nacen como un gesto profético y fraterno de cristianos pertenecientes a distintas confesiones —católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes históricos— que, desde finales de los años ochenta, decidieron traducir el anhelo de unidad en experiencia concreta de convivencia, diálogo y oración. A título personal, y movidos por la urgencia del Evangelio de la unidad[ii], pusieron en marcha una plataforma ecuménica que, más allá de los formalismos institucionales, buscaba encarnar el ecumenismo cotidiano y espiritual «desde abajo», en un clima de fraternidad y compromiso mutuo.

 

2. Raíces Históricas y Sentido Originario

 

La primera edición tuvo lugar del 3 al 8 de septiembre de 1990 en la Residencia Nazaret de El Espinar (Segovia), impulsada por miembros de la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Evangélica Española, la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE) (siempre se ha lamentado la ausencia de las iglesias evangélicas españolas) y la Iglesia Ortodoxa Rumana en España. Entre sus promotores el presbítero de la IERE Antonio Andrés Puchades, describía en Pastoral Ecuménica[iii] los orígenes y la finalidad de los encuentros con una claridad que no ha perdido actualidad. En sus propias palabras:

El ecumenismo actual es consecuencia de la cultura de nuestro tiempo o, al menos, de cierta cultura que pretende que los hombres vivan en un mundo más humano y solidario… La Iglesia “gueto” es una negación de sí misma y de su misión en el mundo.

Puchades, en su trabajo, propone sustituir la lógica del enfrentamiento por una disposición al diálogo sincero, entendido no solo como intercambio de argumentos, sino como acto de hospitalidad espiritual, por lo que sugiere que «a veces es más conveniente emplear la palabra “conversar” que “dialogar”», porque evoca una amistad que entrecruza creencias y se enriquece en la escucha mutua. En consonancia con este espíritu nacen los Encuentros de El Espinar, cuya intención y finalidad nunca ha sido ocultada: vivir una convivencia fraterna, escuchar y decir lo que pueda ser edificante para todos, y así, sembrar juntos los primeros pasos —aunque por pequeños parezcan insignificantes— hacia la unidad visible de la Iglesia.

 

3. Estructura, Contenidos y Actualidad

 

A lo largo de más de tres décadas, los Encuentros se han mantenido con una notable continuidad. Aunque el grupo fue en otro tiempo más numeroso, hoy reúne solo a unas cuarenta y cinco personas más o menos, llegadas desde distintos lugares de España, y con perfiles diversos: sacerdotes, pastores, religiosas, laicos comprometidos, matrimonios, jóvenes y mayores. Pero todos compartiendo una convicción muy arraigada: que la unidad no es un ideal utópico ni un espejismo de soñadores ingenuos, sino una tarea espiritual y comunitaria, forjada en la fragua humilde del sol del amor cotidiano, alimentada por la lluvia de la oración compartida y sostenida por el viento del diálogo perseverante. Una unidad que nace como una semilla de sésamo, pequeña a los ojos del mundo, incluso para las mismas iglesias, casi imperceptible, pero portadora de una fuerza capaz de mover montañas si cae en tierra buena, esa tierra dispuesta por el Espíritu Santo, tierra que es el corazón de los creyentes que se atreven a confiar; corazones que han sido 
arados por la herida de la división y abonados por la sed de reconciliación, de transformación.

Sí, el sencillo ecumenismo de base desplegado en los Encuentros, que no representan la oficialidad institucional de los diversos cristianos participantes, es una semilla sembrada en campo fértil, bañada bajo un sol de esperanza y acariciada por la suave lluvia y el viento propicio, ese viento que no es otro que el aliento del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y cuando quiere[iv], pero que jamás deja sin respuesta a los que claman: «Que todos sean uno para que el mundo crea»

Y aunque el camino sea largo y no siempre recto, aunque las piedras parezcan más numerosas que los brotes, los cristianos ecuménicos siguen sembrando, porque creen con firmeza, sin dejar de ser consciente de la realidad de división, que un día brotará el árbol de la comunión, cuyas ramas darán cobijo a todos los que invocan el nombre del Señor, y sus raíces beberán de la única fuente que no divide, la del Evangelio de Dios, por fin vivido, compartido y celebrado juntos.

Los Encuentros, en cada edición, se combinan espacios de formación teológica, actualización ecuménica, talleres de buenas prácticas, testimonios de vida, celebraciones comunes y como no intensos momentos de oración profunda, vital. Los participantes intercambian experiencias, comparten dificultades y celebran avances, dando lugar a lo que muchos llaman ya una «gran familia ecuménica», testimonio vivo de lo que el Espíritu realiza allí donde se le permite actuar. 

Puedo dar testimonio de ello, no como mero espectador, sino como peregrino implicado en este camino de comunión, pues han sido ya varios los años en que he tenido la gracia de participar en estos Encuentros, acompañando a quien fue para mí maestro, guía y padre espiritual en el ecumenismo, don Julián García Hernando. Y también puedo afirmar de don Julián, sin caer en el panegírico fácil, que su palabra encendía conciencias, su silencio abrazaba diferencias, y su fe —honda, humilde, dialogante— fue para mí y para muchos otros el umbral por donde comenzar a soñar, con los ojos bien abiertos, una Iglesia más fraterna, más orante, más unida: solo una Iglesia ecuménica merece la pena ser soñada.

 

UNA ECLESIOLOGÍA ENCARNADA Y EN GESTACIÓN 

 

Los Encuentros de El Espinar son, en palabras de sus promotores, «la prehistoria de la unidad». Con realismo y humildad reconocen que las estructuras no cambian fácilmente, ni siquiera los corazones. Pero también saben que todo proceso esencial comienza por pequeños gestos: un diálogo sincero, una oración compartida, una comida en común, un abrirse sincero. La fe que los sostiene es que el Espíritu de Dios aún tiene sorpresas que ofrecer a quienes se dejan guiar y amar.

Por eso, quienes los animan insisten en que no se trata de especialistas ni de jerarquías, sino de creyentes sencillos de base, animados por la sed de unidad y la convicción de que el Evangelio, vivido en fraternidad, puede transformar el mundo. Estos encuentros —auténticos espacios ecuménicos de comunión, discernimiento y testimonio— son una 
contribución significativa a la unidad visible de la Iglesia, ya no como utopía, sino como gracia anticipada y esperanza activa.

La edición de 2025 nos invita a detenernos ante una pregunta tan sugerente como desafiante: ¿Soñar la unidad?

Para el cristiano verdaderamente comprometido con el ecumenismo, esta experiencia de soñar la unidad no constituye una evasión irreal, sino una necesidad interior, urgente y profética. Soñar la unidad es, en efecto, un ejercicio espiritual que no nace del capricho o del voluntarismo, sino de la fidelidad a Aquel que la soñó primero: Jesús de Nazaret. En el clímax de su despedida —un momento marcado por el dramatismo del abandono y por la densidad mistérica de la revelación última— Jesús dirige al Padre una súplica cargada de esperanza escatológica y de realismo trinitario: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti…»[v]. No se trata solo de una oración; es un testamento espiritual, una profecía aún no cumplida, una utopía con vocación de realidad histórica, un deseo realizable en el kairós divino, en definitiva, una exposición trinitaria en la que la comunión, la koinonía, aparece como elemento unitivo con el Dios trino. Las iglesias, los cristianos, sin unidad, no pueden reflejar nada más que un pálido rostro tanto del Evangelio de Jesús como del Dios trinitario revelado en las Sagradas Escrituras. Ahí radica su importancia vital, suprema, imperiosa, agónica diría.

Soñar la unidad no es, por tanto, ingenuidad ni evasión onírica hacia utopías irrealizables. Tampoco constituye —como algunos, sin el menor rigor ni caridad cristiana insinúan— una mera distracción pastoral, un juego retórico o una estrategia camuflada para imponer una única forma de Iglesia, al estilo de un «Gran Hermano» eclesial. Hay quienes, movidos por prejuicios históricos o por una apologética trasnochada y vana, sospechan en el ecumenismo una maniobra subrepticia orientada a absorber a las demás confesiones en una supuesta «vuelta al redil romano». Pero semejante lectura está profundamente errada, tanto en su diagnóstico teológico como en su ética interpretativa.

Soñar la unidad es, ante todo, participar activamente en el deseo mismo de Jesucristo. Un deseo que no es ajeno a su humanidad, sino que la plenifica, pues en él resuena también el anhelo más profundo del corazón humano: vivir reconciliado, vivir en comunión. Jesús desea la unidad porque es verdaderamente hombre, y como tal, asume y redime el deseo de unidad inscrito en el corazón de todo ser humano. Pero ese deseo no se agota en una aspiración antropológica: es, a la vez, el reflejo de la comunión trinitaria, a la que todos estamos llamados a participar y dar presencia más allá, superando lo que el papa Francisco definía como autorreferencialidad, es decir, vencer el temor y al mismo tiempo el placer de vivir aislados, con los nuestros, sin tener que contaminarnos ni con otros ni con los caminos que conducen a los otros[vi]. En diversas ocasiones, el papa Francisco ha advertido contra esta actitud que Pedro simboliza en la escena: 

No podemos quedarnos en el monte y no podemos vivir en una tienda, por más hermosa que sea, sino que estamos llamados a bajar del monte, volver al llano, a encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas inmersos en el trabajo y en las dificultades de la vida cotidiana[vii].
 

Y en otra ocasión: 

El deseo de Pedro de hacer tres tiendas expresa la tentación de quedarse en ese momento extático. Pero Jesús nos llama a bajar del monte para seguir caminando con Él[viii].

Pero antes de formular los caminos (complejos y difíciles sin duda) para soñar la unidad de las Iglesias, me atrevo a formular una cuestión preliminar: ¿quién sueña la unidad? En otras palabras: antes de soñar la unidad eclesial, ¿no hemos de soñar —o despertar— al sujeto ecuménico, a ese cristiano que trasciende las fronteras confesionales impuestas por la historia, la geografía, la cultura e incluso la propia confesión? No basta con desear estructuras y diversidades reconciliadas: se necesitan creyentes capaces de habitar ese sueño con inteligencia teológica, sensibilidad espiritual y responsabilidad histórica.

 

¿QUÉ SIGNIFICA SER UN CRISTIANO ECUMÉNICO?

 

Ser cristiano ecuménico, según mi opinión, es, ante todo, ser un creyente enraizado en la propia tradición confesional, pero a la vez radicalmente abierto a reconocer la obra del Espíritu Santo más allá de los límites visibles de su comunidad, de su tienda o espacio propio. No es en modo alguno una «identidad híbrida» ni una ambigüedad doctrinal, sino una vocación específica: la de vivir la fe como lugar de encuentro, de mediación y de reconciliación.

El cristiano ecuménico no renuncia a su identidad; por el contrario, la profundiza desde una clave eminentemente relacional: se sabe miembro de un Cuerpo que desborda los límites de su confesión particular y que no se agota en su Iglesia específica, sino que se hace presente —por la acción del Espíritu— en todas aquellas realidades eclesiales que, con fe sincera, confiesan, celebran y sirven al Señor, Crucificado, Muerto y Resucitado, Revelador del Padre y principio y fin de comunión.

Para él, esta convicción no es cuestión menor ni «teología de tercera clase», sino un eje vertebrador de su fe eclesial como resultado de su opción fundamental por Cristo a través de su conversión personal. La doctrina de la subsistencia de la Iglesia de Cristo —tal como fue formulada por el concilio Vaticano II—, lejos de conducir a un exclusivismo triunfalista, impulsa a reconocer con humildad la presencia activa del Espíritu en otras iglesias y comunidades eclesiales. Ser católico, en sentido pleno, no consiste en encerrarse en la autorreferencialidad institucional, sino en comprender que la catolicidad se realiza en apertura, no en clausura. Al igual, el hecho de pertenencia a la comunión eclesial católica —y conviene aquí recordar que la catolicidad no es propiedad exclusiva de la Iglesia católica romana, sino una nota esencial de la Iglesia de Cristo que, en distinto grado, pertenece y define a todo cristiano que confiesa a Jesucristo y ha sido incorporado por el bautismo— no se reduce al simple dato sacramental del bautismo, independientemente de si fue recibido en la infancia o en la edad adulta. 

La verdadera pertenencia eclesial se realiza en la medida en que el bautismo se asume y se confiesa a través de una fe personal, viva y consciente, expresada en una conversión continua al Dios revelado en Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida[ix]. Sin esa 
conversión, que no es un acto puntual sino una actitud permanente del corazón, no hay cristianismo auténtico, y mucho menos puede hablarse de vocación ecuménica.

Como enseña el Vaticano II en Unitatis redintegratio, «no hay verdadero ecumenismo sin conversión interior, porque el deseo de la unidad nace y madura en la renovación del espíritu, en la negación de sí mismo y en la entrega generosa al servicio de Cristo»[x].

En esta clave, el cristiano ecuménico es aquel que vive desde la gracia recibida, hacia la comunión esperada, consciente de que la unidad visible de la Iglesia no es una conquista humana, sino fruto de un corazón reconciliado y transformado por el Espíritu.

El cristiano ecuménico, por tanto, es aquel que, habiendo sido alcanzado por Cristo, vive de su gracia y se deja transformar por su Espíritu, no desde la autosuficiencia confesional, sino desde la humildad del discípulo, consciente de que camina con otros hacia la unidad visible que el mismo Señor ha querido para su Iglesia.

Es, al mismo tiempo, heraldo y servidor, capaz de detenerse en el camino, como el buen samaritano, ante quienes han sido excluidos de la ruta de la vida, abandonados en las cunetas de la historia. No basta con ofrecer consuelo: el cristiano ecuménico anuncia palabras de salvación, no las suyas, sino las del único Salvador, y lo hace con sencillez y audacia, sin disfrazarlas ni diluirlas.

Porque el cristiano ecuménico no es un agente del relativismo doctrinal ni un militante del proselitismo voraz, sino un testigo del Evangelio. Su vida es testimonio de ese kerigma esencial que transforma el corazón: la oferta de redención en Jesucristo, crucificado y resucitado, vivo y presente. No presenta una gracia «barata», como diría Bonhoeffer, que ignora el llamado a la conversión; tampoco una palabra estéril, adornada para agradar a los gustos cambiantes del mundo, sino la Palabra viva de Dios, ofrecida como es, entera y pura, sin alteraciones ni rebajas. Como el apóstol Pedro ante el paralítico en el templo, el cristiano ecuménico no se ampara en bienes materiales ni en recursos institucionales, sino que proclama con valentía: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ¡levántate y anda!»[xi].

Este anuncio trasciende las fronteras confesionalesinterpela a todo hombre y mujer sediento de sentido, y constituye un imperativo ineludible para todo cristiano: anunciar, con la vida y con la palabra, a Dios mismo como oferta de salvación, como camino abierto hacia la plenitud de la existencia.

En este sentido, no se trata de explicar el ecumenismo como si fuera una justificación periférica de la teología católica o una estrategia diplomática para rebajar las tensiones históricas. Mucho menos puede fundarse en una pretensión de superioridad sacramental o doctrinal que imagine a la Iglesia católica como depositaria privilegiada de «porciones mayores» de verdad, mientras otras comunidades reciben solo fragmentos. El Espíritu Santo no distribuye sus dones en régimen de escasez ni por cuotas teológicas.

Esta actitud del cristiano ecuménico no es meramente pastoral o emocional, sino teológica en el más pleno sentido: es una forma concreta y madura de vivir la catolicidad como 
totalidad reconciliada, como comunión en la diversidad, como tensión fecunda entre identidad y apertura.

Desde esta perspectiva, el ecumenismo no constituye una rama más de la teología, subordinada o marginal, sino una dimensión transversal que atraviesa toda la existencia y pensamiento cristianos: desde la espiritualidad personal hasta la misión compartida, desde la eclesiología hasta la ética, desde la liturgia hasta el compromiso social. Es, en definitiva, una forma de habitar la fe como camino de encuentro, como testimonio común, como respuesta unificada al amor que nos precede y nos convoca.

 

¿QUÉ SIGNIFICA SER ECUMÉNICO?

 

Etimológicamente, sabemos todos que ecuménico proviene del griego oikouméne, que designa el mundo solo habitado. Ser ecuménico es, por tanto, tener una mirada amplia, universal, integradora, habitacional. En clave cristiana, remite al deseo de superar las fracturas y divisiones históricas entre los creyentes en Cristo, para avanzar hacia la unidad visible de las Iglesias, según la voluntad divina.

Ser ecuménico es vivir conforme a la convicción de que lo que nos une es más profundo que lo que nos separa. Es dejar atrás toda lógica de confrontación o exclusión y entrar en un proceso de conversión mutua, escucha recíproca, purificación de la memoria y búsqueda paciente de comunión.

 

¿PODEMOS SOÑAR CON IGLESIAS ECUMÉNICAS?

 

Podemos y debemos. Pero este sueño no se limita a una coexistencia pacífica o a una cooperación pragmática. Una Iglesia ecuménica no es solo una institución que participa en diálogos formales, sino una comunidad que vive la unidad como dimensión constitutiva de su identidad. Es aquella que se abre a los dones de las otras tradiciones sin miedo, con discernimiento, y que reconoce en ellas —como afirma el Vaticano II— elementos de verdad y de santificación[xii].

Soñar iglesias ecuménicas es aspirar a comunidades donde la hospitalidad sea un hábito, la intercesión por los otros una disciplina espiritual cotidiana, la sinodalidad una práctica estructural compartida, y la inclusión una exigencia que brota de la misma conciencia creacional. Es imaginar —y al mismo tiempo construir— un cristianismo reconciliado en la diversidad, en la distinción que prestigia, donde el testimonio común ante el mundo supere no solo las querellas del pasado, sino también las nuevas disputas del presente, tanto las que surgen fuera de la Iglesia como aquellas que se incuban en su propio seno.

Estas Iglesias soñadas no viven desde la nostalgia ni desde el cálculo, sino que están habitadas por el perdón, esa fuerza silenciosa y fecunda que se convierte en el arma más poderosa contra los errores del pasado y contra los pecados que han alimentado la separación, el prejuicio y el olvido y desconocimiento mutuo. Sin perdón no puede haber auténtica reconciliación ecuménica. Ninguna convergencia será duradera si no está cimentada en la gracia del perdón mutuo. Y sin la capacidad real de perdonar, ningún cristiano puede llamarse verdaderamente ecuménico. Más aún: sin el perdón ofrecido a los demás y sin el perdón aceptado hacia uno mismo, es imposible ser cristiano, sea cual 
sea el credo al que se pertenezca. Porque el cristianismo no se sostiene en la perfección doctrinal ni en la pureza institucional, sino en la misericordia vivida y compartida, en la cruz acogida y en la resurrección celebrada como posibilidad permanente de recomenzar siempre. Vivimos por y para el perdón.

 

¿QUÉ CAMINOS TOMAR?

 

¿Qué caminos tomar? Tal vez no hay un solo sendero. Pero sí un punto de partida imprescindible: el de soñar creyentes ecuménicos, convencidos de que el Señor de la Iglesia y el Espíritu Santo ya están actuando en la historia, en nuestra historia eclesial, tejiendo la unidad desde las periferias, desde los horizontes más alejados, desde los gestos pequeños, desde los mártires comunes, desde las oraciones que convergen en silencio, desde los olvidados y descartados por ser diferentes, distintos. Caminar por los senderos de una Iglesia samaritana, una Iglesia de campaña, de apertura «24 horas», capaz de fecundar con su semilla de verdad la realidad de las calles, del barrio, de la ciudad, de la nación, del continente y del mundo entero.

La unidad no se impone; se cultiva. Y nada mejor que hacer también de la Iglesia ese pensil extraordinario tanto para admirar como para descansar y soñar, sin olvidar que quien sueña con fidelidad, ya la está haciendo posible, quien sueña con la unidad la está de alguna manera promoviendo.

 

1. El Sueño de la Unidad como Imperativo Escatológico y Evangélico

 

La unidad de los cristianos no constituye una opción voluntaria ni una preferencia espiritual entre otras posibles, sino una exigencia radical del Evangelio. Está anclada en la oración mediadora de Jesús de Nazaret: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos estén en nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado»[xiii]. Esta súplica, última y ardiente, define la eclesiología desde su fuente trinitaria y escatológica: la unidad es signo del envío, de la verdad encarnada, de la salvación ofrecida al mundo.

La unidad no es entonces uniformidad, ni tampoco simple cooperación táctica. Es participación en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, manifestada en la vida visible de la Iglesia y en su vocación misionera, evangelizadora. Como ha afirmado el papa Francisco, «la división entre los cristianos es un escándalo que no puede continuar»[xiv]. La unidad soñada, entonces, no remite a un ideal distante, sino a una fidelidad concreta al querer de Dios.

 

2. Una Unidad Polifónica, No Uniformadora

 

En la tradición cristiana, la unidad ha oscilado entre dos modelos: el modelo hegemónico (una Iglesia única, expresión plena de la verdad, frente a los «otros» como heréticos o cismáticos), y el modelo dialógico, que reconoce la presencia del Espíritu más allá de las fronteras visibles. Hoy, el paradigma ecuménico vigente se aproxima a este segundo modelo, acogiendo la pluralidad como riqueza, reconciliando la diversidad.
 

2.1. Unidad desde la Escritura: base trinitaria, eclesial y misionera

 

La Sagrada Escritura ofrece numerosos testimonios que fundamentan una comprensión de la unidad no como uniformidad impuesta, sino como comunión dinámica en la diversidad. Esta unidad nace del Dios trino, se refleja en su pueblo y se manifiesta en la vida concreta de la Iglesia y su misión.

Ya en el Antiguo Testamento, el salmo 133 canta la belleza de la comunión fraterna como signo de bendición divina: «¡Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos! Es como ungüento precioso en la cabeza…»[xv]. El pueblo de Israel es concebido no como una masa indistinta, sino como un cuerpo de doce tribus, diversas pero convocadas en la alianza (el pacto anfictiónico), unidas por la fe, la fidelidad y el amor al único Dios. La imagen del «resto fiel»[xvi] ya anticipa que la unidad del pueblo de Dios no depende del número ni de la homogeneidad, sino de la escucha obediente a la Palabra.

Pero es sobre todo en el Nuevo Testamento donde se despliega con claridad la teología de la unidad reconciliada en la diversidad. En su oración sacerdotal, Jesús no pide la uniformidad, sino la unidad en la comunión: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado»[xvii]. Aquí la unidad no es negociada ni superficialmente embellecida, sino trinitaria, fundada en la mutua inhabitación del Padre y del Hijo, y ofrecida como don a sus discípulos.

San Pablo desarrollará esta visión al comparar la Iglesia con un cuerpo en el que cada miembro es distinto, pero todos necesarios: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos»[xviii].«Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro»[xix].
 

Esta unidad orgánica no elimina las diferencias, sino que las integra y transfigura en función del bien común. Del mismo modo, en la carta a los Efesios, Pablo insiste: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos…»[xx].

La afirmación de la unicidad de Dios y de la fe no se opone a la pluralidad de expresiones eclesiales, sino que las fundamenta en su matrix más esencial y profunda: la unidad viene de Dios y no es obra humana.

El libro de los Hechos ofrece también una clave kerigmática que precede a toda eclesiología estructural. Pedro, al sanar al paralítico en el templo, no recurre a recursos humanos, sino al poder salvífico de Jesucristo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y anda»[xxi]⁷.

Este gesto simbólico expresa la esencia de la misión de la Iglesia: anunciar la salvación como don, no como propiedad; proponer la fe desde el testimonio humilde, no desde la fuerza ni la posesión y mucho menos aun desde la arrogancia y la soberbia. Es este kerigma simple y directo el que antecede y fundamenta todo camino de comunión.

Desde esta visión bíblica, la unidad cristiana aparece como reflejo de la Trinidad, don del Espíritu Santo y exigencia del Evangelio de Jesús, y no como una estrategia de homogeneización o absorción. A partir de este fundamento, los Padres de la Iglesia —especialmente los orientales— profundizarán esta comprensión, proponiendo imágenes vivas y teológicas de una unidad sin confusión, de una diversidad en armonía, como veremos a continuación.

 

2.2.La «Symphonía Trinitaria»: Unidad en la Diversidad desde los Padres de la Iglesia

 

La imagen de la symphonía —propuesta por los Padres orientales— resulta profundamente sugerente: la unidad se construye como una orquesta donde cada voz mantiene su timbre propio, pero todos participan del mismo movimiento armónico. Esta concepción trinitaria, en la que la distinción no destruye la unidad, sino que la posibilita, orienta también la eclesiología contemporánea hacia formas de comunión reconciliada².

Basilio el Grande, en su tratado Sobre el Espíritu Santo, destaca la unidad y diversidad en la Trinidad, afirmando que el Espíritu Santo une a los creyentes en una armonía que refleja la comunión divina. En el capítulo XVI, número 38, afirma:

Si se intenta sustraer al Espíritu de la creación, todas las cosas se mezclan y la vida surge sin ley, sin orden»[xxii]. Y en el capítulo XVI, número 39 del mismo tratado señala: «En la Iglesia hay un orden organizado de acuerdo a la diversidad de los dones del Espíritu[xxiii].
 

Estas enseñanzas de Basilio han influido profundamente en la eclesiología contemporánea, inspirando modelos de comunión reconciliada que valoran la diversidad dentro de la unidad, reflejando la armonía trinitaria en la vida de la Iglesia.

Igualmente, Gregorio Nacianceno, en sus discursos teológicos[xxiv], subraya que la diversidad de dones en la Iglesia no rompe la unidad, sino que la enriquece, comparando esta diversidad con un concierto donde cada instrumento aporta su tono único al conjunto armónico. Gregorio, en el Discurso Teológico I, afirmará: «Que una sola iluminación venga sobre nosotros del único Dios, uno en diversidad, diverso en unidad, en lo cual hay un prodigio». Y en el Discurso Teológico II, profundiza sobre esta cuestión al decir: «La unidad de la divinidad debe ser preservada, y la Trinidad de las personas confesada, cada una con su propiedad». En ese texto Gregorio subraya que la diversidad de personas en la Trinidad no compromete su unidad esencial. La expresión, por otra parte, resalta la paradoja divina de unidad en la diversidad, aplicable tanto a la Trinidad como a la Iglesia. Estas enseñanzas han sido fundamentales para comprender cómo la diversidad de dones y funciones en la Iglesia contribuye a su unidad, reflejando la armonía trinitaria.

Por su parte, Agustín, aunque occidental, pero a la vez africano, también aborda esta temática en su obra De Trinitate[xxv], donde explica que la unidad de la Iglesia se asemeja a la unidad de la Trinidad: una comunión de personas distintas pero inseparables en esencia y amor. Así, en el Libro XV, capítulo 26, número 47, sostiene: «El Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo, procede de los dos como de un principio común». La expresión resalta la unidad y coigualdad de las personas divinas, aplicable tanto a la Trinidad como a la Iglesia.

En el Libro XV, capítulo 27, número 50, profundiza: «Así como el Padre y el Hijo son un solo principio del Espíritu Santo, así también la Iglesia es una en la diversidad de sus miembros». Agustín subraya también que la diversidad de funciones y relaciones en la Trinidad no compromete su unidad esencial.

El pensamiento agustiniano ha sido fundamental para comprender cómo la diversidad de dones y funciones en la Iglesia contribuye a su unidad, reflejando la armonía trinitaria.

Esta comprensión de la unidad como symphonía[xxvi] inspira una eclesiología de comunión, donde la diversidad de tradiciones y carismas se integran en una única melodía de fe, esperanza y caridad, reflejando la armonía del Dios trino en la vida de la Iglesia.

 

3. Caminos Abiertos: Diálogo, Reconciliación y Sinodalidad

 

Los caminos para concretar este sueño son diversos y complementarios. Entre ellos, se destacan:

a) El diálogo ecuménico teológico, que ha producido notables frutos en el último medio siglo. Documentos como el Bautismo, Eucaristía y Ministerio del Consejo Mundial de Iglesias (Lima, 1982)[xxvii] marcan hitos de consenso. Hoy, la cuestión ya no se limita solo a definir lo esencial de la fe, sino también a superar siglos de mutua ignorancia, caricaturas doctrinales y condenas.

b) La reconciliación de las memorias heridas: verdad que sana, caridad que reconcilia.

Uno de los desafíos más profundos del ecumenismo contemporáneo es la reconciliación de las memorias heridas, una tarea aún pendiente en muchos contextos eclesiales y culturales. En particular, en el ámbito español persiste un silencio que clama por ser sanado: la Iglesia católica aún no ha emitido un perdón público, claro y manifiesto por los actos de exclusión, represión y violencia cometidos durante las primeras etapas de la Reforma (siglo XVI), en el marco de la llamada «segunda Reforma» (siglo XIX), y especialmente durante la guerra civil española y el régimen autoritario de inspiración nacionalcatólica que le siguió.

