¿Está la universidad preparada para la diversidad religiosa?
La universidad moderna presume de diversidad, pero aún arrastra una gran deuda: integrar de forma justa y activa la pluralidad religiosa, espiritual y secular en la vida académica. Informes recientes en EE.UU. y Canadá muestran carencias graves: pocos campus forman a su personal sobre diversidad conviccional, apenas hay protocolos antidiscriminación específicos y los menús o espacios adaptados son aún excepcionales. Europa, incluida España, va incluso por detrás: prevalece la tolerancia pasiva frente a una gestión inclusiva real. Las universidades deben asumir su vocación transformadora y adoptar políticas concretas en tres frentes: formación, acomodos institucionales y protocolos de prevención y respuesta. Solo así podrán convertirse en espacios de convivencia crítica, ética y plural. La diversidad no se improvisa: se aprende, se cuida y se gestiona.
Redacción: InfoEkumene Difusión.
El libro Un faro en la tempestad compila una selección de textos del obispo José Guerra Campos (1920–1997), figura destacada del episcopado español durante la segunda mitad del siglo XX. La obra ha sido editada por Manuel Acosta, diputado de Vox en el Parlamento de Cataluña, y cuenta con un prólogo del obispo José Ignacio Munilla. Publicada por la editorial Páginas Contrarrevolucionarias, la obra busca rescatar el legado doctrinal y pastoral de Guerra Campos, especialmente su firme oposición al modernismo teológico y su defensa de la tradición católica.
Contenido y enfoque
La obra recoge escritos y discursos de Guerra Campos que abordan temas como la moral sexual, el celibato sacerdotal, la liturgia, la autoridad eclesial y la relación entre Iglesia y Estado. El título y subtítulo del libro reflejan la postura combativa del obispo contra lo que él percibía como una “infiltración modernista” en la Iglesia, especialmente tras el concilio Vaticano II.
Valoración crítica
Un faro en la tempestad ofrece una visión clara del pensamiento de Guerra Campos, caracterizado por su adhesión a la tradición y su crítica a las reformas postconciliares. Sin embargo, la obra puede resultar polarizante, ya que presenta una interpretación rígida de la doctrina y una visión negativa de los cambios en la Iglesia. Además, la asociación del libro con figuras políticas y medios de orientación conservadora puede influir en su recepción y limitar su alcance a ciertos círculos ideológicos.
Para los lectores interesados en comprender las tensiones dentro de la Iglesia contemporánea y las diversas respuestas a los desafíos modernos, esta obra proporciona una perspectiva significativa, aunque es recomendable complementarla con otras fuentes que ofrezcan un enfoque más equilibrado y diverso.
Redacción: InfoEkumene
Vidal, César, Biblia de Estudio, RVR 1960, B&H Español, 2025
El controvertido historiador y comunicador evangélico español César Vidal Manzanares (Madrid, 1958) presenta una ambiciosa obra con la RVR 1960 Biblia de Estudio, publicada por B&H Español. Este proyecto busca ofrecer una herramienta integral para el estudio bíblico, combinando comentarios exegéticos, análisis históricos y referencias a las lenguas originales.
Características de la obra
La Biblia de Estudio se basa en la versión Reina-Valera 1960, ampliamente utilizada en el ámbito protestante hispanohablante. Entre sus aportes destacan:
Valoración crítica
La Biblia de Estudio de César Vidal se presenta como una herramienta útil para aquellos interesados en una lectura profunda y contextualizada de las Escrituras. Su enfoque en el análisis histórico y lingüístico puede enriquecer la comprensión del texto bíblico. Sin embargo, es importante considerar que la obra refleja las perspectivas teológicas y doctrinales del autor, lo que puede influir en la interpretación de ciertos pasajes. Además, algunas de las credenciales académicas de Vidal han sido objeto de debate en círculos académicos, lo que podría suscitar interrogantes sobre la rigurosidad de ciertos análisis y propuestas. Por tanto, se recomienda a los lectores complementar esta obra con otras fuentes y estudios para obtener una visión más amplia y equilibrada a la vez que técnica y rigurosa.
Redacción: InfoEkumene Difusión
Jesús Colina (Valladolid, 1969) es uno de los periodistas religiosos más reconocidos del ámbito hispano. Fundador de Zenit y de ACI Prensa en español, y posteriormente de Religion Digital América y Religion News Service en Europa, ha estado al frente de diversos medios de comunicación vinculados a la actualidad del Vaticano y de la Iglesia universal. Su mirada combina el rigor periodístico con una sensibilidad pastoral, y en los últimos años ha cultivado un estilo narrativo que busca acercar el mensaje cristiano al lector contemporáneo desde un enfoque testimonial.
En su reciente obra Dios nos quiere. Robert Francis Prevost, León XIV (Palabra, 2025), Colina ofrece una primera semblanza espiritual y biográfica del nuevo papa, León XIV, nacido Robert Francis Prevost, agustino estadounidense elegido sucesor de Francisco en mayo de 2025. El libro no pretende ser una biografía exhaustiva, sino una presentación ágil, testimonial y profundamente espiritual del perfil humano, pastoral y teológico del nuevo pontífice.
Con un tono cálido y accesible, Colina traza el itinerario vital de Prevost desde su vocación agustiniana, su experiencia misionera en Perú, su formación académica en Roma, su servicio como obispo en EE. UU. y prefecto del Dicasterio para los Obispos, hasta su elección como papa. A lo largo de estas páginas, resalta su cercanía, su austeridad, su visión de Iglesia sinodal y misionera, y sobre todo su convicción sencilla pero firme: Dios nos quiere, como expresión clave de su mensaje cristiano.
El libro ofrece también una lectura en continuidad con el pontificado de Francisco, subrayando los vínculos de estilo y de fondo entre ambos, y apuntando ya las primeras señales del rumbo pastoral que León XIV podría imprimir a la Iglesia en los próximos años. Su contenido está dirigido a un público amplio: creyentes, estudiosos, comunicadores eclesiales y personas interesadas en el nuevo escenario abierto en la Iglesia católica tras el cambio de pontificado.
Redacción: InfoEkumene Difusión.
F. Javier García Castaño
El libro Pluralización religiosa en el cine de migraciones, editado por F. Javier García Castaño (Universidad de Granada, Tirant Lo Blanch, 2025), examina cómo el cine español aborda la diversidad religiosa generada por la migración. Desde una perspectiva interdisciplinar (antropología, estudios cinematográficos y culturales), el volumen analiza dieciocho películas españolas significativas, investigando cómo estas representaciones reflejan y construyen percepciones sobre la religiosidad migrante.
La obra subraya que el cine, como medio masivo, influye poderosamente en la percepción pública, siendo capaz tanto de reforzar estereotipos como de ofrecer imágenes matizadas. El libro resalta especialmente cómo el islam y el cristianismo latinoamericano son las religiones más representadas, reflejando conflictos identitarios o prácticas religiosas populares, respectivamente.
Cada capítulo ofrece un análisis detallado y crítico de una película concreta, acompañado por una introducción general donde se revisan estudios previos sobre migración y religión, destacando autores clave como Levitt, Leonard y Stepick. Además, propone el cine como herramienta pedagógica, sugiriendo estrategias para su uso educativo.
Finalmente, concluye que las películas analizadas no solo documentan cambios sociales y religiosos, sino que también contribuyen al debate sobre integración, convivencia y pluralidad en la España actual, representando así una aportación relevante y pionera al campo académico del cine y las migraciones.
R. GONZÁLEZ DE MONTES, Artes de la Inquisición Española. Edición de Luis de Usoz y Río y Benjamín B. Wiffen. San Sebastián, 1851.
¿Quién es Reinaldo González de Montes (o Montano)? Conocido por el «Montano» se ignora su nombre real, pero se intuye que debió de ser alguien versado, de confesión protestante o al menos filoprotestante, que conoció en persona tanto los tribunales como los métodos y las cárceles que tan detalladamente describe. Son muchos los investigadores que han creído encontrar quién se ocultaba realmente tras esta figura anónima. Unos afirman que Casiodoro de Reina, biblista y escritor, que había vivido en Sevilla, cuyo cenáculo protestante conoció bien el Montano. Otros abogan, siguiendo la pista sevillana, por figuras como Francisco de Zafra (así lo expresa Menéndez y Pelayo) o Antonio del Corro, familiar de un inquisidor y por ello presumible confidente.
La tarea de conocer al autor desvelado de su seudónimo es harto difícil y aunque no eludo el problema sí lo dejo sin precisar, anotando solo que el autor es español, andaluz de nacimiento o de adopción, posible miembro de la congregación protestante de Sevilla, a la que por lo escrito parece conocer bien, y que, por el conocimiento tan directo y detallado de las diversas artes y métodos, los tribunales y jueces de la Inquisición, es o bien un confidente o un testigo directo de la urdimbre y maquinaria inquisitorial.
La edición aquí analizada se imprimió en latín, lo que no fue óbice para su notable éxito. Se sabe que su obra destaca dentro del conjunto de la literatura reformada española del siglo XVI. Sin ser esta literatura de proporciones extensas se podría calificar como importante en su número dada las circunstancias tan adversas en las que tuvo que producirse y difundirse. Esta obra, al igual que muchas otras, hubo de publicarse en el exilio, mediante el empleo de la pseudonimia, procedimiento que aseguraba al autor un riguroso secreto, para así no poder ser localizado por el ojo inquisidor, lo que le habría costado al autor la condena a muerte y a su obra ser pasto de los quemaderos presididos por la cruel cruz de la Inquisición. La aclaración que hace del título de las Artes es suficiente prueba de la capacidad y eficacia del Santo Oficio en la captura del hereje mediante el profesional empleo de los ardides.
La intención del Montano con su libro no es entablar una batalla de polémicas estériles sino más bien defender del espanto que el Santo Oficio significaba para los creyentes que habían abjurado de la Iglesia de Roma. Con su obra trata de denunciar no solo los métodos y abusos de la institución eclesial y su brazo secular, sino también la hipocresía de los que vestidos con el traje de la pureza doctrinal fustigaban sin misericordia hasta la muerte y despojaban de bienes hasta la extrema indigencia. Contra los servidores del Santo Oficio, que paradójicamente tenían que haber dictado sentencias desde las atalayas de sus tribunales, orientadas a la enseñanza y el arrepentimiento, pero nunca al castigo que liquida al ser humano, imagen y semejanza de su Creador. Por eso confronta su testimonio escrito frente al inicuo proceder de los tormentos y las muertes en hogueras o garrote, frente a la suprema humillación del peregrinar insultante de los condenados, revestidos de sambenitos y tocados con capirotes, el Montes presenta la dignidad del sometido escribiendo su nombre en un martirologio propio, como apéndice final.