En estos periodos, el maridaje entre Iglesia y Estado derivó en la persecución, marginación, procesamiento, tortura y muerte de personas cuya única «culpa» fue pensar y creer de forma distinta al modelo confesional religioso dominante. El ecumenismo no puede avanzar sobre el olvido, ni la unidad podrá madurar si no se curan estas fracturas históricas, que aún marcan la memoria y la conciencia de muchas comunidades cristianas. No podemos obviar que las reticencias ecuménicas de muchas iglesias evangélicas en España no surgen de una actitud cerrada al diálogo por principio, sino que obedecen a un trauma histórico profundo, aún no reconocido ni sanado del todo. Durante siglos —y también en tiempos más recientes— estas comunidades han sido tratadas como sujetos eclesiales y jurídicos de segunda categoría, privados de plena ciudadanía religiosa, e incluso objeto de vigilancia, sospecha o represión.

Esta memoria herida genera comprensiblemente una actitud de prudencia, cuando no de desconfianza, que les aconseja abstenerse de participar en acciones conjuntas, incluso de carácter oracional, con una Iglesia católica que —a sus ojos— aún no ha dado señales inequívocas de renuncia a ciertos modelos de hegemonía pastoral. En no pocos sectores evangélicos persiste la percepción de que detrás de ciertas iniciativas de diálogo se esconde una estrategia católica de absorción, más que una auténtica voluntad de caminar juntos desde la mutua autonomía y el respeto recíproco a las identidades.

Por ello, el camino hacia la unidad visible debe pasar necesariamente por gestos creíbles de conversión institucional, por renuncias sinceras al control eclesial del espacio público, y por un lenguaje nuevo que nazca de la confianza, la igualdad y la escucha.

Los ecumenistas —hermanos y hermanas de distintas confesiones, animados por el mismo Espíritu— esperamos con esperanza firme y humilde que la jerarquía católica 
española, desde un mínimo de sensibilidad y conciencia evangélica, se acerque fraternalmente a las iglesias protestantes y evangélicas de nuestro país, integradas en su mayoría en la FEREDE, y les pida perdón cristiano de manera sincera, humilde y evangélicamente clara. Un gesto así no sería solo un acto de justicia histórica, sino una señal profética de conversión eclesial.

Deseamos —y trabajamos para ello— que este momento de reconciliación pueda expresarse en un evento ecuménico de altura espiritual, marcado por la Palabra de Dios, la reflexión teológica compartida y la oración común, en un marco litúrgico sobrio y fraterno, sin triunfalismos ni ambigüedades. Solo una unidad que brote de la verdad y se exprese en gestos de caridad podrá ser signo creíble del Evangelio de la reconciliación.

No basta con alcanzar consensos doctrinales o textos comunes; es necesario desplegar un ecumenismo existencial, que asuma con valentía y humildad el peso del pasado, lo ilumine desde la verdad y se abra a la gracia del perdón mutuo y de la sanación interior. En palabras del papa Juan Pablo II: «No hay que olvidar que el compromiso ecuménico debe estar acompañado de la purificación de la memoria»[xxviii] Porque solo así se podrá avanzar hacia la comunión visible de una Iglesia reconciliada en la verdad y sostenida por el amor.

En este sentido, Joseph Ratzinger, tanto en su obra teológica como durante su pontificado como Benedicto XVI, insistió con claridad en que la verdad no se opone a la caridad, sino que ambas se implican y se exigen mutuamente:

El ecumenismo no puede avanzar con pasos seguros si no está basado en la verdad. La caridad es inseparable de la verdad. Sería una caridad sin consistencia la que sacrificase la verdad por lograr una reconciliación aparente. Pero, de igual modo, sería una verdad incompleta la que no se abriera a la caridad y no se hiciera diálogo[xxix].

En efecto, Ratzinger no concebía la verdad como una fórmula abstracta, sino como una Persona: Cristo mismo, plenitud de la Revelación. Desde esta perspectiva, el diálogo ecuménico debe articular un doble movimiento: el compromiso inquebrantable con la verdad del Evangelio y, al mismo tiempo, la apertura incondicional al otro desde el amor fraterno. Ambas dimensiones no pueden separarse sin dañar gravemente la credibilidad del testimonio cristiano[xxx].

En esta línea, afirmaba también: «El amor sin verdad se convierte en sentimentalismo vacío. La verdad sin amor se transforma en juicio sin redención. Solo la verdad en la caridad y la caridad en la verdad permiten que la unidad no sea impuesta, sino acogida como don»[xxxi]. Desde esta clave, la reconciliación de las memorias no es un ejercicio meramente historiográfico, sino un verdadero acto teológico y espiritual: es memoria iluminada por la Pascua, que no niega el pasado, pero lo redime en la verdad y lo ofrece 
a la comunión. Significa reconocer los errores, pedir perdón por las heridas infligidas, sanar desde la humildad y la confianza en el juicio misericordioso de Dios.

Así entendido, el ecumenismo de la verdad no puede desplegarse sin el ecumenismo de la caridad. Se trata de curar las divisiones del cuerpo de Cristo no solo a nivel doctrinal, sino también existencial, mediante gestos simbólicos, acciones litúrgicas compartidas, actos públicos de perdón, y una voluntad común de caminar juntos hacia la unidad reconciliada. Porque solo una verdad vivida en el amor puede sanar lo que fue quebrado.

c) La sinodalidad como método ecuménico, entendida como caminar juntos, escuchar al Espíritu en las voces diversas, discernir colectivamente. El Sínodo sobre la sinodalidad (2021–2024) ha reconocido esta dimensión: «la sinodalidad y el ecumenismo están profundamente vinculados»[xxxii]. Solo una Iglesia abierta a la pluralidad interna puede acoger la diversidad externa como don y no como amenaza.

 

4. El Ecumenismo del «Pueblo Fiel»

 

Más allá de los discursos institucionales, existe un ecumenismo silencioso y cotidiano que emerge del pueblo creyente. Es la oración compartida, el compromiso social conjunto, la hospitalidad mutua, los matrimonios interconfesionales, el testimonio común ante el sufrimiento o la injusticia y la ausencia o cercenamiento de derechos.

Este ecumenismo práctico —llamado por Francisco «ecumenismo de la sangre» cuando se refiere al martirio común[xxxiii]— testimonia que la unidad no es primero resultado de acuerdos, sino de una experiencia común de Cristo. En palabras del teólogo ortodoxo Ioannis Zizioulas, «el ecumenismo será fecundo cuando se funde en una espiritualidad eucarística que integre la vida, la oración y la misión»[xxxiv].

 

UNA ESPIRITUALIDAD DE LA UNIDAD

 

El camino hacia la unidad exige una conversión profunda. No basta con reorganizar estructuras o redactar declaraciones. Se requiere una espiritualidad de comunión, fundada en la escucha, la humildad, el deseo auténtico de reconciliación. Esta espiritualidad no es algo marginal, sino el núcleo del ecumenismo: sin ella, los encuentros serán solo diplomacia confesional.

Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, intuyó esta dimensión con claridad al proponer una espiritualidad de la unidad centrada en Jesús abandonado y en la presencia del Resucitado entre los que se aman en su nombre[xxxv]. Esta espiritualidad puede alimentar una nueva forma de ser Iglesia, abierta al otro, despojada de toda pretensión de autosuficiencia.

Mi maestro y mentor, Julián García Hernando, se cuenta entre los ecumenistas que promovieron con convicción un ecumenismo espiritual, orientado a formar cristianos ecuménicos capaces de organizarse en pequeños núcleos comunitarios de base. Su 
objetivo era lograr una mayor incidencia del ecumenismo práctico o pastoral en parroquias y centros comunitarios. Por ello, solía referirse a estos creyentes como «cristianos ecuménicos de base», y a su enfoque como «ecumenismo de base». Siguiendo esta misma línea, Juan Bosch Navarro, dominico, que me distinguió con su amistad, emprendió con pasión la tarea de acercar los conceptos, la historia y la teología del ecumenismo a todo el pueblo de Dios desde una exposición pedagógica asequible. De su buen pensar y hacer ecuménico me empapé en numerosos encuentros de delegados de ecumenismo, organizados por la Conferencia Episcopal Española, así como en otros eventos ecuménicos internacionales, como el Iberoamericano de Guadalupe (Cáceres), donde tuve el privilegio de compartir aprendizaje y vivencias ecuménicas con no pocos ecumenistas.

Desde una espiritualidad abiertamente ecuménica, García Hernando aspiraba a acercar a los fieles a la genuina vivencia de la voluntad de Dios en el Espíritu Santo. Este enfoque queda claramente expuesto en su obra La unidad es la meta, la oración el camino, donde subraya que la unidad entre los cristianos no puede alcanzarse sin una profunda vida de oración compartida. Para él, la oración no era solo un medio, sino el camino mismo hacia la unidad.

Su legado continúa siendo relevante para quienes desean proyectar su vida cristiana desde un fundamento espiritual ecuménico y católico, entendiendo la catolicidad no como uniformidad, sino como una totalidad reconciliada en la diversidad.

Por ello, le gustaba hablar de «cristianos ecuménicos de base» y de un «ecumenismo de base», es decir, un ecumenismo que brota del corazón del creyente y se traduce en gestos cotidianos de apertura, hospitalidad y comunión. Su propuesta partía de una espiritualidad claramente ecuménica, pero nunca disociada de la voluntad divina ni de la acción transformadora del Espíritu Santo: vivir según el Espíritu era, para él, vivir en apertura hacia la unidad querida por Dios.

Julián García Hernando y Juan Bosch Navarro apuntan, cada uno desde su propia sensibilidad teológica, a un ecumenismo del diálogo que trasciende el campo estrictamente confesional de las iglesias, abriéndose con lucidez —aunque aún con cierta timidez— al mundo de la cultura y a la realidad antropológica contemporánea. Para ambos, al igual que para mí, ser cristiano ecuménico no se reduce a la promoción de la unidad entre los bautizados, mediante la acogida, el diálogo y el compromiso eclesial, sino que implica también una tarea de mediación cultural, una intervención lúcida y esperanzada en los procesos sociales, simbólicos y existenciales que configuran el pensamiento y la vida del ser humano actual.

En esa misma dirección me sitúo y me comprometo también yo, convencido de que el ecumenismo, si ha de ser fiel al Espíritu que lo inspira, no puede quedar encerrado en los muros de las estructuras eclesiales, sino que ha de expandirse como fermento en el corazón de la cultura contemporánea. A través de mis escritos, reflexiones y propuestas, trato de encarnar esta forma de ecumenismo, que es a la vez espiritual y pastoral, teológica y existencial, siempre orientada al encuentro entre el Evangelio de la reconciliación y la condición humana plural y fragmentada de nuestro tiempo.

Este enfoque responde fielmente a la reclamación conciliar que encontramos en Gaudium et spes, cuando afirma que: «La Iglesia siente vivamente la responsabilidad de colaborar 
con todos los hombres en la construcción de un mundo más humano»[xxxvi], y que, al mismo tiempo, le exige no desentenderse del drama espiritual del hombre moderno, sino buscar canales de encuentro entre fe y cultura, entre Evangelio y existencia, entre teología y antropología. También Unitatis redintegratio, documento clave sobre el ecumenismo, señala que la finalidad de este no es solo interna: 

El sagrado Concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, se dediquen con empeño al ecumenismo. […] Cuanto más estrechamente se unan con Cristo, tanto más profundamente podrán promover la unidad[xxxvii].

Este «dedicarse al ecumenismo» implica no solo estrechar lazos entre iglesias, sino hacer de esa experiencia una propuesta transformadora para el mundo, como señala también Evangelii gaudium: «La unidad prevalece sobre el conflicto, no por negarlo, sino por superarlo en un plano superior»[xxxviii].

En esta clave, el cristiano ecuménico no es solo un actor dentro del espacio eclesial, sino un agente de reconciliación en el corazón mismo de la cultura y de la historia. Así lo recordaba también san Juan Pablo II: «El ecumenismo no es sólo un problema interno de las Iglesias, sino que afecta al modo mismo de anunciar el Evangelio en el mundo»[xxxix].

Por ello, un auténtico ecumenismo del Espíritu es aquel que escucha las preguntas del hombre contemporáneo, dialoga con su cultura sin miedo, discierne los signos de esperanza en medio de sus crisis, y testimonia la comunión no como homogeneidad impuesta, sino como espacio de sentido para la humanidad plural.

Este desafío permanece vigente para todos aquellos que deseen proyectar su vida cristiana sobre un fundamento espiritual, ecuménico y católico, entendiendo la catolicidad no como clausura, sino como totalidad reconciliada[xl].

 

LA TEOLOGÍA COMO CAMINO HACIA EL «NOSOTROS»

 

La teología, cuando deja de ser polémica y se transforma en camino de búsqueda compartida, puede contribuir a una comprensión más profunda de la fe cristiana como evento de comunión. El teólogo reformado Lukas Vischer afirmaba que el verdadero objetivo del ecumenismo no es solo la reconciliación de las Iglesias, sino una renovación conjunta de la comprensión de la Iglesia, entendiendo la catolicidad, elemento del credo cristiano y denostado por la división cristiana, como el elemento unitivo para proyectar esa nueva contemplación eclesial del «nosotros»[xli]. En este sentido, urge desarrollar una teología del nosotros, que supere las oposiciones exclusivistas y acoja el misterio eclesial desde la categoría de don mutuo. No se trata de relativizar la verdad, sino de descubrir 
que la verdad se revela en el rostro del otro y que solo juntos podemos acercarnos a su plenitud.

 

LA TEOLOGÍA DEL «NOSOTROS», LA ECLESIOLOGÍA DE LA COMUNIÓN

 

En un tiempo marcado por el individualismo espiritual, las fragmentaciones eclesiales y la autorreferencialidad institucional, hablar de una teología del «nosotros» constituye una apuesta audaz, profundamente evangélica y eclesiológicamente transformadora. No se trata de una categoría retórica o sentimental, sino de un verdadero paradigma teológico, emergente desde múltiples tradiciones, que articula el misterio de la fe cristiana como acontecimiento de comunión.

 

1. Fundamentos Trinitarios y Patrísticos

 

La raíz última del «nosotros» eclesial se encuentra en la Trinidad. El Dios cristiano no es soledad absoluta sino comunión eterna, y todo lo creado, redimido y santificado está llamado a participar de esa comunión. Este fundamento ha sido desarrollado de manera notable por el teólogo ortodoxo Ioannis Zizioulas, quien sostiene que la persona solo es plenamente tal en la medida en que entra en relación. Ser, en sentido cristiano, es ser en comunión[xlii]: «La Iglesia no es una institución sociológica, sino la epifanía de la vida trinitaria»[xliii].

La eclesiología occidental ha recuperado esta intuición gracias a autores como Yves Congar, quien, en su crítica a una Iglesia de estructura monárquica cerrada, propuso una eclesiología de la comunión, en la que cada miembro participa activamente desde su carisma en el único Cuerpo de Cristo[xliv].

 

2. La Comunión Como Clave de Catolicidad: Congar y Kasper

 

Yves Congar, profeta del Vaticano II, vinculó la renovación eclesiológica con la vivencia concreta de la catolicidad como totalidad reconciliada. Frente a toda pretensión de hegemonía, defendió que la verdadera Iglesia católica no se impone, sino que se ofrece en la escucha mutua y el servicio[xlv].

En continuidad con esta línea, Walter Kasper ha insistido en que la Iglesia no debe concebirse como una sociedad de creyentes, sino como un «nosotros que participa del amor trinitario», expresado visiblemente en la comunión de las Iglesias particulares[xlvi]. La unidad, en su visión, no se construye por absorción ni uniformidad, sino por reciprocidad y apertura.

 

3. El «Nosotros» Desde Abajo: Teologías Hispanoamericanas y de Base

 

La teología latinoamericana, especialmente en Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y Jon Sobrino, ha aportado una dimensión histórica y profética al «nosotros». En ella, el sujeto 
eclesial no es el individuo ilustrado ni la institución jerárquica, sino el pueblo pobre y oprimido, en cuyo clamor resuena la voz de Dios[xlvii].

En esta clave, el nosotros se convierte en pueblo de Dios en camino, no definido por frontera confesional, sino por la práctica del Reino: justicia, solidaridad, perdón. En Boff, este nosotros eclesial se expresa como comunión de comunidades, en redes, descentralizadas y sinodalmente organizadas[xlviii]. La Iglesia que no escucha el clamor de los pobres no puede decir «nosotros» con verdad[xlix].

 

4. Un «Nosotros» Orante y Reconciliado: García Hernando y el Ecumenismo Espiritual

 

En el ámbito español, Julián García Hernando ha desarrollado una de las expresiones más originales de esta teología del nosotros, al proponer un ecumenismo espiritual de base, vivido en pequeñas comunidades y centrado en la oración compartida. En su obra La unidad es la meta, la oración el camino, afirma que la unidad visible solo será posible si está sostenida por una vida de oración común, donde la espiritualidad de comunión transforme los corazones antes que las estructuras[l]. «Solo desde el Espíritu que ora en nosotros será posible decir “nosotros” en Cristo»[li].

 

5. Francisco y el Magisterio Reciente: de la Autorreferencialidad al Pueblo Sinodal

 

El papa Francisco ha revitalizado el horizonte del nosotros en varios niveles. En Fratelli tutti, denuncia el aislamiento del yo como enfermedad espiritual y social, y llama a construir un nosotros abierto y fraterno, desde una cultura del encuentro[lii]. En el marco del Sínodo sobre la sinodalidad, afirma que la Iglesia es el pueblo fiel de Dios en camino, no una élite de salvados ni una suma de sectores[liii].

La teología del nosotros se hace, así, praxis sinodal, ética de inclusión, hospitalidad hacia el otro y apertura misionera. No se trata de una categoría periférica, sino del marco esencial desde el cual repensar la eclesiología en clave de comunión. No es solo una propuesta conceptual; es una metanoia eclesial, una conversión teológica y espiritual que interpela a toda la Iglesia. Solo un cristianismo reconciliado, relacional y abierto puede testimoniar ante el mundo la verdad del Evangelio. Decir «nosotros» es confesar que somos cuerpo, no piezas sueltas; es proclamar que en la Iglesia nadie se salva solo.

 

CONCLUSIÓN FINAL

 

El XXXIII Encuentro Ecuménico de El Espinar, bajo el lema «Soñar la unidad: ¿Qué caminos tomar?», no es solamente un espacio de reflexión y oración, sino una verdadera interpelación espiritual y eclesial a nuestro tiempo. La unidad de los cristianos no puede 
ser pensada como una meta opcional ni como un horizonte postergado: es un mandato evangélico, una llamada insoslayable de Cristo a su Iglesia y un signo imprescindible para la credibilidad del anuncio cristiano en el mundo.

La unidad soñada —y ya en gestación— no es uniformidad estéril ni asimilación forzada, sino comunión reconciliada, donde la pluralidad de dones, carismas y tradiciones se integran en la única sinfonía integradora de la fe, la esperanza y el amor. Como la Trinidad es unidad en la diversidad, así la Iglesia debe ser espejo de esta comunión sin confusión ni absorción.

Soñar la unidad implica soñar creyentes ecuménicos: cristianos arraigados en su identidad, pero abiertos al soplo del Espíritu que no conoce fronteras; creyentes humildes, valientes, capaces de asumir la herida de la división, de pedir y conceder perdón, y de caminar juntos más allá de los miedos, las diferencias y las memorias dolorosas.

Hoy más que nunca, necesitamos soñar —y vivir— una Iglesia de puertas abiertas, como ha exhortado el papa Francisco, una Iglesia que salga al encuentro del otro, que no tema ensuciarse las manos en el barro del diálogo, que escuche más de lo que hable, que sane más de lo que condene, y que construya puentes allí donde el mundo solo ve muros.

El camino hacia la unidad no será fácil ni breve. Requerirá paciencia de labrador, fidelidad de profeta y coraje de mártir. Pero quien se atreve a soñar la unidad, quien trabaja por ella en lo pequeño, quien la anuncia con su vida, ya está sembrando semillas del Reino. En palabras de san Pablo: «Si vivimos por el Espíritu, caminemos también conforme al Espíritu»[liv]. Y este caminar es exigible a todos, todos. Y aún más, reafirmando el sentido profundo de este sueño, podemos proclamar con plena convicción que soñar la unidad no es ingenuidad espiritual ni romanticismo teológico. Es obedecer a Cristo, confiar en el Espíritu Santo y comprometerse con la historia. Los caminos están trazados: el diálogo sincero, la reconciliación paciente, la sinodalidad concreta, la espiritualidad profunda y la teología compartida. Cada paso dado es semilla de comunión. Y aunque la meta parezca lejana, su promesa permanece: «Habrá un solo rebaño y un solo pastor»[lv].

Que, fortalecidos por esta certeza, sigamos sembrando, confiando, trabajando y orando, hasta que la unidad soñada se torne plenitud celebrada, a gloria de Dios y salvación del mundo.

 

[i][i]Juan 10:16.

[ii] Juan 17:21.

[iii] Pastoral Ecuménica, n. 34 (1995).

[iv] «El viento sopla donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.» Juan 3:8.

[v] Juan 17:21.

[vi] Mateo 17:4; Marcos 9:5; Lucas 9:33. 

[vii]Francisco, Homilía, 1 de marzo de 2015.

[viii] Francisco, Ángelus, 6 de agosto de 2023.

[ix]Juan 14:6.

[x]Unitatis redintegratio, cap. I, n. 7.

[xi]Hechos, 3:6.

[xii]Unitatis redintegratio, n. 3.

[xiii]Juan 17:21.

[xiv] Francisco, Evangelii gaudium, n. 244. Vaticano, 2013.

[xv] Salmo 133,1–2. Biblia de Jerusalén, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 2021.

[xvi] Isaías 10,20–22. El concepto del «resto fiel» ocupa un lugar central en la teología profética del Antiguo Testamento, especialmente en Isaías (cf. Is 10,20–22; 11,11; 28,5; 37,31–32). No designa simplemente a los supervivientes de una catástrofe, sino a aquellos que, tras el juicio, permanecen fieles a la alianza. Es un núcleo minoritario y purificado, que actúa como garantía de continuidad del pueblo de Dios. La salvación de Israel, y en un sentido más amplio la de la humanidad, se realiza a través de este «resto» que confía, espera y camina con Dios. Según Isaías 10,21: «Un resto volverá, el resto de Jacob, al Dios fuerte», nombre simbólico del hijo del profeta, cf. Is 7,3.

Este resto está ligado íntimamente al concepto de «qahal YHWH», es decir, la «asamblea del Señor» —la comunidad congregada no por afinidad sociológica o étnica, sino por el llamamiento divino y la fidelidad a la Torá. Se trata de una asamblea convocada, elegida y santificada por Dios para vivir en justicia y en comunión. A diferencia de la simple edah (congregación o grupo social), el qahal tiene una fuerte carga teológica y es precursor, en perspectiva cristiana, del concepto de ekklesía, que los Setenta ya tradujeron en griego con este término, posteriormente adoptado por el Nuevo Testamento para designar la Iglesia (cf. Mt 16,18; Hch 5,11).

En la teología del Nuevo Testamento, esta idea de un resto se proyecta sobre la comunidad mesiánica: no todo Israel ha creído, pero un resto ha sido preservado (cf. Rm 9,27; 11,5), y a partir de él, por la gracia, se despliega una nueva ekklesía, formada ahora por judíos y gentiles reunidos en Cristo. Este principio de continuidad en la fidelidad, desde un núcleo obediente, inspira una eclesiología de comunión y no de masa, y ayuda a fundamentar la idea de unidad en la diversidad: el pueblo de Dios no es monolítico, sino plural, y su unidad no viene de abajo, sino de la fidelidad al único Señor que lo convoca, nunca de una autoridad.

[xvii] Juan 17:21.

[xviii] 1 Corintios 12:4–6.

[xix] 1 Corintios 12,27.

[xx] Efesios 4,4–6.

[xxi] Hechos de los Apóstoles 3:6.

[xxii] Basilio de Cesárea, El Espíritu Santo. Introducción y notas de Giovanna Azzali Bernardelli, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2015.

[xxiii]Ibíd.

[xxiv] Gregorio Nacianceno, Los cinco discursos teológicos, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995.

[xxv] San Agustín, Obras de San Agustín, tomo V, Tratado sobre la Santísima Trinidad, Primera versión española, introducción y notas de Fr. Luis Arias, O.S.A.BAC, Madrid 1956.

[xxvi] Cf. Von Balthasar, Hans Urs, La verdad es sinfónica: aspectos de la pluralidad cristiana, Ediciones Encuentro, Madrid, 1992. 

En el prólogo, el autor de La verdad es sinfónica, reflexiona sobre el desafío contemporáneo del pluralismo teológico, advirtiendo que la auténtica pluralidad no es dispersión ni cacofonía, sino unidad armónica en tensión, como una sinfonía musical. Para él, la verdad cristiana es sinfónica: está compuesta de múltiples voces, estilos, acentos y formas, pero todas convergen en una única melodía de sentido, cuya riqueza procede de su profundidad, no de su uniformidad. Esta visión exige superar tanto la rigidez doctrinal como el relativismo, reconociendo que la pluralidad legítima solo se justifica y sostiene en una unidad más profunda que la engloba y la orienta. (pp. 7-9).

[xxvii] Consejo Mundial de Iglesias, Bautismo, Eucaristía y Ministerio (BEM), Lima, 1982.

[xxviii]Juan Pablo II, Ut unum sint, n. 33: «La unidad deseada requiere que se haga un valiente gesto de purificación de la memoria, es decir, de reconocimiento de las culpas, allí donde se ha ofendido la caridad, en perjuicio de la verdad del Evangelio». Edición oficial en español, Libreria Editrice Vaticana, 1995.

[xxix] Ibíd.

[xxx]Ratzinger, Joseph, Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones, Ediciones Sígueme, Salamanca 2005.

[xxxi]Ibíd.

[xxxii] Documento de trabajo para la etapa continental del Sínodo sobre la sinodalidad, Vaticano, octubre 2022, n. 25.

[xxxiii] Francisco, Discurso con motivo del 50 aniversario del diálogo católico-pentecostal, 2022.

[xxxiv] Cf. Zizioulas, Ioannis, Being as Communion, London: St. Vladimir’s Seminary Press, 1985.

[xxxv]Mateo 18:20.

[xxxvi] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 55. Ed. oficial en español, BAC, Madrid, 2006.

[xxxvii] Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, n. 7.

[xxxviii] Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 228.

[xxxix] Juan Pablo II, Ut unum sint, n. 5. Ed. oficial en español, Libreria Editrice Vaticana, 1995.

[xl] Rodenas Ciller, Elvira, El ecumenismo en la vida y obra de D. Julián García Hernando, Madrid, BAC, 2012.

[xli] Matabosch, Antoni, La catolicidad de la Iglesia en los Documentos de la Asamblea de Upsala. Entrevista con el Pastor Lukas Vischer, Director de «Fe y Constitución». Upsala, julio 1968, Información Ecuménica, Universidad Pontificia de Salamanca.

[xlii] Zizioulas, Ioannis, Being as Communion: Studies in Personhood and the Church, London: St. Vladimir’s Seminary Press, 1985.

[xliii]Zizioulas, Ioannis, Being as Communion, 1985.

[xliv] Congar, Yves, La Iglesia: de san Agustín a nuestros días, BAC, Madrid 1976.

[xlv] Congar, Yves, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, Ediciones Sígueme, Salamanca 2014.

[xlvi] Kasper, Walter, La Iglesia católica. Esencia, realidad, misión, Ediciones Sígueme, Salamanca 2013.

[xlvii] Gutiérrez, Gustavo, Teología de la liberación. Perspectivas, Ediciones Sígueme, Salamanca 1972.

[xlviii] Boff, Leonardo, Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la Iglesia, Editorial Sal Terrae, Santander 1979.

[xlix]Sobrino, Jon, Jesucristo liberador, Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, UCA Editores, San Salvador (El Salvador) 1991.

[l] García Hernando, Julián, La unidad es la meta, la oración el camino, Atenas/Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad, Madrid 1996.

[li] Ibíd.

[lii] Francisco, Fratelli tutti, Libreria Editrice Vaticana, 2020, Ciudad del Vaticano, nn. 31-36.

[liii] Francisco, Discurso en la apertura del proceso sinodal, 9 octubre 2021.