La defensa del mártir protestante le conduce a subrayados fuertes, a expresiones dolidas de grueso calibre, porque el malvado no es aquel al que le arrebatan todo por mor de su fe y obrar, sino aquel otro que se reviste de santidad, amparado por unos gobernantes, la monarquía, de «tiránica crueldad». La monarquía en primera instancia y última es la que detenta el poder real y a la que sirve, o se sirve, tanto la Iglesia como la Inquisición católica, que se debe a la razón de Estado para mantener el orden en sus dominios. El Montano pone en evidencia también con su testimonio escrito que la Inquisición es también un instrumento político al servicio de la monarquía, sin más propósito que el mantenimiento del orden público homogeneizando ideas y conductas con el empleo del tormento (de origen diabólico en el libro) para conseguir el temor de los súbditos, además de fuente recaudatoria con la incautación de bienes. Apuntar, por último, que las Artes consiguió un éxito grande de difusión y traducciones, consiguiendo además agrandar[1] la Leyenda Negra, junto a otras obras como las Relaciones, de Antonio Pérez, la Apología de Guillermo de Orange o la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Bartolomé de las Casas, con lo que el origen de esta Leyenda tiene tanto tintes protestantes como católicos, políticos como religiosos.
Sin duda las Artes agrandaron la Leyenda que oscurecía a España, pero no puede atribuirse a esta obra protestante por excelencia su entera creación, como tampoco sostener que le otorgar mayor credibilidad o fundamento.
En esta recensión se pretende tratar y esclarecer cuestiones importantes que están relacionadas primero con su autor, obviando, aunque pueda resultar paradójico, el problema de la autoría. Lo que aquí interesa es la credibilidad de su pretendido testimonio. ¿Mintió quien se arroga la verdad testimonial, exageró, o tal vez su relato es objetivo, fidedigno? ¿Qué nos relata la historia sobre la Inquisición española en cuanto a métodos de investigación, interrogatorios, causas y condenas de los acusados que podamos confrontar con lo descrito en las Artes? Asimismo, los juicios severos que pronuncia en relación con los inquisidores ¿son realmente acertados, o es fruto de la exageración y de la inquina? ¿Eran los inquisidores, todos o gran parte, figuras siniestras, deshumanizadas, perversas y malévolas como los dibuja las Artes? Y desde una óptica espiritual, ¿los inquisidores eran religiosos hipócritas, fariseos, siervos del diablo?
En segundo lugar, es interesante para un análisis crítico del libro situarlo en el contexto literario de su época para así poder captar mejor su riqueza literaria y el puesto que ocupa en el repositorio protestante español, en donde se proyecta como una innovación historiográfica de gran repercusión. Este está compuesto por géneros literarios en conformidad con el auditorio y circunstancias concretas. Si el propósito era alcanzar a un mayor número de lectores se aplicaba el latín, más universal que los idiomas nacionales. En este sentido las Artes recurre al latín, para que su denuncia pueda ser leída por un mayor número de personas y en distintas naciones. «En conclusión, las obras escritas en latín se dirigen, en general, a un público amplio, mientras las redactadas en español son destinadas a la instrucción dogmática dentro de España. Éstas eligen estructuras sugerentes como el abecedario o los trataditos, y con preferencia la forma dialéctica de un coloquio, diálogo o de la oposición de puntos antitéticos. Las acusaciones de la situación confesional defectuosa, que se mueven también en un plan político, optan por el martirologio, la autobiografía, las memorias, o bien la forma literaria de una petición o una advertencia a personas determinadas»[2].
Y en tercer lugar y último cabe explorar la relación de las Artes de la Inquisición Española con la Leyenda Negra. La Leyenda, ¿es fruto de un interés común con el objetivo de perjudicar severamente a la religión católica, la monarquía y la nación españolas? ¿Se encuentra dentro de esta tesitura de complot las Artes? ¿En qué medida la apoya o le otorga mayor credibilidad en las naciones de la época? El libro es considerado como el inicio de la Leyenda Negra, referida a la Inquisición española. La frase no deja de ser casi actual[3], del siglo XX. Pero la polémica por el color empleado para calificar un período de la historia de España y algunas de sus instituciones, en este caso la Inquisición, no empaña ni desvirtúa la información que las Artes presenta[4], como tampoco se hace responsable en su totalidad de la autoría de dicha leyenda, que sin duda fue agrandada posteriormente con otros documentos históricos como el de Juan Antonio Llorente, con su Historia Crítica de la Inquisición[5].
Llorente era secretario general de la Inquisición en Logroño y con tal cargo tuvo «a su disposición, cuantos datos exactos y espeluznantes existían sobre la Inquisición en España»[6]. La obra fue traducida a varios idiomas y logró alcanzar buen éxito al presentar una «inagotable cantera de fechas, cifras y documentos auténticos», que enriqueció también el conocimiento de los protestantes españoles sobre sus correligionarios antepasados, gracias «al abundante material proporcionado por Llorente»[7].
No se puede ocultar que la monografía del Montes ha ejercido una trascendencia cierta sobre la posterior bibliografía en torno a la Inquisición[8], cuyo olvido por motivos obvios no resta un ápice de su importancia documental.
Antes de dar respuesta a todos los interrogantes planteados veremos, de entrada, las Artes de la Inquisición española con los mismos ojos de su desconocido autor, artes o ardides «descubiertas y al público manifiestas».
El libro de Reinaldo González de Montes (alias Montano), las Artes de la Inquisición Española[9], se publica originalmente en latín, en 1567, en Heidelberg (Alemania), con autoría oculta a fin de evitar al Santo Oficio. La autoría, a pesar de ser un libro memoriográfico y autobiográfico es opaca sin posible resolución. Las circunstancias religiosas en la que aparece las Artes son de todos bien sabidas: la incipiente reforma protestante, con sus cinco Solas, en confrontación teológica por la justificación por la sola fe, la defenestración de la jerarquía católica y del propio papa y la negación de cualquier tipo de culto, llámese latría, hacia la virgen y los santos, además de otras cuestiones que, aunque menores, no por ello menos propicias para desencadenar enfrentamiento y división. Desde su aparición, a finales de la conclusión del concilio de Trento, se convirtió en una obra requerida por un gran público de las naciones europeas de la época y que, a pesar de estar escrito en latín, alcanza un éxito sobresaliente.
La obra proporciona valiosa información testimonial, «en su mayor parte de forma directa», de lo sucedido en la congregación protestante de Sevilla entre los años 1557 y 1564. No existen dudas respecto a que el autor accedió a información privilegiada sobre los usos inquisitoriales.
Desde la óptica doctrinal[10] el libro no se pronuncia a favor de ninguna confesión concreta, aunque entre Inglaterra y Ginebra se muestra favorable de la primera, pero sí a favor de la Reforma en su conjunto, utilizando el término luterano en cuanto definitorio de protestante, conforme el uso que hacía la misma Inquisición, al catalogar a todos los protestantes como luteranos. No es un libro doctrinal y la única verdad que persigue y manifiesta es la de los hechos que relata, si bien pone de manifiesto su creencia y defensa de la justificación por la fe y su oposición a la transubstanciación eucarística católica.
También aborda el tema de la Iglesia y lo que significaba la Reforma como proceso de vuelta a una Iglesia desaparecida en el transcurrir del tiempo, en donde las penitencias servían para el bien del creyente errado y no para su aniquilación, como hace la Iglesia romana de la Inquisición. No es de extrañar que el Montes catalogue de secta a la Iglesia católica romana frente a la Iglesia católica (universal) verdadera de la Reforma. También defiende la creencia protestante de que el cristiano es solo salvo por la fe (fideísmo)[11]. Los ritos y las prácticas de religiosidad de la época son permanentemente atacadas y despreciadas por considerarlas «doctrina de impiedad». La jerarquía es denostada y calificada de ignorante. Por otra parte, la Inquisición, al hacer público los autos de condena de los herejes protestantes, sin darse cuenta se convertirá en un propagador de las ideas reformadas: «los mismos Inquisidores, que se declaran extirpadores de la fe y de la misma verdad, ellos mismos son […] predicadores, doctores, propagadores de la misma verdad».
La edición que se recensiona es la llevada a cabo por los bibliófilos Luis de Usoz y Río y Benjamín B. Wiffen, para la colección «Reformistas Antiguos Españoles», publicándose en la ciudad vasca de San Sebastián, en 1851. Reseñar con brevedad que Luis de Usoz y Río, nacido en el Perú, tenía estudios de filología, dominando el griego y el hebreo, y era un experto bibliófilo y biblista. Como cristiano protestante que era se encargó de la labor de traducir al castellano moderno no solo las Artes sino también obras de autores protestantes de la categoría de Juan de Valdés, Cipriano de Valera, Juan Pérez de Pineda, Francisco de Encinas, Constantino Ponce de la Fuente, etc.
Luis de Usoz acompaña al texto del Montano un Apéndice en donde presenta, con todos sus pormenores y personajes condenados y muertos en hoguera o a garrote, o bien a penas menores de cárcel y sambenito, es decir, Sentencias y Ejecutorias, el primer auto de fe celebrado el 21 de mayo de 1559, en Valladolid, presidido por el príncipe Felipe y la princesa Juana, hermana y gobernadora. Añade un Memorial destinado al Conde de Benavente donde se le da cuenta sumaria de los que fueron condenados a la hoguera y otros reconciliados y ensambenitados, en el segundo auto de fe de Valladolid, el 8 de octubre de 1559, bajo la presidencia del rey Felipe II, textos que no aparecen en la obra recensionada[12].
Comienza el libro respondiendo qué entiende por «artes» con el empleo de unos cuantos sustantivos gruesos: «mañas, tretas, trucos, fraude, engaño, artimaña, ardid», a los que se pueden añadir otros tanto más como añagaza, mentira, astucia, trampa, triquiñuela, falsedad, farsa, burla, que ofrecen una idea de la riqueza idiomática a la hora de explicar la herramienta más sutil de la Inquisición: la estratagema o manipulación como arma para encontrar, interrogar y encausar al futuro hereje.
I.
En el Prefacio del libro constata ya desde sus primeras líneas que existen diversidad de pareceres sobre la existencia misma de la Inquisición. Un bando la reclama como una institución necesaria y positiva, que jugó en el pasado un papel destacado en cuanto a la profilaxis de la contaminación de judíos y mahometanos en la sociedad cristiana, atajando también otros errores, resultando así provechosa y sagrada. Mientras el bando opuesto la observa como «servidumbre indigna de hombres libres» y fuente del acrecentamiento de la hacienda pública «y el de algunas fortunas privadas». Concurren dos visiones opuestas que necesitan ser dilucidadas, como el árbol, por sus frutos. Si la Inquisición es ese Santo Oficio de la Iglesia empleado para hacer un bien en su apologético combate contra el mal de la división y del error, al autor no le cabe la menor duda de que se podrán observar puesto que será patente su bondad y santidad por encima de inquinas y envidias, y una vez contemplados podrá abogar por «la conservación de este santo árbol, o bien al fin su extirpación».
Las Artes es sometida al escrutinio de la verdad objetiva. ¿Se puede saber si lo que se va a exponer sobre la Inquisición es verdad? ¿Y de que fuentes ha recogido lo denunciado aquí? El mismo autor pone en guardia para no dejarse engañar de quien siendo un hereje puede por mala fe no ya ocultar la verdad sino transmutarla y convertirla en mentira. El peligro es evidente al dar crédito a un hereje perseguido por la Santa Inquisición, pues no puede extrañar que desde su condición considere a la institución «como un gravísimo y severísimo azote», lo que le convierte en sospechoso de exagerar, tergiversar, mentir.
Lo cierto es que a las Artes le embarga la causa de la verdad. No le interesa ni tan siquiera una confesión o iglesia concreta sino más bien «evitar la persecución de cualquier confesión cristiana».
Pero existe un método fiable a decir del autor que proporciona una investigación objetiva capaz de depurar la verdad. Propone para ello primeramente que se dote a la Inquisición de ciertas reglas y se le sustraiga privilegios, para después «establecer una verdadera e incorrupta investigación contra la misma Inquisición». ¿Resistiría una investigación exhaustiva, libre, sin imposiciones ni amenazas, que tenga en cuenta a los encausados, reclusos y expresidiarios vivos, como reclama el autor para la investigación tenga carácter probatorio imparcial íntegro? Porque para poder hablar con libertad sobre la Inquisición se requiere levantar la invisible mordaza del silencio «que bajo gravísimo juramento se les intima para que absolutamente nada revelen de cuanto acerca de la Inquisición y de toda su manera de proceder mientras estuvieron en la cárcel, supieron o vieron o experimentaron por sí mismos».
Esta es una condición indispensable para conocer la verdad de los hechos y resultados del proceder del Santo Oficio, puesto que no deja de ser un «arte» que impone con la censura del silencio sobre todas las demás artes inquisitoriales. Será solamente aceptando estas condiciones previas a la investigación como pueda verificarse la verdad de los hechos y personas que han tenido que ver con la institución a la vez que se puede arrojar luz sobre el comportamiento de sus miembros. No parece, pues, que el autor se decante por la inquina que produce el rencor, por valoraciones sin más fundamentos que el odio, sino más bien al contrario, por lo que en lo personal ofrece al menos la sensación, después de su rigurosa defensa en busca ecuánime de la verdad, con métodos de ponderación, equidad e imparcialidad, de neutralidad y objetividad en su relato testimonial, al que tiene que responder la Inquisición con sus propios alegatos, capaces no solo de hacer frente a las graves acusaciones de las Artes, sino de refutarlas con datos e información precisa, veraz, rigurosa y contrastable, sin animadversión ni ánimos descalificadores que tergiversen la realidad de los hechos y personas enredadas en la historia de la Inquisición.
Los historiadores en España, ¿han realizado esa investigación que reclama las Artes, llevándola a cabo desde la equidad y objetividad, sin ninguna duda de parcialidad? No se puede descartar en los estudios que desde los años setenta se realizan. Pero no todos los historiadores ni en todos los tiempos han sido ecuánimes y objetivos. Apuntar aquí, a título de ejemplo, De origine inquisitionis, obra de Páramo (Madrid, 1598) donde al hablar de Constantino Ponce de la Fuente, antiguo confesor del emperador Carlos V, asegura que «se encontró como hecho cierto, que Constantino se había casado dos veces, y que ambas mujeres vivían aún». La Historia Eclesiástica de España, de Vicente de la Fuente (1874), da por bueno lo que es un simple bulo, una infamia para desprestigiar la figura de este insigne creyente, teólogo y escritor protestante español[13]. Y tras su muerte por enfermedad en los calabozos de la Inquisición sevillana se propaló el rumor de que se había quitado la vida[14]. Y en cuanto al uso de palabras peyorativas el bando en defensa del Santo Oficio no se quedaba ni mucho menos atrás. Como ejemplo sirve, aunque tardío, el pensamiento de Marcelino Menéndez y Pelayo sobre el protestantismo en general: «El protestantismo no es en España más que la religión de los curas que se casan»[15].
En opinión del autor la Inquisición no tenía sentido y tampoco era necesaria su creación, más cuando era un nuevo tribunal que, en vez de tener por finalidad la enseñanza de la fe cristiana que solo requiere a Cristo como pastor, tenía el poder, el imperio, el tormento, la crueldad y la muerte como objetivos. Una institución que, en vez de contar con maestros y santos, contaba en sus filas con procuradores, fiscales, jueces, policías y cárceles. Un Santo Oficio, amparado por el Estado, para imponer al pueblo «el yugo de una nueva servidumbre, de donde resulten también al fisco nuevas riquezas».
El Montes es consciente de que la Inquisición sirve a quien le presta el brazo armado para ejecutar sus condenas. Es apoyo ideológico de una monarquía, declarada y fundada sobre la base católica y romana, «que la usa para defender la base ideológica de su concepción del mundo»[16]. Pero también es consciente al mismo tiempo de que esta institución se ha escapado de las reglas del poder establecido al igual que de Roma. Con el discurrir de su actuación ha derivado en un instrumento español que se impone mediante el temor absoluto no solo frente a los protestantes sino también frente al católico romano. La Inquisición es un enemigo para batir y aniquilar.
Le resulta paradójico que se proyecte para la defensa y anuncio del Evangelio un organismo que solo puede presumir de represión, dominio y aniquilación, pero no de instrucción para propagar la fe cristiana, aun sabiendo que la Inquisición no se constituyó para instruir en la religión, sino para castigar y extirpar los errores y herejías. Pero, conforme a su pensamiento, no deja de ser una cosa de locos y desalmados, errada en su fundamento. Todo en la Inquisición es un gran despropósito, un gran contrasentido con las Sagradas Escrituras y con el Derecho, al nombrar jueces que nada entienden de Derecho y al sostener tribunales y jueces que obran en contra de lo recomendado por las Escrituras sobre amonestaciones a los que contradicen la doctrina sana. La Inquisición «no se dedica a otra cosa que a matar a inocentes ciudadanos y a confiscar bienes», sentencia Montes.
En el Prefacio revela Montes también su preocupación por que la Inquisición, en su pensamiento institución innecesaria y represiva de las libertades, como hemos podido comprobar con anterioridad, pueda ser introducida en los territorios ocupados por España fuera de la península ibérica, más aún en zonas con presencia importante protestante[17]. Su libro será entonces el informe fiable que dé a conocer lo que representa la Inquisición según su experiencia.
II.
Algunas Artes (ardides) de la Inquisición Española descubiertas y al público manifiestas es el primero y principal grueso de la obra, en donde se exponen las artes en cuanto tales (los ardides empleados en engañar y someter) así como las diversas prácticas y métodos requeridos para lograr las confesiones y culpabilidades. Por tanto, «aquí se describen las prácticas inquisitoriales de la persecución de protestantes, desde la primera sospecha de herejía hasta la celebración de un auto de fe y las sentencias pronunciadas»[18]. El detalle con el que relata dichas prácticas desvela que la obra ciertamente tiene por destinatarios lectores que no conocen el ambiente español y que nada saben sobre la actuación y los crueles procederes de la Inquisición española.
Sorprende que la enajenación (secuestración de bienes le llama) de los bienes de los candidatos a hereje sea lo primero en ser reclamado en su intervención: «al instante le piden y quitan todas las llaves de sus arcas y archivos», el primer arte utilizado por la Inquisición, con aprovechamiento de sus dudosos ayudantes, los conocidos por familiares, personajes de dudosa reputación y malvivir dado a lo ajeno que sirviendo al Santo Oficio se sirven también ellos mismos afanando todo lo que no es vigilado por propietarios, alguaciles y notarios. Confiscado tan prontamente los bienes se asegura así la ganancia de los intervinientes, es decir, del Estado y de la Inquisición. No en balde la predicación eclesiástica enseñaba que de no aceptarse o disentir de la doctrina católica se contraía la obligación, en conciencia, de entregar al fisco todos los bienes, puesto que el rey se convertía en legítimo poseedor de ellos dado que el papa se los adjudicaba.
El proceder general de la Inquisición era anunciar un «edicto de gracia» por el que se exponía las herejías y se animaba a acudir a los inquisidores para vaciar las conciencias. De esta manera se suponía que quien se inculpaba de herejía contada con un tiempo de gracia al término del cual se podía reconciliar con la Iglesia, sin mediar el castigo severo. El sistema estaba cargado de terrible injusticia puesto que se atentaba a la dignidad del autoinculpado al hacerse público su pecado o delito que en secreto había confesado. El ingenuo, además, debía inculpar a otros, vivos o muertos, con lo cual los inquisidores se proveían de un buen número de delatores que mantenían en el anonimato bajo el manto protector del inquisidor en calidad de testigo.
Por otra parte, no hacerlo le granjeaba la excomunión[19]. Lo grave de las delaciones anónimas era el promover denuncias basadas en suposiciones, sembrando el terreno inquisidor de inocentes, al prodigarse la falsa denuncia incluso por motivos nimios, en medio de un ambiente de desconfianza y miedo.
Después de la denuncia el asunto era examinado por los calificadores para determinar el delito de herejía lo que conllevaba la detención. Sin embargo, la Inquisición abusaba de la detención preventiva como de la lentitud en el examen y acusación, alcanzando algunos en esta situación los dos años[20]. Una vez detenido era conducido de manera preventiva y en secreto a la cárcel, en donde esperaba juicio, cárcel que se mantenía confidencial, dando lugar al rumor de que la Inquisición mantenía cárceles secretas. Por lo general el recluso se mantenía aislado del exterior, sin conocimiento del delito del que se le acusaba, y en las condiciones que su hacienda podía lograr.
¿Eran las cárceles realmente como se describen en las Artes, inmundas cloacas, espacios mínimos, condiciones inhumanas, estancias de enfermedad, locura y muerte? Las cárceles de la Inquisición no diferían gran cosa de las ordinarias. Incluso algunas concretas eran mejores por lo que se dieron casos de presos comunes que se declaraban herejes para ingresar en ellas. Sin embargo, tanto ordinarias como inquisitoriales mantenían unas condiciones extremas y algunas como la de Llerena o Logroño eran de tal gravedad que un elevado número de prisioneros murieron en sus calabozos[21].