[liv]Gálatas 5:25.

[lv]Juan 10:16.

Juan G. Biedma, Ecumenista

Nota Sobre el Evangelismo Español y el Ecumenismo

Herencias, Resistencias y Desafíos

 

 

 

El Evangelismo Español ante el Vaticano II y el Ecumenismo: 

Entre la Resistencia Doctrinal y la Apertura Testimonial

 

 

 

A sesenta años del concilio Vaticano II, la relación del mundo evangélico español con este acontecimiento y con la posterior apertura ecuménica que lo acompañó sigue siendo una cuestión controvertida, cargada de tensiones teológicas, heridas históricas no resueltas y resistencias eclesiológicas profundamente arraigadas. El Vaticano II —del que celebramos los sesenta años—, lejos de ser un simple evento interno de reforma católica, supuso un viraje en la comprensión de la Iglesia, del mundo moderno y, de modo particular, del diálogo con otras confesiones cristianas. Esta dimensión dialogal —expresada sobre todo en los documentos Unitatis redintegratio y Nostra aetate— provocó reacciones diversas en el ámbito protestante y evangélico, especialmente en España, donde el catolicismo ha ejercido históricamente una hegemonía institucional, política y cultural incontestable, con presencia eclesial en la mayoría de los resortes de poder público y sus servicios (ejército, enseñanza, sanidad, etc.).

Esta Nota explora de manera crítica y documentada las diversas posturas adoptadas por iglesias, teólogos, líderes y estructuras del evangelicalismo español frente al Vaticano II y al movimiento ecuménico contemporáneo. El objetivo es clarificar las raíces del recelo, identificar los núcleos de oposición ideológica y doctrinal, y, al mismo tiempo, visibilizar aquellas iniciativas y voces que, desde dentro del propio campo evangélico, han propiciado una apertura responsable, una hospitalidad mutua y un compromiso con la unidad cristiana como testimonio público del Evangelio.

El presente texto no pretende agotar el tema ni ofrecer respuestas concluyentes, sino constituirse como una primera base de reflexión, investigación y discernimiento, que permita desarrollar, en una segunda fase, un trabajo más amplio —ya sea en forma de artículo monográfico o de libro de mayor aliento— en el que se aborden con profundidad las implicaciones teológicas, históricas, eclesiales y sociológicas de esta relación compleja entre el protestantismo español y el Vaticano II y su valor más emblemático: el ecumenismo.

En tal sentido, la Nota quiere contribuir al fortalecimiento de una teología evangélica del diálogo, que no renuncie a su fidelidad a la Palabra, pero que tampoco sacrifique la dimensión relacional y comunitaria de la fe cristiana. Una teología que supere la tentación autorreferencial y el repliegue denominacional[1], abriéndose a una comprensión más profunda y evangélica de la unidad como don y tarea. No basta con promover la unidad hacia el interior del propio mundo evangélico, por importante que resulte, ni con celebrar semanas de oración[2] circunscritas a espacios confesionales cerrados. El verdadero desafío es reconocer y acoger, con humildad y discernimiento, la diversidad del cuerpo de Cristo y participar, en la medida de lo posible, en espacios ecuménicos compartidos como la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (SUOC), signo visible de una comunión real —aunque imperfecta— entre católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes históricos.

Comprender las razones del rechazo, explorar los límites legítimos del disenso, y recuperar los signos de esperanza en clave de comunión son tareas pendientes, pero ineludibles, de la reflexión teológica actual. Este texto quiere ser, por tanto, un umbral abierto hacia una tarea mayor, aún no concluida, pero absolutamente necesaria para el testimonio del Evangelio en un mundo profundamente fragmentado, sediento de verdad, de justicia y de reconciliación. Solo una eclesiología que combine fidelidad doctrinal y apertura fraterna podrá contribuir a la construcción de una unidad que no sea uniformidad impuesta, sino diversidad reconciliada en el Espíritu.

Por último, debo manifestar con firmeza —a modo de denuncia profética— que el cristianismo evangélico español no puede continuar siendo una isla, desconectada de los grandes continentes eclesiales que, a la luz de los signos de los tiempos, nos urgen a trabajar conjuntamente por la unidad en la diversidad. Parafraseando a John Donne, predicador anglicano, me permito expresar categóricamente: «Ninguna iglesia es una isla, cerrada en sí misma; toda comunidad cristiana es parte del Cuerpo de Cristo y está llamada a la unidad. Una iglesia que se aísla, renunciando al vínculo de la caridad y a la comunión querida por el Evangelio, corre el riesgo de dejar de ser verdaderamente Iglesia»[1].

La negación del ecumenismo no puede seguir siendo el norte que marcan muchas Alianzas Evangélicas nacionales o internacionales. La actual situación de aislamiento —cuando no de abierta confrontación— frente al movimiento ecuménico debe llegar a su fin, si realmente se desea responder a la llamada del Señor a una unidad verdadera y plena, y no seguir reproduciendo modelos de unidad ficticia, pobremente formulados y habitualmente incumplidos por las propias iglesias que los proclaman.

 

1. Percepciones Iniciales del Concilio Vaticano II

 

El concilio Vaticano II (1962–1965) constituyó un punto de inflexión para el catolicismo romano y, por extensión, para sus relaciones con las demás confesiones cristianas. E 
incluso las diversas religiones, abrahámicas o no. El documento Unitatis redintegratio supuso un reconocimiento sin precedentes de que «existen elementos de santificación y verdad fuera de sus estructuras visibles»[3]. Desde una perspectiva protestante histórica, el lenguaje conciliar marcaba un cambio significativo: los «herejes» pasaban a ser llamados «hermanos separados»[4], y se invitaba a una «unidad en la diversidad», basada en la conversión recíproca y el diálogo teológico.

Sin embargo, esta apertura fue recibida por la gran parte del evangelismo español con recelo, cuando no con rechazo abierto. Teólogos, pastores y estructuras confesionales, aún marcados por el contexto represivo del nacionalcatolicismo franquista y por una memoria histórica de persecución eclesial, interpretaron el nuevo lenguaje vaticano como una estrategia diplomática sin verdadera conversión doctrinal[5].

 

2. Heridas históricas e imaginario anticatólico

 

El rechazo de muchos evangélicos españoles al Vaticano II y al ecumenismo tiene raíces profundas en la historia de la Iglesia en España. La expulsión de los reformadores en el siglo XVI, la acción represiva sostenida de la Inquisición, el monolitismo confesional de la Monarquía Hispánica y la estigmatización sistemática del protestantismo generaron un imaginario de resistencia teológica que se reactivó con fuerza durante el franquismo, amparado en una ideología marcada por el catolicismo tridentino. En este régimen, la Iglesia católica fue aliada estructural del Estado y persiguió (incluso con algunos actos violentos sobre personas y propiedades) y marginó a las minorías religiosas, entre ellas a las pequeñas comunidades protestantes, relegadas a la semiclandestinidad y privadas de reconocimiento legal hasta 1967[6].

El problema se ve agravado por la ausencia de una petición formal y pública de perdón por parte de la Iglesia católica romana, que, si bien ha reconocido su responsabilidad directa en la etapa del franquismo como un régimen de corte nacionalcatólico —es decir, marcado por una orientación religiosa, institucional y social bajo el patrocinio y la tutela de la Iglesia católica—, no aprovechó el periodo de transición democrática para asumir explícitamente su corresponsabilidad histórica en la persecución de las iglesias protestantes, ni para emitir un gesto claro, solemne y reparador de reconocimiento de culpa y solicitud de perdón ante dichas comunidades[7].

Este legado de exclusión alimentó una narrativa defensiva, según la cual la Iglesia de Roma era aún identificada, en amplios sectores evangélicos, como la «Ramera del Apocalipsis» (cf. Ap 17) y el papado como encarnación del Anticristo[8]. En tal marco, la propuesta ecuménica fue entendida no como un paso hacia la comunión cristiana, sino como una trampa para neutralizar la verdad del Evangelio reformado, que para muchos de sus miembros es del todo superior dado que se cimenta en la «sola fe» y en la conversión personal y el bautismo opcional.

 

3. Monroy, Grau, Martínez: entre la denuncia y la vigilancia

 

El pastor y periodista Juan Antonio Monroy, de la Iglesia de Cristo, figura influyente del evangelismo más conservador español, denunció el ecumenismo como «una era engañosa que deslumbró a algunos dirigentes protestantes en España. ¡Incautos!»[9]. En su interpretación, Roma había cambiado las formas, pero no el fondo: dogmas como la infalibilidad papal, la mariología o la eclesiología jerárquica continuaban intactos.

Otras voces, como la del teólogo catalán José Grau Bacells —autor de la densa obra Concilios, publicada bajo el seudónimo de Javier Gonzaga[10]—, y la del influyente biblista y sistemático José María Martínez, adoptaron una postura de cautela extrema, que en el caso de José Grau podría calificarse de abiertamente discrepante. Pero, aunque insistieron en la supremacía de la Escritura y en la necesidad de una conversión doctrinal por parte del catolicismo, reconocieron puntos de convergencia ética, espiritual y pastoral que abrían puertas a un diálogo limitado, pero no desechable[11].

Por otra parte, una de las figuras más relevantes del evangelismo, el teólogo peruano Samuel Escobar (1934–2025), radicado en España en sus últimos veinte años, a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, desde una teología integral, pero centrada en la misión y orientada desde la praxis del Reino y no en del institucionalismo eclesiástico, 
participó activamente en foros internacionales como la consulta de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias y en espacios como el Instituto Ecuménico de Tantur, donde su voz fue reconocida por su equilibrio entre fidelidad bíblica y necesaria apertura fraterna[12].

Escobar representó, todavía de manera tímida pero que es significativa como comienzo, lo que podemos denominar una forma de ecumenismo práctico, crítico y fraternal, que partía del reconocimiento del otro como interlocutor legítimo, sin diluir la identidad confesional, pero tampoco sin demonizar al distinto.

 

4. Minorías Significativas: Teólogos, Líderes y Prácticas Ecuménicas

 

Más allá del bloque mayoritario de rechazo o indiferencia, existen en España sectores evangélicos teológica y pastoralmente relevantes que han apostado por el diálogo ecuménico. Este grupo se expresa en iglesias históricas como la Iglesia Evangélica Española (IEE), la Iglesia Reformada Episcopal (anglicana) y algunos sectores de las iglesias luteranas, bautistas, metodistas.

Entre los pastores y teólogos comprometidos con el ecumenismo —de igual modo sus respectivas iglesias— cabe mencionar a:

  • Alfredo Abad Heras, pastor de la IEE y figura clave en el impulso de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (SUOC) y en la promoción del diálogo interdenominacional[13].

 

  • Esther Ruiz de Miguel, pastora evangélica y presidenta de la Comisión Permanente de FEREDE, conocida por su participación activa en actos ecuménicos y su discurso de apertura hacia otras confesiones[14].
  • Carlos Lozano López, obispo de la Iglesia Reformada Episcopal (Comunión Anglicana), firme defensor de la colaboración interconfesional, tanto a nivel institucional como local[15].
  • Carolina Bueno Calvo, actual secretaria ejecutiva de FEREDE, y desde 2024 presidenta de la Mesa de Diálogo Interconfesional, órgano que reúne a representantes católicos, protestantes, ortodoxos y anglicanos en una plataforma común de trabajo, centrada en el respeto institucional y la defensa de la libertad religiosa[16].
     
  • Máximo García Ruiz, pastor bautista, teólogo y sociólogo, cuya producción académica ha contribuido al reconocimiento de la pluralidad evangélica y la necesidad de establecer puentes entre las confesiones[17].
  • Marcos Zapata Figueiras, pastor y actual presidente de la Alianza Evangélica Española (AEE), protagonista de diversas iniciativas de unidad entre iglesias evangélicas y en diálogo con otras confesiones cristianas. Su participación en actos interdenominacionales refleja una espiritualidad abierta, orientada al encuentro, a la cooperación social y al testimonio público de la fe compartida.

Estas figuras han impulsado prácticas ecuménicas como:

  • La participación en la SUOC (Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos);
  • La organización conjunta de la celebración ecuménica de Pentecostés;
  • El compromiso en el Día Mundial de Oración por la Paz;
  • Y la implicación creciente en la celebración del Tiempo de la Creación, un espacio de oración y acción común por la justicia climática entre iglesias de distintas confesiones[18], entre otras acciones de cooperación, tanto social como de investigación teológica.

6. Conclusión

 

La actitud del evangelismo español frente al Vaticano II y el ecumenismo ha oscilado entre el rechazo frontal y la colaboración responsable. Esta tensión refleja una historia conflictiva, una conciencia doctrinal celosa de su identidad y, en algunos casos, una interpretación ideológica del otro como amenaza. Sin embargo, también se constata la emergencia de nuevas sensibilidades teológicas y pastorales que ven en el ecumenismo no una amenaza, sino una oportunidad de fidelidad al Evangelio de la reconciliación.

El reto para el evangelicalismo español contemporáneo es doble: conservar su integridad doctrinal sin absolutizar la diferencia, y abrirse al otro sin caer en la relativización. La unidad de los cristianos no es un fin político ni un gesto de cortesía, sino un mandato evangélico urgente: “para que todos sean uno… para que el mundo crea” (Jn 17,21).


NOTAS

 

[1]Al igual que ningún hombre puede vivir aislado, como bien afirmaba el célebre poeta y predicador anglicano John Donne (1572–1631): «Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte del todo». Y continúa la cita, que aparece en su obra Devotions upon Emergent Occasions, Meditation XVII, escrita en 1624: «Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti». 

[1] En este contexto, es crucial que el cristianismo evangélico español supere la tentación de la autorreferencialidad y el repliegue denominacional. Esta actitud se asemeja a la de Pedro en el monte Tabor, quien, al presenciar la gloria de Jesús, propuso: «Maestro, bueno es para nosotros estar aquí; hagamos tres tiendas» (Lucas 9:33). Este deseo de permanecer en la cima, aislados del mundo, refleja una tendencia a buscar la comodidad espiritual sin asumir el compromiso con la realidad circundante. Por tanto, es imperativo que el evangelismo español abrace una teología del diálogo y de la comunión, que le permita salir de su aislamiento y participar activamente en el movimiento ecuménico mundial, incluida su participación plena en calidad de miembro en el Consejo Mundial de Iglesias. Solo así podrá responder fielmente al llamado de Cristo a la unidad de sus discípulos y ser testigo auténtico del Evangelio en un mundo necesitado de reconciliación y esperanza.

[2] Me refiero a la Semana Unida de Oración (SUO), que puede celebrarse legítimamente, siempre que no sustituya ni anule la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (SUOC), ni se la considere incompatible con esta por razones teológicas infundadas o erróneas.

[3] Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, n. 3.

[4] Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, n. 3: «Los hermanos separados, sin embargo, que creen en Cristo y han recibido válidamente el bautismo, se hallan en cierta comunión, aunque imperfecta, con la Iglesia católica». Esta expresión, que sustituyó a los términos «herejes» o «cismáticos» usados en siglos anteriores, fue en su momento un gesto de apertura ecuménica. Sin embargo, en el discurso ecuménico contemporáneo —tanto en ámbitos católicos como en foros interconfesionales— se prefiere el uso de «hermanos y hermanas en Cristo», sin adjetivos divisivos o superiores. Así lo refleja, por ejemplo, Ut unum sint, donde Juan Pablo II subraya: «El diálogo no parte de cero: entre los cristianos ya existe, en virtud del único bautismo, una comunión real, aunque imperfecta» [n. 42]. Véase también Consejo Mundial de Iglesias, Documentos del Grupo Mixto Católico-CMI sobre el Lenguaje de Unidad, Ginebra, 2012, y la Declaración conjunta sobre el reconocimiento mutuo del bautismo (CMI, Vaticano, 2013). Estos documentos muestran una evolución en la sensibilidad ecuménica hacia formas de expresión más respetuosas y fraternas, propias de una eclesiología de comunión.

[5] G. Biedma, Juan, El Vaticano II y los protestantes españoles, en Pensamiento Protestante, 2023.

[6] Blázquez, Mariano, Protestantes en el franquismo, Ediciones HOAC, Madrid 2010.

[7] Aunque la Iglesia católica ha reconocido su implicación en el régimen franquista, no ha emitido una petición formal y pública de perdón por la persecución de las iglesias protestantes durante ese período. En 2000, comunidades protestantes y judías en España expresaron su deseo de que los obispos españoles siguieran el ejemplo del Vaticano en reconocer los errores históricos de la Iglesia, especialmente en relación con la Inquisición y la persecución religiosa. Sin embargo, lamentaron que la Conferencia Episcopal Española no haya secundado esa iniciativa con un pronunciamiento semejante. En 2013, diversas voces instaron a la Iglesia a pedir perdón por su apoyo a la dictadura franquista y su papel en la legitimación ideológica del régimen. A pesar de algunas declaraciones individuales, como la del entonces presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, quien en 2015 pidió perdón por las «formas de antitestimonio y escándalo» de la Iglesia durante la Guerra Civil, no se ha producido una solicitud de perdón específica dirigida a las comunidades protestantes por las persecuciones sufridas bajo el nacionalcatolicismo. Esto no es una exigen ni política ni religiosa, sino del mismo Evangelio que insta a perdonar siempre.

[8] Ginés, Pablo, Sectores evangélicos y la imagen de Roma, en Religión en Libertad, enero 2017.

[9] Monroy, Juan Antonio, Un largo viaje, Andamio, Barcelona 2009, 243.

[10] La obra Concilios fue publicada originalmente en dos volúmenes (1965 y 1966) por el teólogo evangélico español José Grau Bacells bajo el seudónimo Javier Gonzaga. Esta decisión respondió a las restricciones impuestas por la censura del régimen franquista, que dificultaba la publicación de obras críticas hacia el catolicismo romano. Para sortear estas limitaciones, la obra se presentó como editada por una supuesta editorial estadounidense, International Publications, con sede en Grand Rapids, Michigan, aunque en realidad fue producida en Barcelona. Posteriormente, en 1987, la obra fue reeditada bajo el título Catolicismo Romano: Orígenes y Desarrollo, ya con el nombre real del autor, por Ediciones Evangélicas Europeas.

Cf. Gonzaga, Javier, Concilios, Vol. I y II, International Publications, Grand Rapids 1965–1966.

[11] Grau, José, El ecumenismo a la luz de la Biblia, Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1972.

[12] Escobar, Samuel, El descubrimiento del otro, Ediciones Puma, Buenos Aires 2011.

[13] Abad, Alfredo, La comunión en el testimonio común, intervención en la SUOC 2021, disponible en infoekumene.org.

[14] FEREDE, Boletín oficial, enero 2024.

[15] Entrevista a Carlos Lozano en El Espinar Ecuménico, junio 2023.

[16] La Mesa de Diálogo Interconfesional: una oportunidad para la unidad, en Alfa y Omega, 28 septiembre 2024.

[17] García Ruiz, Máximo, Pluralismo y confesionalidad, Editorial Clie, Barcelona 2007.

[18] Consejo Mundial de Iglesias, WCC Podcast Explores Feast of Creation, 2023, www.oikoumene.org.

 

Juan G. Biedma, Ecumenista

 

Religiones y Derechos Humanos
Límites del Diálogo y el Discernimiento Ético 
en el Ámbito Interreligioso

Resumen

Este estudio examina críticamente el diálogo interreligioso y ecuménico desde una perspectiva bíblica, patrística, magisterial y ecuménica contemporánea, interrogando el carácter ambivalente de la religión como potencial agente de liberación o instrumento de esclavitud espiritual. A partir de las distinciones propuestas por Erich Fromm entre religión humanista y autoritaria, se plantean los límites éticos del diálogo cuando las prácticas religiosas devienen estructuras opresivas. La reflexión se apoya en aportes de Hans Küng, Paul Ricoeur y Jürgen Moltmann, y en el fundamento teológico de la tradición bíblico-patrística, que legitima el diálogo sin renunciar al juicio moral. Se incorpora el testimonio del magisterio católico moderno (Vaticano II, Redemptoris missioCaritas in veritateEvangelii gaudium y Abu Dabi), así como las posiciones del Consejo Mundial de Iglesias y de las confesiones protestantes clásicas, en especial la tradición reformada y los anabaptistas. La tesis central sostiene que no toda religión merece reconocimiento sin condiciones: solo aquellas que respetan la libertad de conciencia, promueven la dignidad humana y renuncian a toda forma de coacción son interlocutoras legítimas y necesarias. El artículo propone criterios teológicos y éticos para un diálogo responsable, y denuncia el relativismo y la neutralidad cómplice ante las religiones que legitiman estructuras de poder, exclusión (mujeres, colectivo LGBT, divorciados, etc.) o violencia. Así, se concluye que el diálogo interreligioso debe estar siempre subordinado a la verdad, la justicia y la libertad integral del ser humano.

Líneas Maestras del Trabajo

Diálogo interreligioso con discernimiento ético

El diálogo entre religiones no es un fin en sí mismo, sino una vocación evangélica sujeta a criterios morales. No todo interlocutor religioso es legítimo si vulnera la libertad, la justicia o la dignidad humana. El discernimiento ético es condición de posibilidad para un diálogo auténtico y no cómplice.

Religión humanizante versus religión autoritaria

Siguiendo a Erich Fromm, se plantea la diferencia entre religiones que promueven el desarrollo integral del ser humano y aquellas que imponen sumisión ciega, control 
espiritual o represión moral. Esta distinción entre religiosidad liberadora y sectarismo destructivo es clave en todo juicio teológico.

Fundamento bíblico y patrístico del diálogo

El artículo demuestra que el diálogo interreligioso tiene raíces profundas en la Biblia y en la tradición patrística, desde el reconocimiento de la verdad presente en los “otros” (Jonás, Pablo, Justino, Clemente) hasta la afirmación de que toda verdad proviene del Logos eterno.

El magisterio católico moderno ante la ambivalencia religiosa

Documentos como Nostra aetateDignitatis humanaeRedemptoris missioCaritas in veritate y Evangelii gaudium, junto con el Documento de Abu Dabi, reconocen que la religión puede ser fuerza de humanización o de opresión, y que la libertad de conciencia es el criterio teológico y antropológico para discernir esa diferencia.

El Consejo Mundial de Iglesias y las iglesias protestantes ante la religión ambigua

El CMI y diversas tradiciones protestantes —especialmente luteranas, reformadas, anabaptistas y evangélicas latinoamericanas— han desarrollado una crítica profética a las religiones que legitiman el poder o suprimen la conciencia. El diálogo, en esta línea, exige justicia, libertad y apertura al Espíritu.

Crítica evangélica a la religión que subyuga

Desde la Biblia y los Padres de la Iglesia hasta Bonhoeffer, Lutero, Castellion o Míguez Bonino, se reitera que la verdadera fe libera, escucha, transforma y respeta. Toda religión que justifica la violencia, la coacción o la exclusión se aleja del Evangelio y traiciona su sentido.

Principios éticos para un diálogo interreligioso responsable

El artículo propone cuatro criterios fundamentales: la reciprocidad real, la denuncia profética de estructuras injustas, la búsqueda honesta de la verdad común y el respeto incondicional a la libertad de conciencia, incluyendo el derecho a cambiar de fe sin represalias.

Peligros del relativismo y de la neutralidad cómplice

Una tolerancia sin juicio ético deviene complicidad con lo inhumano. El relativismo acrítico, que equipara todo discurso religioso, desactiva la dimensión profética del cristianismo y permite que el terror se disfrace de sacralidad.

La conciencia como santuario inviolable

Tanto desde Lutero como desde Newman, se afirma que la conciencia —cuando está bien formada— tiene primacía sobre cualquier poder eclesiástico o civil. Allí donde la religión somete o anula la conciencia, deja de ser mediación de lo divino para convertirse en instrumento de dominación.

Términos Clave

Diálogo interreligioso, religión humanizante, religión autoritaria, libertad de conciencia, sectarismo, discernimiento ético, reciprocidad, profetismo crítico, ambivalencia de la religión.

1. Introducción: Diálogo, Sí, Pero ¿Hasta Dónde?

En un mundo cada vez más globalizado y culturalmente interdependiente, el diálogo interreligioso y ecuménico se ha convertido en un imperativo pastoral, teológico y político. No obstante, este diálogo no puede desarrollarse en el vacío ni al margen de principios éticos universales. Cuando las religiones se transforman en estructuras de exclusión, violencia o represión sistemática de los derechos humanos fundamentales, el mismo diálogo corre el riesgo de tornarse cómplice —por omisión o por exceso de tolerancia— de un silencio culpable o de un relativismo paralizante, algo inadmisible.

Esta tensión entre apertura y límites éticos del diálogo encuentra un eco profundo en el pensamiento de Erich Fromm, quien distinguía entre una religión madura, centrada en la libertad, el amor y el crecimiento del ser humano, y una religión autoritaria, cuyo objetivo es la obediencia ciega, el sometimiento y la anulación de la conciencia crítica, definición que coincide con los conceptos de religión sana y proactiva y religiosidad sectaria y tóxica. Para Fromm, esta última no es ya religión, sino patología colectiva, expresión de una neurosis social revestida de sacralidad, en síntesis, sectarismo destructivo del individuo y del conjunto social. En sus palabras: «La religión autoritaria es aquella en la que se exige la sumisión del individuo a una autoridad superior, y en la que la obediencia es la virtud suprema. La religión humanista, por el contrario, es aquella en la que el hombre es el centro, y el objetivo es su desarrollo pleno y la realización de sus potencialidades»[1].

Desde esta perspectiva, la pregunta se impone con mayor urgencia: ¿puede sostenerse un diálogo auténtico con quienes, en nombre de lo divino, justifican la esclavitud espiritual, la negación de la autonomía personal o incluso la aniquilación simbólica del diferente? ¿No será, en tales casos, más ético el profetismo crítico que la diplomacia silenciosa, o el diálogo y el acuerdo vano?

Hans Küng, con su conocida propuesta de una ética mundial, insistía en que no puede haber paz entre las religiones sin diálogo, pero cabe apostillar al teólogo que tampoco puede haber diálogo sin responsabilidad moral. En su obra afirma: «Un mundo único no necesita, ciertamente, una religión o una ideología unitarias, pero sí alguna clase de normas, valores, ideales y fines obligatorios y obligantes. La supervivencia es imposible sin una ética mundial»[2]. Para Küng, una religión que justifica la violencia, el fundamentalismo o la intolerancia se ha deslegitimado a sí misma, y el deber del teólogo no es el silencio, sino la denuncia lúcida y valiente.

Paul Ricoeur, desde una perspectiva hermenéutica, advierte que la religión debe ser crítica de sí misma para evitar convertirse en una ideología de dominación. Sostiene que la interpretación simbólica de lo sagrado es una tarea interminable que impide fijar de una vez por todas el sentido de lo divino. Su ética de la responsabilidad y su enfoque narrativo del yo implican que toda experiencia religiosa genuina debe sostenerse sobre el reconocimiento del otro como sujeto y no como amenaza[3].

Por su parte, el teólogo protestante Jürgen Moltmann ha enfatizado que la verdadera fe cristiana es incompatible con cualquier forma de represión espiritual o política. En El Dios crucificado, escribe: «La cruz de Cristo no es sólo una crítica de la religión, sino su juicio. La religión que se convierte en poder opresor es crucificada con Cristo»[4]. Su teología de la esperanza y su visión del Reino como espacio de libertad y justicia se oponen frontalmente a toda estructura religiosa que imponga miedo, exclusión o rigidez dogmática. Para Moltmann, el futuro de las religiones pasa por su capacidad de convertirse en espacios de liberación, no de sometimiento; de comunión, no de segregación.

El discernimiento entre religión y sectarismo —como ya lo intuyeron Fromm, Küng, Ricoeur y Moltmann— es hoy más urgente que nunca, porque no todo lo que se presenta bajo el ropaje de lo religioso merece la legitimidad del diálogo. La fe, cuando es verdadera, no anula la libertad ni la conciencia; las religiones, para ser interlocutoras válidas en el espacio público, deben someterse al juicio ético de la dignidad humana universal. En religión no puede haber coacción ni sometimiento de ningún tipo. La libertad de conciencia y de conversión debe estar asegurado en todo lugar con independencia del credo mayoritario y no ser causa de persecución, violencia y muerte.