Los tribunales de la Santa Inquisición fueron capaces, durante tres siglos, de condenar, con distintas sentencias, a 345.711 personas, de todas las edades, sexo y clase social[22]. Si bien no existen datos fiables podemos dar por bueno esta contaduría, a la que añadir miles de desterrados y otros miles de opositores políticos del absolutismo monárquico[23]. El resultado de torturados y muertos es pavoroso: 33.124 personas quemadas vivas[24]. Pero la persecución inquisitorial no solo afectó a personas, sino también a la ciencia, en concreto a los libros en donde la ciencia se expone. Biblias de todo tipo, libros de ciencia y religiosos fueron pasto de las llamas por orden de los tribunales inquisidores.
La jerarquía de la Inquisición la componía un Consejo Supremo y General, al frente del cual se encontraba el Inquisidor General. Después venían los tribunales provinciales, con un Inquisidor jurista y otro teólogo, ambos considerados jueces, si bien vestían la ropa eclesial. Además, los tribunales lo integraban un fiscal o procurador, encargado de la acusación, investigación de los hechos e interrogatorios; un juez de bienes; los calificadores, teólogos que determinaban la existencia de delitos contra la fe; y los consultores, juristas expertos asesores del tribunal.
Contaba el tribunal con personal ayudante como los notarios: el notario del secuestro que controlaba los bienes del reo en el momento de ser detenido; el notario del secreto, encargado de consignar las declaraciones tanto del acusado como de los testigos; y un escribano secretario. A ellos hay que sumar el personal auxiliar, compuesto por el alguacil, encargado de cumplir las órdenes ejecutivas del tribunal, como la detención y encarcelamiento del sospechoso; el nuncio, con el encargo de publicitar todo comunicado del tribunal; el alcaide o carcelero con el oficio de cuidar al preso. Por último, los llamados familiares auxiliaban tanto al tribunal como al alguacil, brindándoles protección y servicio permanente, que ellos consideraban como un gran honor, dado el reconocimiento público y los privilegios que el cargo les otorgaba[25].
El proceder durante los interrogatorios estaba basado en el temor que inspiraba el tribunal inquisidor, tanto si se era hereje o no. El presunto hereje era acusado, no siempre con razón pues se dieron casos en los que la envidia o el causar daño era la principal motivación, como ya se ha explicado. Sobre esta base los inquisidores acordaban medidas cautelares como la citación, con el empleo engañoso de los «familiares», o bien con la detención sin más premisas. En esta fase inicial del proceso se procedía también a confiscar los bienes del censurado.
A continuación, se procedía a la fase inquisitiva, con la utilización de procedimientos interrogatorios, en donde se le presentaba al prisionero la acusación, sin presentar quien o quienes le habían delatado, que por cierto podía estar presente, pero oculto. Los inquisidores indagaban, bajo juramento del acusado y en presencia del notario del tribunal, con tortura o sin ella, sobre la verdad o falsedad de los hechos. En esta etapa se presentaban las pruebas de los testigos ocultados y el acusado tenía derecho a defensa, siempre atenuada por la actitud del defensor que evitaba una defensa a ultranza para no parecer también él culpable.
Por lo general el juicio constaba de varias audiencias puesto que se perseguía más el doblegar al detenido que el hacer propiamente justicia. Esto permitía también atormentarlo con el suplicio de las cárceles y el trato vejatorio y sin ápice de humanidad que allí se recibía, en un recinto cerrado, de escaso espacio, poca y mala comida y trato violento de los alcaides. Pero principalmente el tribunal contaba, como procedimiento para interrogar a los acusados, con las amenazas, los insultos y la tortura, llevada a cabo por medios horribles, como la garrucha o cuerda, el potro, el agua, el aplastamiento de los dedos y la flagelación.
Con estos procedimientos empleados en interrogatorios y juicios el resultado era inicuo. No pocos inocentes salieron como culpables por culpa de ellos. No se puede obviar que la violencia física extrema iba acompañada de la psicológica, la moral y la espiritual. El empleo del engaño, de la malicia y de toda clase de ardides en cuanto procedimientos admitidos por los miembros del tribunal, era responsable, sin ningún aditamento violento más, de la condena a muerte, a cárcel, a destierro, o social y religiosa, de numerosas víctimas, inocentes, o culpables de tan solo el «delito» de pensar y creer en libertad lo que le dictaba su conciencia, su razón y su sentimiento. La verdad no les daba la libertad, sino la condena; porque el tribunal no quería la verdad, sino el castigo.
En cuanto a los métodos usados por la Inquisición para conseguir la declaración positiva del sospechoso de herejía, brujería o blasfemia, siguiendo las Artes el primer método era la utilización de la sospecha. Mediante el concurso de la ayuda exterior al tribunal (a través de los llamados familiares), se procedía con el ardid para la personación. En la primera visita los inquisidores trataban de sonsacar, con preguntas arteras, las respuestas convenientes para apuntalar la sospecha, sometiendo al sospecho bien al encarcelamiento o bien a una libertad vigilada, al tiempo que se hacía balance de todos sus bienes para ser confiscados a favor de la Inquisición. La incautación, en todo caso, era un fin.
En la cárcel, nos cuenta ahora las Artes, el reo de herejía estaba sometido a la crueldad del abandono y la desesperanza. Era función del alcaide convencer, a modo de trampa, al reo de pedir audiencia para la resolución rápida de su caso. Si el reo no convence al inquisidor le remitirá al fiscal prodigándose las audiencias hasta que el tribunal consideraba que había declarado. Al final del proceso era acusado por el fiscal de cosas no declaradas o delatadas mediante el arte de la invención imaginada, que dejaba desconcertado al reo con «la multitud y gravedad de los crímenes inventados». Este engaño le servía al inquisidor para descubrir algo que diera sentido a su acusación, establecida en los términos siguientes: «Que habiendo sido bautizado y considerado hijo de la iglesia Romana, desertando de ella, se pasó a la secta luterana y recibiendo los errores de esta herejía, y no contento con ser hereje, hizo a otros también herejes, enseñando y dogmatizando». Montes se lamenta de que la mayoría del tribunal sea jurista y no teólogos, materia de la que se procesaba. Y cuando se tiene necesidad de peritaje se acudía al peritaje de los dominicos, particularmente duros al haber perdido muchos sus puestos en la Inquisición.
Si bien tenía derecho a un abogado defensor, la defensa era escasa y supervisada por el propio tribunal. Tampoco sabía quién era su acusador, y los testigos y sus testimonios no le eran comunicados al reo, que penaba también en la incertidumbre. En el caso de que el acusado se negara a declarar o su declaración no fuera suficiente para el tribunal éste resolvía acudir al tormento. En esas circunstancias el prisionero, hombre o mujer, era entonces sometido a las técnicas más comunes de entre un abultado catálogo de tormentos que presentamos a continuación:
La garrucha o la cuerda, mediante la cual se inmovilizaban las manos atadas a la espalda con grandes pesas sujetas a los pies. En esta posición se le alzaba por las muñecas a varios metros del suelo mediante un sistema de poleas. Una vez en alto se le dejaba caer bruscamente, descoyuntándose por la sacudida de la caída. Pero si seguía vivo y sin confesar[26] el Inquisidor y sus ayudantes les insultaba y amenazaban, repitiendo al día siguiente el proceso, aun estando prohibidas por el Estado las segundas o más torturas.
El potro o burro, en donde se ataba al reo de pies y manos en una mesa. Las cuerdas de los pies se iban enrollando en una rueda giratoria que cada vez que daba vueltas iba estirando las extremidades hasta alcanzar el desmembramiento. Durante la tortura se procuraba también que el torturado tuviera dificultad al respirar y permaneciera en silencio, colocándole para este menester paños mojados a través de los cuales se le obligaba a ingerir abundante cantidad de agua.
Los carbones encendidos al rojo vivo, de unos trescientos grados, se aplicaban sobre diversas zonas sensibles del cuerpo humano, untadas previamente con grasa para hacer más efectivas las profundas quemaduras.
La flagelación, utilizando varas o flagelos para golpear el torso desnudo del acusado hasta hacerlo sangrar por desollamiento.
El embudo, mediante el que se le hacía ingerir abundante agua que producía una fuerte sensación de ahogamiento y que incluso provocaba en algunos la muerte por el rompimiento del estómago, lo que inevitablemente le conducía a la muerte.
El aplastamiento, utilizando una herramienta en donde se metían los dedos de manos y pies y eran destrozados al aplastarlos por la presión.
En los casos que fallara todos estos métodos de tortura el prisionero era persuadido mediante el engaño. Así la visita de su confesor o párroco pretendía servir de alivio al fingir éste solidaridad, con el único objetivo de conseguir sonsacarle la confesión pretendida. Otra manera de engañar al sospechoso, incluso sin ser prisionero de la Inquisición, era confesarle mientras los inquisidores, ocultos, la oían y tomaban nota por escrito. También, a fin de no vulnerar el secreto de confesión, el sacerdote que en confesión tenía conocimiento de hechos relacionados con la herejía, mediante tretas engañosas, lograba que le dijera personalmente lo dicho en confesión, en momentos fuera de ella, para poder denunciarle sin transgredir así el sacramento de la confesión. De esta manera muchos sacerdotes y religiosos se hicieron cómplices de los inquisidores.
En su afán obsesivo represor la Inquisición recurrió además a prisioneros delatores, personal al servicio de los tribunales, conocidos por moscas, que iban de cárcel en cárcel para ganarse la confianza del resto de prisioneros y recabar de esta manera conversaciones y datos a cambio de una recompensa pecuniaria por su traición.
Por último, la misma permanencia en las cárceles inquisitoriales era ya un excelente método para hacer confesar lo inconfesable. Lugares lúgubres, espacios cerrados y tan diminutos que apenas se podía mover y respirar en ellos. En unos casos la estancia cargada de humedad y frío, y en otros de un calor extremo insoportable[27]. En cuanto a otras condiciones el encarcelado no podía hablar en alta voz o cantar, expresar alegría, estaba sometido a la brutalidad de los carceleros, con escasa y mala comida, con un menú a base de pan y agua, sin apenas ropaje, tanto de vestidura como de cama. En estas condiciones era fácil enfermar y también morir. Era fácil caer en depresión profunda y en la desesperanza más extrema, tentado por el suicidio y la locura[28]. Las mujeres, además estaban expuestas al abuso sexual por parte de sus carceleros. No es singular que la mujer detenida y preñada, una vez producido el nacimiento de su hijo, éste era arrebatado a la madre y entregado en adopción obligatoria[29].
III.