1. Fundamento Bíblico y Patrístico del Diálogo Interreligioso

1.1. Fundamento bíblico: la apertura a los «otros» en la revelación

El diálogo interreligioso, lejos de ser una invención moderna o una concesión diplomática, encuentra raíces profundas en la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La Biblia, aunque centrada en la revelación de Dios al pueblo de Israel y culminada en Cristo, no anula, sino que reconoce y valora la presencia de la verdad, la justicia y la búsqueda de lo divino más allá de sus propias fronteras.

a) El Antiguo Testamento y la universalidad de Dios

El Dios de Israel no es una divinidad tribal, sino el Creador de cielos y tierra (Gn 1:1), juez de todas las naciones (Jer 46–51) y fuente de sabiduría para todos los pueblos. Profetas como Amós, Isaías y Jonás muestran cómo Dios interviene y se revela también fuera de Israel:

  • Melquisedec, sacerdote de El Elyón y rey de Salem (Gn 14:18–20), es reconocido por Abraham y aparece en la tradición como figura de sacerdocio universal (cf. Sal 110:4; Hb 7:1–17).
  • Jonás, a pesar de su resistencia, es enviado a predicar a Nínive, ciudad pagana, que termina convirtiéndose. La salvación de los ninivitas es recibida con desagrado por el profeta, pero aceptada por Dios (Jon 3–4).
  • El siervo de Yahveh en Isaías 42 y 49 es presentado como «luz de las naciones», no solo como redentor de Israel (Is 49:6).

b) El Nuevo Testamento y la inclusión de todos los pueblos

Con Cristo, la apertura interreligiosa se radicaliza: el Mesías es luz para los gentiles y salvación universal (Lc 2:32). Jesús dialoga con extranjeros y marginados religiosos (la 
samaritana en Jn 4; la cananea en Mt 15:21–28), reconociendo su fe, y declara que «vendrán de oriente y occidente y se sentarán en el Reino de los cielos» (Mt 8:11).

San Pablo, en su discurso en el Areópago de Atenas (Hch 17:22–31), realiza un acto paradigmático de diálogo interreligioso: parte del altar al «Dios desconocido» para anunciar al Dios vivo y verdadero, sin violencia ni desprecio, reconociendo que «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (v. 28), citando incluso a poetas paganos. Esta es una forma ejemplar de inculturación y de diálogo con otras cosmovisiones.

En su carta a los Romanos, Pablo sostiene que «los paganos, aun sin Ley, muestran que la llevan escrita en sus corazones» (Rm 2:14–15), afirmación que legitima la búsqueda de la verdad y del bien en toda cultura.

Por tanto, el fundamento bíblico del diálogo interreligioso está en la convicción de que Dios actúa también más allá de las fronteras visibles de su pueblo, y de que todo ser humano, creado a su imagen (Gn 1:27), posee una capacidad intrínseca de apertura al Absoluto.

1.2. Fundamento patrístico: semillas del Verbo y la búsqueda de la verdad

Aunque los Padres de la Iglesia polemizaron con el paganismo, varios de ellos adoptaron una actitud de reconocimiento hacia lo verdadero y bueno presente en las religiones y filosofías no cristianas, bajo el concepto de logoi spermatikoi(semillas del Verbo).

a) San Justino Mártir

Filósofo convertido al cristianismo, Justino afirma que el Logos (la Palabra de Dios) ha sembrado destellos de verdad incluso en quienes no conocen a Cristo. Es célebre su afirmación en las Apologías: «Todo cuanto de bueno dijeron quienes vivieron según el Logos, nos pertenece a nosotros los cristianos, pues Cristo es el Logos entero» (Apología I, 46).

Así, Sócrates o Heráclito son vistos como cristianos avant la lettre, porque vivieron según la razón divina. Esta visión permite afirmar que la sabiduría no cristiana puede ser preparación para la fe y ocasión de diálogo.

b) Clemente de Alejandría

En Stromata, Clemente defiende que la filosofía griega fue un «pacto pedagógico» dado por Dios a los griegos, como la Ley a los hebreos: «La filosofía fue dada a los griegos como preparación para Cristo, así como la Ley a los hebreos» (Stromata, I, 5).

Esta afirmación implica que la verdad no está restringida a un pueblo ni a una religión: donde hay búsqueda auténtica, allí obra el Espíritu.

c) Orígenes de Alejandría

En su monumental Contra Celso, Orígenes dialoga con un intelectual pagano, tomando sus objeciones en serio, y afirmando la razonabilidad de la fe cristiana. Si bien defiende la superioridad del cristianismo, reconoce que Dios actúa en todos los tiempos y pueblos.

d) San Agustín

Aunque más crítico con el paganismo, Agustín sostiene que hay una sabiduría natural inscrita en el corazón humano. En De doctrina christiana, afirma que toda verdad, venga de donde venga, pertenece al cristiano: «El cristiano no debe rechazar la verdad, venga de donde venga, incluso si proviene de los enemigos de la fe»[5]

Como vamos observando el diálogo interreligioso no es una innovación del posconcilio, sino una exigencia arraigada en la misma revelación bíblica y en la tradición patrística. Desde la apertura del Antiguo Testamento a las naciones, pasando por la práctica de Jesús y la teología paulina, hasta la reflexión de los Padres, la fe cristiana ha reconocido —aunque no siempre con coherencia histórica— que Dios no está limitado a sus propios límites confesionales. Toda búsqueda sincera de la verdad y del bien es, en algún modo, participación en la obra del Logos eterno.

2. ¿Humaniza o Subyuga? Interrogación Bíblico–Patrística a la Ambivalencia de la Religión

2.1. En las Escrituras: ¿Religión revelada o religión deformada?

La Biblia presenta de modo complejo la experiencia religiosa. Por una parte, la fe es una llamada liberadora, una relación viva con Dios que eleva al ser humano; por otra, cuando se absolutiza, legaliza o desvincula de la justicia, la religión se convierte en obstáculo, en máscara del pecado o en instrumento de dominio.

a) La fe como experiencia humanizante

En la narrativa del Éxodo, Dios se revela como el que ve la opresiónescucha el clamor y libera a su pueblo (Ex 3:7–10). Aquí, la religión no es una estructura ritual, sino una historia de liberación, de paso de la esclavitud a la dignidad. El Decálogo (Ex 20) funda una ética relacional que protege la vida, la verdad, la libertad, el descanso y la justicia. También los profetas vinculan fe y justicia: «¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios?», dice Yahveh en Is 1:11–17; «aprended a hacer el bien, buscad la justicia».

En el Nuevo Testamento, la religión se redefine desde el encuentro con Cristo: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2:27), afirma Jesús, devolviendo la fe a su raíz humanista. En su crítica a los fariseos, denuncia una religión legalista que carga pesos sobre los demás (Mt 23:4), vacía de compasión. Santiago, en su carta, declara: «La religión pura y sin mancha ante Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo» (St 1:27).

→ Interrogación bíblica: ¿Puede la religión ser verdadera si no libera, si no defiende al débil, si no promueve el crecimiento del sujeto? ¿No se vuelve idolátrica cuando sustituye la relación con Dios por el cumplimiento formal? ¿No deja de servir a las personas cuando le sirve y se sirven de ella y los servidores religiosos se convierten en poderosos?

b) La fe como vehículo de alienación religiosa

La Biblia también denuncia la religión degradada: cuando se absolutiza la Ley, cuando se ofrece culto vacío, cuando se pacta con el poder. El becerro de oro (Ex 32) es símbolo de una religión fabricada, que pretende domesticar lo divino al servicio de la ansiedad humana. El templo, que debía ser casa de oración para todos los pueblos (Is 56:7), es transformado en «cueva de ladrones» (Mc 11:17), y Jesús lo purifica proféticamente.

El discurso profético (Am 5:21–24; Mi 6:6–8) insiste: los ritos sin justicia no solo son inútiles, sino ofensivos a Dios. La denuncia alcanza su clímax en las palabras de Jesús a los fariseos: «sepulcros blanqueados» (Mt 23:27), cuyo culto es puro formalismo. La religión se vuelve entonces caricatura: rígida, excluyente, violenta, inhumana.

→ Interrogación evangélica: ¿Qué religiosidad reproduce hoy ese tipo de fariseísmo? ¿No se dan aún formas eclesiales donde la autoridad sustituye a la conciencia, y la norma sustituye al Espíritu? 

2.2. En los Padres de la Iglesia: pedagogía del Logos o máscara del demonio

Los Padres, en diálogo con el paganismo, reconocen dos dimensiones contrapuestas de la religión: como búsqueda legítima del Absoluto o como superstición alienante.

a) Religión como apertura al Logos

Justino, Clemente y Orígenes, como ya vimos, reconocen en la filosofía pagana y en ciertas prácticas religiosas una preparación evangélica. La religión, en cuanto búsqueda sincera de sentido, es para ellos un camino pedagógico hacia la plenitud revelada en Cristo. 

→ Interrogación patrística: ¿No sería esta visión una justificación teológica del diálogo interreligioso actual, entendido como convergencia hacia la verdad plena desde distintos itinerarios?

b) Religión como superstición y dominio espiritual

Sin embargo, los mismos autores advierten contra el riesgo de la religio falsa o superstitio. Lactancio escribe en De divinis institutionibus que la religión auténtica es racional, moral y libre de temor mágico. Tertuliano, aunque apologético, ve en muchas prácticas religiosas del Imperio un campo de acción de los demonios. San Agustín, más crítico aún, identifica las religiones paganas como sistemas idolátricos donde el culto oculta la ignorancia y la corrupción de costumbres (La ciudad de Dios, VI-VIII).

→ Interrogación crítica: ¿Cuándo la religión deja de ser búsqueda y se convierte en sistema? ¿En qué momento el culto degenera en ideología que aliena, atemoriza o manipula?

La tradición bíblica y patrística no ofrece una visión unívoca de la religión. La presenta, más bien, como una realidad ambivalente: puede ser camino de humanización cuando se orienta a la verdad, al bien y al Dios vivo; pero también puede convertirse en instrumento de alienación, cuando es usada para justificar la injusticia, la sumisión o el control social. 
Por ello, la fe auténtica exige discernimiento espiritual, vigilancia ética y conversión continua. La religión no es verdadera por el mero hecho de ser religión, sino en la medida en que libera, dignifica y pone al ser humano en relación viva con el Amor trascendente.

2.3. El magisterio católico moderno ante la ambivalencia religiosa: entre liberación y esclavitud

El magisterio reciente de la Iglesia católica ha desarrollado con creciente claridad una visión crítica de la religión, reconociendo que no toda expresión religiosa humaniza ni toda praxis devocional conduce al bien. Frente a una concepción idealizada o romántica de lo religioso, el Vaticano II y los pontificados posteriores han asumido, con fidelidad bíblico–patrística, que la religión puede ser vehículo de comunión y dignidad, pero también instrumento de desequilibrio, descarte o intimidación. Esta conciencia ética atraviesa los grandes textos doctrinales del diálogo interreligioso y delimita su alcance en clave de verdad y libertad.

2.3.1. Nostra aetate: reconocimiento de la verdad en el otro y rechazo del exclusivismo sectario

La declaración Nostra aetate parte de una afirmación positiva: existen elementos «verdaderos y santos» en las religiones no cristianas, que deben ser reconocidos con sincero respeto[6]. Esta apertura no implica ingenuidad: se refiere solo a lo que refleja «un destello de la Verdad que ilumina a todos los hombres». Implícitamente, se excluyen de este reconocimiento aquellas prácticas religiosas que oprimen al ser humano, lo desfiguran o violan su dignidad. La Iglesia, afirma el texto, «reprueba toda discriminación o vejación realizada por motivos de raza o religión» (n. 5), subrayando que la auténtica religión nunca puede ser fuente de división, odio o esclavitud.

2.3.2. Dignitatis humanae: la religión no puede imponerse, ni siquiera por medios legales

La libertad religiosa, reconocida por Dignitatis humanae, no se apoya en la tolerancia pasiva, sino en la dignidad inalienable de la persona[7]. Por tanto, toda forma de religión que imponga creencias por coacción social, presión estatal o castigo legal —como ocurre en los sistemas confesionales de corte teocrático o sectario— se sitúa en abierta contradicción con la revelación cristiana. La fe solo puede proponerse, no imponerse. En este punto, el magisterio rechaza implícitamente las religiones que niegan el derecho a la conversión, castigan la apostasía o criminalizan la libertad de conciencia y pensamiento religioso y/o espiritual.

2.3.3. Redemptoris missio: no todo culto religioso es humanizante

Juan Pablo II, en Redemptoris missio, reconoce que hay «semillas del Verbo» en todas las religiones, pero añade un criterio decisivo: «La presencia y acción del Espíritu no deben separarse de Cristo, al que el Espíritu mismo remite siempre»[8]. Por tanto, no se trata de legitimar toda religión en cuanto tal, sino solo aquellas que, al menos potencialmente, se abren a la verdad y a la libertad. En el n.º 55, el papa afirma con fuerza que el diálogo exige «apertura de corazón», pero también «discernimiento crítico» respecto a las religiones que degradan al ser humano o lo someten a estructuras de control espiritual.

2.3.4. Caritas in veritate: la religión deformada por el poder se convierte en alienación

Benedicto XVI, en Caritas in veritate, advierte con lucidez sobre el vaciamiento ético de la religión cuando esta se desvincula de la verdad y de la justicia. «Sin verdad, la caridad deriva en sentimentalismo» —afirma con contundencia—, y el amor se convierte entonces en un envoltorio vacío, sujeto a arbitrios ideológicos o afectivos[9]. Esta lógica puede aplicarse igualmente al diálogo interreligioso: cuando se establece sin referencia a la verdad ni a la justicia, se incurre en complicidad tácita con estructuras religiosas inhumanas. Para Benedicto XVI, la fe auténtica jamás puede ser instrumento de dominación. Si la religión no es crítica de sí misma, si no se somete al juicio de la verdad revelada y de la dignidad humana, corre el riesgo de convertirse en ideología. Este principio entronca con la advertencia profética de los Padres de la Iglesia: no toda religiosidad procede del Espíritu Santo; muchas veces se reviste de sacralidad para encubrir estructuras de poder y dominio esclavizante. En definitiva, puede y debe sostenerse el juicio sobre la existencia de religiones verdaderas y falsas, siempre que el discernimiento se fundamente en estos criterios: la orientación hacia la verdad, el respeto a la libertad y la promoción efectiva de la dignidad humana en todas sus dimensiones.

2.3.5. Evangelii gaudium y Abu Dabi: la verdadera fe no somete, ni excluye, ni mata

Francisco, en Evangelii gaudium, vuelve con fuerza a la distinción entre religiones humanizantes y religiones opresoras. «Una fe que no es capaz de hacerse cultura es una fe no plenamente asumida, no pensada, no vivida fielmente»[10]. El papa denuncia las deformaciones religiosas que se absolutizan, que se hacen violentas o dogmáticamente extremas. En esta línea, el Documento sobre la fraternidad humana de Abu Dabi, firmado junto al gran imán de Al-Azhar, declara sin ambigüedades: «Dios no quiere que su nombre sea utilizado para aterrorizar a las personas. […] El extremismo religioso, en todas sus formas, es una traición a la religión misma»[11].

Este juicio eleva a criterio teológico la distinción ética entre religiosidad madura y sectarismo espiritual. La fe verdadera no puede oprimir ni justificar violencia; cuando lo hace, se ha vaciado de su contenido evangélico y humano en el sentido más pleno.

El magisterio moderno, en continuidad con la tradición bíblica y patrística, ha asumido que no toda religión merece reconocimiento, y que el diálogo interreligioso solo puede sostenerse si se distingue entre fe liberadora y religiosidad patológica. Toda religión que niega la libertad reprime la conciencia, impone sumisión o legitima la violencia, ha perdido su derecho a dialogar y cooperar. La Iglesia, desde su propia fe, está llamada a discernir, no solo a acoger sin criterio alguno. A defender al ser humano, no a tolerar su esclavitud y utilización religiosa o su adoctrinamiento sectario. Esta es la única vía para que el diálogo y la cooperación no sea una farsa diplomática, irénica falsaria, sino una verdadera expresión del Reino de Dios, que es justicia, paz y libertad plena en el Espíritu.

3. Religión que Libera y Religión que Esclaviza: Recepción y Desarrollo en el Consejo Mundial de Iglesias y el Mundo Protestante

3.1. El Consejo Mundial de Iglesias: diálogo, libertad y denuncia profética

El Consejo Mundial de Iglesias (CMI), desde su fundación en 1948, ha promovido el diálogo interreligioso como una expresión de la vocación cristiana al encuentro, la reconciliación y la defensa de la dignidad humana. Sin embargo, su perspectiva va más allá de la apertura: incorpora una crítica lúcida a las formas religiosas que, lejos de humanizar, se convierten en sistemas de opresión cultural, ideológica o espiritual.

a) Religión como espacio de liberación o de alienación

Desde una lectura teológica y ética del conjunto del pensamiento del Consejo Mundial de Iglesias —particularmente a través de las declaraciones del Comité de Fe y Constitución, las resoluciones emanadas de las Asambleas de Canberra (1991), Porto Alegre (2006) y Busan (2013), así como del documento programático An Invitation to the Pilgrimage of Justice and Peace (2014)—, puede afirmarse que el CMI sostiene una comprensión crítica y discerniente de la religión en su relación con la dignidad humana. En este sentido, la religión, cuando se desliga de su vocación profética y no se somete al juicio evangélico de la justicia y la paz, corre el riesgo de ser instrumentalizada por poderes políticos, convertirse en legitimadora de sistemas opresivos (dictatoriales) o transformarse en agente de exclusión social, marginación cultural y violencia simbólica o física. 

Por ello, el CMI insiste en que no toda expresión religiosa merece, por el solo hecho de invocar lo sagrado, un lugar sin condiciones en el ámbito del diálogo interreligioso. El criterio fundamental no puede ser la autodefinición, sino la fidelidad al valor de la vida, el respeto a la conciencia y el compromiso con la justicia. Solo una religión que humaniza, libera y construye comunión tiene derecho a ser reconocida como interlocutora válida en el concierto ecuménico y plural de las religiones[12].

b) Discernimiento espiritual frente al fundamentalismo

El Consejo Mundial de Iglesias ha desarrollado, especialmente desde inicios del siglo XXI, una reflexión teológica crítica y abierta sobre el lugar del cristianismo en un mundo religiosamente plural. En el documento Religious Plurality and Christian Self-Understanding (2006), el CMI reconoce que la diversidad religiosa es un hecho teológico y pastoral que interpela a la fe cristiana a renovarse en humildad, en discernimiento del Espíritu y en responsabilidad ética. No toda forma de religión es por definición humanizante: el documento señala con claridad que las tradiciones religiosas pueden volverse excluyentes, absolutistas y funcionales al poder si no se abren al juicio de Dios y a la voz del otro, en especial al más débil y necesitado. Por ello, afirma que los cristianos deben aprender a «reconocer la acción de Dios más allá de las fronteras visibles de la Iglesia», y a leer los signos del Espíritu «en quienes practican otras religiones con sinceridad de corazón y vocación de justicia»[13].

Esta línea de pensamiento se amplía en el documento programático An Invitation to the Pilgrimage of Justice and Peace(2014), donde se afirma que la vocación de las religiones no es afirmar su supremacía institucional ni doctrinal, sino contribuir, desde su identidad, a la justicia, la paz y la dignidad humana. En este marco, el CMI ha denunciado con 
creciente claridad el auge del fundamentalismo religioso —incluido en contextos cristianos— que absolutiza interpretaciones rígidas y radicales, niega el pluralismo y legitima exclusiones contra mujeres, minorías sexuales o creyentes de otras confesiones. Frente a ello, propone una «espiritualidad de peregrinación»[14] que implica apertura crítica, conversión profética y solidaridad con los oprimidos[15].

El documento titulado Christian Witness in a Multi-Religious World: Recommendations for Conduct[16] fue publicado en 2011 como resultado de una colaboración histórica entre el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (PCDI) y la Alianza Evangélica Mundial (AEM), esta última implicada en este caso en una colaboración ecuménica no habitual. Este documento ofrece directrices para el testimonio cristiano en contextos multirreligiosos, enfatizando principios como el respeto mutuo, la libertad religiosa y la renuncia a métodos coercitivos o práctica de proselitismo voraz en la evangelización. 

Igual cabe destacar que el documento no aborda directamente la distinción entre religiones «humanizantes» o «peligrosas», pero establece principios éticos que implican una crítica a las prácticas religiosas que violan la dignidad humana. Por ejemplo, se afirma que: «Los cristianos son llamados a rechazar todas las formas de violencia, incluso psicológica o social, incluyendo el abuso de poder en su testimonio.»

Además, subraya la importancia de la libertad religiosa: «La libertad religiosa, incluyendo el derecho a profesar, practicar, propagar y cambiar de religión, fluye de la misma dignidad de la persona humana.»

Estos principios reflejan una preocupación por evitar que la religión se convierta en un instrumento de opresión o violencia, alineándose con la idea de que la religión debe ser una fuerza humanizante.

Por tanto, el CMI comparte con el magisterio católico la distinción esencial entre una religión abierta, humanizadora, liberadora, y otra que se convierte en máscara del poder o del miedo, subyugando a sus seguidores de muchas maneras sutiles o no.

3.2. Las iglesias protestantes: entre teología de la libertad y crítica de los abusos religiosos

El protestantismo no es un bloque homogéneo ni posee una autoridad central única, pero en sus principales tradiciones teológicas (reformadas, luteranas, evangélicas progresistas —no así en las evangélicas de la Alianza Evangélica Mundial, evangélicas libres, carismáticas y pentecostales—) se encuentran planteamientos similares a los del Vaticano II y el CMI, aunque expresados en categorías propias.

a) Lutero y la conciencia: religión sin coacción, verdad sin violencia

Desde sus orígenes, la Reforma protestante planteó con radicalidad la centralidad de la conciencia iluminada por la Palabra, frente a cualquier forma de autoridad eclesiástica impuesta desde fuera. En su célebre comparecencia ante la Dieta de Worms en 1521, Martín Lutero se negó a retractarse de sus escritos si no se le convencía «mediante la Sagrada Escritura y la razón»[17]. Aunque este gesto no formulaba aún una teoría de la libertad religiosa como derecho civil, sentaba un principio teológico esencial: la fe no 
puede imponerse desde fuera, sino que nace del encuentro interior entre la Palabra divina y la conciencia personal. Cuando el protestantismo se mantiene fiel a esta raíz, la fe se configura como acto de libertad espiritual y de obediencia directa a Dios.

Este principio luterano de responsabilidad personal ante la verdad encuentra una resonancia teológica significativa —aunque desde presupuestos eclesiológicos diferentes— en el pensamiento del cardenal John Henry Newman, teólogo anglicano convertido al catolicismo, quien sostuvo en su Carta al duque de Norfolk (1875) que la conciencia, cuando está rectamente formada, debe ser obedecida incluso por encima de mandatos eclesiásticos[18]. Lejos de proponer una conciencia autónoma o individualista, Newman reivindica su carácter teologal: la conciencia es la voz de Dios en el interior del alma, no una opinión subjetiva. Así, el criterio de verdad no es la coacción ni la sumisión institucional, sino la fidelidad a la luz interior discernida a la luz de la revelación de Dios.

De este modo, tanto Lutero como Newman, cada uno desde su tradición, coinciden en afirmar que la verdadera religión no puede fundarse sobre el miedo ni sobre la obediencia ciega, sino sobre la convicción libre, el juicio iluminado por la gracia y la obediencia interior a la verdad. La conciencia, lejos de ser una amenaza para la fe, es su lugar más sagrado. Y allí donde la religión pretende someterla, ya no es signo del Reino, sino máscara del poder.

La conciencia, por tanto, no puede ser doblegada ni por la Iglesia ni por el Estado, como tampoco a ningún líder sectario, pues pertenece a Dios solo. Cuando el protestantismo se mantiene fiel a esta raíz, la fe se configura como un acto personal de adhesión a la verdad, y no como sometimiento institucional.

b) La Apología de la Confesión de Augsburgo y el camino hacia la libertad de conciencia

La Apología de la Confesión de Augsburgo[19], redactada por Philipp Melanchthon en 1531 como defensa de la fe reformada frente a la Confutatio pontificia[20], no desarrolla aún una noción moderna de libertad de religión como derecho universal. Sin embargo, sí contiene elementos doctrinales que preparan teológicamente esa noción, al colocar el núcleo de la vida cristiana en la relación personal con Dios por medio de la fe.

c) La primacía de la Palabra y de la fe personal

Melanchthon afirma con fuerza que la justificación es un don recibido por la fe, no por las obras ni por las observancias impuestas por la autoridad eclesiástica. Esta convicción refuerza la idea de que la fe es inviolable y no puede ser objeto de imposición externa bajo ningún concepto.

d) Rechazo de imposiciones sin fundamento evangélico

La Apología denuncia la carga espiritual que suponen las tradiciones humanas —celibato obligatorio, ritos no esenciales, imposiciones económicas, normas ascéticas impuestas— cuando son presentadas como necesarias para agradar a Dios. Esto constituye una crítica abierta a toda forma de coerción religiosa institucionalizada que suplanta la libertad del creyente.

e) Defensa del derecho a enseñar la fe reformada sin persecución

Aunque no en clave moderna de derechos humanos, la Apología justifica la existencia y libertad de las comunidades evangélicas a practicar y anunciar su fe sin imposición ni represión por parte del poder civil o eclesiástico.

Es cierto que la Apología no postula una declaración política de derechos, pero afirma teológicamente:

  • Que la fe no puede imponerse ni siquiera en nombre de la Iglesia;
  • Que solo Dios juzga la conciencia y que esta no debe ser sometida a autoridades humanas;
  • Que la salvación no depende de instituciones que pretendan monopolizar la gracia o el acceso a la verdad.

Lo que supone un aldabonazo para estas intuiciones que abrirán el camino a desarrollos posteriores más explícitos en la historia del protestantismo, como los de Sebastián Castellion[21], los anabaptistas[22], o los defensores del principio de libertad religiosa en las confesiones reformadas del siglo XVII[23]. Pero ya en Lutero y Melanchthon está presente el germen de una fe que no se impone, sino que interpela, no se fuerza, sino que se ofrece libremente, una fe opcional y aceptada.

f) Bonhoeffer y la crítica a la religión como sistema

El teólogo Dietrich Bonhoeffer, mártir cristiano del nazismo, fue uno de los primeros en denunciar la «religión burguesa» como forma vacía de devoción social, al igual que la banalización y superficialidad de la vida cristiana al optar por la «gracia barata», actitudes aliadas con el poder y por ende con los poderosos. En sus Cartas desde la prisión[24], afirmó que la religión institucionalizada podía transformarse en instrumento de ceguera, y reclamó «una fe no religiosa», es decir, una experiencia personal del Dios crucificado que no necesita del andamiaje institucional si este corrompe el mensaje.

g) Teología de la liberación y de la integridad evangélica

Autores como José Míguez Bonino, Samuel Escobar y René Padilla, desde América Latina, desarrollaron una teología protestante contextual donde se distingue claramente entre la «religión del poder» (que pacta con estructuras injustas) y la fe del Reino, que busca justicia, inclusión y dignidad para todos. Míguez Bonino llegó a decir: «Cuando la religión olvida el rostro del pobre, ya no es de Dios; es solo una ideología del sistema»[25].

h) Perspectivas evangélicas contemporáneas

En el mundo evangélico internacional, se encuentran posturas divergentes. Mientras sectores conservadores tienden al exclusivismo, otros espacios como la Alianza Evangélica Mundial o Lausanne Movement han afirmado sin ambages que la fe sin respeto a la libertad ajena se convierte en fundamentalismo. En los Compromisos de Ciudad del Cabo (2010), se afirma que: «Debemos rechazar toda forma de proselitismo coercitivo, toda manipulación de conciencias, toda alianza con poderes opresores, y toda religión que niegue el derecho a cambiar de fe»[26].

3.3. Conclusión: convergencias y tensiones

El magisterio católico, el CMI y muchas iglesias protestantes coinciden en lo esencial: la fe cristiana no puede ser neutral ante la ambivalencia religiosa. Si bien la religión puede ser fuente de consuelo, cultura, justicia y esperanza, también puede degradarse en instrumento de exclusión, violencia o sometimiento. El criterio para discernir no es formal ni institucional, sino evangélico: la fe que humaniza es la que libera, la que escucha al otro, la que reconoce la dignidad del sujeto como reflejo de Dios. La que esclaviza, divide u oprime, se ha separado del Dios vivo, aunque hable constantemente en su nombre.

4. Fundamento Teológico del Diálogo: Una Vocación, No Una Concesión

La Iglesia católica, en el concilio Vaticano II, reafirmó el valor del diálogo con las religiones del mundo como expresión de la búsqueda de la verdad y la fraternidad humana. Nostra aetate constituye un hito fundamental en esta apertura[27], al tiempo que Dignitatis humanae establece la libertad religiosa como derecho inalienable[28]. Más recientemente, el Documento sobre la fraternidad humana, firmado por el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, Al-Tayyeb, ratifica esta línea, afirmando que «Dios no necesita ser defendido con violencia»[29].

Pero este diálogo, para ser auténtico, requiere discernimiento. La caridad no puede prescindir de la verdad, como bien exponía J. Ratzinger (Benedicto XVI)[30]; ni la fraternidad de la justicia, al igual que sostenía el papa Francisco[31]. El respeto al otro no debe implicar ceguera ética ni negación de principios no negociables como la dignidad humana, la libertad de conciencia y religión o la igualdad entre hombres y mujeres, a lo que sumar la plena inclusión de la diversidad sexual humana y de las opciones familiares.

5. Religiones y Derechos Humanos: Cuando el Credo se Convierte en Coacción

Los casos de abuso legal y social en nombre de la religión abundan. Las leyes de blasfemia en Pakistán y Nigeria, por citar unos ejemplos sangrantes por su elevado extremismo fanático, han sido utilizadas sistemáticamente para castigar a quienes se apartan de las ortodoxias oficiales o pertenecen a minorías religiosas, en especial el cristianismo en esas tierras:

  • Pakistán: Shagufta Kiran (2024) y Asia Bibi (2010–2018) fueron acusadas de blasfemia sin pruebas sólidas. El solo contacto impuro con el Corán, una conversación privada o una palabra malinterpretada bastaron para condenarlas a la cárcel o a la pena capital[32].
  • Nigeria: Deborah Samuel Yakubu, en 2022, fue linchada por estudiantes tras enviar un mensaje religioso en WhatsApp. Rhoda Jatau fue encarcelada por defenderla[33].

Estos hechos (un mínimo botón de muestra) demuestran que el marco doctrinal de algunas religiones, cuando se traduce en legislación civil sin respeto por la diversidad y el pluralismo ideológico, se convierte en instrumento de terror e ignominia. El problema no está en la religión en sí, aunque también en algunos casos concretos, sino en su deformación institucionalizada, que confunde fidelidad a Dios con dominio sobre los cuerpos y las conciencias.

6. Criterios Para un Diálogo Interreligioso Responsable

No todo lo que se llama religión puede ser interlocutor válido sin condiciones, al igual que no lo es el sectarismo en cualquiera de su tipología. La apertura al diálogo debe ir acompañada de un discernimiento ético basado en:

  • La reciprocidad: los interlocutores deben aceptar condiciones mínimas de respeto y libertad mutua.
  • La denuncia profética: el diálogo incluye la posibilidad de cuestionar las estructuras que perpetúan la injusticia.
  • La verdad como horizonte: no se trata de igualar todo, sino de buscar juntos lo que humaniza y promueve el desarrollo pleno de los seres humanos al igual que el respeto por la creación.
  • El respeto a la conciencia: ninguna religión puede exigir sumisión ciega como prueba de fidelidad y no admitir, incluso con el empleo de la violencia extrema, la conversión a otras formas religiosas.

7. El Riesgo del Relativismo y de la Complicidad

En aras del respeto mutuo, algunos sectores eclesiales o diplomáticos han caído en una forma de neutralidad que resulta peligrosa. El relativismo ético, que equipara todo credo y toda práctica por igual, acaba legitimando abusos que niegan el espíritu mismo del diálogo. El ecumenismo y la interreligiosidad no deben confundirse con la claudicación moral. Como recordaba el papa Benedicto XVI en Caritas in veritate: «Sin verdad, la caridad deriva en sentimentalismo»[34]. Y sin verdad, el diálogo se convierte en estrategia o cortesía vacía de todo.

8. Conclusión: Diálogo Sí, Pero Con Firmeza Ética y Respeto

El diálogo interreligioso y ecuménico es una vocación evangélica, pero también una exigencia ética. No puede realizarse al margen de los derechos humanos ni puede silenciar la denuncia de las estructuras religiosas o legales que oprimen en el nombre santo de Dios. Es preciso dialogar, pero también discernir. Es necesario respetar, pero también proclamar que el ser humano, su conciencia, su libertad y su dignidad, están por encima de toda estructura doctrinal, religiosa o cultural. Solo así, el diálogo podrá ser camino hacia la verdad y la paz, y no alianza tácita con la injusticia y el terror.

Notas

[1] Fromm, Erich, Psicoanálisis y Religión, Editorial Psique, Buenos Aires 1965.

[2] Küng, Hans, Proyecto de una ética mundial, Editorial Trotta, Madrid 2006.

[3] Ricoeur, Paul. Finitud y culpabilidad: La simbólica del mal, Taurus Ediciones, Madrid 1970.

__________, El conflicto de las interpretaciones: t III: Introducción a la simbólica del mal, Aurora, Buenos Aires 1976.

[4] Moltmann, Jürgen, El Dios crucificado: La cruz de Cristo como base y crítica de la teología cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1977.

[5] San Agustín, De doctrina christiana, II, 18.

[6] Concilio Vaticano II, Nostra Aetate, n. 2, 28 de octubre de 1965.

[7] Concilio Vaticano II, Dignitatis Humanae, n. 2–3, 7 de diciembre de 1965.

[8] Juan Pablo II, Redemptoris Missio, n. 55–56, 7 de diciembre de 1990.

[9] Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n. 3, 29 de junio de 2009.

[10] Francisco, Evangelii gaudium, n. 129–134, 24 de noviembre de 2013.

[11] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019.

[12] Consejo Mundial de Iglesias, An Invitation to the Pilgrimage of Justice and Peace, Comité Central del CMI, Ginebra, 8 de julio de 2014. Véanse también: Asamblea del CMI en Canberra, Come Holy Spirit – Renew the Whole Creation, 1991; Asamblea de Porto Alegre, God, in your grace, transform the world, 2006; Asamblea de Busan, God of life, lead us to justice and peace, 2013. Todos los documentos están disponibles en: https://www.oikoumene.org/resources/documents

[13] Consejo Mundial de Iglesias, El pluralismo y la unicidad de la fe cristiana, Comité de Fe y Constitución, Ginebra 2006, n. 15.

[14] La espiritualidad de peregrinación, según el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), constituye una forma de vida eclesial y cristiana en la que discernimiento espiritual y acción transformadora se articulan en clave de justicia, paz y reconciliación. Iniciada oficialmente en la Asamblea de Busan (2013), esta espiritualidad no consiste solo en un desplazamiento físico o simbólico, sino en un proceso de conversión comunitaria que reconoce la presencia de Dios en los márgenes, en la vulnerabilidad compartida y en el compromiso con los oprimidos. El CMI la define como «una forma de desarrollo de la fe que implica tanto el discernimiento espiritual como la acción. Como tal, es tanto un destino como un proceso». Así, esta peregrinación se convierte en praxis ecuménica: caminar juntos en medio del sufrimiento del mundo, siendo transformados por el encuentro con Dios en «lugares sorprendentes y personas inesperadas».

Cf. Consejo Mundial de Iglesias, Preparing for Pilgrimage: A Guide for Leaders, Ginebra: WCC Publications, 2018, 4. 

En línea: https://www.oikoumene.org/sites/default/files/Document/PreparingforPilgrimage_LeadersGuide.pdf

[15] An Invitation to the Pilgrimage of Justice and Peace, World Council of Churches, Geneva, 2014. Disponible en: https://www.oikoumene.org/resources/documents/an-invitation-to-the-pilgrimage-of-justice-and-peace

[16] Christian Witness in a Multi-Religious World: Recommendations for Conduct (Testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso: Recomendaciones sobre la práctica del testimonio) es un documento oficial publicado conjuntamente por el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (PCDI) y la Alianza Evangélica Mundial (AEM). El documento fue presentado el 28 de junio de 2011, tras cinco años de trabajo conjunto entre estas tres entidades religiosas cristianas.

En línea: https://www.oikoumene.org/es/resources/documents/christian-witness-in-a-multi-religious-world

[17] Lutero, Martín, Obras escogidas. Tomo II: Escritos reformadores. Trad. Teófanes Egido et al., Sígueme, Salamanca 1977, 277. (Discurso ante la Dieta de Worms, 18 de abril de 1521).

[18] Newman, John Henry, Carta al Duque de Norfolk. En Cartas y ensayos sobre la conciencia, trad. Ramón Rodríguez, Ediciones Encuentro, Madrid 2005, 73.

[19] Melanchthon, Philipp, Apología de la Confesión de Augsburgo. Editorial Concordia, 1982.

[20] Confutatio pontificia es el documento oficial redactado por teólogos católicos y aprobado por el emperador Carlos V en la Dieta de Augsburgo (1530), en respuesta crítica a la Confessio Augustana presentada por los reformadores. Rechaza varios de sus artículos y reafirma la doctrina católica frente a las tesis protestantes, siendo el detonante inmediato de la Apología de la Confesión de Augsburgo escrita por Melanchthon en 1531.

[21] Sebastián Castellion (1515–1563), humanista y teólogo reformado francés, es una de las voces más tempranas y firmes en defensa de la libertad de conciencia frente a la persecución religiosa. Antiguo colaborador de Calvino en Ginebra rompió con él tras la ejecución de Servet, y denunció la intolerancia doctrinal en su obra Contra los inquisidores (De haereticis, an sint persequendi, 1554), donde afirma que «matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre». En Consejo a la Francia desolada (1562), abogó por la paz civil en tiempos de guerras de religión. Véanse: Sebastián Castellion, Contra los inquisidores: De haereticis, an sint persequendi, trad. y ed. José Luis Villacañas, Trotta, Madrid 2005; Consejo a la Francia desolada, trad. Consuelo Maqueda Abreu, Comares, Granada 2008.

[22] Los anabaptistas, surgidos en el siglo XVI como ala radical de la Reforma, fueron los primeros en sostener de forma coherente que la fe no puede ser impuesta ni regulada por el poder civil. Rechazaron el bautismo infantil, defendieron la libre confesión de fe, y proclamaron que la conciencia humana solo puede responder a Dios desde la libertad. Perseguidos tanto por católicos como por protestantes magisteriales, su teología —representada por autores como Balthasar Hubmaier, Hans Denck y Menno Simons— sentó las bases espirituales y éticas del principio de libertad religiosa como derecho inalienable del creyente. Cf. Textos escogidos de la Reforma radical, selección de John Howard Yoder, (copilador), Editorial La Aurora, Buenos Aires 2016.

[23] Entre los principales defensores del principio de libertad religiosa dentro del protestantismo reformado del siglo XVII se encuentran:

– Roger Williams (1603–1683), teólogo y fundador de la colonia de Rhode Island, escribió The Bloudy Tenent of Persecution for Cause of Conscience (1644), obra en la que defendió de forma pionera la libertad de conciencia y la total separación entre Iglesia y Estado, afirmando que ningún poder civil podía imponer creencias sin traicionar el evangelio de Cristo.

– John Milton (1608–1674), poeta puritano y pensador político inglés, publicó Areopagitica (1644), un poderoso alegato en favor de la libertad de expresión, de imprenta y de conciencia, en el que sostiene que la verdad emerge del libre debate y no de la censura eclesiástica o estatal.

– Hugo Grocio (1583–1645), jurista reformado holandés, defendió en su obra De iure belli ac pacis (1625) que el derecho natural incluye la libertad religiosa como principio racional y civil, lo cual sentó las bases teóricas del derecho internacional moderno y del pluralismo confesional en el marco del Estado.

– William Penn (1644–1718), cuáquero inglés y fundador de Pensilvania, elaboró en The Frame of the Government of the Province of Pennsylvania (1682) un proyecto político basado en la tolerancia religiosa y la igualdad civil entre credos, con garantías jurídicas explícitas para las minorías.

– Pierre Bayle (1647–1706), filósofo calvinista exiliado en los Países Bajos tras la revocación del Edicto de Nantes, desarrolló en Commentaire philosophique sur ces paroles de Jésus-Christ: Contrains-les d’entrer (1686) una defensa sistemática de la libertad de conciencia frente a toda coacción religiosa, anticipando las ideas ilustradas y criticando el uso del poder estatal para uniformar la fe.

[24] Bonhoeffer, D., Resistencia y sumisión: Cartas y apuntes desde el cautiverio, Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.

[25] Míguez Bonino, José, Rostros del protestantismo latinoamericano, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 1995, p. 94.

[26] El Compromiso de Ciudad del Cabo (The Cape Town Commitment), resultado del Tercer Congreso de Lausana para la Evangelización Mundial, Sección II.B.2., celebrado en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, del 16 al 25 de octubre de 2010. Este documento consta de dos partes: 

Primera Parte: Para el Señor que amamos: La Confesión de Fe de Ciudad del Cabo, que presenta convicciones bíblicas fundamentales. 

Segunda Parte: Para el mundo que servimos: El Llamado a la Acción de Ciudad del Cabo, que aborda desafíos contemporáneos y llama a la acción en diversas áreas. 

[27] Concilio Vaticano II, Nostra Aetate, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 28 de octubre de 1965.

[28] Concilio Vaticano II, Dignitatis Humanae, Declaración sobre la libertad religiosa, 7 de diciembre de 1965.

[29] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019.

[30] Ratzinger, Joseph, Fe, verdad y tolerancia: El cristianismo y las religiones del mundo, traducción de José Luis del Barco, Ediciones Sígueme, Madrid 2005, pp. 147–153. En esta obra, Ratzinger aborda con profundidad la relación entre verdad, fe cristiana y diálogo interreligioso, subrayando que la apertura al otro no puede desvincularse de la fidelidad a la verdad revelada en Cristo, y que el ecumenismo auténtico exige una búsqueda común de la verdad, sin caer en el relativismo ni en el exclusivismo cerrado.

[31] Francisco, Fratelli tutti: Carta encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2020, n.107. El papa afirma: «Cuando este principio elemental [la dignidad humana] no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad». La afirmación vincula directamente la fraternidad con la justicia, como condiciones inseparables para una convivencia humana auténtica.

[32] Asia Bibi: Cf. Supreme Court of Pakistan, Asia Noreen v. The State, 2018; y diversos reportes de Amnesty International. Shagufta Kiran: cf. Vatican News, 24 septiembre 2024.

[33] Cf. Amnesty International, Human Rights Watch, y reportes de Puertas Abiertas sobre Nigeria (2022–2023).

[34] Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n. 3, 29 de junio de 2009.

 

Juan G. Biedma, ecumenista

Nota SAMUEL ESCOBAR
PROFETA DE LA MISIÓN INTEGRAL 
Y LA TEOLOGÍA ENCARNADA

Resumen

Esta Nota ofrece una aproximación crítica y testimonial a la figura de Samuel Escobar (1934–2025), considerado uno de los principales referentes de la teología evangélica latinoamericana. Se reconstruye su trayectoria biográfica, desde sus inicios en los movimientos estudiantiles y su formación filosófico-pedagógica, hasta su consolidación como pensador comprometido con una misión integral, es decir, una teología que une proclamación evangélica y acción por la justicia. El estudio resalta su cristología cultural plasmada en Imágenes de Cristo en el Perú (2013), su insistencia en una teología hecha en comunidad, y su postura crítica pero abierta al diálogo ecuménico.

En particular, el trabajo analiza la contribución de Escobar a la unidad de la Iglesia, destacando su participación en foros ecuménicos (como el Consejo Mundial de Iglesias o los diálogos católico-evangélicos en Tantur), su valoración del ecumenismo práctico, y su lectura de la koinonía como categoría bíblica fundante de la comunión cristiana. La conclusión presenta a Escobar como una figura profética y equilibrada, que defendió la identidad evangélica sin renunciar al diálogo interdenominacional, proponiendo una teología encarnada, crítica y esperanzadora.

Líneas de Pensamiento y Términos Clave

Líneas de pensamiento

El trabajo articula una teología evangélica contextual desde América Latina, centrada en la misión integral, la cristología cultural, y el diálogo ecuménico crítico. Destaca la 
teología encarnada como praxis comunitaria, la fidelidad bíblica con apertura cultural, y la unidad cristiana concebida como comunión diversa (koinonía) y colaboración en la misión.

Términos clave

Misión integral – Cristología encarnada – Teología contextual – Koinonía – Fe y Cultura – Ecumenismo práctico – Unidad en la diversidad.

Introducción Biográfica: Samuel Escobar (1934–2025)[1]

Nacido en Arequipa (Perú) en 1934, Samuel Escobar Aguirre fue una de las voces más significativas de la teología evangélica latinoamericana del siglo XX y comienzos del XXI. Comenzó su formación en Letras y Educación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, donde se aproximó a las ciencias humanas con una sensibilidad crítica. Más adelante obtuvo el doctorado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid, experiencia que le permitió articular un pensamiento riguroso, pedagógico y contextual[2].

Desde muy joven se integró a los movimientos estudiantiles evangélicos, en particular a la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES), donde ejerció cargos de liderazgo y formación por más de dos décadas. Fue cofundador en 1970 de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), junto a figuras como René Padilla y Pedro Arana[3], marcando el inicio de una nueva etapa en la teología protestante de América Latina. Esta comunidad se convirtió para Escobar en espacio de reflexión crítica, bíblica y eclesial, desde donde impulsó la teología de la misión integral[4]

Además de su labor misionera y docente —en instituciones como el Eastern Baptist Theological Seminary (EE. UU.), donde enseñó por dos décadas—, Escobar participó activamente en congresos internacionales como CLADE I (1969), el Congreso de Lausana (1974), y en encuentros de diálogo ecuménico como la consulta Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias (1979) y la Consulta Internacional entre católicos y evangélicos (1993–2002)[5].

Su itinerario vital incluyó estancias largas en Argentina, Brasil, Canadá, España y Estados Unidos, lo que le permitió una mirada integral del protestantismo contemporáneo en su versión confesional evangélica conservadora. De orientación anabautista en su espiritualidad, fue sensible al fenómeno migratorio, a las culturas populares y al valor de las iglesias pentecostales. Defendió una identidad evangélica diáfana y precisa, sin por ello cerrarse del todo al diálogo ecuménico y social[6].

Entre sus principales obras se encuentran: La fe evangélica y las teologías de la liberación (1987), Servir con los pobres en América Latina (1997), Imágenes de Cristo en el Perú (2013), así como numerosos ensayos sobre misionología, Biblia y cultura. Su pensamiento unió proclamación evangélica y compromiso con la justicia, sin diluir la fe en ideologías. Su legado sigue vivo en las comunidades, instituciones y generaciones que formó y acompañó.

Escobar falleció el 29 de abril de 2025, en Valencia (España), dejando tras de sí una obra dispersa que hoy se reclama como patrimonio teológico de las iglesias evangélicas 
latinoamericanas y españolas. Fue un pensador profético, pedagogo de la Palabra y sembrador de una esperanza enraizada en la cruz salvadora de Cristo.

Samuel Escobar: Unidad, Misión y Cristología Contextual

El pensamiento y la praxis teológica de Samuel Escobar constituyen una de las contribuciones más significativas del protestantismo latinoamericano contemporáneo. Su obra articuló con singular lucidez la fidelidad a la Escritura, el compromiso con la justicia social y la apertura al diálogo intereclesial. Esta sección del artículo aborda su pensamiento desde su obra Imágenes de Cristo en el Perú, sus reflexiones sobre la misión integral y su compromiso con una teología hecha en comunidad, con notas explicativas de sus principales publicaciones.

1. Imágenes de Cristo en el Perú: Cristología cultural, popular y encarnada

La obra Imágenes de Cristo en el Perú (2013) representa una de las expresiones más logradas del pensamiento maduro y pleno de Escobar. Lejos de ofrecer una mera descripción iconográfica, el autor emprende una exploración teológico–cultural del modo en que Jesucristo ha sido representado, invocado y resignificado en el imaginario peruano, desde la época colonial hasta el siglo XXI. Escobar parte de una tesis provocadora: a pesar de la secularización creciente, la figura de Cristo persiste como un interpelante cultural y espiritual insoslayable[7].

El libro traza un itinerario que abarca desde los cronistas coloniales (Guamán Poma de Ayala), la lírica indigenista y la plástica andina, hasta los movimientos evangélicos contemporáneos. En esta relectura, Escobar se aleja tanto del dogmatismo confesional como del racionalismo elitista: revaloriza la fe popular, la intuición estética y la expresión artística como formas auténticas de teología vivida.

A lo largo del texto, se observa una apertura creciente hacia el pensamiento católico progresista y laico, como se evidencia en las citas a Hugo Echegaray, Clorinda Matto de Turner, José Carlos Mariátegui y César Vallejo. En poetas como Vallejo («El pan nuestro») y en pintores como Marcos Zapata (Cristo incaico), Escobar identifica una cristología encarnada en la cultura, no exenta de tensión profética. Su lectura reconoce en estas expresiones una forma de testimonio, aunque implícito, del Cristo solidario y doliente.

A nivel doctrinal, el libro concluye con una afirmación clara de la plena humanidad de Jesucristo, frente a tentaciones docetas. Escobar advierte que una cristología que pierda contacto con la realidad humana concreta de Cristo corre el riesgo de convertirse en ideología desencarnada. La exégesis bíblica rigurosa y el diálogo con la cultura son, para él, condiciones necesarias de toda teología fiel al Evangelio[8].

2. La fe pensada desde la comunidad y la historia: testimonio de vida

En su testimonio con motivo de los 45 años de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), Escobar afirmó que la teología debe hacerse «en comunidad», lejos del individualismo académico competitivo que predomina en ciertos entornos teológicos europeos y norteamericanos[9]. Esta convicción fue constante en su vida: como docente,
predicador, dirigente misionero y escritor, trabajó en red, compartiendo su reflexión con la comunidad de fe.

En palabras de Carlos Martínez García, Escobar fue un «teólogo integral, evangélico del camino». Un pensador que escribía desde la vida, entre tareas pastorales, viajes, clases y compromisos familiares[10]. Esta encarnación de la palabra teológica en lo cotidiano refleja una congruencia vital que hace de su pensamiento un testimonio genuino.

3. La misión integral: crítica y alternativa evangélica

Desde los años 70, Escobar fue una de las voces más claras en el evangelismo latinoamericano en articular la evangelización con la acción social. En CLADE I (1969) y Lausana (1974) denunció tanto el evangelismo superficial y triunfalista como las reducciones ideológicas que instrumentalizaban a su juicio el Evangelio[11]. Su contribución al documento del Pacto de Lausana fue clave en el desarrollo del concepto de misión integral ad gentes, que integra proclamación y compromiso con la justicia.

En su libro La fe evangélica y las teologías de la liberación (1987), Escobar dialoga críticamente con las corrientes liberacionistas. Reconociendo sus aportes en cuanto a la opción por los pobres, advierte sobre los riesgos de subordinación ideológica y propone una teología bíblica, fiel a la gracia y centrada en la cruz[12]. Esta postura fue continuada en Servir con los pobres en América Latina (1997), donde Escobar presenta modelos de misión integral que combinan compasión, dignidad, participación y justicia[13].

4. Teología evangélica contextual: legado en diálogo

Escobar también formó parte de obras colectivas que expresan el avance de la teología evangélica contextualizada. Entre ellas destaca Teología evangélica para el contexto latinoamericano (2004), donde diversos autores rinden homenaje a Emilio A. Núñez[14] y afirman la necesidad de una teología latinoamericana comprometida y fiel[15]. Escobar aparece como uno de los referentes de esa corriente que busca responder a los desafíos del continente desde el Evangelio.

5. Conclusión: herencia viva

La obra de Samuel Escobar es una herencia viva para las iglesias del siglo XXI, en especial para las radicadas en la América Latina y España. Su cristología contextual, su teología misionera, su compromiso con la justicia y su testimonio personal constituyen un legado que invita a pensar la fe desde la historia, con el corazón vuelto al Evangelio y los pies en el suelo de la flagelada y crucificada por sistemas, estructuras e ideas América Latina. En tiempos de polarización eclesial, su figura se alza como puente, profecía y memoria, recordándonos a todos los cristianos el gran valor de la comunión.

Samuel Escobar: Unidad de la Iglesia y Ecumenismo

El pensamiento y la praxis teológica de Samuel Escobar, teólogo de la integridad, representan una contribución singular a la comprensión contemporánea de la unidad de la Iglesia desde una perspectiva evangélica, crítica y comprometida. Su legado en el ámbito del ecumenismo (aunque lo llamemos «unidad» para pasar las aduanas interiores confesionales) no se limitó al plano doctrinal ni se diluyó en una conciliación teórica 
indiferenciada: fue, ante todo, un compromiso vivido, tejido en el entrecruce de diálogo, cooperación y fidelidad a la confesión evangélica.

1. Participación en espacios ecuménicos y diálogo intereclesial

Escobar fue una figura clave en diversos foros interdenominacionales, como cofundador de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) en 1970, plataforma que congregó a evangélicos de distintas denominaciones para reflexionar en clave contextual, bíblica y misional[16]. Participó además en encuentros fundacionales como el Congreso de Berlín (1966), CLADE I (1969) y el Congreso de Lausana (1974), donde su cercanía con John Stott[17] consolidó una visión de unidad en la misión, más allá de los límites institucionales.

Su relación con el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) se expresó, entre otros momentos, en su participación en una consulta teológica de Fe y Constitución (1979), en la que presentó una ponencia sobre el ministerio cristiano en clave evangélica (Episcopé and episcopos in ecumenical perspective), compartiendo mesa con referentes católicos, ortodoxos y anglicanos. Asimismo, Escobar participó en la fundación del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) (1978), desde donde buscó integrar la voz evangélica en un marco ecuménico regional, aunque más tarde expresó reservas ante su alineamiento con ciertas posturas político-teológicas excluyentes[18].

Significativa fue también su labor en los diálogos oficiales entre la Iglesia católica y la Alianza Evangélica Mundial (1993–2002). En la sesión de Tantur (1997), Escobar presentó el texto Missionary Dynamism in Search of Missiological Discernment[19], reflexionando sobre la misión como espacio común[20]. [4] Su presencia junto a figuras como Henri Blocher y Thomas Oden[21] evidenció una disposición al encuentro interconfesional, sin por ello sacrificar la integridad doctrinal evangélica propia.

2. Cooperación académica y eclesial interdenominacional

Durante sus años como docente en el Eastern Baptist Theological Seminary (1985–2005), Escobar promovió una formación teológica abierta, sensible al diálogo interdenominacional. Impulsó viajes académicos a América Latina y programas que integraban perspectivas evangélicas e incluso místicas católicas, subrayando que la unidad comienza por el conocimiento mutuo y la hospitalidad intelectual. Presidió también las Sociedades Bíblicas Unidas[22] (UBS) (1996–2004), organismo que ejemplifica la cooperación práctica entre católicos, protestantes y ortodoxos en torno a la Sagrada Escritura[23].

3. Pensamiento teológico sobre la unidad cristiana

Escobar abordó la unidad de la Iglesia desde la categoría neotestamentaria de koinonía, entendida como comunión en Cristo y misión compartida. Criticó las visiones que identificaban unidad con uniformidad estructural —como ciertos modelos católicos preconciliares— y defendió una catolicidad desde la diversidad, capaz de integrar contextos culturales, tradiciones teológicas y formas de espiritualidad. Citando a Justo L. González, subrayaba el valor simbólico de los cuatro evangelios como expresión de una Iglesia que abraza la diferencia sin perder la identidad[24].

Desde este horizonte, Escobar distinguió con claridad entre un ecumenismo teológico de mínimos —que tiende a diluir las convicciones evangélicas— y un ecumenismo práctico, orientado a la acción conjunta por el Reino. Afirmaba que las diferencias doctrinales «básicamente insuperables» no impiden colaborar por la justicia, la paz o el testimonio común. A esto lo llamó, al igual que los ecumenistas de raza, ecumenismo de base, y lo consideró más real que muchos acuerdos institucionales[25].

Conclusión Final

Samuel Escobar representa una de las voces más lúcidas y equilibradas del evangelismo latinoamericano reciente en torno al tema del ecumenismo, al que ni demonizaba ni le cerraba la puerta del diálogo y la cooperación. Su testimonio invita a concebir la unidad de la Iglesia como una tensión dinámica entre identidad y apertura, entre fidelidad evangélica y hospitalidad ecuménica. En sus palabras, «tener la humildad de reconocer que esa otra manera de ser cristiano también es legítima… y podemos aprender de ellos», siempre que el centro cristológico permanezca bien firme y asentado.

NOTAS

[1] Carlos Martínez García, «En los 80 años de Samuel Escobar», Protestante Digital, 29 de noviembre de 2014.