Con el capítulo Algunos ejemplos especiales[30] persigue el autor el que la Cristiandad, arrancada las vestiduras de piedad y santidad con las que se viste la Inquisición, «reconozca y extermine a estos fieros lobos, a estos leones, a estos dragones y prole viperina». Los ejemplos que presentan son referidos al tribunal de Sevilla, tribunal que el autor declara «conocer los misterios y aun experimentarlos en su mayor parte en sí mismo». Estamos ante un testigo directo, o al menos confidente de los hechos, como ya se ha indicado en estas páginas. El quedar el ejemplo reducido a un solo tribunal no es óbice para el autor dar por supuesto que lo que se lleva a cabo en Sevilla se realiza en el resto de tribunales. El dato expuesto corresponde a un periodo concreto y corto de tiempo. Desde el año 1557 al 1564, lo que a su juicio agrava más la actividad inquisitoria. Comienza sus ejemplos con el inglés Nicolás Burton, condenado a la hoguera, al que antes de morir se le expolió por completo. Le siguió a la cárcel uno de sus socios, Juan Fronton, que desde Inglaterra llegó a Sevilla a reclamar los bienes en común. Después de retrasar la respuesta innecesariamente el socio fue arrestado y enviado a la cárcel por un año al haber recitado mal el Ave María, lo que, sin duda, a juicio del tribunal, le hacía reo de herejía. Algo semejante le sucedió a su compatriota Rehukin al que se le requisó un barco y se le adjudicó al fisco inquisitorial sin poder ya recobrarlo.
Dentro del afán de la Inquisición por intervenir los bienes de los demás y apropiárselos cuenta el caso de un vecino sevillano al que se le sentenció con la pérdida de bienes y rentas y cárcel por diez años. Una vez liberado el tribunal le reclamó por medio de notario la cantidad de 130 ducados por costas y alimentos durante su permanencia en el castillo de la Inquisición. Dado que todos sus bienes fueron confiscados no tenía medios con los que pagar y con notario se le hizo saber que nuevamente iría a prisión por impago.
La injusticia que relata las Artes era muy común. La cárcel era mantenida con los bienes de los encarcelados, encargados de proporcionarle con esos bienes comida, ropa y alojamiento digno, algo que en escasa ocasiones sucedía. Más bien los bienes, que se presumía en depósito, eran saqueados y esquilmados. No se puede hablar, por tanto, de confiscación sino de sustracción perpetrada por quienes se erigían en guardianes de la fe.
Otro ejemplo tiene que ver con la práctica de arrebatar los neonatos a sus madres encarceladas. Al considerar las cárceles de la Inquisición se ha subrayado el hecho de lo sucedido a Juana de Bohórquez, denunciada en el tormento por su propia hermana y que ingresó en la cárcel estando encinta. Se respetó su situación hasta que a los ocho días del alumbramiento le fue arrebatado su bebé y se le concede el mismo trato que al resto de presos. Juana moriría quemada en la hoguera en el segundo auto de fe del 22 de diciembre de 1560 en Sevilla. La compañera de celda que le asistió en su infortunio recibió una tortura tan extrema que a la semana fallecía. El Santo Oficio normalmente queda impune de las muertes y las inutilidades que las tortura producían, impensable para un tribunal ordinario. La trágica ironía la escribía el tribunal al declararla «libre de todos los cargos intentados por el fiscal contra ella». La trágica iniquidad se encuentra en el hecho de que a nadie se le exigió responsabilidades y a nadie se castigó por el inicuo proceder.
Ejemplo que no ha desaparecido de la Iglesia católica romana[31], sino más bien se ha incrementado a lo largo del siglo XX, es el que las Artes expone, causado en 1563, y que sin darse cuenta arruinaba sus propias filas y confería un daño importante en la imagen de la misma Iglesia. El caso era que «se quejaban amargamente de la turba de curas y frailes, porque requiriendo de amores de mujeres y tentando la castidad de matronas y doncellas honestas, abusaban de la confesión auricular como de un medio ya otras veces usado». El asunto fue considerado por el tribunal inquisidor que requiere delatores mediante públicas amonestaciones para proceder. El anuncio atrajo a «multitud de mujeres a delatar a los malvados confesores», lo que abrumó a los inquisidores por la enorme cantidad de procesos y turbó a demasiados frailes y clérigos que esperaban, «temerosos y aterrados, cuándo les echaba mano alguno de los familiares[32] inquisitoriales».
Estamos hablando del abuso sexual de todo tipo (masturbaciones, felaciones, tocamientos, proposiciones, lascivia, penetración vaginal y anal, siempre con utilización de la violencia, el engaño, la amenaza, la extorsión, la confianza) al interior de la Iglesia católica romana. Crimen de tremenda actualidad que ha afectado a los cimientos de esta Iglesia hasta cambiar la política o pastoral en relación con los clérigos y religiosos que cometen este tipo de delito y que se ha evidenciado como el mayor problema que presenta la actual Iglesia católica. El número de abusados, tanto niños y adultos, es enorme, sin que podamos cuantificarlo en totalidad, perpetrado en todas las comarcas, regiones, países y continentes. El futuro de la Iglesia católica pasa por solucionar y sanar en su raíz el problema del abuso. De no conseguirlo no solo la Iglesia católica sino incluso la fe y doctrina cristiana serán afectadas, perdiendo credibilidad que afectará a la acción misionera mediante una montaña de impiedad y crimen imposible de superar.
La Inquisición toma conciencia de la gravedad de un asunto que se escapaba de su vigoroso y eficaz ejercicio y que podía revolverse como ignominia y descrédito contra el mismo ser y la imagen de la Iglesia. La confesión auricular bajo la mediación sacerdotal quedaría en entredicho, por lo que no se necesitaría de las doctrinas reformadas que la niegan para acabar con esta práctica elevada a sacramento, solo salvada por el luteranismo que seguía manteniéndola como signo del Reino dado a la Iglesia. La consecuencia inmediata fue cerrar los casos y sepultarlos en el mayor de los olvidos. Los clérigos y frailes responsables debieron no obstante cumplir con la exigencia crematística que el papa empleaba para perdonar los pecados, como bien indica el Montes: «el gremio de los curas y frailes, mancomunadamente, hubieron de limpiar las narices del Papa con una buena porción de dinero para que, halagado con aquel buen olor, concediese una bula a todo el orden de Confesores, perdonándoles, en virtud de su paternal piedad, todos sus pecados en este asunto, ordenando a los inquisidores que desistiesen de su intento, y se sujetasen a eterno silencio las cosas hasta allí actuadas, no fuera a llegar la noticia del asunto al público».
Las sospechas de ocultamiento del problema de la pederastia y los abusos sexuales en la Iglesia se ciernen incluso sobre los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI como posibles encubridores al tener conocimiento, a través de sus nuncios, de los abusos. Hay que apuntar que Juan Pablo II promociono a un verdadero pederasta, sádico y depredador sexual, casado en secreto con varias mujeres a la vez, con las que tuvo hijos, como fue el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, que gozó del amparo e incluso de la amistad del propio Juan Pablo II. Es llamativo también el caso del arzobispo de Washington, Theodore McCarrick, que a pesar de las acusaciones de abusos sexuales que se le atribuían pudo medrar al no tener en consideración los papas Juan Pabo II y Benedicto XVI las denuncias contra este arzobispo. En la investigación vaticana sobre su nombramiento como arzobispo, a pesar de las mentiras y engaños, se apuntaba a Juan Pablo II como culpable de haberle promocionado al cargo. Juan Pablo II es considerado como el mayor encubridor de los delitos de pederastia, «porque nunca realizó nada para propiciar que fueran juzgados los criminales eclesiásticos»[33].
En cuanto a Benedicto XVI se ha visto también afectado por los graves escándalos tanto de la pederastia como de las riquezas de la jerarquía católico-romana. Antes de ser papa velaba por la pureza doctrinal y de conducta en su cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio o Inquisición). El papa emérito tuvo que pedir perdón el 8 de febrero de 2022 si bien negando que haya encubierto estos delitos. Sin embargo, la sospecha se cierne sobre este papa al igual que con Pablo VI y el actual Francisco. El número de noticias es enorme, en todos los idiomas y medios. Me limito aquí a presentar la información exhaustiva que ofrece Wikipedia como muestra de la gravedad del problema al que la Iglesia católica no ha dado todavía una respuesta definitiva y adecuada que haga justicia a las víctimas y erradique la violencia y abuso sexual al interior de la Iglesia, contra sus miembros más más pequeños y débiles.
La resolución del asunto puede dar la sensación de que el Tribunal aceptaba las resoluciones papales sin presentar discrepancia ni oponer resistencia. Por supuesto no se ajusta al proceder de la Inquisición. Relata las Artes el caso de una bula papal convocando un «Jubileo Plenísimo, para salvación del orbe cristiano» que afectaba también a los contagiados por la peste luterana. La bula papal significaba que «todos los que de cualquier modo se hubiesen adherido a los dogmas y opiniones luteranas, volviendo en sí, se entiende, de su locura, pudiesen ser librados por cualquier confesor de aquel contagio». La Inquisición lo consideró como una intromisión inadmisible del papa en sus propias competencias. Condenando la inoportuna benevolencia ordena «que no fuese recibido ni publicado aquel Jubileo por perjudicar al Santo Tribunal», lo que refleja un poder absoluto.
Por último, el capítulo presenta seis ejemplos de extrema crueldad e impiedad, protagonizados por ilustres e importantes miembros de la Inquisición, como el del obispo tarraconense y la apropiación de una simple caña de pescar que disfrutaba un niño y cuyo padre por quererla recuperar y en forcejeo rasparse el obispo inquisidor la mano fue condenado a nueve meses de pura en la cárcel, muriendo en ese tiempo su hijo y su mujer de hambre. O como el del cura que retenía mediante la fuerza a la esposa de un pobre trabajador[34], sin que ninguna instancia eclesiástica reparase la iniquidad. Para mayor inri el pobre cornudo a la fuerza por hablar de manera alegórica de su situación a modo de purgatorio fue denunciado a la Inquisición por el inicuo cura, quien nunca recibió castigo por su delito, pero sí el pobre trabajador al que encarcelaron por dos años, además de portar sambenito por tres y confiscarle sus escasos bienes de subsistencia. El resto de los casos tiene los mismos mimbres. Cuestiones menores que son juzgadas por el Tribunal inquisidor con severidad y condenadas con desproporción, ejemplos mínimos, pues el Montano reconoce que «no sería difícil llenar todo el libro de semejantes ejemplos de manifiesta tiranía».
El capítulo final de la obra nos remite a un verdadero martirologio protestante, exponiendo un listado de los que estima mártires, hombres y mujeres, todos ellos condenados a morir quemados en la hoguera, algunos famosos como el doctor Constantino de la Fuente o Juan Ponce de León. Interesante resulta la certeza del creyente protestante al considerar mártir a todos los perseguidos, castigados y muertos por la Inquisición. Esto no solamente lo avala las Artes sino todas las obras[35]. El sufrimiento y el inicuo castigo acreditan tanto el ser elegido de Dios como el martirio, como también el carácter profético, comparación que suele hacerse en cuanto a los padecimientos de unos con otros. Esta confianza le proporciona consuelo si bien el martirio no es algo que se aconseje ni en las Artes ni en cualquier otra obra protestante de igual época. Siempre que sea posible evitar el enfrentamiento y así el martirio se debe hacer, aunque sea a costa de mantener una existencia en las sombras de la duda con una actitud clara nicodemita. Incluso permite la mentira siempre que no se rechace a Dios ni con ello se traicione a otras personas.