José de Segovia, «Samuel Escobar, un maestro ejemplar», Protestante Digital, 3 de diciembre de 2024.

Carlos Martínez García, «Samuel Escobar y su peregrinaje en la misión (I)», Protestante Digital, 3 de mayo de 2025.

Redacción, «Falleció el teólogo bautista, Samuel Escobar Aguirre (1934–2025)», Actualidad Evangélica, 29 de abril de 2025.

Redacción, «Samuel Escobar Aguirre», Actualidad Evangélica, [fecha no especificada].

Estas fuentes ofrecen perspectivas valiosas sobre la vida, obra y legado de Samuel Escobar, y pueden enriquecer cualquier estudio académico relacionado con su contribución a la teología evangélica latinoamericana.

[2] Entrevista al teólogo Samuel Escobar – Celebramos su vida, audiovisual recogido en Protestante Digital, abril de 2025.

[3] René Padilla (1932–2021) fue un teólogo evangélico ecuatoriano-colombiano, una de las figuras más influyentes del movimiento misionero latinoamericano. Desarrolló el concepto de “misión integral”, una teología que articula la proclamación del evangelio con el compromiso social. Participó activamente en el Congreso de Lausana (1974) y fue fundador de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) y de la organización Kairos en Argentina.

Cf. René Padilla, Misión integral: Ensayos sobre el reino de Dios y la iglesia, Buenos Aires, Kairos, 2019.

Pedro Arana Quiroz (n. 1936) es un sociólogo, biblista y líder evangélico peruano, conocido por su papel en la articulación del pensamiento protestante latinoamericano. Fue secretario general de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y miembro destacado de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias. Participó en procesos de diálogo ecuménico e intereclesial, promoviendo una eclesiología latinoamericana contextualizada².

[4] Carlos Martínez García, Celebración de vida y ministerio de Samuel Escobar, en Protestante Digital, 29 abril 2025.

[5] CLADE I (1969); Congreso de Lausana (1974); Consejo Mundial de Iglesias, consulta de Fe y Constitución, 1979; Consulta Internacional entre la Iglesia Católica y la Alianza Evangélica Mundial, 1993–2002.

[6] Samuel Escobar, La fe evangélica y las teologías de la liberación, El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1987; e Imágenes de Cristo en el Perú, Lima: Ediciones Puma, 2013.

[7] Samuel Escobar, Imágenes de Cristo en el Perú, Lima: Ediciones Puma, 2013.

[8] Ibíd., conclusión doctrinal.

[9] Cf. Carlos Martínez García, Celebración de vida y ministerio de Samuel Escobar, Protestante Digital, 29 abril 2025.

[10] Ibíd.

[11] CLADE I (1969); Congreso de Lausana (1974), intervenciones de Samuel Escobar y R. Padilla.

[12] Samuel Escobar, La fe evangélica y las teologías de la liberación, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso 1987.

[13] Samuel Escobar, Servir con los pobres en América Latina, Ediciones Kairós, Buenos Aires 1997.

[14] Emilio Antonio Núñez C. (n. 1923), teólogo evangélico salvadoreño, es una figura pionera de la teología protestante en América Latina. Fue profesor y rector del Seminario Teológico Centroamericano (SETECA) en Guatemala y uno de los primeros en articular una teología evangélica contextualizada, sensible a los desafíos sociales y políticos de la región. Su obra más influyente, Teología y misión en perspectiva latinoamericana(junto a William Taylor), se convirtió en referencia clave para el desarrollo de la misión integral y el pensamiento teológico latinoamericano evangélico.

Cf. Emilio A. Núñez, Hacia una misionología evangélica latinoamericana: Bases bíblicas de la misión, publicada por COMIBAM Internacional, 1997.

[15] Oscar A. Campos (ed.), Teología evangélica para el contexto latinoamericano, Ediciones Kairós, Buenos Aires 2004.

[16] Samuel Escobar, entrevista en Protestante Digital, «Diálogo sobre la misión», diciembre 1989.

[17] John R. W. Stott (1921–2011) fue un influyente teólogo, pastor anglicano y líder evangélico británico, reconocido por su papel central en el resurgimiento del evangelicalismo global del siglo XX. Rector emérito de All Souls Church en Londres, fue principal redactor del Pacto de Lausana (1974), donde articuló la necesidad de unir evangelización y responsabilidad social. Autor prolífico y promotor del pensamiento evangélico comprometido con la cultura, dejó un legado teológico equilibrado, bíblicamente sólido y pastoralmente sensible¹.

Cf. John Stott, La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos, Libros Desafío, 1996. Esta obra aborda temas como el compromiso social cristiano, los derechos humanos, la ética sexual y la justicia económica, desde una perspectiva evangélica. Es ampliamente reconocida por su enfoque equilibrado entre fidelidad bíblica y sensibilidad cultural.

cf. Timothy Dudley-Smith, John Stott: The Making of a Leader, Downers Grove, IVP, 1999.

[18] Ibíd.

[19] El artículo Missionary Dynamism in Search of Missiological Discernment de Samuel Escobar, publicado en One in Christ (1999), constituye una reflexión crítica sobre el dinamismo misionero contemporáneo y la necesidad de un discernimiento teológico que lo oriente adecuadamente. 

En este ensayo, examina cómo el impulso misionero, especialmente en contextos no occidentales, ha generado nuevas formas de entender y practicar la misión cristiana. Destaca la importancia de una teología de la misión que sea contextual, bíblicamente fundamentada y sensible a las realidades socioculturales de las comunidades receptoras. El autor subraya que el entusiasmo misionero debe ir acompañado de una reflexión teológica honda e intensa que evite tanto el activismo sin dirección como la imposición cultural.

El texto también aborda la interacción entre evangelización y acción social, proponiendo una visión integral de la misión que integre la proclamación del Evangelio con el compromiso por la justicia y la transformación social. Escobar argumenta que esta perspectiva es esencial para una misión auténticamente cristiana y relevante en el mundo contemporáneo.

Cf. Samuel Escobar, «Missionary Dynamism in Search of Missiological Discernment», One in Christ 35, n. 1 (1999): 69–91.

[20] Samuel Escobar, entrevista en Protestante Digital..

[21] Henri Blocher (n. 1937) es un teólogo evangélico francés, profesor emérito de teología sistemática en la Faculté Libre de Théologie Évangélique de Vaux-sur-Seine. Reconocido por su enfoque bíblico-racional y por dialogar con la teología reformada clásica, Blocher ha abordado cuestiones centrales como la creación, el pecado original y la expiación desde una perspectiva crítica y contemporánea. Su obra Le mal et la croixes uno de los aportes más sólidos del pensamiento evangélico europeo sobre el problema del mal.

Cf. Henri Blocher, El mal y la cruz, Barcelona, Andamio, 2002.

Thomas C. Oden (1931–2016) fue un teólogo metodista estadounidense que, tras una etapa liberal, se convirtió en uno de los principales exponentes del «paleo-ortodoxismo», corriente que reivindica la teología consensual de los primeros siglos del cristianismo. Profesor en Drew University, promovió un retorno a los Padres de la Iglesia y al consenso ecuménico de los primeros concilios, desarrollando una teología sistemática inspirada en la tradición patrística y reformada, accesible al protestantismo contemporáneo.

Cf. Thomas C. Oden, Systematic Theology, 3 vols., Hendrickson Pub, 2006.

[22] Las Sociedades Bíblicas Unidas (United Bible Societies, UBS) son una fraternidad internacional de organizaciones nacionales dedicadas a la traducción, publicación, distribución y promoción de la Biblia. Fundadas formalmente en 1946, agrupan a más de 150 sociedades bíblicas en cerca de 240 países y territorios. Su labor ecuménica busca que las Sagradas Escrituras estén disponibles para todas las personas en su propio idioma y en formatos accesibles. Colaboran activamente con iglesias católicas, ortodoxas y protestantes, siendo uno de los ejemplos más visibles de cooperación interconfesional en torno a la Palabra de Dios.

Cf. Sociedades Bíblicas Unidas, Palabra que transforma vidas: Historia y misión de las Sociedades Bíblicas Unidas, Madrid, Sociedades Bíblicas Unidas, 2006.

[23] Samuel Escobar, entrevista en Protestante Digital..

[24] Justo L. González, Artículos seleccionados, Biologos.org, 2021.

[25] Ibíd.

 

Juan G. Biedma, ecumenista

Nota «Encuentro de Fe y Unidad»
Las Semanas Unidas de Oración (SUO)

El título elegido para esta breve exposición sobre las Semanas Unidas de Oración (SUO), pretende capturar la idea de que la SUO es una manifestación concreta y significativa del movimiento ecuménico dentro de la comunidad evangélica en España, puesto que el título enfatiza tanto la unión en la fe como la diversidad dentro del ecumenismo evangélico, tan desconocido incluso de los que transitan los distintos campos del ecumenismo pastoral y práctico en nuestro país, fundamentalmente católicos, anglicanos, ortodoxos y las iglesias evangélicas de España (IEE) y algunos personajes bautistas y de otras confesiones menores, a título personal.

Las Semanas Unidas de Oración, celebradas anualmente en enero desde 1878, representan un evento ecuménico fundamental para los evangélicos españoles, según la revista Protestante Digital. Organizadas por la Alianza Evangélica Española (AEE), estas semanas enfocan en la reflexión y oración conjunta, simbolizando la unidad y diversidad dentro del cristianismo. Durante la Guerra Civil española y su posterior posguerra, la celebración fue suspendida, reanudándose en 1945, destacando así la relevancia de la oración en la unidad cristiana.

Algún avispado lector tal vez se interrogue sobre el hecho a simple vista divisorio de tener que impetrar en dos semanas distintas: la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, establecida conjuntamente por el Consejo Mundial de Iglesias, las iglesias ortodoxas y la Iglesia católica romana; y la Semana Unida de Oración, organizada por la Alianza Evangélica Mundial. No deja de ser una excelente pregunta que, no obstante, tiene una difícil respuesta, a la vez que también fácil. Difícil en el sentido de que el combate por la unidad ya sea mediante la oración, el estudio o la acción, necesita de todos, sin que nada los separe, pues el ejemplo de unidad es prueba más que fehaciente de que se cree y procura la unidad

Israel Montes, presidente del grupo de trabajo de oración de la AEE, ponía de relieve la importancia de la oración comunitaria para alcanzar la unidad. Manifestaba a Protestante Digital (PD) que, cada año, la SUO cuenta con un tema central único, preparado por comunidades de distintas naciones, reflejando su carácter especial y trascendente. Por ejemplo, en 2022, el tema fue el sabbat, propuesto por la Alianza Evangélica Suiza. Además, en 2018, la SUO incorporó tecnologías digitales, incluyendo un plan devocional en la aplicación de la Biblia «Youversion», alcanzando a más de tres mil personas en nuestro país.

Un hito notable fue la SUO de 2019, centrada en «Unidad en la Diversidad». Esta edición resaltó la diversidad dentro de la unidad cristiana, proponiendo un reconocimiento mutuo basado en la enseñanza de la Biblia. La guía de ese año subrayó que, aunque los cristianos pueden diferir en la expresión y aplicación de su fe, todos comparten un credo común extraído de las Escrituras. Esta unidad se manifiesta en el amor, el Espíritu Santo, el credo, el bautismo, un solo cuerpo de Cristo, la misión, la visión y, fundamentalmente, en Jesucristo, el Señor de la unidad.

En resumen, las Semanas Unidas de Oración son un reflejo de la unidad y diversidad en la Iglesia de Cristo, enfatizando la oración como medio para fortalecer lazos y reconocer las diferencias dentro de un marco común de fe y creencias.

Este texto inicial sitúa la Semana Unida de Oración (SUO) en el contexto histórico y teológico evangélico de España. A continuación, describiré la celebración especial de la SUO, que se llevará a cabo del 14 al 21 de enero, conmemorando los 50 años del Pacto de Lausana o la Gran Comisión, en nuestro país.

Adelante con la Gran Comisión: Celebrando los 50 años del Pacto de Lausana en la Semana Unida de Oración 2024

El título de este apartado intenta capturar la esencia del evento, colocando de relieve tanto el entusiasmo por la Gran Comisión como la conmemoración del aniversario del Pacto de Lausana.  En este sentido, Connie Main y Jan Wessels, secretarios generales de la Alianza Evangélica Europea, en la presentación oficial de los textos correspondientes a la Semana Unida de Oración 2024, reflexionan sobre el avance de la Gran Comisión, al conmemorar el 50º aniversario del Pacto de Lausana (Suiza). A pesar de los desafíos globales como el declive de la iglesia en Europa, la polarización social, el cambio climático y otros, la semana inspira a los fieles a regocijarse en el Señor, siguiendo las enseñanzas del apóstol Pablo. Recordando que el Señor está siempre cerca, el evento alienta a los evangélicos a mantenerse firmes en su fe y en la oración, con la convicción de que nunca están solos. 

La Semana, en el pensamiento de los secretarios, destaca la importancia de compartir el evangelio y hacer discípulos en todas las naciones, apoyándose en el Espíritu Santo para ser testigos efectivos de Jesucristo. Connie Main Duarte y Jan Wessels, invitan a unirse en oración a nivel local, nacional, regional y continental, para mantenerse cerca del Señor y poder continuar así la misión de hacer discípulos auténticos hasta el retorno de Jesucristo.

«Regocijaos en el Señor siempre».

La invitación de los secretarios generales a participar en la Semana Unida de Oración 2024, programada del 14 al 21 de enero, se centra en el mensaje de regocijo y perseverancia en la fe cristiana. Citando a Pablo en su misiva a los filipenses, se anima a los creyentes a encontrar alegría en el Señor, por encima de los desafíos contemporáneos como el declive eclesiástico en Europa, la polarización social, el cambio climático y la crisis migratoria y refugiados. Evidencian la cercanía de Dios y la promesa de Jesús de estar con sus seguidores hasta el fin del mundo, inspirando confianza y esperanza.

En este ambiente los evangélicos son instados a compartir el evangelio y hacer discípulos en todas las naciones, reconociendo la importancia del poder del Espíritu Santo en esta misión, como se ha aprendido en los 50 años del movimiento de Lausana. La convocatoria incita a la unión en oración a nivel local, nacional y global, para mantenerse cerca de Dios, celebrar sus obras y continuar formando discípulos alineados con el carácter de Jesús, hasta su regreso definitivo. «No solamente hasta que terminemos la tarea, sino hasta que Jesús vuelva».

Introducción: Adelante con la Gran Comisión

El término «Lausana», en el evangelismo, evoca el Congreso sobre la Evangelización Mundial de 1974, un acontecimiento transformador que reunió a 2700 delegados de más de 150 países. Este congreso marcó un hito histórico de encuentro y relanzamiento para los evangélicos a nivel mundial. Además, se asocia con un movimiento en desarrollo que incluye numerosas conferencias menores, documentos y congresos sucesivos en Manila (1989) y Ciudad del Cabo (2010), con un cuarto congreso planificado para 2024 en Seúl, Corea del Sur. 

El congreso tiene como metas propagar el evangelio a nivel mundial, establecer iglesias que formen discípulos en todas las naciones, fomentar el liderazgo cristiano en todas las áreas y ampliar la influencia del reino de Dios en la sociedad. Seúl 2024 celebrará el evangelio y la naturaleza amorosa y misericordiosa de Dios, invitando a la comunidad cristiana global a participar en su misión. Michael Oh subraya la importancia de la fidelidad y el amor hacia el mundo en la era actual.

El Congreso de Lausana dio origen al Pacto de Lausana, una declaración significativa de la fe evangélica que se ha convertido en un referente para la misión evangélica global. Cincuenta años después, la Semana Internacional de Oración de la Alianza Evangélica Europea representa una oportunidad para reflexionar sobre el Pacto, buscando reavivar la fidelidad al Evangelio y la pasión por la misión. Esta conmemoración se hace con un espíritu de humildad y contrición, característicos de Lausana, enfocándose en la oración y el compromiso conjunto hacia la Gran Comisión de Jesucristo, reafirmando los principios del Pacto de Lausana.

El próximo Congreso de Seúl 2024 marcará el 50º aniversario del Movimiento de Lausana, lanzado por el predicador bíblico Billy Graham en 1974. Organizado por Corea, Japón y la iglesia asiática, junto con líderes de toda Asia, el congreso se centrará en la unidad de la iglesia y su misión en el mundo. Todo un aldabonazo para el ecumenismo en y desde las filas evangélicas.

¿Quién era Billy Graham?  

Nacido el 7 de noviembre de 1918 y fallecido el 21 de febrero de 2018, puede que sea el evangelista más conocido e influyente en el cristianismo estadounidense de todos los tiempos. Convertido a la fe cristiana en 1934 estudió en el Wheaton College, en donde se ordenó como pastor. En 1940 comienza su meteórica carrera como evangelista ganando notoriedad a partir de 1949 tras varias cruzadas de evangelización. Ayudó a su ascenso su estilo de predicación, con un mensaje claro, sencillo y directo, y el uso eficaz de los medios.

Graham llevó a cabo misiones en más de 185 países, en medio de grandes multitudes.  Para continuar su legado fundó la Asociación Evangelística Billy Graham y otras instituciones como igual fin.

La teología de este pastor y predicador era de tinte conservador. Predicaba la necesidad del arrepentimiento personal y la fe en Jesucristo como camino hacia la salvación, pero desde un prisma que irradiaba más el amor y la gracia de Dios que el fuego y el castigo de la condenación. Su preocupación de beber solo del mensaje central del cristianismo o kerygma apostólico le mantenía alejado de las controversias teológicas y confrontaciones confesionales.

En el plano político mantenía su posición conservadora eclesial, pero desde un púlpito apolítico que le aproximaba a los políticos de bandos diferentes. En este sentido es notable su relación con presidentes dispares, desde Harry S. Truman hasta Barack Obama.

La actualidad del personaje es más que evidente. Desde su fallecimiento en 2018, su figura continúa siendo influyente en el evangelismo y la cultura cristiana, en donde ha dejado su impronta duradera en la forma en que se entiende y se practica el evangelismo en el mundo moderno.

El legado de Graham se mantiene a través de la obra de sus hijos, especialmente Franklin Graham, que continúa liderando la Asociación Evangelística Billy Graham.

Sin duda será recordado como un pionero en el uso de los medios de comunicación al servicio de la evangelización y como puente entre diferentes denominaciones cristianas, fomentando siempre la unidad en la diversidad dentro del cristianismo, lo que le acredita como ecumenista evangélico.

El programa

Día 1: Celebrando el Dios Trino

Día 2: Confiando en la Palabra de Dios y sometiéndose a ella

Día 3: Jesucristo, el único

Día 4: Compartiendo el Evangelio de una manera holística

Día 5: Juntos en la misión

Día 6: El Precio del discipulado y la misión

Día 7: Perseverancia con paciencia

Día 8: Adelante con la Gran Comisión, desde Lausana 1974 a Seúl 2024

Resumo los textos de ayuda para la reflexión y oración, desarrollado para el programa celebrativo por un autor significativo del mundo evangélico.

Día 1: Celebrando el Dios Trino

Escribe: Leonardo De Chirico, teólogo y pastor conocido por su trabajo en el terreno ecuménico y sus estudios sobre el catolicismo romano desde la óptica evangélica.

Comisión de Teología y Diálogo de la Alianza Evangélica Italiana

1. El texto de Leonardo se centra en la importancia de la Fe Trinitaria en la misión cristiana, tal como refleja en el Pacto de Lausana. El Pacto, fiel a la Palabra de Dios y a los credos de la iglesia primitiva, subraya que la misión es un plan divino del Dios trino. Lausana se basa en la fe bíblica, apostólica e histórica, arraigada en la profesión de fe trinitaria, y ve la misión no como una actividad aislada, sino como parte integral de la fe.

2. La misión impulsada por la fe trinitaria es, ante todo, una respuesta obediente a la misión de Dios. Esto implica reconocer que Dios es el primer misionero, cuyo amor por el mundo es evidenciado en el envío de su Hijo y en la obra del Espíritu Santo. La misión cristiana, por lo tanto, debe ser una respuesta colectiva del pueblo de Dios, no una iniciativa individual o autónoma. La misión de la iglesia, alimentada por esta fe trinitaria, es una acción eclesial en la que todos los creyentes participan como miembros de un solo pueblo unido.

3. El texto incluye una acción de gracias a Dios por guiar y sostener la obra misionera, una confesión por las veces que se ignora esta misión trinitaria, y peticiones para que la misión lleve la impronta de Dios y honre su mandato, llevando a las personas a creer en Jesucristo para su salvación.

Día 2: Confiando en la Palabra de Dios y sometiéndose a ella

Escribe: Darío De Crescenzo y Cristian Careddu, prestigiosos y activos teólogos.

Academia Teológica Italiana

1. En una sociedad que prioriza la autorrealización y el éxito personal, existe un riesgo de depender exclusivamente de uno mismo y rechazar la guía externa. Para el cristiano, esto plantea el desafío de no dejarse llevar por la cultura dominante, sino de confiar y someterse a la Palabra de Dios, única medida. Según Lutero, estar «atado a las Escrituras» es esencial para la fe.

2. El Pacto de Lausana enfatiza que la Palabra de Dios es una carta de amor divina, la autoridad final en fe y vida, y una fuente de salvación, como lo expresó Santiago. Además, nos protege contra la tentación, como lo demostró Jesús al resistir al diablo con las Escrituras.

3. Se nos exhorta a acercarnos a la Palabra de Dios con humildad y mansedumbre, a pesar de las dificultades y la resistencia interna. Dedicar tiempo a estar con Dios nos permite recibir, purificar y preparar nuestros corazones para que la Palabra sea implantada y fructífera, transformando nuestras mentes.

4. La importancia de la Palabra se demuestra siendo «hacedores» de ella, y no solo oyentes. El apóstol Santiago nos insta a actuar, según su dirección, y como líderes eclesiales, a estar firmemente anclados en la Palabra para enseñar y corregir adecuadamente.

5. En resumen, encontrar gozo, meditar, amar y recibir la Palabra de Dios con sumisión, escucha y obediencia es crucial, porque podemos entonces, como Lutero, afirmar nuestra dependencia de Dios y su Palabra con convicción y fe y seguimiento fiel.

Día 3: Jesucristo, el único

Escribe: Petro Bolognesi, conocido por su trabajo en teología sistemática y su contribución significativa al diálogo interreligioso.

Instituto di Formazione Evangelica e Documentazione (IFED)

1. Vivimos en un mundo donde la religión y el conocimiento de Dios son omnipresentes, como lo afirma el Pacto de Lausana. Sin embargo, este conocimiento a menudo no se traduce en adoración, sino que es reprimido, llevando al autoengaño de la autosuficiencia humana. La verdadera cuestión es cómo se puede lograr la salvación (¿gnosis o gracia?).

2. Estamos inherentemente perdidos y separados de Dios, incapaces de salvarnos por nuestros propios medios. La brecha entre los esfuerzos humanos y la salvación verdadera solo puede ser salvada por Jesucristo, el único, pleno y último Salvador.

3. La revelación bíblica nos confronta con la realidad de nuestra condición perdida y la insuficiencia de los rescates humanos. El autor del texto agradece a Dios por revelar esta verdad y por proveer un Salvador suficiente en Jesucristo. Reconocemos la gravedad de vivir fuera del Pacto de Dios y la necesidad de una postura firme en favor de Jesucristo como el único mediador entre Dios y el hombre.

4. La Iglesia debe ser consciente de la perdición de aquellos fuera del Pacto y apasionarse por proclamar el Evangelio de manera cultural relevante, pues a pesar de los cambios en las formas de proclamación, el mensaje del evangelio sigue siendo exclusivo y centrado en Jesucristo.

5. En tiempos modernos, donde prevalece la inclinación hacia la inclusividad, la necesidad de salvación a menudo se ignora. Sin embargo, el pecado sigue siendo una constante universal que no desaparece. Debemos reconocer a Jesucristo como el único Salvador suficiente y rendirnos ante Él, ahora, en nuestro momento histórico, antes del día en que todos deberán hacerlo, un día que traerá gozo para algunos y amargura y sufrimiento para otros.

Día 4: Compartiendo el Evangelio de una manera holística

Escribe: Matteo Ricciardi, desempeña un importante rol en el ámbito académico del Diploma Avanzado de Teología Aplicada en el Colegio Nazareno Europeo.

Colegio Nazareno Europeo

1. La gracia de Dios nos salva y santifica, introduciéndonos en una comunidad unida por las enseñanzas y prácticas de Jesucristo. Como sus colaboradores y discípulos, estamos llamados a compartir nuestra experiencia transformadora con el Resucitado y demostrar una vida reconciliada con Dios, los demás y la creación, libre de autodependencia y valores corruptos.

2. La esperanza del Reino de Dios nos motiva a vivir activamente principios de amor y justicia, participando responsablemente en la renovación divina. Nuestro compromiso se refleja en la atención a las necesidades de los marginados, lo que valida nuestra fidelidad al mensaje de Jesús.

3. Debemos reflexionar sobre nuestra evangelización, responsabilidad y conciencia espiritual, buscando siempre alinear nuestras acciones y creencias con el amor y la justicia del Reino. Esta reflexión implica discernir lo que debemos cambiar en nuestro estilo de vida y en nuestro compromiso con la misión de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo.

4. Nuestras comunidades deben aplicar la razón, considerar la experiencia y comprender profundamente la fe basada en las Escrituras y en el trasfondo histórico y teológico de nuestras tradiciones. Esto nos permitirá compartir el Evangelio de manera holística y relevante en nuestra época y lugar, mientras mantenemos una actitud de preparación y defensa de la esperanza que reside en nosotros. La gracia de Dios nos capacita para discernir y retener lo bueno, permitiendo una transformación profunda y una nueva conducta en conformidad con la voluntad divina.

Día 5: Juntos en la misión

Escribe: Lucía Stelluti, miembro destacado de la Alianza, es promotora de la unidad del pueblo evangélico en Italia, desde la oración y la acción a favor de los más débiles.

Vicepresidenta de la Alianza Evangélica Italiana

1. La misión de la iglesia es central en la evangelización, enfatizando la integridad cristiana como esencial para ser efectivos. La integridad implica coherencia entre palabras y acciones, y fidelidad a las Escrituras. 

2. La evangelización también requiere la unidad del cuerpo de Cristo, manifestándose en colaboración concreta y compartiendo dones y recursos. 

3. Dada la urgencia de la evangelización y la amplitud del campo misionero, es imperativo llevar el evangelio a todos los rincones de la tierra y a todos los aspectos de la vida, ante los desafíos contemporáneos como el cambio climático, las pandemias y los conflictos sociopolíticos.

Día 6: El Precio del discipulado y la misión

Escribe: Carine Franca, comprometida con la misión y la Alianza.

Distrito Central de la Alianza Evangélica Italiana

1. El artículo 12 del Pacto de Lausana aborda la guerra espiritual y la importancia de la integridad en la evangelización, enfatizando la necesidad de coherencia entre el decir y el hacer. 

2. Igualmente, advierte contra las tácticas diabólicas y la manipulación personal, instando a vestir la armadura de Dios y mantener la vigilancia. 

3. El artículo 13 resalta el sacrificio de los cristianos perseguidos y la importancia de la oración y el apoyo mutuo. 

4. El discipulado, entendido como la condición de ser discípulo, implica responsabilidad tanto hacia otros como hacia uno mismo, además de una disciplina en el seguimiento a Jesús, así como cumplir su voluntad.

Día 7: Perseverancia con paciencia

Escribe: Valerio Mungai, implicado en equipar con conocimientos al cuerpo ministerial con la verdad bíblica, vida espiritual y visión misionera.

Escuela Bíblica Elim

1. La Iglesia, en espera del regreso glorioso de Cristo, no lo hace pasivamente, sino activamente, consciente de la urgencia de predicar el Evangelio a todos los pueblos. Esta misión, inmensa y más allá de las capacidades humanas, es obra del Espíritu Santo, quien transforma a los creyentes en testigos convincentes. Según el Pacto de Lausana, el testimonio humano requiere el respaldo del Espíritu Santo para ser efectivo.

2. La historia de Dwight Lyman Moody ilustra esta urgencia. Tras un sermón en 1871, un incendio devastador en Chicago reforzó su convicción de la necesidad de una respuesta inmediata a la salvación. Desde entonces, cada mensaje suyo incluía una llamada a la salvación.

3. La Iglesia ora por el retorno de Cristo y por ser una herramienta efectiva en la misión de Dios, confiando en que el Espíritu Santo guiará y empoderará sus esfuerzos. La acción de gracias se centra en la promesa del regreso de Jesús y la creación de nuevos cielos y tierra. Se pide perdón por la pérdida de esperanza y se solicita la visitación del Espíritu para que la Iglesia sea efectiva en su misión global, siguiendo el modelo de oración enseñado por Jesús.