[1] En este sentido se manifiesta M. DE LEÓN, Reinaldo González Montes (Montano), Blog Orbayu, Protestante Digital (18 octubre 2010).
[2] CH. GIESEN, «Las Artes de la Inquisición Española de Reinaldo González de Montes: contextos para su lectura», Espacio, Tiempo y Forma 14 (2001) 65.
[3] Comienza, al parecer, a emplearse con escritores como Vicente Blasco Ibáñez, al que le siguen otros.
[4] «Tras investigar hechos y cuestiones que se plantean en el libro de González Montes, se puede comprobar cómo la documentación de archivo ratifica buena parte de su contenido», afirma Francisco Ruiz de Pablos en su Introducción a las Artes de la Santa Inquisición Española, publicada por UNED, 1ª. edición de 1997, p. 10.
[5] Historia de la Reforma Española. 164.
[6] C. GUTIÉRREZ MARÍN. Historia de la Reforma en España. Casa Unida de Publicaciones. México, 1942, p. 164.
[7] GUTIÉRREZ, Historia, p.166.
[8] M. MÁRQUEZ PADORMO, Reinaldo González Montano: Artes de la Inquisición Española. Reseña en El Imparcial. 28 agosto 2010.
[9] El título original, en latín, es Reginaldus Gonsalvius Montanus, Sanctae Inquisitionis Hispanicae Artes aliquot detectae, ac palam traductae. En página 100.
[10] Es interesante lo expuesto por Christine Giesen, a la que sigo sobre esta cuestión del pensamiento del autor de las Artes, en su trabajo, Las Artes, 132-139.
[11] WIKIPEDIA, Fideísmo: https://es.wikipedia.org/wiki/Fide%C3%ADsmo
[12] El texto que Usoz presenta en el libro de las Artes lo recoge de la fuente Historia de la muy Noble y muy Leal ciudad de Valladolid, recogida de varios autores (sic).
[13] Citado por J.M. DÍAZ YANES. Historia del protestantismo español. Módulo de Estudio. Instituto Superior de Teología y Ciencias Bíblicas. CEIBI, 180-181.
[14] Así CABRERA, Felipe II, l.v.c. III y también la anotación en el Archivo Consistorial de Sevilla: «Hoy ha muerto por suicidio en la prisión de la Inquisición el Dr. Constantino; rompió el vaso en el que le traían vino». MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles. Citado en DÍAZ, Historia,p. 120.
[15] Marcelino Menéndez y Pelayo. Historia de los heterodoxos españoles. Citado por MAGAZ, JOSÉ MARÍA y otros, Los riesgos de la fe en la sociedad española. Madrid: Ediciones Universidad San Dámaso, 2014, pág. 155.
[16] GIESEN, Las Artes, p. 144.
[17] Cabe recordar que los Países Bajos reacciono con rebeldía ante el hecho de implantación de la Inquisición, dando lugar a la rebelión comandada por Guillermo de Orange.
[18] DÍAZ, Historia, p. 107.
[19] Cf.: J. PÉREZ. Breve Historia de la Inquisición en España. Crítica, Barcelona 2009, 123-125.
[20] H. KAMEN. La Inquisición Española. Una revisión histórica. Crítica, Barcelona 2011, 180.
[21] WIKIPEDIA. Inquisición española: https://es.wikipedia.org/wiki/Inquisición_española#CITAREFKamen2011
[22] No he podido encontrar estudios centrados en las clases sociales, edades y sexo de los condenados por la Inquisición. Sobre los datos ROCA BAREA, autora del famoso Imperiofobia y leyenda negra, presenta discrepancias importantes, que siguiendo a un investigador alemán sitúa, desde 1520 a 1820, en 220, de entre ellos tan solo 12 quemados vivos en la hoguera, siempre para ella muertos y no mártires. Sin embargo, al leerse del autor alemán, Schäfer su monumental obra Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, de donde dice ROCA BAREA recoger sus cifras, éste presenta 2.100 personas procesadas, de las cuales 340 fueron condenadas al fuego, la mayoría muerta por garrote, 220, y conducida después al quemadero, 12 quemadas vivas en la hoguera y otras 120 en efigie junto a su cadáver. El cómputo total de luteranos españoles condenados en los cuatro principales autos de fe sevillanos que resumimos por Schäfer se eleva a 103 (23+29+29+22). De ellos fueron relajadas y por tanto condenadas a muerte 64 víctimas en total (17+14+22+8 y los 3 de 1564 y 1565): 39 quemadas en persona (3 de ellas vivas); los 25 restantes, quemadas en efigie (22 más las 3 de 1564 y 1565). Sumemos a esta cifra de 64 (39+25) las 27 (quizá 28) víctimas quemadas en las hogueras de Valladolid y alcanzaremos la cantidad, por lo menos, de 91 individuos españoles reducidos a ceniza, bien en persona (viva o previamente agarrotada), bien en efigie. El número de condenados al fuego, pues, supera ampliamente “los doce [que] fueron quemados” o los “12 mártires” o los “12 muertos” que “exactamente” cuenta Roca Barea, y está muy próximo a coincidir con los 100 quemados que redondeando y de forma aproximada nos daba Schäfer para esas dos relevantes comunidades (“solamente en los cuales fueron quemadas unas 70 personas en verdad y 30 en efigie”, I, 343). Cf.: P. RÍOS SÁNCHEZ. También los datos se inventan: A propósito de los protestantes españoles quemados por la Inquisición, Actualidad Evangélica, 21 septiembre 2019:
https://www.actualidadevangelica.es/index.php?option=com_content&view=article&id=11836:2019-09-23-07-16-48&catid=47:columnas
[23] Cf.: ENCICLOPEDIA DE LA HISTORIA, Inquisición española: https://enciclopediadehistoria.com/inquisicion-espanola/
[24] Cf.: VAN LENNEP, MAXIMILIANO FREDEIK, La Historia de la Reforma en España en el Siglo XVI, en DÍAZ, Historia, p. 83.
[25] Wikipedia, Inquisición española: https://es.wikipedia.org/wiki/Inquisición_española#Composición_de_los_tribunales
[26] Es decir, siempre y en todo caso sin declararse culpable.
[27] Constantino Ponce de la Fuente estando en la cárcel inquisitorial sevillana, vencido por el extremo calor, recurría a despojarse de sus vestiduras, fuera día o noche. Tan insoportable se le hacía que exclamó en prisión: «¡Oh, Dios mío! ¿No había en el mundo escitas o caníbales en cuyas manos me hubieras entregado, antes de hacerlo a las garras de estos asesinos?» R. GONZÁLEZ DE MONTES, Las Artes. Recogido por DÍAZ, Historia, p. 182.
[28] KAMEN. La Inquisición, p. 180-184.
[29] Juana, la hermana de María de Bohorques, delatada por su hermana fue prendida por la Inquisición en estado de buena esperanza. Encerrada primero en el castillo tras alumbrar a su hijo pasó a los calabozos inmundos de la Inquisición sevillana, en donde se le arrebató de sus brazos a escasos días de nacer y entregado en adopción. Al igual que este pudo darse más casos puesto que la práctica del «robo, secuestro, desaparición y ocultamiento de la identidad de niños recién nacidos de mujeres encarceladas […] también era una práctica utilizada por los frailes de la Inquisición española.» Cf.: DÍAZ, Historia, p. 191.
[30] El título completo es Algunos ejemplos especiales en los que se ven claramente las artes inquisitoriales puestas ya en ejercicio y práctica.
[31] Parte de la jerarquía implicada en el problema ha mantenido durante años una actitud de protección ante el clérigo y el religioso que realizaba tales punitivos actos, a los que a lo sumo obligaba a cambiar de destino pastoral y lugar geográfico.
Cf.: WIKIPEDIA, Casos de abuso sexual infantil cometidos por miembros de la Iglesia católica: https://es.wikipedia.org/wiki/Casos_de_abuso_sexual_infantil_cometidos_por_miembros_de_la_Iglesia_católica
[32] La cursiva es mía. Recordemos que se denomina familiares a personas de todo tipo al servicio de la Inquisición y que actuaban conjuntamente con las fuerzas públicas seculares.
[33] Cf.: https://rebelion.org/juan-pablo-ii-el-santo-de-los-pedofilos-y-los-pederastas/
[34] El texto de Mateo 19:4, en concreto «Lo que Dios ha unido, no debe separarlo el ser humano», es una enseñanza evangélica que el citado cura ni sabía ni entendía al raptar una esposa. Es evidente que la enseñanza de Jesús que Mateo recoge en este capítulo hace referencia no a una normativa estricta o a una moral irrenunciable, sino a un ideal, un consejo evangélico de seguimiento, como aquel otro consejo o exhortación del mismo autor y capítulo, en el verso 21. El cristiano, llamado a ser perfecto, es decir, santo, en el seguimiento a Jesús tiene que saber y querer desprenderse de todo bien que le impida ese seguimiento. Por la historia sabemos que muy pocos han sido capaces de hacer tal proeza solidaria, como lo hicieron los apóstoles y sus discípulos directos o las figuras emblemáticas de Pedo Valdo (o los valdenses) o Fancisco de Asís, por citar algunos. La inmensa mayoría de discípulos (millones) que no han cumplido este consejo evangélico siguen siendo cristianos y comulgantes activos, por lo que no deja de ser contradictorio con los que no han podido o sabido ejercitar el consejo matrimonial y que en la mayoría de las iglesias cristianas, desde la hipocresía y la inclemencia más absoluta, se les niega la comunión plena relegándoles a la marginación, más si han vuelto a intentar el mandamiento del amor y el llevar a cabo este ideal que recoge Mateo en su capítulo 19. El divorcio y los divorciados vueltos a casa sufren, en la inmensa mayoría de iglesias cristianas, el estigma del pecado (adulterio), la exclusión en la participación de la Santa Cena y la marginación en cuanto a cargos o ministerios eclesiales. Son las nuevas víctimas de una nueva Inquisición, que no repara en los avances de los estudios bíblicos, teológicos y pastorales.
[35] CH. GIESEN, «Las Artes de la Inquisición Española de Reinaldo González de Montes: contextos para su lectura», Espacio, Tiempo y Forma 14 (2001) 82-85.
Juan G. Biedma, ecumenista.