Día 8: Adelante con la Gran Comisión, desde Lausana 1974 a Seúl 2024

Escribe: Giacomo Ciccone, ha estado siempre involucrado en las iniciativas de la Alianza italiana, en concreto en proyectos culturales y sociales y obras evangélicas.

Presidente de la Alianza Evangélica Italiana

1. Comparando la parábola de la perla de gran valor con la de los talentos, se concluye que valorar el Evangelio es una fidelidad fundamental, similar a la del buen siervo. 

2. El Evangelio, pilar en la vida y actividades de un creyente y de la iglesia, debe ser proclamado activamente. 

3. El Pacto de Lausana refleja esta visión, llamando a una sumisión clara a la Palabra de Dios y a la proclamación de Jesucristo como único Salvador. 

4. En este sentido se reconoce el valor del Pacto y se busca una fidelidad y perseverancia continuas en la misión, esperando que el legado espiritual del Pacto se mantenga y progrese en el futuro.

La Semana Unida de Oración (SUO) es el acto interdenominacional más antiguo de las Iglesias Evangélicas de España, activo desde septiembre de 1878, lo que le convierte, por su fecha de origen, en uno de los primeros y principales actos de oración por la unidad de la Iglesia de Cristo, fuente del ecumenismo moderno. 

Información al lector: https://alianzaevangelica.es/eventos/semana-unida-de-oracion-2024/

Juan G. Biedma, ecumenista

NOTA SOBRE LA UNIDAD MISIONERA O COMUNIÓN ECLESIAL
LECTURA CRÍTICA DE COMIBAM DESDE EL ECUMENISMO

Resumen

Este estudio que presento a modo de «Nota» trata de ofrecer una lectura crítica y ecuménica del modelo de unidad promovido por COMIBAM (Cooperación Misionera Iberoamericana), red evangélica que ha adquirido protagonismo en el panorama misionero global desde Iberoamérica. A partir del análisis de su participación en eventos recientes como el IV Congreso de Lausana (Incheon, 2024) y el V Congreso Misionero Iberoamericano (Ciudad de Panamá, 2025), se examina la noción de unidad subyacente en su praxis: una convergencia misional operativa, funcional y endógena, centrada en la cooperación intraevangélica, pero carente de vocación ecuménica plena. Contrastando esta propuesta con las concepciones clásicas de unidad sostenidas por el Vaticano II, las iglesias ortodoxas, la Comunión Anglicana, el luteranismo histórico y el Consejo Mundial de Iglesias, el trabajo pone en evidencia las limitaciones doctrinales, sacramentales y eclesiológicas de COMIBAM. Se plantea la Nota, en consecuencia, la necesidad de avanzar hacia una comprensión más profunda y reconciliada de la unidad cristiana, no solo como estrategia evangelizadora, sino como comunión visible en la fe, los ministerios y los sacramentos. El texto concluye subrayando que la misión y el ecumenismo no son caminos opuestos, sino convocatorias complementarias del mismo Evangelio: «que todos sean uno» (Jn 17:21).

Líneas Maestras

Unidad misional operativa; comunión eclesial visible; cooperación intraevangélica; eclesiología funcional; ecumenismo histórico; discernimiento doctrinal; misión; reconciliación intereclesial; convergencia estratégica; diálogo interconfesional.

Introducción: La Unidad Cristiana Entre Misión, Cooperación y Discernimiento Ecuménico

En las últimas décadas, la geografía misionera del cristianismo global ha experimentado una transformación sustancial. América Latina, históricamente considerada territorio receptor de misiones, ha pasado a ocupar un papel protagonista como región evangelizadora, articulando propuestas misionales con identidad y dinámica propias. En este contexto surge COMIBAM (Cooperación Misionera Iberoamericana), una red evangélica de cooperación que integra a iglesias y agencias misioneras de veinticinco países, entre ellos España, Portugal y diversas comunidades hispanohablantes de América del Norte. Desde su fundación, COMIBAM ha orientado sus esfuerzos a movilizar a la iglesia iberoamericana hacia los pueblos no alcanzados, promoviendo una espiritualidad misional, una formación contextualizada y una praxis eclesial cooperativa que ha cobrado creciente relevancia en el panorama protestante iberoamericano.

Uno de los ejes estratégicos en la actuación de COMIBAM ha sido la articulación de la unidad cristiana en clave misionera. Sus recientes intervenciones —particularmente en el IV Congreso de Lausana[1] celebrado en Incheon (septiembre de 2024) y en el V Congreso Misionero Iberoamericano desarrollado en Ciudad de Panamá (abril de 2025)— han puesto de manifiesto una comprensión específica de la unidad, centrada en la cooperación interdenominacional y el impulso evangélico de la misión «ad gentes». Dicha propuesta, orientada decididamente a la praxis, requiere sin embargo una evaluación teológica más profunda a la luz de las concepciones ecuménicas consolidadas en las tradiciones católica, ortodoxa, anglicana y protestante (especialmente en el seno del Consejo Mundial de Iglesias).

Este trabajo se propone ofrecer una lectura crítica y teológica del modelo de unidad promovido por COMIBAM, valorando sus contribuciones, pero también señalando sus limitaciones desde la perspectiva ecuménica enunciada. La pregunta central que guía este estudio es: ¿en qué medida la unidad cristiana articulada por COMIBAM contribuye, complementa o eventualmente obstaculiza la búsqueda de una comunión eclesial más plena y visible entre las iglesias cristianas?

Confieso que abordo esta cuestión como católico ecumenista, pero en fidelidad también a los principios interconfesionales definidos a lo largo de los siglos XX y XXI, y ratificados por los principales organismos internacionales de diálogo cristiano. Mi enfoque parte del respeto mutuo, la apertura intelectual, la honestidad metodológica y la aceptación de las diferencias legítimas, siempre que estas no vulneren los fundamentos del Evangelio ni los consensos ecuménicos esenciales. Pero antes de adentrarme en el análisis eclesiológico y ecuménico del discurso de unidad propuesto por COMIBAM, ofrezco una síntesis contextualizada de su historia, misión y estructura, con el fin de situar adecuadamente su voz en el amplio espectro del cristianismo contemporáneo y evaluar con rigor académico su aportación al diálogo entre fe, misión y unidad.

I – COMIBAM: Identidad, Historia y Visión Estratégica[2]

La Cooperación Misionera Iberoamericana (COMIBAM) es un movimiento surgido en el seno del protestantismo evangélico iberoamericano con vocación coordinadora y articuladora del quehacer misionero en Iberoamérica. Fundada a raíz del Primer Congreso Misionero Iberoamericano celebrado en São Paulo (Brasil) en 1987, su 
surgimiento significó una reconfiguración profunda del rol de América Latina en la misión global: de ser considerada un campo de misión, pasó a reivindicarse como fuerza misionera activa, en palabras de Luis Bush, uno de sus destacados impulsores.

COMIBAM no es una agencia ni una institución confesional de estructuración rígida, sino una red internacional de redes nacionales de misiones, extendida por veinticinco países de Iberoamérica, incluyendo España, Portugal y las comunidades hispanas de los Estados Unidos y Canadá. Su estructura orgánica comprende una Asamblea General, una Junta de Directores y una Dirección Ejecutiva, que permiten una conducción representativa y operativa, adaptada a los desafíos del siglo XXI. Esta red de redes busca promover la movilización, la capacitación, el envío y el cuidado de los misioneros, funcionando como espacio de encuentro, articulación estratégica y formación contextualizada.

Desde sus orígenes, COMIBAM se ha caracterizado por su capacidad de integrar diversos actores eclesiales —denominaciones, iglesias locales, agencias, centros de formación y entidades de apoyo— en torno a una visión común: «Iberoamérica llevando todo el Evangelio a todas las etnias». Esta afirmación no sólo enuncia un propósito geográfico y transcultural, sino que refleja una eclesiología de tipo funcional, en la que la misión ocupa el centro del quehacer eclesial, por encima de estructuras dogmáticas o sacramentales.

La misión institucional de COMIBAM es, como expresa su web, «servir al Cuerpo de Cristo en Iberoamérica, cooperando en la generación de reflexión, servicios y oportunidades para que el evangelio llegue hasta lo último de la tierra». En consonancia con ello, su acción se despliega en cuatro grandes áreas estratégicas: movilización, dirigida a concienciar a iglesias y pastores; capacitación, enfocada en la formación continua de misioneros y docentes; envío, en coordinación con agencias y departamentos denominacionales; y campo, que contempla el acompañamiento integral del misionero en destino, su entorno y su familia.

Históricamente, el desarrollo de COMIBAM puede organizarse en tres grandes etapas: la etapa de iniciación y expansión (1987–1995), marcada por la efervescencia misionera y la movilización de líderes pioneros; la etapa de consolidación (1995–2000), donde se establecen redes, modelos organizativos y regionalización; y la etapa de renovación estructural (2001–2009), en la que se redefine la visión y se plantea un modelo más liviano, contextual y participativo. Desde 2009, con la aprobación de la propuesta «Un nuevo COMIBAM para una nueva era misionera», el movimiento se ha orientado a adaptarse a los desafíos de un mundo policéntrico, postcolonial y misionalmente dinámico.

COMIBAM se adhiere teológica y misionalmente al Pacto de Lausana (1974)[3], cuyos puntos doctrinales expresan una concepción bíblica, cristocéntrica, evangelizadora y socialmente comprometida de la misión. Esta adhesión, aunque sólida y confesional, evita toda identificación con las grandes tradiciones eclesiales históricas (católica, ortodoxa, anglicana e incluso luterana o reformada), situando a COMIBAM en el espacio evangélico global, donde la centralidad de la Escritura, la exclusividad de Cristo y la urgencia de la evangelización marcan el horizonte teológico. No obstante, esta misma posición plantea tensiones desde una perspectiva ecuménica: COMIBAM no dialoga con otras visiones de unidad eclesial, sino que se articula intraevangélicamente, dentro de un modelo que privilegia la misión sobre la comunión, la cooperación sobre la sinodalidad.
 

En suma, COMIBAM representa hoy un actor de peso en el panorama misionero global. Su estructura, historia y estrategia dan cuenta de un movimiento flexible, descentralizado y proactivo, con una clara identidad iberoamericana y evangélica. Su contribución a la evangelización mundial es incuestionable; sin embargo, su modelo de unidad operativo y limitado deja abiertas preguntas cruciales para el futuro: 

  1. ¿Podrá este movimiento abrirse a una comprensión más profunda de la comunión (koinonía) eclesial?
  2. ¿Será capaz de articular su dinamismo misionero con una búsqueda auténtica de unidad visible y reconciliada en la Iglesia universal? 
  3. ¿Están dispuestas las iglesias evangélicas adheridas a COMIBAM a otorgar al mandato de unidad expresado en el evangelio de Juan 17 la misma autoridad doctrinal y obediencia práctica que conceden a otros textos clave del Nuevo Testamento en los que fundamentan su identidad eclesial?

II – Aportación Misionera y Liderazgo Global: Lausana IV 

y Panamá V

La presencia de COMIBAM en eventos recientes ha reforzado su papel como plataforma de misión global. En el IV Congreso de Lausana, su delegación —encabezada por el director ejecutivo Cristian Castro— participó activamente en sesiones, plenarias y compromisos estratégicos. El lema del encuentro, «Que la Iglesia proclame y exhiba a Cristo juntos», se prestó a un trabajo de colaboración enfocado en pueblos no alcanzados, justicia, discipulado intergeneracional y misión integral[4].

COMIBAM subrayó allí su convicción en la dependencia del Espíritu Santo, la urgencia de la misión y la cooperación entre iglesias evangélicas. Sin embargo, también emergieron tensiones en torno a la Declaración de Seúl[5] y al tratamiento de cuestiones teológicas sensibles, como la justicia social o la inclusión de teologías contextuales, lo que reveló los límites del consenso intraevangélico[6].

En el V Congreso Misionero Iberoamericano, el lema fue «La misma misión para una iglesia en movimiento». Con más de dos mil participantes de veinticinco países, COMIBAM celebró los frutos de décadas de trabajo: más de doscientos cincuenta millones de dólares anuales invertidos en misión, y una proyección de enviar diez mil nuevos «obreros» en los próximos diez años[7]. En las ponencias se destacó el liderazgo servicial, el compromiso con los no alcanzados y la crítica al modelo eclesial centrado en «marcas denominacionales».

Ambos eventos muestran una madurez operativa y espiritual de COMIBAM, pero también dejan en evidencia que su propuesta de unidad, centrada en la misión, no ha evolucionado hacia un modelo de unidad eclesial reconciliada y diversa.

III – La Unidad Según COMIBAM: Funcionalidad y Colaboración

COMIBAM promueve una unidad misional, orientada a la colaboración entre iglesias, agencias, centros de formación y obreros misioneros, con el objetivo de acelerar el cumplimiento de la denominada «Gran Comisión». Esta visión se apoya en una eclesiología operativa, que valora la cooperación práctica sobre la base de una fe compartida en Cristo y un mandato misionero común. En el IV Congreso de Lausana, COMIBAM destacó la necesidad de evitar duplicidades, superar competencias entre 
estructuras y fomentar el trabajo conjunto como expresión de una «unidad significativa» centrada en Cristo.

Sin embargo, esta propuesta no implica ni busca una unidad visible de la Iglesia. La cooperación entre sectores evangélicos no presupone comunión doctrinal, ni sacramental, ni institucional. Se trata, más bien, de un acuerdo estratégico entre actores con afinidades misionales, dentro del mundo evangélico y pentecostal. De ahí que se imponga una distinción esencial entre unidad en la misión y unidad en la fe y en los sacramentos, distinción que resulta teológicamente insatisfactoria para las tradiciones eclesiales que conciben la unidad como expresión plena de la koinonía eclesial.

Contraste con la visión católica: unidad como comunión sacramental

La Iglesia católica, desde el concilio Vaticano II, ha afirmado que la unidad de los cristianos no puede reducirse a una mera colaboración práctica, por valiosa que sea. El decreto Unitatis redintegratio afirma con claridad que la verdadera unidad exige una comunión visible en la fe, los sacramentos y el gobierno pastoral, «de modo que todos los discípulos de Cristo estén unidos en una sola Iglesia»[8]. El ecumenismo católico se orienta hacia una unidad visible e integral, que requiere diálogo doctrinal, reconocimiento mutuo de ministerios, y reconciliación estructural, no solo convergencia de objetivos y cooperaciones.

Desde esta orientación, la propuesta de COMIBAM resulta insuficiente: no plantea la superación de las divisiones históricas, ni asume el conflicto teológico como camino hacia una comunión reconciliada que acepta el hecho diferenciador. Su modelo, aunque dinámico, no puede llamarse ecuménico en sentido pleno, ya que evita deliberadamente la confrontación con la pluralidad doctrinal e incluso la participación activa con otros cristianos que no estén en su órbita de exclusividad interpretativa teológica.

El enfoque del Consejo Mundial de Iglesias (CMI): unidad como vocación visible y espiritual

El CMI, desde su fundación, ha concebido la unidad cristiana como una llamada a la manifestación visible de la Iglesia de Cristo. Documentos como «La Iglesia: hacia una visión común» insisten en que la unidad no es solo fruto de la cooperación, sino expresión del misterio trinitario reflejado en la comunión eclesial. En esta línea, el Documento de Lima(Bautismo, Eucaristía y Ministerio —BEM—) ha sido uno de los intentos más notables por articular un consenso ecuménico entre diversas tradiciones cristianas, incluyendo a anglicanos, protestantes y ortodoxos.

Frente a esto, el modelo de COMIBAM aparece como unitario, pero no universalista, no propiamente con la dimensión católica propia de la Iglesia de Cristo. Se sitúa en el marco del mundo evangélico global, pero carece de la voluntad explícita de tender puentes hacia las otras grandes familias eclesiales a las que parece ignorar cuando no combatir. Si bien afirma su apertura a «todas las etnias», no manifiesta interés real por integrar a «todas las iglesias» y «comunidades eclesiales» en un proceso común de reconciliación y comunión, aunque todavía no plenas.

Las iglesias ortodoxas: unidad como fidelidad a la plenitud eucarística

Desde la eclesiología ortodoxa, la unidad de la Iglesia no se entiende como fruto de la colaboración, sino como permanencia en la plenitud de la fe apostólica y eucarística. La Iglesia ortodoxa afirma que la unidad ya está presente en la Iglesia una, santa, católica y 
apostólica, y que toda búsqueda de unidad debe orientarse a la restauración de esa comunión en la verdad y la ortopraxis.

Desde esta óptica, la unidad promovida por COMIBAM —al no hacer referencia al misterio de la Eucaristía ni al reconocimiento de los ministerios apostólicos (obispo, presbítero y diácono)— carece de elementos fundamentales para una comunión auténticamente eclesial. Es, a lo sumo, una expresión externa de voluntad común, pero sin raíces sacramentales ni tradición compartida como tampoco simbólica.

La Comunión Anglicana: unidad en la diversidad reconciliada

La Comunión Anglicana, con su modelo sinodal y su teología de la comunión diferenciada, ha intentado mantener la unidad respetando la diversidad interna. En el documento «La naturaleza de la comunión», se afirma que «la unidad en la Comunión Anglicana se sostiene no solo por la fe común, sino por la interdependencia, la consulta y el mutuo reconocimiento entre iglesias»[9]. La clave está en una unidad relacional, sacramental y doctrinal, que reconoce tanto la autonomía de cada provincia como su pertenencia a una familia eclesial más amplia.

A diferencia de esto, COMIBAM no busca establecer estructuras comunes ni desarrollar vínculos intereclesiales duraderos, sino facilitar la misión, es decir, la evangelización que siempre estará expuesta siempre al peligro de llevarla mediante prácticas ciertamente prosélitas voraces y negativas. Su visión de unidad es instrumental, no relacional ni institucional, lo cual refuerza una lógica de red, a modo del mundo, no de comunión cristiana inserta en el Espíritu Santo. En términos eclesiológicos, se trata más de una plataforma que de una koinonía sinodal.

IV. Conclusión: Entre cooperación misional y comunión eclesial

La aportación de COMIBAM al movimiento misionero global es incuestionable. Ha movilizado miles de «obreros» hacia los pueblos no alcanzados, ha articulado redes transnacionales entre iglesias, agencias y comunidades, y ha dado protagonismo al sur global en el mapa contemporáneo de la evangelización. Su modelo de unidad, sin embargo, se sitúa en el plano de la cooperación intraevangélica, de naturaleza operativa y convergente, pero aún distante del horizonte ecuménico entendido como reconciliación visible entre las iglesias.

Frente al ecumenismo histórico —católico, ortodoxo, anglicano, luterano y del Consejo Mundial de Iglesias— que aspira a la plena comunión en la fe, los sacramentos y el reconocimiento mutuo de ministerios, la visión de COMIBAM aparece como autógena, funcional y fragmentaria: evita el conflicto doctrinal y privilegia la afinidad misional. Aporta vigor, pero no sana la herida de la división. Anuncia el Reino, pero no restituye la comunión, sin la cual no hay Iglesia en sentido pleno.

Se corre así el riesgo de perpetuar una forma de unidad sin cuerpo, de testimonio sin reconciliación, de misión sin comunión. La pregunta, entonces, permanece abierta: 

  • ¿Está dispuesta la Iglesia evangélica iberoamericana, a través de COMIBAM, a dar el paso del consenso estratégico a la comunión eclesial? 
  • ¿A reconocer que el ecumenismo no amenaza la misión, sino que constituye su horizonte más fecundo y fiel al querer de Jesucristo, Señor de la Iglesia?
     

Con todo, el dinamismo espiritual y misionero de COMIBAM representa una oportunidad providencial para abrir nuevas rutas de diálogo entre las iglesias evangélicas y otros cuerpos eclesiales. Si el movimiento se atreve a salir de su zona de confort confesional y se deja interpelar por el ecumenismo histórico, podrá convertirse en un verdadero puente entre misión y comunión, entre la acción evangelizadora y la unidad visible de la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica: atributos que ninguna confesión cristiana, si desea permanecer fiel al Evangelio, puede permitirse ignorar, despreciar ni excluir de su identidad eclesial.

NOTAS

[1] Lausanne Movement, The Fourth Lausanne Congress on World Evangelization: Seoul-Incheon 2024, Incheon, Corea del Sur, 22–28 de septiembre de 2024. Documentos clave: The Seoul Statement, The State of the Great Commission Report y The Collaborative Action Commitment. Disponible en: https://lausanne.org/gathering/seoul-2024.

Este congreso reunió a más de 5200 participantes de doscientas dos naciones y marcó el 50.º aniversario del Movimiento de Lausana, consolidando su visión cuádruple: el evangelio para cada persona, iglesias que hacen discípulos para cada pueblo y lugar, líderes semejantes a Cristo para cada iglesia y sector, e impacto del Reino en cada esfera de la sociedad.

[2] La redacción de este capítulo ha sido posible gracias a la información contenida en la página web de COMIBAM. En línea: https://comibam.org/es/

[3] Cf. Movimiento de Lausana, El Pacto de Lausana, Ediciones Kairós, Buenos Aires 2007. Versión original en inglés: The Lausanne Covenant, elaborado por el Comité Teológico del Congreso Internacional sobre Evangelización Mundial, Lausana, 1974. En línea: https://lausanne.org/es/content/covenant/los-puntos-del-pacto-de-lausana

El Pacto de Lausana es una declaración evangélica global de fe y misión suscrita en el Congreso Internacional sobre Evangelización Mundial, celebrado en Lausana (Suiza) del 16 al 25 de julio de 1974, con la participación de más de 2700 líderes de ciento cincuenta naciones. Redactado por un comité teológico presidido por John Stott (1921–2011, influyente teólogo, pastor anglicano y líder del evangelicalismo mundial, conocido por su defensa de una fe bíblica equilibrada, socialmente comprometida y centrada en Cristo). El documento subraya la centralidad de Jesucristo como única salvación para el mundo, la urgencia de la evangelización y la responsabilidad social de los cristianos. Su artículo 5 —«Responsabilidad social cristiana»— reconoce que la misión cristiana no se limita al anuncio verbal del Evangelio, sino que incluye la acción en favor de la justicia, la paz y la dignidad humana. El Pacto ha sido ampliamente considerado como uno de los hitos fundacionales del movimiento evangélico contemporáneo.

[4] Discurso de Cristian Castro, V Congreso COMIBAM, Ciudad de Panamá, abril 2025.

[5] World Evangelization 2000, Seoul Declaration on Evangelism, Seúl: World Evangelization Alliance, 1995.

La Declaración de Seúl, firmada en el contexto del Congreso Mundial de Evangelización (Seúl, Corea del Sur, 1995), representa una reafirmación de las iglesias evangélicas sobre su compromiso con la autoridad de las Escrituras, la centralidad de Jesucristo como único Salvador y la urgencia de la misión global. Aunque inspirada por el espíritu del Movimiento de Lausana (1974), esta declaración adopta un tono más confesional y apologético frente al pluralismo religioso, reafirmando que «Jesucristo es el único camino de salvación» y denunciando las corrientes relativistas dentro y fuera del cristianismo. Asimismo, proclama la necesidad de cooperación entre las iglesias evangélicas para cumplir con la tarea misionera, pero sin referencias explícitas a la unidad visible de la Iglesia ni al ecumenismo clásico.

[6] Declaración de Seúl, borrador interno y reacciones, septiembre 2024.

[7] COMIBAM, Resumen V Congreso 2025 https://comibam.org

[8] Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, nn. 1–4.

[9] Anglican Communion Office, The Nature of the Communion, Lambeth, 2008.

Juan G. Biedma, ecumenista

El Ecumenismo de la Iglesia Católica Anterior al Vaticano II (1870-1962)

Resumen

El texto trata de presentar una panorámica histórica sobre el desarrollo del ecumenismo en la Iglesia católica entre el Vaticano I (1870) y el inicio del Vaticano II (1962). Se examinan las iniciativas de diálogo impulsadas por los papas, desde Pío IX hasta Pío XII, destacando el progresivo cambio de actitud hacia el ecumenismo. El texto subraya las dificultades iniciales, las estrategias irénicas de León XIII, la oración por la unidad promovida por Pío X, los esfuerzos institucionales de Benedicto XV y el ecumenismo práctico de Pío XII. Este recorrido histórico muestra cómo estas iniciativas sentaron las bases para el ecumenismo más estructurado del Vaticano II.

Conceptos Clave

Ecumenismo preconciliar, Unidad cristiana, Diálogo interconfesional, Método irénico, Oración por la unidad, Ordenaciones anglicanas, Ecumenismo de los gestos, Fórmula del retorno, Reconciliación cristiana.

Temas Maestros

Iniciativas ecuménicas de los papas entre 1870 y 1962. 

Relación con el cristianismo oriental y el anglicanismo. 

Fundamentos del ecumenismo en el Vaticano II.

El periodo comprendido entre el concilio Vaticano I (1870) y el inicio del Vaticano II (1962)[1] selló una etapa compleja y difícil para el ecumenismo en la Iglesia católica. La dinámica histórica, doctrinal y política, incluso de mentalidad eclesial, de estos años condicionó significativamente las iniciativas de reconciliación y diálogo con cristianos separados de Oriente y Occidente[2].

1. Contexto del Concilio Vaticano I

La atmósfera en torno al Vaticano I, convocado por el papa Pío IX, no favorecía la acción ecuménica. Era un tiempo marcado por el liberalismo y el indiferentismo religioso, lo que llevó a la Iglesia a reforzar sus doctrinas y su autoridad, buscando claridad doctrinal frente a las sinergias de la época. Este clima dificultaba las aperturas al diálogo y la construcción de relaciones basadas en la confianza mutua.

Pero a pesar de este contexto negativo, Pío IX mostró disposición hacia el diálogo desde su posición de autoridad. Como parte de los preparativos del concilio, dirigió dos cartas: Una a los obispos de las Iglesias orientales no en comunión con Roma, invitándolos a reconciliarse y participar en el concilio. Otra a los protestantes y otros cristianos no católicos, bajo el título Iam vos omnes[3], con un llamado a examinar su camino y a considerar el concilio como una oportunidad de unidad. 

En sus misivas, Pío IX enfatizó los siguientes puntos: 1. La responsabilidad del papa de buscar la unidad de todos los cristianos. 2. El aprecio especial de la Iglesia católica por las Iglesias orientales. 3. La afirmación de que la Iglesia fundada por Cristo es indefectible y que las comunidades separadas no constituyen la Iglesia plena que Cristo estableció. 4. La necesidad de oración como instrumento para la unidad cristiana.

Ambas cartas recibieron una respuesta mayoritariamente negativa. Por una parte, los orientales rechazaron la invitación o guardaron silencio. Por otra, los protestantes mostraron incomprensión y, en algunos casos, hostilidad.

Entre las causas del fracaso se pueden identificar un método y clima desfavorable, con fuertes prejuicios mutuos; la falta de una «bona fides christiana», necesaria para un diálogo auténtico que no prejuzgue de manera negativa al otro; la situación política de algunos países con inclinaciones antipapales; y las condiciones propuestas de «retorno» a Roma, que no resultaban atractivas para las comunidades invitadas.

El fracaso de estas iniciativas ecuménicas dejó una valiosa lección para el futuro: la unidad de las iglesias es una tarea que requiere preparación, paciencia y un cambio en las disposiciones de todas las partes implicadas. No puede improvisarse ni imponerse; necesita un contexto de respeto mutuo y apertura genuina (F. de Wyels).

Este periodo evidenció que el ecumenismo es una obra de largo aliento, donde los métodos, el clima de diálogo y la disposición de las comunidades son determinantes para avanzar hacia la unidad querida por Cristo y no la pensada y deseada por cualquier Iglesia.

2. León XIII y el Ecumenismo: Un Nuevo Método para la Unidad Cristiana

El pontificado de León XIII (1878-1903) marcó un periodo significativo en la historia del ecumenismo, caracterizado por un enfoque innovador y pastoral hacia la unidad de los cristianos. Durante sus 25 años de servicio, promovió una serie de iniciativas destinadas a disipar prejuicios y crear un clima más propicio para el diálogo con otras confesiones, manteniendo firmeza en la doctrina, pero adoptando métodos más constructivos, considerados y abiertos.

Un Cambio de Método: El Enfoque «Irénico»

León XIII inauguró lo que el historiador Roger Aubert denominó un «método irénico», centrado en destacar lo positivo que los cristianos separados conservaban en sus tradiciones[4]. Este papa, lejos de limitarse a exigir el retorno al catolicismo, buscó tender puentes al valorar los aspectos cristianos presentes en los hermanos separados. En este sentido reconoció que los medios sobrenaturales, como la oración, eran decisivos para la unidad, pero también entendió la importancia de los esfuerzos humanos, como la creación de confianza y el respeto por los ritos y costumbres particulares de las otras tradiciones. Así, enfatizó que la unidad no implica uniformidad, promoviendo una visión en la que las distintas tradiciones podían coexistir bajo la autoridad de Roma. 

Entre los más de treinta textos escritos por León XIII sobre la unidad, destacan:

Carta apostólica Praeclara gratulationis (1894)[5]: Dirigida al mundo cristiano con motivo de su jubileo episcopal, la carta expresa una profunda nostalgia por la unidad perdida y propone como principios la unidad de fe y de gobierno bajo Pedro, si bien destacando que la verdadera unión es un don de Dios.

Carta apostólica Amantissimae voluntatis o Ad anglos (1895)[6]: Dirigida a los fieles de Inglaterra, en este documento, el papa expresa su profundo deseo de restablecer la unidad entre la Iglesia católica y los cristianos ingleses, recordando la antigua conexión que existía antes de la Reforma. León XIII destaca la importancia de la unidad en la fe y la comunión con la Sede Apostólica, invitando a los anglicanos a buscar la reconciliación y el retorno a la plena comunión con Roma. Esta carta refleja el compromiso de León con el ecumenismo y su anhelo de superar las divisiones que separaban a los cristianos en Inglaterra.

Encíclica satis cognitum (1896)[7]En esta carta, León XIII desarrolla una visión teológica de la unidad, subrayando que es una exigencia divina, no humana. Reafirma que Cristo fundó su Iglesia sobre Pedro, y que toda división contradice esta voluntad divina.

Relaciones con el Cristianismo Oriental

León XIII mostró un interés especial por las iglesias orientales separadas, buscando demostrar aprecio por sus tradiciones y valores espirituales. Actuó para disipar prejuicios y temores, alentando a estas iglesias a acercarse a Roma mediante un reconocimiento mutuo de riquezas litúrgicas y culturales.

Relaciones con el Anglicanismo: Un Problema Complejo

El papa también mostró gran interés por la Iglesia anglicana, enfrentándose al difícil tema de las ordenaciones anglicanas. Desde el reinado de Isabel I, Roma había considerado nulas estas ordenaciones, ya que se cuestionaba la validez del rito de consagración del arzobispo Parker y de los pastores que descendían de él. 

En 1896, el pontífice León resolvió el debate con la carta Apostolicae curae[8], declarando que las ordenaciones anglicanas eran «vanas y absolutamente nulas» debido a defectos de forma e intención en el rito de Eduardo VI. Aunque la decisión cerró un capítulo, también evidenció los obstáculos para avanzar hacia la plena unidad.

Un Pontificado Marcado por el Deseo de Unidad

El pontificado de León XIII estuvo profundamente marcado por un deseo sincero de avanzar hacia la unidad cristiana. Sus esfuerzos, aunque limitados por los prejuicios y tensiones del momento, abrieron un camino nuevo al adoptar un tono más positivo y constructivo en las relaciones con los cristianos separados. 

El papa León, sin comprometer la doctrina católica, estableció las bases de un ecumenismo futuro que combinaba oración, apertura y reconocimiento de las tradiciones cristianas de otras confesiones. 

Aunque enfrentó límites históricos y doctrinales, como la cuestión de las ordenaciones anglicanas, su enfoque marcó un avance hacia una visión más inclusiva y pastoral de la unidad cristiana. Su servicio petrino resalta la importancia de trabajar para hacer posible la reconciliación entre las iglesias.

3. Pío X y el Camino Hacia la Unidad Cristiana

Pío X (1903-1914) marcó un momento de continuidad en los esfuerzos por la unidad cristiana, particularmente en relación con las iglesias orientales. Aunque su visión seguía enmarcada dentro de la tradicional «fórmula del retorno», también fomentó iniciativas que sentaron las bases de una mayor apertura en el futuro, especialmente en el ámbito de la oración por la unidad.

La Unidad y el Ejemplo de San Juan Crisóstomo

En 1907, con motivo del centenario de la muerte de san Juan Crisóstomo, Pío X destacó el valor de este santo como un puente de unión entre Oriente y Occidente. 

En una carta dirigida al cardenal Bannutelli el 22 de junio, expresaba: 

Crisóstomo es la gloria y el honor de las iglesias orientales; por consiguiente, podemos fundar en él magníficas esperanzas para lograr la realización de nuestros designios y los de nuestros predecesores. Cabe esperar que, así como estuvo presente en aquellos países para amar y defender el honor de la Iglesia romana, se alzará de nuevo para consolarla, ayudando con su consejo y protección a las naciones orientales para que vuelvan a la unidad católica.[9]

Esta perspectiva muestra la insistencia de Pío X en la preservación de los ritos orientales como elemento esencial para lograr la unidad, una orientación heredada de pontífices anteriores. Sin embargo, no cuestionó si este era el principal camino hacia la reconciliación, dejando de lado otras posibilidades más abiertas al diálogo ecuménico.

La Fórmula del Retorno

Pío X reafirmó la tradicional fórmula del retorno, como lo expresó en su carta Ex quodel 26 de diciembre de 1910: 

Los soberanos pontífices, nuestros predecesores, en virtud del cargo que desempeñaban como defensores de la fe y de la unidad eclesiástica, no omitieron ningún esfuerzo, fuera por medio de exhortaciones paternales, delegaciones especiales o concilios solemnes, para poner fin al cisma muy funesto que ha sido gran motivo de pesar en Occidente y ha causado graves perjuicios en Oriente[10].

Aunque estas palabras reflejan el dolor de Pío por la desunión entre Roma y las iglesias orientales, también evidencian una óptica limitada al considerar que esta desunión perjudicaba principalmente a Oriente y no a la Iglesia católica.

La Oración por la Unidad: Un Legado Duradero

Un aspecto significativo del ministerio de Pío X fue su impulso a la oración como medio para promover la unidad cristiana. En diciembre de 1909, aprobó el Octavario de Oración por la Unión de las Iglesias, una iniciativa propuesta por Spencer Jones, de la Iglesia Luterana, y Luis Watson, de la Iglesia Episcopal Americana. 

Este evento buscaba fomentar la unión de todas las confesiones cristianas con la sede de Roma, marcando un hito en el reconocimiento de la importancia de la oración como herramienta ecuménica. 

La misma aprobación prestó a la asociación que había sido fundada en París el año 1897 para rogar por la unión de la Iglesia de Inglaterra. Así, en la carta apostólica Quoties animun, reconoce que 

la idea de aumentar este empuje unánime de oraciones nos ha sido sugerida no solo por lo muy loable que es esta empresa en sí, sino también por la autoridad de hombres recomendables por su valor, celo y dignidad[11].

Prudencia y Reserva en la Cuestión Ecuménica

El comentario de R. Aubert a la carta apostólica Ex quo subraya que Pío X carecía de lo que hoy se conoce como «mentalidad ecuménica», desconocida en aquellos tiempos. Aunque mantenía una postura de reserva y prudencia, su anclaje seguía estando más orientado a la reconciliación unilateral que a un diálogo bilateral. Este ministerio petrino representa un momento de transición, donde el dolor por la desunión comienza a acompañarse de iniciativas concretas que, aunque limitadas, prefiguran desarrollos posteriores. 

Pío X continuó los esfuerzos de sus predecesores por la unidad cristiana, adoptando una postura firme en la doctrina y fomentando la preservación de las tradiciones orientales. 

Aunque su enfoque seguía limitado por la fórmula del retorno, su aprobación del Octavario de Oración marcó un paso significativo hacia un incipiente ecumenismo más espiritual, que crecería en los años siguientes y que alcanzaría su madurez en el concilio Vaticano II. Este legado subraya la importancia de la oración y la paciencia como herramientas para avanzar en el camino hacia la unidad deseada por Cristo.

4. Benedicto XV: Benemérito de la Unidad y el Ecumenismo

El pontificado de Benedicto XV (1914-1922) estuvo marcado por un profundo compromiso con la paz internacional y la unidad de los cristianos, en un contexto histórico dominado por las calamidades y tensiones de la primera guerra mundial (1914-1918). Este papa destacó como un promotor decidido de gestos ecuménicos, dejando una huella significativa en las relaciones entre las Iglesias de Oriente y Occidente.

Uno de sus logros más relevantes fue la creación de la Congregación para la Iglesia Oriental mediante el motu proprio del 1 de mayo de 1917. Este acto, aunque dirigido especialmente a las iglesias orientales católicas, tuvo un impacto ecuménico más amplio, al reconocer explícitamente los valores espirituales y culturales del Oriente cristiano, incluyendo a las Iglesias ortodoxas. Benedicto XV declaró al respecto: 

Nuestra caridad paternal acoge a todas las iglesias particulares, pero de un modo especial a la Iglesia de Oriente… conscientes de la tarea que nos incumbe, nos aplicamos con ardor a reconstruir la situación decadente de las iglesias de Oriente. Por esta razón hemos querido instituir para los orientales unidos, según se les designa, una Sagrada Congregación especial de la que Nos y nuestros sucesores asumiremos la dirección… Y cuando vean que el pontífice en persona vela por sus intereses, comprenderán a buen seguro que la Santa Sede no puede testimoniarles mayor afecto[12].

Estas palabras reflejan su sincera preocupación por la restauración de las iglesias orientales, afectadas por múltiples factores adversos, y su deseo de fortalecerlas para devolverles su esplendor.

Benedicto XV complementó esta obra con la fundación del Pontificio Instituto Oriental en Roma[13], que representó un aldabonazo en el camino hacia la unidad cristiana a través del conocimiento y la investigación. Este instituto no solo ofreció un espacio para el estudio y la convivencia entre académicos de diferentes tradiciones cristianas, sino que también marcó un enfoque renovado hacia la unión basada en la ciencia y el respeto mutuo. Su fundación sentó las bases para una visión ecuménica que sería profundamente desarrollada por su sucesor, Pío XI.

El papa también impulsó con fuerza la oración por la unidad, dándole un nuevo vigor al Octavario por la Unidad de los Cristianos, al que concedió indulgencias y aprobación explícita, retomando la tradición iniciada por León XIII y Pío X. En una carta dirigida al episcopado, destacó la importancia de la santidad de vida como medio esencial para la unión entre Oriente y Occidente. 

Asimismo, demostró su aprecio por la espiritualidad oriental al elevar a san Efrén de Siria al rango de «Doctor de la Iglesia»[14], en reconocimiento a su legado teológico y cultural.

Con estas iniciativas, Benedicto XV no solo abordó los desafíos del ecumenismo desde el diálogo y la estructura institucional, sino que también promovió un enfoque basado en la oración, el conocimiento mutuo y el aprecio de las riquezas espirituales de cada tradición cristiana. Su pontificado, caracterizado por la búsqueda de la paz y la unidad, dejó un legado ecuménico que continúa inspirando a la Iglesia en su camino hacia la reconciliación entre los cristianos.

Complementario a esta iniciativa, fundó el Pontificio Instituto Oriental en Roma, marcando el inicio de un nuevo camino hacia la unidad a través del conocimiento y la investigación científica. Este instituto no solo ofreció un espacio para el estudio conjunto y la convivencia entre cristianos de diversas tradiciones, sino que también reflejó la apertura intelectual y la generosidad de la Iglesia católica en su compromiso ecuménico. Estas medidas sentaron las bases para la labor ecuménica posterior, particularmente desarrollada por Pío XI.

5. Pío XI y su Aporte al Ecumenismo

Pío XI desempeñó su ministerio desde 1922 hasta 1939. El gran historiador belga Roger Aubert afirma que este papa «ocupa, junto a León XIII y Benedicto XV, un lugar destacado entre los soberanos pontífices para quienes la reconciliación de los cristianos separados fue un problema dolorosamente vital y actual»[15].

La acción ecuménica de Pío XI se dirigió tanto al anglicanismo como al Oriente cristiano: hacia el anglicanismo a través de las llamadas Conversaciones de Malinas, y hacia el Oriente cristiano de manera más directa y personal, aplicando en toda ella el «método irénico»[16].

Las Conversaciones de Malinas (1921-1926) fueron encuentros privados entre católicos y anglicanos promovidos por el cardenal Desiré-Joseph Mercier, bajo la anuencia del papa, y el líder anglicano Lord Halifax, quien impulsó la iniciativa tras la Conferencia de Lambeth de 1920, que llamó a la unidad cristiana. Estos diálogos buscaban reanudar negociaciones previamente interrumpidas por la decisión de Roma sobre la validez de las órdenes anglicanas. 

El cardenal Mercier, favorable a estas conversaciones, las describió como una oportunidad para superar errores, desconfianzas y malentendidos a través del diálogo sincero y la aclaración de puntos de litigio. Las sesiones se llevaron a cabo anualmente durante cinco años con el objetivo de fomentar un entendimiento mutuo entre ambas tradiciones cristianas. 

El objetivo y el carácter de las Conversaciones lo explicará el cardenal Mercier con las siguientes palabras: 

Pensábamos que hablando con el corazón en la mano y con persuasión íntima quizá podríamos convencernos de que los errores no han estado en una sola parte, y precisando los términos de ciertas cuestiones de litigio, desaparecerían prevenciones, desconfianzas y equívocos; en una palabra, allanaríamos el camino…[17].

A principios de 1924, el papa Pío XI impulsó el ecumenismo a través de una ruta significativa: el monaquismo. Para él, este debía ser un instrumento fecundo de reconciliación cristiana, capaz de aportar valores ecuménicos esenciales como las tradiciones monásticas compartidas, el compromiso con el estudio, la convivencia entre monjes de Oriente y Occidente, y una dedicación profunda a la unidad espiritual.

En una carta al primado de los benedictinos de Bélgica, fechada el 21 de marzo de 1924, Pío XI expresó: «En esta obra de restauración unionista, ¿quiénes son más indicados para obtener un éxito seguro que estos monjes de Occidente, fértiles en recursos y que tan generosamente han trabajado por el bien del cristianismo y de la civilización?»[18].

La visión ecuménica de Pío XI, sintetizada en la célebre frase «estudiarse para conocerse, conocerse para amarse, amarse para unirse», colocaba el estudio como una herramienta fundamental para lograr la unidad cristiana. Esta preocupación fue una constante en su pontificado, reflejada en su estímulo a congresos y semanas dedicadas al análisis de los problemas orientales.

La Encíclica Rerum Orientalium

La encíclica Rerum orientalium (1928) representa un hito en el pensamiento ecuménico de Pío XI. En ella, subrayó la importancia de fomentar el estudio del Oriente cristiano no solo entre los fieles, sino especialmente entre los sacerdotes, reconociendo la necesidad de superar la ignorancia y los prejuicios que históricamente han obstaculizado la unidad. En sus propias palabras: «La ignorancia y los prejuicios han actuado y siguen actuando fatalmente por ambas partes. La historia nos ha dado sus lecciones; es necesario un conocimiento más profundo a todos los niveles.»

Pío XI también destacó el valor litúrgico, teológico y espiritual de las tradiciones orientales, exhortando a los católicos a apreciarlas y respetarlas. 

Legado Ecuménico

El camino hacia la unidad que Pío XI trazó con Rerum orientalium y sus iniciativas monásticas sigue siendo una pauta valiosa para el ecumenismo moderno. Su énfasis en el estudio, la comprensión mutua y el respeto por la riqueza espiritual del Oriente cristiano marcó una visión progresista, donde la unidad no se veía como uniformidad, sino como un diálogo respetuoso entre las tradiciones.

6. Pío XII y el Ecumenismo: Documentos y Gestos

El pontificado de Pío XII (1939-1958) marcó un progreso significativo en el ecumenismo católico, situándolo bajo nuevas perspectivas históricas y teológicas. Dos circunstancias destacaron en este período: la creación del Consejo Mundial de Iglesias(CMI) y la compleja crisis internacional derivada de la segunda guerra mundial. Ambas condicionaron las acciones ecuménicas del papa, quien promovió la colaboración entre cristianos y abogó por la pacificación de los pueblos. Documentos clave de su pontificado son:

Encíclica Summi Pontificatus (1939)[19]:

En su primera encíclica, Pío XII manifestó su preocupación por la unidad cristiana. Declaró que incluso aquellos fuera de la comunión visible de la Iglesia católica eran objeto de sus oraciones, subrayando la necesidad de la unidad como un deber de su pontificado.

Encíclica Mystici Corporis Christi (1943)[20]:

Este documento, centrado en la teología del Cuerpo Místico de Cristo, es crucial para el diálogo ecuménico, ya que aborda el tema eclesiológico, particularmente relevante para las iglesias orientales.

Encíclicas Orientalis Ecclesiae (1944) y Orientales Omnes Ecclesias (1945)

Estas encíclicas demostraron el interés de Pío XII por las iglesias orientales, especialmente en el contexto del 350 aniversario de la Unión de Brest (1595), con palabras de apoyo a los católicos ucranianos perseguidos bajo regímenes comunistas.

Instrucción Ecclesia Catholica (1949):

Publicada tras la creación del CMI en 1948, este documento se puso de relieve al establecer directrices para las relaciones entre católicos y cristianos de otras confesiones. Permitió oraciones conjuntas y reuniones interconfesionales sobre temas sociales, si bien siempre bajo la supervisión de la jerarquía eclesiástica. Aunque inicialmente pudo parecer restrictiva, la instrucción se mostró como un paso constructivo hacia el diálogo ecuménico. 

Así lo entendió el secretario general del CMI, Visser’t Hooft: «La publicación de documento indica manifiestamente que el movimiento ecuménico empieza a ejercer su influencia sobre el clero y los fieles de la Iglesia católica romana. No podemos dejar de alegrarnos por ello…»[21].

Ecumenismo de los Gestos y de la Acción

Pío XII destacó no solo por sus documentos, sino también por su ecumenismo práctico, el llamado «ecumenismo de los gestos» que tanto valor tendrá en el futuro inmediato y que tanto Juan XXIII y Pablo VI prodigaron, anticipando los cambios que florecerían con estos papas conciliares. Su enfoque promovió:

  • Renovación bíblica y litúrgica: Facilitó el estudio y la difusión de las Escrituras, así como la profundización de la tradición litúrgica compartida.
  • Defensa de los derechos humanos: Apoyó la libertad y la fraternidad universal en un contexto de posguerra.
  • Apoyo a los más desheredados: Extendió la ayuda de la Iglesia a los más necesitados, reforzando su misión de servicio.

El Legado de Pío XII en el Ecumenismo

El ministerio petrino de Pío XII sentó las bases de un ecumenismo más estructurado, caracterizado por el diálogo prudente (para algunos en exceso) y el reconocimiento de la necesidad de un interlocutor autorizado, como lo representó el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Al mismo tiempo, la Iglesia católica definió su papel en este diálogo a través de principios claros que equilibraron la apertura con la preservación de la pureza doctrinal.

La insistencia en la función rectora de los obispos y la coordinación de las actividades ecuménicas marcó un progreso significativo en la postura de Roma, dejando entreabierta una puerta al diálogo que luego se abriría con mayor amplitud en los pontificados posteriores. Pío XII dejó un legado de prudencia y esperanza, mostrando que la unidad cristiana solo puede lograrse en la verdad, el respeto mutuo y el compromiso compartido.

7. Conclusión: El Legado del Magisterio Preconciliar

El periodo entre el Vaticano I y el inicio del Vaticano II (1870-1962) marca una etapa de transición y evolución ecuménica en la Iglesia católica. Los pontificados de Pío IX a Pío XII sentaron las bases para la posterior apertura ecuménica del concilio Vaticano II, cuyas claves se encuentran esbozadas en el documento esencial Unitatis redintegratio. Si bien en sus inicios el enfoque era predominantemente defensivo y centralista, cada papa aportó elementos significativos para transformar gradualmente el diálogo con las demás confesiones cristianas.

Pío IX, aunque en un contexto adverso, mostró una primera disposición al diálogo a través de las cartas Iam vos omnes y Arcano Dei Consilio, que, aunque fallidas en su intento de reconciliación, reflejaron un compromiso inicial con la búsqueda de la unidad. 

León XIII, por su parte, adoptó un método irénico innovador, destacando lo positivo en las tradiciones cristianas separadas y promoviendo la oración como instrumento clave para la unidad. Su encíclica Satis cognitum y sus esfuerzos en las relaciones con las iglesias orientales y el anglicanismo sentaron una base más conciliadora para el diálogo interconfesional.

Pío X, aunque más tradicional, contribuyó decisivamente al fomentar la oración por la unidad y al aprobar el Octavario de Oración por la Unión de las Iglesias, embrión de nuestra actual Semana de Oración, abriendo la puerta a un ecumenismo más espiritual. 

Benedicto XV, en un periodo de guerra y crisis, reforzó la estructura institucional del diálogo, fundando el Pontificio Instituto Oriental y promoviendo una visión más académica y cultural del encuentro entre Oriente y Occidente.

Pío XI, con las «Conversaciones de Malinas», subrayó la importancia del diálogo sincero y el estudio mutuo como caminos hacia la reconciliación. La encíclica Rerum Orientalium destacó la necesidad de un conocimiento profundo y un respeto por las tradiciones orientales como elementos indispensables para la unidad. 

Pío XII, finalmente, impulsó un ecumenismo práctico, consolidando la renovación bíblica y litúrgica y adoptando el llamado «ecumenismo de los gestos», anticipando muchos de los cambios que florecerían con el Vaticano II.

Este legado preconciliar, a pesar de sus límites históricos y doctrinales, creó las condiciones fundamentales y necesarias para el desarrollo del ecumenismo contemporáneo. Documentos como Unitatis redintegratio se nutrieron de las experiencias previas, proponiendo una visión dialogante e inclusiva de la Iglesia, abierta a todas las confesiones cristianas. Esta nueva eclesiología, centrada en el reconocimiento mutuo y el respeto por la diversidad, ofrece grandes oportunidades para que la Iglesia del presente y futuro sea más universal, unida e inclusiva, al servicio de todos y abierta al diálogo sincero con el mundo.

El reto actual es consolidar y profundizar este camino, superando las barreras doctrinales y prácticas que aún persisten, para construir una Iglesia en comunión (sinodal), como testimonio vivo del deseo de Cristo: «que todos sean uno» (Jn 17,21). Se trata de avanzar hacia una auténtica unidad en la diversidad, donde cada tradición enriquezca el conjunto.

En un mundo cada vez más plural, estas enseñanzas permanecen como brújula indispensable para una Iglesia llamada a ser más universal, inclusiva y en diálogo permanente con todos.

Porque el ecumenismo, tengámoslo muy presente, no es una opción ni una estrategia temporal, sino un imperativo irreversible y esencial para la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo.

Juan G. Biedma, ecumenista

 

[1] El ecumenismo durante este periodo de la Iglesia ha sido objeto de un amplio e intenso estudio. En esta selección presento únicamente la bibliografía consultada, aunque no siempre citada:

Aubert, Roger, La Santa Sede y la Unión de las Iglesias, Editorial Estela, Barcelona 1959.

Baum, Gregory, La unidad cristiana según la doctrina de los Papas (De León XIII a Pío XII), Editorial Estela, Barcelona 1962.

Esteban Romero, Andrés Avelino, Juan XXIII y las Iglesias ortodoxas. Cristianos desunidos y esfuerzos unionistas. Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1961.

[2] Cf. Sánchez Vaquero, José, Ecumenismo. Manual de Formación Ecuménica, Centro Ecuménico Juan XXIII–Universidad Pontificia (Centro Oriental), Salamanca: 1971, 63-114.

Vázquez, Rafael

[3] La encíclica Iam vos omnes de Pío IX, publicada el 13 de septiembre de 1868, fue una llamada pastoral dirigida a protestantes y otros cristianos separados, invitándolos a reflexionar sobre su fe y considerar un retorno a la comunión con la Iglesia católica en el contexto del concilio Vaticano I.

[4] Praeclara gratulationis publicae, encíclica promulgada por el papa León XIII el 20 de junio de 1894, invitando a los cristianos separados a retornar a la unidad con la Iglesia católica, pero destacando los valores compartidos y empleando un tono conciliador que refleja el «método irénico» atribuido a su pontificado.

Cf. Aubert, Roger, La Santa Sede y la Unión de las Iglesias, Editorial Estela, Barcelona 1959.

[5] La carta apostólica Praeclara Gratulationis de León XIII, publicada el 20 de junio de 1894, es una llamada pastoral y doctrinal a la unidad de la fe cristiana bajo el liderazgo de la Iglesia católica.

[6] La carta apostólica Amantissimae voluntatis o Ad anglos, promulgada por el papa León XIII el 14 de abril de 1895, es un documento dirigido al pueblo de Inglaterra, con un fuerte enfoque pastoral y ecuménico. En ella, apela a la historia compartida entre la Iglesia católica y la cristiandad inglesa antes de la ruptura de Enrique VIII, destacando los profundos lazos espirituales que unieron a Inglaterra con Roma durante siglos.

[7] La encíclica Satis cognitum de León XIII, publicada el 29 de junio de 1896, trata sobre la unidad de la Iglesia como un fundamento esencial establecido por Jesucristo. El papa acentúa que esta unidad es indivisible y se manifiesta en la fe, el culto y el gobierno eclesial, todos vinculados a la autoridad de Pedro y sus sucesores.

[8] La carta apostólica Apostolicae curae, emitida por el papa León XIII el 15 de septiembre de 1896, aborda la validez de las órdenes anglicanas. Tras un exhaustivo análisis histórico, teológico y canónico, el documento concluye que las órdenes anglicanas son inválidas debido a defectos tanto en la forma como en la intención del rito utilizado en su administración tras la Reforma.

[9] Carta de Pío X al cardenal Bannutelli el 22 de junio de 1907, Acta Sanctae Sedis, vol. 40 (1907), pp. 473-476.

[10] La carta apostólica Ex quo nono labente saeculo, emitida por Pío X el 26 de diciembre de 1910, aborda la cuestión del retorno a la unidad de la Iglesia católica por parte de los cristianos ortodoxos orientales.

[11] Carta apostólica Quoties animun (1910) dde Pío X, Acta Apostolicae Sedis, vol. 2 (1910), pp. 57-65.

[12] Vid. Sánchez Vaquero, José, en Ecumenismo. Manual de Formación Ecuménica, 80-81.

[13] Se erige el Instituto Pontificio Oriental en Roma mediante el motu proprio Orientis catholici, del 15 de octubre de 1917.

[14] San Efrén de Siria (c. 306–373), nacido en Nísibe, ciudad de la antigua Mesopotamia y actual Nusaybin en Turquía. Proclamado doctor de la Iglesia católica el 5 de octubre de 1920 y venerado en las iglesias ortodoxas como santo y maestro desde los tiempos de la Iglesia indivisa.

[15] Aubert, Roger, La Santa Sede y la Unión de las Iglesias, 86. Citado por Sánchez Vaquero, José, en Ecumenismo. Manual de Formación Ecuménica, 83.

[16] Ibíd., Roger Aubert analizó en su obra el pontificado de Pío XI y su relación con el «método irénico».

[17] Ibíd. Citado por Sánchez Vaquero, José, en Ecumenismo. Manual de Formación Ecuménica, 84.

[18] Cita en Ecumenismo. Manual de Formación Ecuménica, 107.

[19] La encíclica Summi pontificatus, promulgada por Pío XII el 20 de octubre de 1939, marca el inicio de su pontificado en un contexto histórico dominado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El documento subraya la necesidad de la paz y la reconciliación, apelando al mensaje universal de Cristo Rey como fundamento para la restauración de la sociedad.

[20] Carta encíclica Mystici Corporis Christi sobre el Cuerpo Místico de Cristo, publicada el 29 de junio de 1943 por Pío XII. El documento desarrolla una profunda reflexión sobre la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo. 

Esta encíclica pone de relieve la unidad orgánica entre Cristo y la Iglesia, presentando a la Iglesia no solo como una institución, sino como un organismo vivo en el que Cristo es la cabeza y los fieles, sus miembros.

Igualmente, destaca que la Iglesia es una comunidad espiritual y visible, afirmando la centralidad de los sacramentos como medio de santificación. Asimismo, el documento recalca la comunión de los santos y la solidaridad entre todos los miembros del Cuerpo Místico.

[21] Vid. Sánchez Vaquero, José, Ecumenismo. Manual de Formación Ecuménica 113.

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