Resumen
Esta reseña analiza críticamente la obra La Iglesia católica de Hans Küng, publicada originalmente en alemán en 1995. En ella, el teólogo suizo propone una lectura sintética, interpretativa y comprometida del devenir eclesial, articulada desde un enfoque hermenéutico centrado en la fidelidad al Evangelio. El texto examina los principales cambios de paradigma que ha experimentado la Iglesia a lo largo de su historia, destacando tanto sus logros como sus contradicciones. La reseña subraya el valor de esta obra como contribución a la recepción crítica del concilio Vaticano II, al debate sobre la reforma eclesial y a la comprensión sinodal del presente católico. Asimismo, se evalúan sus limitaciones metodológicas y su actualidad teológica, concluyendo que este texto puede ser una herramienta pedagógica útil para la formación teológica y la renovación pastoral en clave ecuménica y profética.
1. Introducción a la obra
Hans Küng, uno de los grandes teólogos católicos del siglo XX, ofrece en esta obra una síntesis clara, audaz y comprometida de dos milenios de historia de la Iglesia católica. No se trata de una cronología neutra ni de una historia institucional al uso, sino de una interpretación teológica de los acontecimientos desde una mirada profética. El propósito de Küng no es tanto narrar los hechos con imparcialidad archivística, como plantear una lectura crítica desde la fidelidad al mensaje originario del Evangelio y a la praxis de Jesús de Nazaret.
Esta fidelidad, según el autor, ha sido frecuentemente desvirtuada por estructuras de poder, dogmatismos impuestos y resistencias a la reforma. Sin embargo, también ha conocido momentos de autenticidad, renovación y compromiso evangélico, que Küng no duda en destacar. En esta tensión entre traición y fidelidad, entre institución y carisma, se sitúa la clave hermenéutica del libro.
El texto no es un manual académico con aparato crítico, sino una obra de divulgación rigurosa, pensada para creyentes comprometidos, agentes pastorales y lectores interesados en una lectura valiente del pasado de la Iglesia. En estilo directo y accesible, Küng nos guía a través de los momentos cruciales de la historia eclesial, ofreciendo juicios que no eluden las sombras, pero tampoco apagan las luces.
2. Método, perspectiva y enfoque teológico
La originalidad de la obra radica en su enfoque: no se trata simplemente de reconstruir los hechos, sino de someterlos a discernimiento evangélico. Para Küng, la pregunta clave no es ¿qué ocurrió?, sino ¿qué fidelidad o infidelidad al Evangelio se jugó en cada época, decisión o giro doctrinal?. Este criterio le permite leer la historia no como una cadena de éxitos o de rupturas, sino como un proceso de búsqueda, a menudo conflictivo, de autenticidad cristiana.
Küng no oculta su distancia respecto a ciertos desarrollos dogmáticos e institucionales, pero nunca rompe con la Iglesia como misterio de fe ni con su dimensión sacramental. Su crítica es siempre interna, motivada por un amor eclesial que no se resigna a la mediocridad ni a la rutina, sino que aspira a una reforma profunda, incluso radical. En este sentido, puede afirmarse que esta breve historia de La Iglesia católica es también un acto de fidelidad teológica, que bebe del Vaticano II y de la tradición viva, en su sentido más genuino e intenso.
La estructura narrativa avanza por cambios de paradigma: del cristianismo de los orígenes, plural, itinerante y carismático, al modelo imperial y jerárquico; de la unidad eclesial de la Edad Media a las rupturas de la Reforma; de la centralización tridentina al despertar de la modernidad; y del estancamiento romano a la apertura conciliar. Este dinamismo no pretende idealizar ningún momento histórico, sino mostrar que el Espíritu puede actuar incluso en contextos de crisis, ruptura o contradicción.
3. Recorrido temático de la obra
El libro comienza con una presentación del Jesús histórico y de la comunidad de sus seguidores como raíz evangélica y escatológica de la Iglesia. La primera Iglesia, marcada por la expectativa del Reino, es para Küng el modelo originario: plural, descentralizada, abierta a los carismas y a la igualdad fundamental entre los fieles.
Posteriormente, analiza el proceso de institucionalización que sigue a la «gran Iglesia» del siglo II: el surgimiento del episcopado monárquico, la consolidación del canon, el ascenso y dominio del obispo de Roma y el desarrollo de una teología cada vez más dependiente del poder imperial. El autor aborda con especial atención los siglos IV y V, en los que la Iglesia se asocia al poder político tras el Edicto de Milán, lo que considera una ambivalente «conversión de la Iglesia al Imperio» y la pérdida de la revolución evangélica.
El Medievo es tratado como una época de gran riqueza intelectual y espiritual, pero también de clericalismo, autoritarismo y escisiones internas. Las figuras de Agustín, Tomás de Aquino y Francisco de Asís reciben especial tratamiento, como modelos de pensamiento, mística y reforma desde dentro.
Küng se detiene particularmente en la fractura de la Reforma protestante, que interpreta no como un acto cismático sin más, sino como el resultado de una acumulación de abusos eclesiales y de una necesidad urgente de reforma que no fue escuchada. Lutero, Zwinglio y Calvino aparecen como testigos de una fe centrada en la gracia y la Palabra, cuya ruptura con Roma no fue buscada sino provocada.
La Contrarreforma, centrada en el concilio de Trento, aparece como un proceso necesario pero limitado, demasiado centrado en la defensa institucional y la ortodoxia, y poco abierto a la autocrítica estructural. La edad moderna es leída a través de las tensiones entre tradición y secularización, razón y dogma, libertad de conciencia y magisterio.
La culminación del libro llega con el análisis del último concilio, que Küng vivió activamente. Lo describe como un «nuevo Pentecostés» que abrió las ventanas del catolicismo al mundo moderno, aunque advierte de las resistencias posteriores que frenaron su aplicación. En este punto, el autor lanza una invitación explícita a continuar el proceso de reforma: «el futuro de la Iglesia depende de su capacidad para volver a la fuente evangélica sin nostalgias ni miedos».
4. Aportes, actualidad y límites
Uno de los mayores méritos de la obra es su capacidad de provocar reflexión sin caer en dogmatismos. Küng escribe con pasión, conocimiento y honestidad, y eso se percibe en cada página. Su crítica al poder clerical, al dogmatismo excluyente y a la falta de sinodalidad no es un ataque desde fuera, sino un clamor desde dentro, que exige coherencia evangélica y apertura a los signos de los tiempos.
La obra resulta hoy particularmente actual ante el contexto sinodal impulsado por el papa Francisco, que de algún modo recoge muchas de las intuiciones ya presentes en Küng: escucha, descentralización, reforma estructural, opción por los pobres y centralidad del Evangelio. Este libro, leído en clave sinodal, puede ser una excelente herramienta formativa para comunidades cristianas que desean entender el pasado no como carga, sino como herencia viva a discernir.
Entre sus límites, debe señalarse la ausencia de aparato crítico y bibliografía, lo cual impide su uso directo como manual académico. También se echa en falta una mayor atención a la historia de las mujeres en la Iglesia, a las iglesias orientales y a los movimientos populares, como también con mayor presencia el ecumenismo y el diálogo interreligioso. Pero estos vacíos no invalidan el valor interpretativo y provocador del texto de Küng.
5. Conclusión: historia crítica para una Iglesia reformada
La Iglesia católica es más que una narración: es un manifiesto teológico en forma de relato. Hans Küng se sitúa en la mejor tradición profética de la Iglesia, aquella que no calla frente al error, pero que nunca renuncia a la comunión. Esta obra debe leerse como una confesión de fe esperanzada, que cree que la Iglesia puede cambiar porque ha sido llamada a la conversión permanente.
Su lectura es recomendable no solo para quienes estudian historia eclesiástica, sino también para quienes buscan en el presente un horizonte de renovación eclesial y de fidelidad creativa al Evangelio. Leída con apertura, a pesar de los años, esta obra se convierte en un instrumento valioso para la formación, el discernimiento y la acción pastoral. Porque, como recuerda el propio Küng, «la Iglesia debe ser siempre reformanda»: no para perder su identidad, sino para ser más fiel al Cristo que la fundó y al Espíritu que la puso en marcha.
Juan G. Biedma, ecumenista
Manual de Teología Dogmática,
de Ludwing Ott
Título: Manual de Teología Dogmática. Autor: Ludwig Ott. Editorial Herder. Barcelona. Edición original de 1952. Primera edición española de 1964. 752 páginas. ISBN:9788425412156.
Autor, Índice general y características del libro
Ludwig Ott (1906-1985) fue un destacado teólogo católico alemán, conocido principalmente por su trabajo en teología dogmática. Nacido en Neumarkt-St. Veit, Alemania, Ott estudió teología en el seminario de Freising y luego en la Universidad de Múnich, donde obtuvo su doctorado en teología. Fue ordenado sacerdote en 1930. Más tarde, se convirtió en profesor de teología dogmática en el Colegio de Filosofía y Teología de Eichstätt. Su obra más famosa, Manual de Teología Dogmática, es una referencia fundamental en los estudios teológicos y ha sido ampliamente utilizada en seminarios y facultades de teología católica en todo el mundo, siendo también apreciada por el resto de las confesiones cristianas. El manual es una obra exhaustiva que sistematiza y expone las principales doctrinas de la fe católica y es conocido por su claridad, precisión y enfoque académico riguroso, lo que le ha convertido en una herramienta indispensable para estudiantes y estudiosos de la teología.
El libro se divide en varias partes, cada una de las cuales aborda diferentes aspectos de la teología dogmática, partiendo de una introducción general a la teología dogmática (esencia, métodos y fuentes); a la que sigue el Dios trinitario (existencia, naturaleza y Trinidad); la doctrina de la creación (mundo, ángeles, hombre); la doctrina de la gracia (necesidad, naturaleza y justificación); la cristología (persona, obra y misterio de la encarnación de Jesucristo); la eclesiología (naturaleza, propiedades y constitución de la Iglesia); los sacramentos (naturaleza, sacramentos en general y en concreto); y la escatología (novísimos, resurrección y juicio final).
A pesar de los años transcurridos desde su primera edición, anterior al concilio Vaticano II, lo que puede ser un hándicap, el Manual sigue siendo válido en el estudio de la teología (católica o no), destacándose por su exhaustividad, claridad y fidelidad a la tradición doctrinal de la Iglesia. El presente, enviado en archivo digital (pdf) por el CEIBI, es una traducción hecha por Constantino Ruiz Garrido y revisada por Miguel Roca Cabanellas sobre la tercera edición de la obra original alemana fechada en 1957. Es precisamente esta antigüedad la que juega en su contra si bien no le resta valor doctrinal o dogmático, como tampoco le ensombrece dado su intenso rigor académico, de exquisita precisión y profundidad expositiva de las doctrinas católico-romanas.
Esta obra puede ser definida por su claridad organizativa en la temática y la estructura sistemática con objeto de facilitar la comprensión y estudio de los temas teológicos profundos que aborda. Al mismo tiempo ofrece abundancia de referencias sobre la Escritura y los Padres de la Iglesia, así como de los documentos del magisterio católico, lo que viene a enriquecer el contenido y proporcionar una base sólida para el posterior estudio teológico, desde el uso del lenguaje accesible, nada esotérico, en una materia que debido a la carga de profundidad académica el lenguaje siempre se hace dificultoso, lo que otorga más valor si cabe al texto.
Una posible sinopsis de este Manual nos diría que estamos ante un trabajo fundamental dentro de la teología católica, capaz de ofrecer una exposición intensiva y sistemática de las doctrinas centrales de la fe cristiana desde su versión de la iglesia católica, por parte de un reconocido teólogo alemán de su época, que presenta en su libro las verdades reveladas por Dios, tal como son formuladas y definidas por su iglesia, proporcionando una guía esencial para estudiantes, clérigos y académicos, en especial para los católicos romanos.
Ott destaca la importancia de los dogmas como verdades esenciales que sustentan la fe cristiana, argumentando que un entendimiento adecuado y una aceptación creyente de estos dogmas son fundamentales para una vida de fe auténtica, proporcionando una base sólida y enriquecedora para el estudio teológico.
Sin embargo, el texto presenta limitaciones contextuales e históricas notables. No debemos obviar que se publicó en 1952, y aun siendo relevante, algunas áreas de la teología han evolucionado desde entonces. No aborda los desarrollos teológicos más recientes, como el concilio Vaticano II y las discusiones contemporáneas en teología moral, social y ecológica. Esta es una seria limitación tanto de estudio como de lectura. Además, su perspectiva unilateral con el enfoque centrado en la doctrina católica, como no podía ser de otra manera, si bien es una fortaleza para los de esta tradición, puede ser tomado como una limitación para lectores de otras denominaciones cristianas o para los interesados en un tono más ecuménico. La falta de consideración de otras tradiciones teológicas reduce su aplicabilidad en contextos interdenominacionales. Esa excesiva conformidad con la doctrina oficial de la iglesia de Roma limita al texto en la exploración crítica y la innovación teológica, a la vez que es observado como restrictivo por los que buscan una mayor libertad en la interpretación y aplicación de las enseñanzas teológicas.
En cuanto a los conceptos clave que proporciona el libro se pueden detallar siguiendo el siguiente esquema:
En la Introducción General: 1. Esencia de la teología dogmática: La teología dogmática se define como la ciencia que trata de las verdades reveladas por Dios, sistematizadas y formuladas en dogmas por la Iglesia. El objetivo es buscar una comprensión más profunda de las verdades de fe y presentarlas de manera coherente. 2. Métodos de la teología dogmática: Uso de las Escrituras, la tradición y el magisterio como fuentes primarias. Además, integración de métodos históricos, filosóficos y exegéticos para el estudio de los dogmas. 3. Fuentes de la teología dogmática: La Biblia como fuente primaria de revelación. La tradición en cuanto enseñanzas transmitidas a través de los Padres de la Iglesia y otros documentos históricos eclesiales. El magisterio, como autoridad docente de la Iglesia para definir y explicar las verdades de la fe.
Sobre Dios Uno y Trino: 1. Existencia de Dios: Argumentos filosóficos y teológicos para la existencia de Dios. La naturaleza de Dios, con sus atributos divinos como la omnipotencia, omnisciencia y bondad infinita. 2. La Santísima Trinidad: La doctrina de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y las relaciones intratrinitarias y las procesiones divinas.
La doctrina de la creación: 1. Creación del mundo: La creación ex nihilo (de la nada) por parte de Dios, junto con la finalidad y el orden de la creación según el plan divino. 2. Los ángeles: Naturaleza y funciones de los ángeles. La caída de los ángeles y la existencia de Satanás y los demonios. 3. El hombre: La creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios. La unidad de cuerpo y alma, y el estado original de justicia y santidad.
La doctrina de la gracia: 1. Necesidad de la gracia: La incapacidad del hombre para alcanzar la salvación por sus propios medios debido al pecado original. 2. Naturaleza de la Gracia: Gracia santificante, gracia actual, y los dones sobrenaturales. 3. La justificación: El proceso de justificación por la gracia a través de la fe y las obras. La cooperación del hombre con la gracia divina.
Cristología: 1. La persona de Jesucristo: Jesucristo como verdadero Dios y hombre. Las dos naturalezas (divina y humana) en la única persona de Cristo. 2. La obra redentora de Cristo: La encarnación, pasión, muerte y resurrección de Cristo como fundamentos de la redención humana. El papel de Cristo como mediador y salvador. 3. El misterio de la encarnación: La unión hipostática: la unión de la naturaleza divina y humana en Cristo.
Eclesiología: 1. Naturaleza de la Iglesia: La Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo y la comunidad de los fieles. La Iglesia visible e invisible, y sus propiedades esenciales. 2. Propiedades de la Iglesia: Unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad como notas de la verdadera Iglesia. 3. Constitución de la Iglesia: La estructura jerárquica de la Iglesia con el papa y los obispos como sucesores de los apóstoles. Los sacramentos como medios de gracia y signos de unidad.
Los sacramentos: 1. Naturaleza de los sacramentos: Los sacramentos como signos eficaces de la gracia instituidos por Cristo. La definición y el número de los sacramentos (siete). 2. Sacramentos en general: Efectos, necesidad y ministerio de los sacramentos. La disposición requerida para recibir los sacramentos fructuosamente. 3. Cada sacramento en particular: Detalles sobre el bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, unción de los enfermos, orden sagrado y matrimonio.
Escatología: 1. Doctrina de los novísimos: Las realidades últimas: muerte, juicio, cielo, infierno y purgatorio. 2. Resurrección de los muertos: La resurrección final de los cuerpos al final de los tiempos. 3. El juicio final: El juicio universal y la consumación del reino de Dios.
Estos conceptos clave proporcionan una visión comprehensiva de las doctrinas fundamentales del cristianismo, organizadas de manera sistemática y rigurosa.
En conjunto, aunque el tratamiento de la dogmática católica es correcto por parte del autor cabe señalar que está en algunas cuestiones, en especial en las referidas a la unidad y eclesialidad de la Iglesia y el ministerio petrino, con las prerrogativas que le adjudica tanto Trento como el Vaticano I, están superadas. El conjunto es demasiado dependiente de una teología preconciliar. Igualmente, las críticas a Lutero por su subjetivismo que originó, en su opinión, el socinianismo, doctrina que niega la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, le desautoriza en su estudio eclesial.
En cuanto a los puntos de valor que observo en el libro, puedo apuntar que éste presenta de manera ordenada y detallada las doctrinas fundamentales del cristianismo, facilitando su comprensión y estudio., como ya se ha indicado. La claridad y precisión expositiva es importante, como también lo es la capacidad que despliega el autor para explicar conceptos complejos, haciendo accesibles temas teológicos intensos tanto para estudiantes como para investigadores.
Considero, además, que la obra está bien arraigada en las Escrituras y la Tradición de la Iglesia (en especial en los Padres), ofreciendo numerosas referencias bíblicas y patrísticas que respaldan las doctrinas estudiadas. Como católico romano el Manual incorpora enseñanzas y documentos del magisterio de la iglesia católica, aportando una base sólida y autorizada para el estudio teológico al interior de esta Iglesia. La fidelidad a la fe católica está asegurada al mantener Ott una rigurosa lealtad a las enseñanzas de su Iglesia, asegurando que el contenido del libro esté en consonancia con la doctrina oficial. La utilidad académica y pastoral ni se discute ni está ausente. El libro es una herramienta invaluable para seminaristas, clérigos, y laicos comprometidos con su fe que buscan profundizar su conocimiento y vivir de manera más consciente e ilustrada (racionalmente) su fe.
El autor ha procurado proporcionar a su trabajo un enfoque histórico y crítico al presentar las doctrinas no solo en su formulación actual, sino también en su desarrollo histórico, lo que ayuda a entender cómo han evolucionado las enseñanzas de la iglesia católica a lo largo del tiempo. También tiene presente la refutación de los errores doctrinales y herejías, proporcionando argumentos sólidos para defender la fe cristiana o católica.
El Manual de Teología Dogmática es, por tanto, una obra de gran valor que contribuye significativamente al estudio, enseñanza y práctica de la teología católica, pero que nos plantea diversos desafíos.
En primer lugar, como en general en este tipo de trabajos, la densidad, complejidad y dificultad del contenido. Estamos ante una obra académica intensiva que trata temas teológicos de no fácil comprensión, que destaca la importancia de disciplinas como la filosofía y la teología aplicada al estudio y la comprensión de la voluntad divina revelada. Esto puede resultar desafiante para lectores sin formación previa en teología o filosofía. A esto se añade el lenguaje técnico, utilizado mediante una terminología teológica y filosófica especializada, que puede requerir también que los lectores tengan conocimientos previos o la disposición de consultar otros textos (diccionarios) para poder entender completamente ciertos conceptos. La propia extensión del texto, debido a su propia naturaleza, puede intimidar a ciertos lectores y requerir un compromiso significativo de tiempo y esfuerzo para su lectura y estudio completo.
Algunos de los temas y ejemplos utilizados pueden estar arraigados en contextos históricos y culturales específicos que pueden no ser inmediatamente relevantes o comprensibles para todos los lectores actuales. Igualmente, el enfoque tradicional y conservador puede no sintonizar con lectores que buscan perspectivas más contemporáneas y abiertas, como ya se ha señalado, más si están impactados por planteamientos liberales o sencillamente más actualizados.
La perspectiva católico-romana del libro, aunque esto pueda ser un punto de valor para quienes buscan una comprensión fiel a la doctrina católica, sin embargo, aquellos de otras tradiciones cristianas o con perspectivas teológicas diferentes pueden encontrar algunas afirmaciones difíciles de aceptar o reconciliar con sus propias creencias.
Actualización teológica:
El libro fue publicado originalmente en 1952, y aunque sigue siendo una referencia valiosa, algunas áreas de la teología han evolucionado. Los lectores deben estar conscientes de desarrollos y debates teológicos más recientes que no se abordan en el texto. Por otra parte, la interpretación de ciertos dogmas y doctrinas puede variar, y algunos lectores pueden encontrar que su comprensión personal de la fe difiere de las presentadas en el libro, lo cual puede generar conflictos internos o requerir un mayor discernimiento y estudio. Pero a pesar de estos desafíos, el Manual de Teología Dogmática de Ludwig Ott sigue siendo una obra valiosa para el estudio teológico, dado que proporciona una base sólida y una comprensión adecuada de las doctrinas cristianas desde la óptica católica romana.
Juan G. Biedma, ecumenista
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